miércoles, 31 de diciembre de 2014

Horacio Quiroga



Horacio Silvestre Quiroga Forteza (Salto, Uruguay, 31 de diciembre de 1878 – Buenos Aires, Argentina, 19 de febrero de 1937)

Biografía

Horacio Quiroga fue el segundo hijo del matrimonio de Prudencio Quiroga y Pastora Forteza. En el momento de su nacimiento, su padre había sido, por dieciocho años, el Vice-Cónsul argentino en Salto. Antes de cumplir dos meses y medio, el 14 de marzo de 1879 su padre murió al dispararse accidentalmente con una Barret calibre 50 que llevaba en la mano.

Adolescencia y formación

Horacio Quiroga a los 19 años, frente a su casa natal en Salto (Uruguay).Hizo sus estudios en Montevideo, capital de Uruguay hasta terminar el colegio secundario. Estos estudios incluyeron formación técnica (Instituto Politécnico de Montevideo) y general (Colegio Nacional), y ya desde muy joven demostró un enorme interés por la literatura, la química, la fotografía, la mecánica, el ciclismo y la vida de campo. A esa temprana edad fundó la Sociedad de Ciclismo de Salto y viajó en bicicleta desde Salto hasta Paysandú (120 km).
En esta época pasaba larguísimas horas en un taller de reparación de maquinarias y herramientas. Por influencia del hijo del dueño empezó a interesarse por la filosofía. Se autodefiniría como «franco y vehemente soldado del materialismo filosófico».
Simultáneamente también trabajaba, estudiaba y colaboraba con las publicaciones La Revista y La Reforma. Poco a poco, fue puliendo su estilo y haciéndose conocido. Aún se conserva su primer cuaderno de poesías, que contiene 22 poemas de distintos estilos, escritos entre 1894 y 1897.
Durante el carnaval de 1898, el joven poeta conoció a su primer amor, una niña llamada María Esther Jurkovski, que inspiraría dos de sus obras más importantes: Las sacrificadas (1920) y Una estación de amor. Pero los desencuentros provocados por los padres de la joven —que reprobaban la relación, debido al origen no judío de Quiroga— precipitaron la separación definitiva.

 París

En 1897 fundó la Revista de Salto. Después del suicidio de su padrastro, que presenció, Horacio decidió invertir la herencia recibida en un viaje a París. Estuvo —contando el tiempo de viaje— cuatro meses ausente. Sin embargo, las cosas no salieron como había planeado: el mismo joven orgulloso que había partido de Montevideo en primera clase, regresó en tercera, andrajoso, hambriento y con una larga barba negra que ya no se quitaría nunca más. Resumió sus recuerdos de esta experiencia en Diario de viaje a París (1900).

El Consistorio del Gay Saber y primeros libros

Al volver a su país, Quiroga reunió a sus amigos Federico Ferrando, Alberto Brignole, Julio Jaureche, Fernández Saldaña, José Hasda y Asdrúbal Delgado, y fundó con ellos el «Consistorio del Gay Saber», una especie de laboratorio literario experimental donde todos ellos probarían nuevas formas de expresarse y preconizarían los objetivos modernistas. Pese a su corta existencia, el Consistorio presidió la vida literaria de Montevideo y las polémicas con el grupo de Julio Herrera y Reissig.
La alegría que le provocó la aparición de su primer libro (Los arrecifes de coral, poemas, cuentos y prosa lírica, publicado en Buenos Aires en 1901, dedicado a Lugones) se vio trágicamente opacada —una vez más— por las muertes de dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, víctimas de la fiebre tifoidea en el Chaco.
El funesto año de 1901 guardaba aún otra espantosa sorpresa para el escritor: su amigo Federico Ferrando, que había recibido malas críticas del periodista montevideano Germán Papini Zas, comunicó a Quiroga que deseaba batirse a duelo con aquél. Horacio, preocupado por la seguridad de Ferrando, se ofreció a revisar y limpiar el revólver que iba a ser utilizado en la disputa. Inesperadamente, mientras inspeccionaba el arma, se le escapó un tiro que impactó en la boca de Federico, matándolo instantáneamente. Llegada al lugar la policía, Quiroga fue detenido, sometido a interrogatorio y posteriormente trasladado a una cárcel correccional. Al comprobarse la naturaleza accidental y desafortunada del homicidio, el escritor fue liberado tras cuatro días de reclusión.
La pena y la culpa por la muerte de su querido compañero llevaron a Quiroga a disolver el Consistorio y a abandonar el Uruguay para pasar a la Argentina. Cruzó el Río de la Plata en 1902 y fue a vivir con María, otra de sus hermanas. En Buenos Aires el artista alcanzaría la madurez profesional, que llegaría a su punto cúlmine durante sus estancias en la selva. Además, su cuñado lo inició en la pedagogía, consiguiéndole trabajo bajo contrato como maestro en las mesas de examen del Colegio Nacional de Buenos Aires.

 Misiones y el Chaco

Designado profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires en marzo de 1903, Quiroga quiso acompañar, en junio del mismo año y ya convertido en un fotógrafo experto, a Leopoldo Lugones en una expedición a Misiones, financiada por el Ministerio de Educación, en la que el insigne poeta argentino planeaba investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas en esa provincia. La excelencia de Quiroga como fotógrafo hizo que Lugones aceptara llevarlo, y el uruguayo pudo documentar en imágenes ese viaje de descubrimiento.
La profunda impresión que le causó la jungla misionera marcaría su vida para siempre: seis meses después Quiroga invirtió el último dinero que le quedaba de su herencia (siete mil pesos) en comprar unos campos algodoneros en el Chaco, ubicados a siete kilómetros de Resistencia, a orillas del Río Saladito. El proyecto fracasó en el aspecto económico, principalmente por problemas de Quiroga con sus peones aborígenes, pero la vida de Horacio se enriqueció al convertirse, por primera vez, en un hombre de campo. Su narrativa, en consecuencia, se benefició con el profundo conocimiento de la cultura rural y de sus hombres, en un cambio estilístico que el escritor mantendría para siempre.

 Cuentista

Al regresar a Buenos Aires luego de su fallida experiencia en el Chaco, Quiroga abrazó la narración breve con pasión y energía. Fue así que en 1904 publicó el notable libro de relatos El crimen de otro, fuertemente influido por el estilo de Edgar Allan Poe, que fue reconocido y elogiado, entre otros, por José Enrique Rodó. Estas primeras comparaciones con el «Maestro de Boston» no molestaban a Quiroga, que las escucharía con complacencia hasta el fin de su vida, respondiendo a menudo que Poe era su primer y principal maestro.
Durante dos años Quiroga trabajó en multitud de cuentos, muchos de ellos de terror rural, pero otros en forma de deliciosas historias para niños pobladas de animales que hablan y piensan sin perder las características naturales de su especie. A esta época pertenecen la novela breve Los perseguidos (1905), producto de un viaje con Leopoldo Lugones por la selva misionera, hasta la frontera con Brasil, y su soberbio y horroroso El almohadón de plumas, publicado en la celebérrima revista argentina Caras y Caretas en 1905, que llegó a publicar ocho cuentos de Quiroga al año. A poco de comenzar a publicar en ella, Quiroga se convirtió en un colaborador famoso y prestigioso, cuyos escritos eran buscados ávidamente por miles de lectores.

