Alfonsina Storni
La obra literaria de la argentina Alfonsina Storni
(1892-1938) ejemplifica una de las más auténticas defensas de la libertad
artística e individual. Sin embargo, su vida y obra son usadas por el feminismo
radical como mito iconográfico de un activismo resentido contra lo masculino.
Su poesía ha sido objeto de una sectaria manipulación ideológica llena de
silencios y omisiones. De este modo, el radicalismo feminista ha hecho de la
Storni un molde manipulado al gusto de su activismo de género, en el que se
enarbola la bandera del odio contra el hombre. En la vida y obra de Alfonsina
Storni se conjugan emoción, sentimiento y reflexión. Su poesía es humanamente
erótica, anhelante de amor, llena de vivencias, poesía del yo angustiado que se
cierra en triste suicidio. Cuando el 25 de octubre de 1938 la Storni se arroja
al mar y se quita la vida, entre desengaños y un cáncer de mama, queda atrás
una obra literaria donde aparece la mujer, la niña pobre, la madre costurera,
la joven obrera en una fábrica de gorras, la cajera de farmacia, la institutriz
de niños inadaptados, la madre soltera. Pero queda sobre todo la poeta que como
mujer ama, goza, duda y también sufre.
Alfonsina Storni fue
feminista en el más noble sentido de la palabra: buscó la imprescindible
igualdad entre hombre y mujer. Tuvo agallas para censurar el doble estándar por
el que se exigía la virginidad femenina y no la masculina. Ahí está su poema
'Tú me quieres blanca', heredero del 'Hombres necios' de Sor Juana. Lo mismo
ocurre en poemas como 'Hombre pequeñito', 'La que comprende', 'Siglo XX' o
'Veinte siglos', textos todos que apuntan al anhelo de igualdad real para la
mujer en la sociedad. Ella misma apoyó los centros feministas, luchó por el
derecho al voto y defendió cuestiones que hoy nos parecen obvias. Pero todo lo
hizo sin desmerecer el papel del hombre.
Fue Storni una mujer
rebelde para su tiempo, buscadora incansable de la necesaria libertad femenina
frente a las imposiciones y prejuicios machistas.
Sin embargo, las críticas del feminismo radical (y el
adjetivo es importante) no cesan en su intento de dar una falsa idea de
erudición presentando la obra de Storni (y lo mismo de cuantas poetas salgan a
su paso) dentro de un galimatías crítico-teórico plagado de pura demagogia: la
del enfrentamiento contra "el patriarcado hegemónico transgresor", la
de "los eco-feminismos postcoloniales de la otredad", el
"desconstruccionismo genérico de subjetividades escriturales
feministas", los múltiples ejes de las "interdisciplinariedades de la
diversidad", la "coyuntura multicultural femenina" como
respuesta a la "presión patriarcal neoliberal y capitalista" que
impide la existencia de códigos y "heteronormatividades sexuales",
que a su vez se ven filtradas por la ironía que cuestiona tales
"cartografías postcoloniales y/o postmodernistas"… y blablabla,
blablabla…
En la Storni está el
yo de mujer, el sentimiento encarnado de la hembra que aboga por la igualdad
con el varón pero que confiesa también, sin escrúpulos, la necesidad del hombre
como compañero. Las radicales feministas del odio, el complejo y el rencor
meten a Alfonsina Storni en un saco donde cabe cualquier otra poeta que pinte
bien. Y si no, ellas la pintan.
Claro está que en tales lecturas parciales, incompletas y
ciegamente demagógicas que se hacen de la poesía de Storni no encontramos nunca
aquellos textos donde mujer y hombre aparecen complementados armónicamente.
Tampoco se incluyen los textos de la Storni que presenta a la mujer admiradora
de la figura masculina, o los que aceptan positivamente el dominio del varón o
la supeditación erótica de la mujer. Esos textos no podían encajar en las
preestablecidas conclusiones de las tesis feministoides.