 El amor y la selva

Reconstrucción exacta de la primera casa de Quiroga en San Ignacio. La original fue destruida por los aborígenes.En 1906 Quiroga decidió volver a su amada selva. Aprovechando las facilidades que el gobierno ofrecía para la explotación de las tierras, compró una chacra (junto con Vicente Gozalbo) de 185 hectáreas en la provincia de Misiones, sobre la orilla del Alto Paraná, y comenzó a hacer los preparativos destinados a vivir allí, mientras enseñaba Castellano y Literatura.
Durante las vacaciones de 1908, el literato se trasladó a su nueva propiedad, construyó las primeras instalaciones y comenzó a edificar el bungalow donde se establecería.
Enamorado de una de sus alumnas —la adolescente Ana María Cires—, le dedicó su primera novela, titulada Historia de un amor turbio. Quiroga insistió en la relación frente a la oposición de los padres de la alumna obteniendo por fin el permiso para casarse y llevarla a vivir a la selva con él. Los suegros de Quiroga, preocupados por los riesgos de la vida salvaje, siguieron al matrimonio y se trasladaron a Misiones con su hija y yerno. Así, pues, el padre de Ana María, su madre y una amiga de esta, se instalaron en una casa cercana a la vivienda del matrimonio Quiroga.
En 1911 Ana María dio a luz a su primera hija, Eglé Quiroga, en su casa de la selva. Durante ese mismo año, el escritor comenzó la explotación de sus yerbatales en sociedad con su amigo uruguayo Vicente Gozalbo y, al mismo tiempo, fue nombrado Juez de Paz (funcionario encargado de mediar en disputas menores entre ciudadanos privados y celebrar matrimonios, emitir certificados de defunción, etc.) en el Registro Civil de San Ignacio. Las tareas de Quiroga como funcionario merecen mención aparte: olvidadizo, desorganizado y descuidado, tomó la costumbre de anotar las muertes, casamientos y nacimientos en pequeños trozos de papel a los que «archivaba» en una lata de galletas. Más tarde adjudicaría conductas similares al personaje de uno de sus cuentos.
Al año siguiente nació su hijo menor, Darío. En cuanto los niños aprendieron a caminar, Quiroga decidió ocuparse personalmente de su educación. Severo y dictatorial, exigía que cada pequeño detalle estuviese hecho según sus exigencias. Desde muy pequeños, los acostumbró al monte y a la selva, exponiéndolos a menudo —midiendo siempre los riesgos— al peligro, para que fueran capaces de desenvolverse solos y de salir de cualquier situación. Fue capaz de dejarlos solos en la jungla por la noche o de obligarlos a sentarse al borde de un alto acantilado con las piernas colgando en el vacío.
 El varón y la niña, sin embargo, no se negaban a estas experiencias —que aterrorizaban y exasperaban a su madre— y las disfrutaban. La hija aprendió a criar animales silvestres y el niño a usar la escopeta, manejar una moto y navegar, solo, en una canoa.

Industrias rurales y tragedia

Entre 1912 y 1915 el escritor, que ya tenía experiencia como algodonero y yerbatero, emprendió una denodada búsqueda de salidas económicas mediante la explotación de los recursos naturales de sus tierras. Destiló naranjas, fabricó carbón, elaboró resinas y muchas otras actividades similares, pero sólo cosechó fracasos monetarios.
Mientras tanto, criaba ganado, domesticaba animales salvajes, cazaba y pescaba con profusión. La literatura siguió siendo, en esta etapa, el norte de su vida: la revista Fray Mocho de Buenos Aires publicó numerosos cuentos de Quiroga, muchos de ellos ambientados en la selva y poblados de personajes tan naturalistas que parecen reales.
Pero la esposa de Quiroga no estaba contenta: no lograba adaptarse a la vida selvática y pedía a su esposo, una y otra vez, que regresaran a Buenos Aires o, si él quería quedarse, que le permitiera volver sola. Ante la cerrada negativa del literato a ambas posibilidades, e inmersa en una gravísima crisis depresiva, Ana María sumó una nueva tragedia en la vida de Quiroga, suicidándose con veneno en 1915 después de una violenta pelea con el escritor. Sufrió una espantosa agonía de ocho días, muriendo luego entre horribles sufrimientos y dejando a Horacio y a los niños sumidos en la más oscura desesperación.

Buenos Aires

Tras el suicidio de su esposa, Quiroga se trasladó con sus hijos a Buenos Aires, donde recibió un cargo de Secretario Contador en el Consulado General uruguayo en esa ciudad, tras arduas gestiones de unos amigos orientales que deseaban ayudarlo.
A lo largo del año 1917 habitó con los niños en un sótano de la avenida Canning (hoy Raúl Scalabrini Ortiz) 164, alternando sus labores diplomáticas con la instalación de un taller en su vivienda y el trabajo en muchos relatos que iban siendo publicados en prestigiosas revistas como las ya mencionadas, «P.B.T.» y «Pulgarcito». La mayoría de ellos fueron recopilados por Quiroga en varios libros, el primero de los cuales fue Cuentos de amor de locura y de muerte (1917) (por decisión expresa del autor, el título no lleva coma). La redacción del libro le había sido solicitada por el escritor Manuel Gálvez, responsable de Cooperativa Editorial de Buenos Aires, y el volumen se convirtió de inmediato en un enorme éxito de público y de crítica, consolidando a Quiroga como el verdadero maestro latinoamericano del relato breve.
Al año siguiente se estableció en un pequeño departamento de la calle Agüero, al tiempo que apareció su celebrado Cuentos de la selva, colección de relatos infantiles protagonizados por animales y ambientados en la selva misionera. Quiroga dedicó este libro a sus hijos, que lo acompañaron durante ese período de pobreza en el húmedo sótano de dos pequeñas habitaciones y cocina-comedor.
Con dos importantes ascensos en el escalafón consular (primero a cónsul de distrito de segunda clase y luego a cónsul adscrito) llegó también su nuevo libro de cuentos, El salvaje (1919). Al año siguiente, siguiendo la idea del Consistorio, fundó Quiroga la Agrupación Anaconda, un grupo de intelectuales que realizaba actividades culturales en Argentina y Uruguay. Su única obra teatral (Las Sacrificadas) se publicó en 1920 y se estrenó en 1921, año en que salía a la venta Anaconda y otros cuentos, otro libro de cuentos. El importantísimo diario argentino La Nación comenzó también a publicar sus relatos, que a estas alturas gozaban ya de una impresionante popularidad. Colaboró también en La Novela Semanal. Entre 1922 y 1924, Quiroga participó como secretario de una embajada cultural a Brasil (cuya Academia de Letras lo distinguió especialmente) y, de regreso, vio publicado su nuevo libro: El desierto (cuentos).
Por mucho tiempo el escritor se dedicó a la crítica cinematográfica, teniendo a su cargo la sección correspondiente de la revista Atlántida, El Hogar y La Nación. También escribió el guión para un largometraje («La jangada florida») que jamás llegó a filmarse. Poco tiempo después, fue invitado a formar una Escuela de Cinematografía. El proyecto, financiado por inversionistas rusos y que contaría con la inclusión de Arturo S. Mom, Gerchunoff y otros, no prosperó.