Sólo mediante la manipulación del arte puede inventarse una
Storni ubicada en las filas del activismo feminista radical. La autenticidad y
la originalidad de esta poeta configuran una poética de alto vuelo, poesía que
se eleva muy lejos de indeseables agendas extraliterarias y de politiquillas de
mediocres falderas y activistas amargadas. Lo justo sería desenmascarar a estas
diletantes una por una, con nombres y apellidos, para acabar de una vez con
tanta farsa y, sobre todo, para hacer justicia a una auténtica poeta: Alfonsina
Storni.
Crítica de la obra de
Alfonsina Storni
La obra poética de Alfonsina Storni se divide en dos etapas:
a la primera, caracterizada por la influencia de los románticos y modernistas,
corresponden La inquietud del rosal (1916), El dulce daño (1918),
Irremediablemente (1919), Languidez (1920) y Ocre (1920).
La segunda etapa, caracterizada por una visión oscura,
irónica y angustiosa, se manifiesta en Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla
y trébol (1938). Hizo también incursiones en la dramaturgia: en 1927 estrenó en
el Teatro Cervantes El amo del mundo y en 1931 aparecieron Dos farsas
pirotécnicas, que incluían Cimbellina en 1900 y pico y Polixena y la
cocinerita. En 1950 se editó Teatro infantil, pero varias de sus obras para
niños permanecen inéditas. En 1936 colaboró en el IV centenario de la fundación
de Buenos Aires con el ensayo Desovillando la raíz porteña.
La familia Storni -el padre de Alfonsina y varios hermanos
mayores- llegó a la provincia de San Juan desde Lugano, Suiza, en 1880.
Fundaron una pequeña empresa familiar, y años después, las botellas de cerveza
etiquetadas «Cerveza Los Alpes, de Storni y Cía», circulan por toda la región.
Hija de un industrial cervecero y cantón italiano del
Ticino, Suiza. En 1891 la familia viajó a Suiza y en 1892, el 29 de mayo,
nació, en Sala Capriasca, Alfonsina, la tercera hija del matrimonio Storni. Su
padre eligió el nombre. Él era un hombre melancólico y raro. Más tarde le
diría, Alfonsina, a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez: «me llamaron Alfonsina,
que quiere decir dispuesta a todo».
Alfonsina aprendió a hablar en italiano, y en 1896 vuelven a
San Juan, de donde son sus primeros recuerdos. «Estoy en San Juan, tengo cuatro
años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi
casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con
el rabo del ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me
avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de
la puerta». En 1901, la familia se trasladó nuevamente, esta vez a la ciudad de
Rosario.
Paulina, la madre, abrió una pequeña escuela domiciliaria, y
pasa a ser la cabeza de una familia numerosa, pobre y sin timón. Instalaron el
«Café Suizo», cerca de la estación de tren, pero el proyecto fracasó. Alfonsina
lavaba platos y atendía las mesas a los diez años. Las mujeres comenzaron a
trabajar de costureras. Alfonsina decide emplearse como obrera en una fábrica
de gorras. En 1907 llega a Rosario la compañía de Manuel Cordero, un director
de teatro que recorría las provincias. Alfonsina reemplaza a una actriz que se
enferma. Esto la decide a proponerle a su madre que le permita convertirse en
actriz y viajar con la compañía. Recorre Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Santiago
del Estero y Tucumán. Después dirá que representó Espectros, de Henrik Ibsen,
La loca de la casa, de Benito Pérez Galdós, y Los muertos, de Florencio
Sánchez.
Cuando volvió a Rosario se encuentra con que su madre se ha
casado y vive en Bustinza. La poeta decide estudiar la carrera de maestra rural
en Coronda, y allí recibe su título profesional. Gana un lugar sobresaliente en
la comunidad escolar, consigue un puesto de maestra y se vincula a dos revistas
literarias, Mundo Rosarino y Monos y Monadas. Allí aparecen sus poemas durante
todo ese año y, si bien no hay testimonio de ellos, se sabe de otros publicados
al año siguiente en Mundo Argentino, y que tienen resonancias hispánicas.