Nuevos amores

Quiroga con su segunda esposa en Misiones (1932).Poco después, Horacio regresó a Misiones. Nuevamente enamorado, esta vez era de una joven de 17 años, Ana María Palacio, intentó convencer a los padres de que la dejasen ir a vivir con él a la selva. La negativa de éstos y el consiguiente fracaso amoroso inspiró el tema de su segunda novela, Pasado amor, publicada en 1929. En ella narra, como componentes autobiográficos de la trama, las mil estratagemas que debió practicar para conseguir acceso a la muchacha: arrojando mensajes por la ventana dentro de una rama ahuecada, enviándole cartas escritas en clave e intentando cavar un largo túnel hasta su habitación para secuestrarla. Finalmente, cansados ya del pretendiente, los padres de la joven la llevaron lejos y Quiroga se vio obligado a renunciar a su amor.
En una parte de su vivienda, Horacio instaló un taller en el que comenzó a construir una embarcación a la que bautizaría «Gaviota». En su casa —ahora convertida en astillero— fue capaz de concluir esta obra y, puesta ya en el agua, la piloteó río abajo desde San Ignacio hasta Buenos Aires, realizando con ella numerosas expediciones fluviales.
A principios de 1926 Quiroga volvió a Buenos Aires y alquiló una quinta en el partido suburbano de Vicente López. En la cúspide misma de su popularidad, una importante editorial le dedicó un homenaje, del que participaron, entre otros, figuras literarias como Arturo Capdevila, Baldomero Fernández Moreno, Benito Lynch, Juana de Ibarbourou, Armando Donoso y Luis Franco.
Amante de la música clásica, Quiroga asistía con frecuencia a los conciertos de la Asociación Wagneriana, afición que alternó con la lectura incansable de textos técnicos y manuales sobre mecánica, física y artes manuales.
Para 1927, Horacio había decidido criar y domesticar animales salvajes, mientras publicaba su nuevo libro de cuentos, quizá el mejor, Los desterrados. Pero el enamoradizo artista había fijado ya los ojos en la que sería su último y definitivo amor: María Elena Bravo, compañera de escuela de su hija Eglé, que sucumbió a sus reclamos y se casó con él en el curso de ese mismo año sin haber cumplido 20 años.

Amistades literarias

El taller de Quiroga, con sus herramientas. Además de los ya mencionados Leopoldo Lugones y José Enrique Rodó, la infatigable labor de Quiroga en el ámbito literario y cultural le granjeó la amistad y admiración de grandes e influyentes personalidades. De entre ellos se destacan la poeta argentina Alfonsina Storni y el escritor e historiador Ezequiel Martínez Estrada. Quiroga llamaba cariñosamente a este último «mi hermano menor».
 Caras y Caretas, mientras tanto, publicó diecisiete artículos biográficos escritos por Quiroga, dedicados a personajes como Robert Scott, Luis Pasteur, Robert Fulton, H.G. Wells, Thomas de Quincey y otros.
En 1929 Quiroga experimentó su único fracaso de ventas: la ya citada novela Pasado amor, que solo vendió en las librerías la exigua cantidad de cuarenta ejemplares. A la vez comenzó a tener graves problemas de pareja.

 Otra vez la selva

A partir de 1932 Quiroga se radicó por última vez en Misiones, en lo que sería su retiro definitivo, con su esposa y su tercera hija (María Elena, llamada «Pitoca», que había nacido en 1928). Para ello, y no teniendo otros medios de vida, consiguió que se promulgase un decreto trasladando su cargo consular a una ciudad cercana. Los celos dominaban a Quiroga, quien pensó que en medio de la selva podría vivir tranquilo con su mujer y la hija de su segundo matrimonio.
Pero un avatar político provocó un cambio de gobierno, que no quiso los servicios del escritor y lo expulsó del consulado. Algunos amigos de Horacio, como el escritor salteño (de Salto, Uruguay) Enrique Amorim, tramitaron la jubilación argentina para Quiroga. Comenzando a partir de este problema, el intercambio epistolar entre Quiroga y Amorím se hizo numeroso. Las cartas que se conservan demuestran que Horacio hacía partícipe a su confidente de la mayor parte de sus problemas —casi todos de índole íntima y familiar—, pidiéndole consejos y ayuda: a la mujer de Quiroga —al igual que su infortunada antecesora— no le gustaba la vida en el monte y las peleas y violentas discusiones se volvieron diarias y permanentes.
En esta época de frustración y dolor salió a la venta una colección de cuentos ya publicados titulada Más allá (1935). A partir de su interés en las obras de Munthe e Ibsen, Quiroga se decantó por nuevos autores y estilos, y comenzó a planear su autobiografía.

 La enfermedad, el abandono, el final

Reunión de literatos en Buenos Aires, 1928: Horacio Quiroga (parado, primero de la izquierda), su amigo Leopoldo Lugones (cruzado de brazos), Baldomero Fernández Moreno (sentado, a la izquierda) y Alberto Gerchunoff (sentado, al centro).En ese año de 1935 Quiroga comenzó a experimentar molestos síntomas, aparentemente vinculados con una prostatitis u otra enfermedad prostática. Las gestiones de sus amigos dieron frutos al año siguiente, concediéndosele una jubilación. Al intensificarse los dolores y dificultades para orinar, su esposa logró convencerlo de trasladarse a Posadas, ciudad en la cual los médicos le diagnosticaron hipertrofia de próstata.
Pero los problemas familiares de Quiroga continuarían: su esposa e hija lo abandonaron definitivamente, dejándolo —solo y enfermo— en la selva. Ellas volvieron a Buenos Aires, y el ánimo del escritor decayó completamente ante esta grave pérdida.
Cuando el estado de la enfermedad prostática hizo que no pudiese aguantar más, Horacio viajó a Buenos Aires para que los médicos tratasen sus padecimientos. Internado en el prestigioso Hospital de Clínicas de Buenos Aires a principios de 1937, una cirugía exploratoria reveló que sufría de un caso avanzado de cáncer de próstata, intratable e inoperable. María Elena, entristecida, estuvo a su lado en los últimos momentos, así como gran parte de su numeroso grupo de amigos.
 Por la tarde del 18 de febrero, una junta de médicos explicó al literato la gravedad de su estado. Algo más tarde, Quiroga pidió permiso para salir del hospital, lo que le fue concedido, y pudo así dar un largo paseo por la ciudad. Regresó al hospital a las 23.
Al ser internado Quiroga en el Clínicas, se había enterado de que en los sótanos se encontraba encerrado un monstruo: un desventurado paciente con espantosas deformidades similares a las del tristemente célebre inglés Joseph Merrick (el «Hombre Elefante»). Compadecido, Quiroga exigió y logró que el paciente —llamado Vicente Batistessa— fuera liberado de su encierro y se lo alojara en la misma habitación donde estaba internado el escritor. Como era de esperar, Batistessa se hizo amigo y rindió adoración eterna y un gran agradecimiento al gran cuentista.
Desesperado por los sufrimientos presentes y por venir, y comprendiendo que su vida había acabado, el soberbio Horacio Quiroga confió a Batistessa su decisión: se anticiparía al cáncer y abreviaría su dolor, a lo que el otro se comprometió a ayudarlo. Esa misma madrugada (19 de febrero de 1937) y en presencia de su amigo, Horacio Quiroga bebió un vaso de cianuro que lo mató pocos minutos después entre espantosos dolores. Su cadáver fue velado en la Casa del Teatro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) que lo contó como fundador y vicepresidente. Tiempo después, sus restos fueron repatriados a su país natal.

Su obra

Seguidor de la escuela modernista fundada por Rubén Darío y obsesivo lector de Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant, Quiroga se sintió atraído por temas que abarcaban los aspectos más extraños de la Naturaleza, a menudo teñidos de horror, enfermedad y sufrimiento para los seres humanos. Muchos de sus relatos pertenecen a esta corriente, cuya obra más emblemática es la colección Cuentos de amor de locura y de muerte.
Por otra parte se percibe en Quiroga la influencia del británico Rudyard Kipling (Libro de las tierras vírgenes), que cristalizaría en su propio Cuentos de la selva, delicioso ejercicio de fantasía dividido en varios relatos protagonizados por animales.
Su Decálogo del perfecto cuentista, dedicado a los escritores noveles, establece ciertas contradicciones con su propia obra. Mientras que el decálogo pregona un estilo económico y preciso, empleando pocos adjetivos, redacción natural y llana y claridad en la expresión, en muchas de sus relatos Quiroga no sigue sus propios preceptos, utilizando un lenguaje recargado, con abundantes adjetivos y un vocabulario por momentos ostentoso.
Al desarrollarse aún más su particular estilo, Quiroga evolucionó hacia el retrato realista (casi siempre angustioso y desesperado) de la salvaje Naturaleza que lo rodeaba en Misiones: la jungla, el río, la fauna, el clima y el terreno forman el andamiaje y el decorado en que sus personajes se mueven, padecen y a menudo mueren. Especialmente en sus relatos, Quiroga describe con arte y humanismo la tragedia que persigue a los miserables obreros rurales de la región, los peligros y padecimientos a que se ven expuestos y el modo en que se perpetúa este dolor existencial a las generaciones siguientes. Trató, además, muchos temas considerados tabú en la sociedad de principios del siglo XX, revelándose como un escritor arriesgado, desconocedor del miedo y avanzado en sus ideas y tratamientos. Estas particularidades siguen siendo evidentes al leer sus textos hoy en día.
Algunos estudiosos de la obra de Quiroga opinan que la fascinación con la muerte, los accidentes y la enfermedad (que lo relaciona con Edgar Allan Poe y Baudelaire) se debe a la vida increíblemente trágica que le tocó en suerte. Sea esto cierto o no, en verdad Horacio Quiroga ha dejado para la posteridad algunas de las piezas más terribles, brillantes y trascendentales de la literatura hispanoamericana del siglo XX.



                                                                        Maximiliano Reimondi
Cándido López



Cándido López. (Buenos Aires, 29 de agosto de 1840 - Baradero, 31 de diciembre de 1902)
Inició su carrera artística como fotógrafo daguerrotipista en 1858 siendo discípulo del retratista Carlos Descalzo. En un principio López se dedicó al retrato en su ciudad natal.
Debido a que la daguerrotipia exigía una extremada composición y planeamiento previo de la imagen, fue en ese período que comenzó a iniciarse en el trabajo de esbozos que le llevarían gradualmente a dedicarse a la pintura. Fue así que los conocimientos de daguerrotipista le resultarían importantes para su posterior carrera como pintor: se hizo observador de encuadres, minucioso por la realidad, y se interesó por documentar lo que veía como momentáneo, para intentar "eternizarlo".
Entre 1859 y 1863 recorrió las entonces pequeñas ciudades y poblaciones de la provincia de Buenos Aires y sur de la provincia de Santa Fe realizando gran cantidad de fotografías. En 1860 instaló su hogar en Mercedes, donde dos años más tarde retrató al recientemente asumido presidente Bartolomé Mitre. Poco tiempo después se instaló en San Nicolás de los Arroyos.
En 1863 trabó amistad con el pintor muralista Ignacio Manzoni, quien promovió en él la idea de explorar los colores y las perspectivas. También recibió enseñanzas de Baldassare Verazzi, pintor italiano afincado en la Argentina.
Estaba planeando un viaje de perfeccionamiento a Europa cuando estalló la Guerra del Paraguay. Se enroló como teniente en el batallón de Infantería de San Nicolás, a órdenes del coronel Juan Carlos Boerr, de la división del general Wenceslao Paunero.
Participó en los combates de Paso de la Patria e Itapirú. Durante el tiempo libre entre combates – su regimiento no participó en operaciones ofensivas en ese período – pintó varios paisajes de campamentos militares. Los envió a Buenos Aires, donde fueron vendidos y se hicieron muy populares, ya que la población estaba interesada en cualquier cosa que la acercara a la situación en el frente de combate. Posteriormente participó en las batallas de Estero Bellaco, Yataytí Corá, Boquerón y Sauce. En la Batalla de Curupayty, en septiembre de 1866, una granada le cercena parte del brazo derecho, de modo que pasó a retiro como inválido de guerra. Meses más tarde, tras la convalecencia en Corrientes, regresó a San Nicolás.
Al borde de la miseria, López comenzó a practicar pintura con su mano izquierda, aunque sólo consideró que estaba en condiciones de volver a dedicarse al arte hacia 1869. De modo que volvió a pintar, pero concentrándose en reflejar los campos de batalla y los campamentos de la Guerra del Paraguay. Más tarde vivió varios años en San Antonio de Areco y Merlo (Buenos Aires)
No obstante, no logró prosperidad económica, de modo que en 1887 envió una misiva al ex presidente Mitre, a quien le solicitó intercesión para obtener ayuda pública. Mitre en cuanto sujeto muy influyente se transformó en su comitente y le aportó un subsidio a cambio de una serie de cuadros que "documenten" la "Guerra del Paraguay". Es así que a partir de algunos de los esbozos realizados entre 1865-1870, López pintó sus principales cuadros entre 1888 y 1901. López intentó pintar unos cien cuadros, pudiendo concluir aproximadamente la mitad de la cantidad que se había propuesto.
Gran parte de estas obras aparecen con la firma Zepol, seudónimo que corresponde a la reversión de su apellido. Pasó sus últimos años en un campo que había alquilado en Baradero, provincia de Buenos Aires, donde falleció el último día de 1902.
Sus restos fueron localizados en el subsuelo de la bóveda del Círculo Militar en el Cementerio de la Recoleta.
Obra