Poeta en Buenos Aires
En 1911 se traslada a Buenos Aires, al año siguiente nace su
hijo Alejandro, sin padre conocido. Eso la define como mujer que se enfrenta
radicalmente a la sociedad. La inquietud del rosal se publica, a pesar de las
penurias económicas, en 1916. Trabaja como cajera en una tienda y en la revista
Caras y Caretas. Se relaciona con José Enrique Rodó, Amado Nervo, José
Ingenieros y Manuel Ugarte. Con estos dos últimos su amistad es más profunda.
Su situación económica mejora. Hace frecuentes viajes a Montevideo, donde
conoce a la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou y al que será su gran amigo,
el escritor también uruguayo Horacio Quiroga.
Amado Nervo, el poeta mexicano paladín del modernismo junto
con Rubén Darío, publica sus poemas también en Mundo Argentino, y esto da una
idea de lo que significaría para ella, una muchacha desconocida, de provincia,
el haber llegado hasta aquellas páginas. En 1919 Nervo llega a la Argentina
como embajador de su país, y frecuenta las mismas reuniones que Alfonsina. Ella
le dedica un ejemplar de La inquietud del rosal, y lo llama en su dedicatoria
«poeta divino». Vinculada entonces a lo mejor de la vanguardia novecentista,
que empezaba a declinar, en el archivo de la Biblioteca Nacional uruguaya, hay
cartas al uruguayo José Enrique Rodó, otro de los escritores principales de la
época, modernista, autor de Ariel y de Los motivos de Proteo, ambos libros
pilares de una interpretación de la cultura americana. El uruguayo escribía,
como ella, en Caras y Caretas y era, junto con Julio Herrera y Reissig, el jefe
indiscutido del, ese momento, nuevo pensamiento en el Uruguay. Ambos
contribuyeron a esclarecer los lineamientos intelectuales americanos a
principios de siglo, como lo hizo también Manuel Ugarte, cuya amistad le llegó
a Alfonsina junto con la de José Ingenieros.
Su voluntad no la abandona, y sigue escribiendo. En mejores
condiciones publica El dulce daño, en 1918. También en 1918 Alfonsina recibe
una medalla de miembro del Comité Argentino Pro Hogar de los Huérfanos Belgas,
junto con Alicia Moreau de Justo y Enrique del Valle Iberlucea. Años atrás,
cuando empezó la guerra, Alfonsina había aparecido como concurrente a un acto
en defensa de Bélgica, con motivo de la invasión alemana. Mantiene sus visitas
a Montevideo, donde hasta su muerte frecuentará amigos uruguayos. Juana de
Ibarbourou lo contó años después de la muerte de la poetisa argentina:
«Su libro Languidez, de 1920, había merecido el Primer
Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura.
Alfonsina también, en 1920, vino por primera vez a Montevideo. Era joven y
parecía alegre; por lo menos su conversación era chispeante, a veces muy aguda,
a veces también sarcástica. Levantó una ola de admiración y simpatía… Un núcleo
de lo más granado de la sociedad y de la gente intelectual la rodeó siguiéndola
por todos lados. Alfonsina, en ese momento, pudo sentirse un poco reina».
Un nuevo camino para
la poesía
El 20 de marzo de 1927 se estrena su obra de teatro El amo
del mundo, que despertaba las expectativas del público y de la crítica. El día
del estreno asistió el presidente Alvear con su esposa, Regina Pacini. Al día
siguiente la crítica se ensañó con la obra, y a los tres días tuvo que bajar de
cartel. El diario Crítica tituló «Alfonsina Storni dará al teatro nacional
obras interesantes cuando la escena le revele nuevos e importantes secretos».