Parece haber sido su principal intención documentar escenas de la guerra, no todas, sino determinados momentos "épicos", aunque sin ninguna grandilocuencia y ningún patrioterismo. Trató de ser "neutral" desde la perspectiva de los "aliados", y parece haberlo intentado sinceramente.
Sus cuadros bélicos curiosamente no transmiten una emotividad bélica, ni mucho menos sufrimiento; más parecen ser una serie de valiosas "postales". Cándido López parecía intentar evadir el sufrimiento pintando curiosas escenas en las que a veces su mirada buscaba reposar en el paisaje natural, impasible y neutro donde la tragedia ocurre.
Del mismo modo, los combatientes de uno y otro bando figuran más que nada como diminutas sombras en las que se mueven los colores de abigarrados y solemnes uniformes. La pintura de esa guerra es dantesca, al retratar movimientos de masas abigarradas bajo paisajes serenos y en ciertos casos de ensueño, como por ejemplo en Empedrado, entre los bellos palmares de Yatay, o bajo un arrebolado cielo -tal cual ocurre en el cuadro llamado Invernada del ejército oriental.
Llama la atención el formato inusual de sus telas apaisadas, muy horizontales, en una proporción de uno a tres – por ejemplo 40 x 105 cm ó 48,5 x 152 cm – lo cual le ha permitido figurar con gran detalle acciones simultáneas y múltiples, describiendo los escenarios naturales de los episodios, al tiempo que realiza todas las imágenes con mucha minucia, pese a las dimensiones de las obras.
Aunque inicialmente utilizó una perspectiva triangular próxima al suelo y a la escena, luego cambió a otra, que se volvería llamativa característica: la de los puntos de vista muy elevados que alejan aun más la profundidad de las perspectivas, transportando la mirada hacia distantes horizontes donde la guerra se difumina y parece quedar anonadada... por ejemplo en los suaves, apastelados colores de un atardecer como en un intento de distanciarse del drama. Sus estructuras pictóricas son sencillas y firmes: entre un plano de la tierra y otro de los cielos.
Aunque la temática principal de Cándido López en muchos puntos coincide con la de Francisco de Goya el tratamiento es completamente distinto, lo representado es completamente distinto; López quizás ha preterido omitido lo nefando de la guerra, y para hacerlo se ha ensimismado en un detallismo y una coloratura que paradójicamente ha desembocado en imágenes idealizadas con una fuerza y una mirada ingenuas. Sin embargo, la ingenuidad no le ha impedido expresar patéticos símbolos: los uniformes aparecen con sus detalles, con cada uno de los botones pero los rostros de los soldados vivos carecen de ojos y bocas... sólo los muertos tienen boca y ojos, como si la muerte fuera la que diera el irrecusable testimonio del mal. Por esto, la obra de Cándido López tiene en lo formal mucho en común con la obra del douanier Rousseau; Cándido López se incluye en la naivité (ingenuidad) y allí encontramos su curioso valor.
Sin dejar esa "ingenuidad", el otro conjunto de cuadros relevantes de López es el que corresponde a naturalezas muertas y a bodegones, allí los marcos son verticales y las figuras brillan en grupos solitarios casi chillonamente sobre fondos oscuros de matiz melancólico e intimista.

                                                                Maximiliano Reimondi



Miguel de Unamuno


Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 29 de septiembre de 1864-Salamanca, 31 de diciembre de 1936)

Familia, infancia y primeras letras

Miguel de Unamuno nació en el número 16 de la calle Ronda de Bilbao, en el barrio de las Siete Calles. Era el tercer hijo y primer varón, tras María Felisa, nacida en 1861, y María Jesusa, fallecida en 1863, del matrimonio habido entre el comerciante Félix María de Unamuno Larraza y su sobrina carnal, María Salomé Crispina Jugo Unamuno, diecisiete años más joven. Más tarde nacieron Félix Gabriel José, Susana Presentación Felisa8 y María Mercedes Higinia.
Su padre, nacido en 1823, hijo de un confitero de Vergara, emigró joven a la ciudad mexicana de Tepic. A su regreso, en 1859, gracias al capital acumulado, solicitó licencia municipal para que su horno panadero de Achuri pudiera utilizar agua del manantial Uzcorta. En 1866, cuando contaba 43 años, pidió permiso para establecer un despacho de pan en los porches de la Plaza Vieja.11 Se presentó a las elecciones municipales celebradas tras la Gloriosa, saliendo elegido por el distrito de San Juan con 120 votos. El 1 de enero de enero de 1869 juró su cargo de concejal en la sesión constitutiva del nuevo ayuntamiento.
Antes que Félix, en 1835 y debido a la guerra carlista, habían llegado a la capital vizcaína dos de sus hermanas: Benita, nacida en 1811, y Valentina, quince años menor que ella. Benita, acabada la guerra, contrajo matrimonio con José Antonio de Jugo y Erezcano, pequeño rentista natural de Ceberio, dueño con su esposa de la confitería «La Vergaresa». La más joven, Valentina, casó en 1856 con Félix Aranzadi Aramburu, quizá un antiguo trabajador de la pastelería de su padre que abrió una chocolatería en Bilbao con el mismo nombre que había tenido el negocio de sus cuñados. Félix y Valentina fueron los padrinos en el bautismo de Miguel.
Su madre, Salomé, hija única, fue bautizada en Bilbao el 25 de octubre de 1840. Poco después de los cuatro años murió su padre y su madre volvió a casarse en 1847, esta vez con José Narbaiza.
A los pocos meses de nacer, los padres de Miguel cambian de domicilio y se instalan en el segundo piso derecha de la calle de la Cruz número 7. En los bajos se halla la chocolatería de sus tíos, que viven en el primer piso. No ha cumplido todavía los seis años cuando queda huérfano de padre. Félix de Unamuno falleció el 14 de julio de 1870 en el balneario de Urberuaga, en Marquina, «de enfermedad de tisis pulmonar».
Aprendió sus primeras letras con Don Higinio en el colegio privado de San Nicolás, situado en una buhardilla de la calle del Correo. En las catequesis preparatorias para la primera comunión, en la iglesia de San Juan, conoció a quien, andando el tiempo, sería su novia y esposa: Concepción Lizárraga, Concha.
Al acabar sus primeros estudios en el colegio de San Nicolás y a punto de entrar en el instituto, asistió como testigo al asedio de su ciudad durante la Tercera Guerra Carlista, lo que luego reflejará en su primera novela, Paz en la guerra. Al mando del general Elío, la villa quedó sitiada por las tropas carlistas desde el 28 de diciembre de 1873. A partir de febrero de 1874, la situación se agravó al quedar interrumpido cualquier abastecimiento a través de la ría y, por último, el día 21 del mismo mes comenzó el bombardeo de Bilbao. El sitio finalizó el 2 de mayo de 1874 con la entrada de las tropas liberales al mando del general Gutiérrez de la Concha. Para sus biógrafos, esta experiencia de la guerra civil marcó su tránsito de la infancia a la adolescencia.

Bachillerato

La siguiente etapa en la vida académica de Unamuno comenzó el 11 de septiembre de 1875, fecha en la que realizó su examen de ingreso en el Instituto Vizcaíno  para cursar el Bachillerato, prueba en la que obtuvo la calificación de «Aprobado», y no se presentó al examen de premio. Tanto el examen de ingreso como el primer curso tuvo que realizarlos en el antiguo colegio de la calle del Correo, ya que el Instituto, durante la guerra, había sido convertido en hospital militar. Santos Barrón fue su profesor de Latín y Castellano, y Genaro Carreño de Geografía universal. Obtuvo la calificación de notable en las tres asignaturas.
Los restantes cuatro cursos los realizó en el Instituto. En general, le disgustaba el método de aprendizaje memorístico que se aplicaba en casi todas las asignaturas y le aburrían, en particular, las clases de Latín, Historia, Geografía y Retórica. No tuvo ningún problema con la Aritmética, la Física, la Geometría o la Trigonometría, y disfrutaba con el Álgebra. También le agradó la Filosofía, que agrupaba entonces en cuarto curso fundamentos de Psicología, Lógica y Ética, a pesar de que no apreciaba la didáctica de su profesor, el sacerdote Félix Azcuénaga. En esas clases podía hacer gala de su talento de orador rivalizando a menudo con su compañero, Andrés Oñate. Por último, en las asignaturas impartidas por Fernando Mieg, Historia Natural, Fisiología e Higiene, logró sendos sobresalientes, probable consecuencia del sistema pedagógico utilizado por el catedrático que sabía despertar la curiosidad y el interés de sus alumnos. Como dice, literalmente, su expediente, «con fecha 19 y 21 de junio de 1880 fue aprobado en los ejercicios del grado de Bachiller en Artes, en 17 de agosto del mismo se le expidió el título por el Sr. Rector de este distrito y en 30 del mismo mes recibió el dicho título.»
Buen dibujante, estudió en el taller bilbaíno de Antonio Lecuona, pero, como él mismo confesó, la falta de dominio sobre el color le hizo desistir de una carrera artística.

Estudios universitarios

En septiembre de 1880 se traslada a la Universidad de Madrid para estudiar Filosofía y Letras. El 21 de junio de 1883, a sus diecinueve años, finaliza sus estudios y realiza el examen de Grado de dicha licenciatura obteniendo la calificación de sobresaliente. Al año siguiente, el 20 de junio, se doctora con una tesis sobre la lengua vasca: Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca.34 En ella anticipa su idea sobre el origen de los vascos, idea contraria a la que en los años venideros irá gestando el nacionalismo vasco, recién fundado por los hermanos Arana Goiri, que propugnará una raza vasca no contaminada por otras razas.
En 1884 comienza a trabajar en un colegio como profesor de latín y psicología, publica un artículo titulado «Del elemento alienígena en el idioma vasco» y otro costumbrista, «Guernica», aumentando su colaboración en 1886 con el Noticiero de Bilbao.
En 1888, oposita en Madrid a la cátedra de Psicología, Lógica y Ética vacante en el Instituto de Bilbao y, mientras se halla en la capital por este motivo, la Diputación de Vizcaya convoca una plaza de profesor interino de lengua vascongada en el mismo instituto con «asignación anual de mil quinientas pesetas». Se presenta a esta última junto con Pedro Alberdi, Eustaquio Madina, Sabino Arana y el novelista y folclorista Resurrección María de Azkue, adjudicándose la plaza a éste último. El primer informe presentado por el Secretario de la Diputación hizo constar que, de los cinco candidatos, sólo Unamuno y Azkue contaban con título profesional. El primero, doctor en Filosofía y Letras y el segundo, Bachiller en Teología. Según Sabino Arana, la adjudicación se debió al «Diputado Larrazabal, amigo de Azkue y amigo de mi difunto padre, (que) me escribió suplicándome retirara la solicitud, para que el nombramiento recayera en Azkue, joven clérigo despejado que tenía que sostener a su madre y hermanas y al efecto y para desplegar sus facultades deseaba establecerse en Bilbao».
Polemizó con Arana, que iniciaba su actividad nacionalista, ya que consideraba a Unamuno como vasco pero «españolista» debido a que Unamuno, que ya había escrito algunas obras en euskera, consideraba que ese idioma estaba próximo a desaparecer y que el bilingüismo no era posible. «El vascuence y el castellano son incompatibles dígase lo que se quiera, y si caben individuos no caben pueblos bilingües. Es éste de la bilingüidad un estado transitorio».
En 1889 prepara otras oposiciones y viaja a Suiza, Italia y Francia, donde se celebra la Exposición Universal y se inaugura la torre Eiffel.
El 31 de enero de 1891 se casa con Concha Lizárraga, de la que estaba enamorado desde niño y con quien tuvo nueve hijos: Fernando, Pablo, Raimundo, Salomé, Felisa, José, María, Rafael y Ramón. Salomé se casó más tarde con el poeta José María Quiroga Plá. Unamuno pasa los meses invernales de ese año dedicado a la preparación de las oposiciones para una cátedra de griego en la Universidad de Salamanca, una materia menos controvertida, la cual obtiene. Con motivo de estas oposiciones, entabla amistad con el granadino Ángel Ganivet, amistad que se irá intensificando hasta el suicidio de aquél en 1898.
El 11 de octubre de 1894 ingresa en la Agrupación Socialista de Bilbao y colabora en el semanario Lucha de clases de esta ciudad, abandonando el partido socialista en 1897 y sufriendo una gran depresión.
Desde los inicios de su estancia en Salamanca, participó activamente en su vida cultural, y se hizo habitual su presencia en la terraza del Café literario Novelty, al lado del ayuntamiento, costumbre que mantuvo hasta 1936. Desde aquella terraza, cuando a Unamuno, refiriéndose a la Plaza Mayor de Salamanca, le preguntaban si era un cuadrado perfecto o no, él afirmaba: «Es un cuadrilátero. Irregular, pero asombrosamente armónico».
En 1900 fue nombrado, con sólo 36 años de edad, rector de la Universidad de Salamanca por primera vez, cargo que llegó a ostentar tres veces.

Represalias políticas y destierro durante la dictadura

En 1914 el ministro de Instrucción Pública lo destituye del rectorado por razones políticas, convirtiéndose Unamuno en mártir de la oposición liberal.
En 1920 es elegido por sus compañeros decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Es condenado a dieciséis años de prisión por injurias al Rey, pero la sentencia no llegó a cumplirse.
En 1921 es nombrado vicerrector. Sus constantes ataques al rey y al dictador Primo de Rivera hacen que éste lo destituya nuevamente y lo destierre a Fuerteventura en febrero de 1924. El 9 de julio es indultado, pero se destierra voluntariamente a Francia; primero a París y, al poco tiempo, a Hendaya, en el País Vasco francés. Se queda hasta el año 1930, año en el que cae el régimen de Primo de Rivera. A su vuelta a Salamanca, entró en la ciudad con un recibimiento apoteósico.