La escritora se sintió muy dolida por su fracaso, y trató de explicarlo
atribuyéndole la culpa al director y a los actores.
Años de equilibrio
Alfonsina intervino en la creación de la Sociedad Argentina
de Escritores y su participación en el gremialismo literario fue intensa. En
1928 viajó a España en compañía de la actriz Blanca de la Vega, y repitió su
viaje en 1931, en compañía de su hijo. Allí conoció a otras mujeres escritoras,
y la poeta Concha Méndez le dedica algunos poemas. En 1932, publicó sus Dos
farsas pirotécnicas: «Cimbelina en 1900 y pico» y «Polixena y la cocinerita».
Colabora en el diario Crítica y La Nación; sus clases de teatro son la rutina
diaria.
En 1931, el Intendente Municipal nombró a Alfonsina jurado y
es la primera vez que ese nombramiento recae en una mujer. Alfonsina se alegra
de que comiencen a ser reconocidas las virtudes que la mujer, esforzadamente,
demuestra.
Varios viajes a Europa (1930 y 1934) motivaron una evolución
hacia un lirismo libre de moldes formales, dramático y descarnado y de una
audacia erótica insólita para la época, con nuevas meditaciones feministas:
Mundo de siete pozos, 1934 y Mascarilla y trébol. En la Peña del café Tortoni
conoció a Federico García Lorca, durante la permanencia del poeta en Buenos
Aires entre octubre de 1933 y febrero de 1934. Le dedicó un poema, «Retrato de
García Lorca», publicado luego en Mundo de siete pozos 1934. Allí dice:
«Irrumpe un griego /por sus ojos distantes (…). Salta su garganta /hacia afuera
/pidiendo /la navaja lunada /aguas filosas (…). Dejad volar la cabeza, /la cabeza
sola /herida de hondas marinas /negras…».
El 20 de mayo de 1935 Alfonsina fue operada de un cáncer de
mama.
En 1936 se suicida Horacio Quiroga y ella le dedica un poema
de versos conmovedores y que presagian su propio final.
El final
El veintiséis de enero de 1938, en Colonia, Uruguay,
Alfonsina recibe una invitación importante. El Ministerio de Instrucción
Pública ha organizado un acto que reunirá a las tres grandes poetisas
americanas del momento, en una reunión sin precedentes: Alfonsina, Juana de
Ibarbourou y Gabriela Mistral. La invitación pide «que haga en público la
confesión de su forma y manera de crear». Tiene que prepararse en un día y,
llena de entusiasmo, escribe su conferencia sobre una valija que ha puesto en
las rodillas. Divertida, encuentra un título que le parece muy adecuado: «Entre
un par de maletas a medio abrir y las manecillas del reloj».
Hacia mitad de año apareció Mascarilla y trébol y una
Antología poética con sus poemas preferidos. Los meses que siguen fueron de
incertidumbre y temor por la renuencia de la enfermedad. El 23 de octubre de
1938 viajó a Mar del Plata y hacia la una de la madrugada del martes
veinticinco Alfonsina abandonó su habitación y se dirigió al mar. Esa mañana,
dos obreros descubrieron el cadáver en la playa. A la tarde, los diarios
titulaban sus ediciones con la noticia: «Ha muerto trágicamente Alfonsina
Storni, gran poetisa de América». A su entierro asistieron los escritores y
artistas Enrique Larreta, Ricardo Rojas, Enrique Banchs, Arturo Capdevila, Manuel
Gálvez, Baldomero Fernández Moreno, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Alejandro
Sirio, Augusto Riganelli, Carlos Obligado, Atilio Chiappori, Horacio Rega
Molina, Pedro M. Obligado, Amado Villar, Leopoldo Marechal, Centurión, Pascual
de Rogatis, López Buchardo y muchos más. Fue sepultada en el Cementerio de la
Chacarita.
Actualmente se erige un monumento en la costa de Mar del
Plata que la recuerda.
Maximiliano Reimondi