La República

Miguel de Unamuno se presenta candidato a concejal por la conjunción republicano-socialista para las elecciones del 12 de abril de 1931, resultando elegido. Unamuno proclama el 14 de abril la República en Salamanca. Desde el balcón del ayuntamiento, el filósofo declara que comienza «una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido». La República le repone en el cargo de Rector de la Universidad salmantina. Se presenta a las elecciones a Cortes y es elegido diputado como independiente por la candidatura de la conjunción republicano-socialista en Salamanca. Sin embargo, el escritor e intelectual, que en 1931 había dicho que él había contribuido más que ningún otro español —con su pluma, con su oposición al rey y al dictador, con su exilio...— al advenimiento de la República, empieza a desencantarse. En 1933 decide no presentarse a la reelección. Al año siguiente se jubila de su actividad docente y es nombrado Rector vitalicio, a título honorífico, de la Universidad de Salamanca, que crea una cátedra con su nombre. En 1935 es nombrado ciudadano de honor de la República. Fruto de su desencanto, expresa públicamente sus críticas a la reforma agraria, la política religiosa, la clase política, el gobierno y a Manuel Azaña.

La Guerra Civil

Al iniciarse la guerra civil, apoyó inicialmente a los rebeldes. Unamuno quiso ver en los militares alzados a un conjunto de regeneracionistas autoritarios dispuestos a encauzar la deriva del país. Cuando el 19 de julio la práctica totalidad del consistorio salmantino es destituida por las nuevas autoridades y sustituida por personas adeptas, Unamuno acepta el acta de concejal que le ofrece el nuevo alcalde, el comandante Del Valle. En el verano de 1936 hace un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana, lo que causa tristeza y horror en el mundo, según el historiador Fernando García de Cortázar. Azaña lo destituye, pero el gobierno de Burgos le repone de nuevo en el cargo. Sin embargo, el entusiasmo por la sublevación pronto se torna en desengaño, especialmente ante el cariz que toma la represión en Salamanca. En sus bolsillos se amontonan las cartas de mujeres de amigos, conocidos y desconocidos, que le piden que interceda por sus maridos encarcelados, torturados y fusilados. A finales de julio, sus amigos salmantinos, Prieto Carrasco, alcalde republicano de Salamanca y José Andrés y Manso, diputado socialista, habían sido asesinados, y su alumno predilecto y rector de la Universidad de Granada, Salvador Vila Hernández, detenido el 7 de octubre. En la cárcel se hallaban también recluidos sus íntimos amigos el doctor Filiberto Villalobos y el periodista José Sánchez Gómez, este a la espera de ser fusilado. Su también amigo, el pastor de la Iglesia anglicana y masón Atilano Coco, estaba amenazado de muerte y de hecho fue fusilado en diciembre de 1936. A principios de octubre, Unamuno visitó a Franco en el palacio episcopal para suplicar inútilmente clemencia para sus amigos presos. Salvador Vila fue asesinado el 22 de octubre.

El incidente de la Universidad de Salamanca

Unamuno se arrepintió públicamente de su apoyo a la sublevación. El 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad, durante el acto de apertura del curso académico que coincidía con la celebración de la Fiesta de la Raza, se preparó concienzudamente el escenario para lo que debía de ser un acto «religioso, patriótico y una demostración solemne de la España nacional».44 Unamuno preside la ceremonia como rector y lleva anotados en el dorso del sobre de la carta de súplica que le ha remitido la esposa de Atilano Coco, el orden de intervención previsto para los cuatro oradores que han de tomar la palabra. Primero, José María Ramos Loscertales, segundo, el dominico Vicente Beltrán de Heredia y Ruiz de Alegría, después Francisco Maldonado de Guevara y, finalmente, José María Pemán. Los dos primeros glosaron «el Imperio español y las esencias históricas de la raza». Maldonado, por su parte, lanzó un furibundo ataque contra Cataluña y el País Vasco, calificándolas de «anti-España» y de cánceres en el cuerpo sano de la nación; el fascismo, sanador de España, sabrá como exterminarlos, «cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos». Reutilizando términos originales del obispo Pla y Deniel, elogió el papel del Ejército que se había empeñado con éxito en una nueva y verdadera «cruzada nacional» y afirmó que catalanes y vascos, «los mayores en riqueza y responsabilidad, y explotadores del hombre y del nombre español, [...] a costa de los demás han estado viviendo hasta ahora, en medio de este mundo necesitado y miserable de la postguerra, en un paraíso de la fiscalidad y de los altos salarios». Pemán, finalmente, acabó su discurso intentando enardecer a sus oyentes: «Muchachos de España, hagamos cada uno en cada pecho un Alcázar de Toledo».
Unamuno, saliendo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, después del incidente con Millán-Astray.
Millán-Astray responde con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: «¡España!»; «¡una!», responden los asistentes. «¡España!», vuelve a exclamar Millán-Astray; «¡grande!», replica el auditorio. «¡España!», finaliza el general; «¡libre!», concluyen los congregados. Después, un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange, hizo el saludo fascista, brazo derecho en alto, al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared.
Respecto al contenido de la intervención de Unamuno y el momento exacto en que se produjo, lo cierto es que nada se sabe con certeza, ya que no se dispone de ningún registro grabado o escrito de la misma. Lo que existen son varias reconstrucciones de lo sucedido aquel día. Una de las más extendidas es la versión que Luis Gabriel Portillo publicó en la revista Horizon en 1941 y que recogió el hispanista inglés Hugh Thomas en su obra La guerra civil española, de amplia difusión posterior. Según Portillo, la reacción de Unamuno fue como sigue:
Un indignado Unamuno, que había estado tomando apuntes sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso: «Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis...»
En este punto, el general José Millán-Astray (el cual sentía una profunda enemistad por Unamuno), empezó a gritar: «¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?». Su escolta presentó armas y alguien del público gritó: «¡Viva la muerte!» (lema de la Legión). Millán habló: «¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!». Se excitó de tal modo hasta el punto que no pudo seguir hablando. Pensando, se cuadró mientras se oían gritos de «¡Viva España!». Se produjo un silencio mortal y unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno, que dijo: «Acabo de oír el necrófilo e insensato grito "¡Viva la muerte!". Esto me suena lo mismo que "¡Muera la vida!". Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán-Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada (...)».
A continuación, con el público asistente encolerizado contra Unamuno y lanzándole todo tipo de insultos, algunos oficiales echaron mano de las pistolas... pero se libró gracias a la intervención de Carmen Polo de Franco, quien agarrándose a su brazo lo acompañó hasta su domicilio. Ese mismo día, la corporación municipal se reunió de forma secreta y expulsó a Unamuno. El proponente, el concejal Rubio Polo, reclamó su expulsión «...por España, en fin, apuñalada traidoramente por la pseudo-intelectualidad liberal-masónica cuya vida y pensamiento [...] sólo en la voluntad de venganza se mantuvo firme, en todo lo demás fue tornadiza, sinuosa y oscilante, no tuvo criterio, sino pasiones; no asentó afirmaciones, sino propuso dudas corrosivas; quiso conciliar lo inconciliable, el Catolicismo y la Reforma; y fue, añado yo, la envenenadora, la celestina de las inteligencias y las voluntades vírgenes de varias generaciones de escolares en Academias, Ateneos y Universidades». El 22 de octubre de 1936, Franco firma el decreto de destitución de Unamuno como rector. El 7 de octubre de 2011, el pleno del Ayuntamiento de Salamanca, a propuesta del grupo socialista, restituyó póstumamente a Unamuno el acta de concejal que le fue arrebatada en sesión secreta el 13 de octubre de 1936.

Los últimos días

Los últimos días de vida (de octubre a diciembre de 1936) los pasó bajo arresto domiciliario en su casa, en un estado, en palabras de Fernando García de Cortázar, de resignada desolación, desesperación y soledad.
Murió repentinamente, en su domicilio salmantino de la calle Bordadores, la tarde del 31 de diciembre de 1936, durante la visita que le hizo el falangista Bartolomé Aragón, antiguo alumno y profesor auxiliar de la Facultad de Derecho. A pesar de su virtual reclusión, en su funeral fue exaltado como un héroe falangista. A su muerte, Antonio Machado escribió: «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca y no lo creeré jamás». 


                                                                                 Maximiliano Reimondi
Henri Matisse



Henri Émile Benoît Matisse (31 de diciembre de 1869 - 3 de noviembre de 1954)
Nació en Le Cateau-Cambrésis, una pequeña localidad al norte de Francia, en el seno de una familia dedicada al comercio, específicamente de droguería y semillas.1 En 1887, se trasladó a París para estudiar leyes, al tiempo que trabaja como administrativo en la corte de Le Cateau-Cambrésis.
Comenzó a pintar en 1889, cuando convaleciente de una apendicitis su madre le lleva elementos para pintar. Según dijo de este momento de su vida que descubrió una especie de paraíso.2 Y a partir de entonces decide convertirse en artista plástico, a pesar de que esto decepcionó profundamente a su padre.3 En París asistió a cursos en la Académie Julian y en 1892 ingresó en la Escuela de Bellas Artes, recibiendo clases en el taller del pintor simbolista Gustave Moreau, donde coincidió con Rouault, Camoin y Marquet, además de relacionarse también con el artista Dufy, discípulo de Pierre Bonnard.
Al carnerero de su trayectoria artística practicó el dibujo del natural en un estilo más bien tradicional, como se aprecia en El tejedor bretón, y realizó copias en el Louvre. Más adelante pasó a pintar luminosos paisajes de Córcega y de la Costa Azul, dejándose llevar por los aires impresionistas de la época, y practicó esporádicamente el divisionismo. En esta etapa tuvo como discípulo y gran amigo al pintor japonés Yoshio Aoyama (el cual ha dejado en la historia del arte el término de "azul Aoyama").
 Como estudiante de arte, su pintor más admirado fue Chardin, realizando copias de las cuatro piezas del Louvre.
En 1896 expuso cuatro lienzos en la Société Nationale des Beaux Arts con notable éxito.
Muchas de las pinturas entre 1898 y 1901 recurren al divisionismo, técnica que adopta luego de leer un aescrito de Paul Signac, "D'Eugène Delacroix au Néo-impressionisme".
Con el comienzo del siglo, lideró junto con André Derain un grupo conocido como Fauvismo. Un movimiento efímero que tuvo tres exhibiciones
La primera muestra individual la realizó en la galería Ambroise Vollard en 1904,8 con poco éxito. El uso del color se había pronunciado, por influencias de Signac y Henri Edmond Cross. Año en el que pinta su trabajo impresionista más importante, Luxe, Calme et Volupté.
En 1905, unos artistas del fauvismo exponen en el Salon d'Automne. Las pinturas expresan emoción con colores salvajes y disonantes. El crítico de arte Louis Vauxcelles dijo "Donatello au milieu des fauves!" (Donatello entre bestias salvajes), refiriendose a una escultura de tipo renancentista que estaba en el salón donde era la exposición.9
Matisse mostró Ventana abierta, Collioure (Óleo de 55,3 cm x 46 cm; 1905) y Mujer con sombrero (Óleo de 79,4 cm × 59,7 cm; 1905). La muestra en general y el material de Matisse en particular resultaron un escándalo para la época y fueron objeto de una crítica muy agresiva «The Painted Lady». 4 de abril de 2011.
En algunas de sus figuras pintadas hacia fin de siglo está presente la influencia de Cézanne, pero a partir de 1907 su estilo se hizo más definido y pintó a la manera fauve: supresión de detalles y tendencia a la simplificación, con lo que obtuvo cuadros impregnados de paz y armonía, como Lujo, calma y voluptuosidad o El marinero de la gorra. Mediante zonas de color diferenciadas, tradujo la forma de los objetos y el espacio existente entre ellos, además de introducir arabescos y crear un ritmo característico en sus cuadros, como en Las alfombras rojas. Su uso del color fue de una gran sensualidad, aunque siempre muy controlada por una metódica organización estructural. Como él mismo declaró: «Sueño con un arte de equilibrio, de tranquilidad, sin tema que inquiete o preocupe, algo así como un lenitivo, un calmante cerebral parecido a un buen sillón». Otro de sus rasgos peculiares es la sensación de bidimensionalidad de cuadros como La Habitación Roja (o Armonía en rojo) o Naturaleza muerta con berenjenas, en los que la ilusión de profundidad queda anulada mediante el uso de la misma intensidad cromática en elementos que aparecen en primer o en último plano (Taller en rojo).
En 1910 viajó a España; en Madrid visitó el Museo del Prado y su estancia en Granada y Sevilla contribuyó a acercarle a la estética oriental. En 1912 y 1913 viajó a Marruecos, donde la luz le inspiró cuadros sobre paisajes mediterráneos de gran colorido, como Los marroquíes.
 Hacia 1916 se inició un período en el que se percibe la influencia del movimiento cubista, de creciente importancia, que se traduce en un concepto más geométrico de las formas y una simplificación aún mayor, como en El pintor y su modelo.
Hacia 1917 se instaló en Niza, conoció a Renoir, y su estilo se hizo más sutil. Produjo en este período algunas de sus obras más célebres, como Ventana en Niza y la serie de las Odaliscas, donde queda claramente plasmado el gusto de Matisse por la ornamentación y el uso de arabescos. En los años siguientes viajó por Europa y Tahití, donde concibió la obra en gran formato La danza.
Hacia la década de 1940, el colorido de sus telas se tornó más atrevido, como en La blusa rumana y en el Gran interior rojo, antecedentes de los gouaches que realizó a finales de los años cuarenta, en los que cortaba y pegaba papeles coloreados. Es famosa en esta técnica su serie Jazz, de 1943-1946.
En 1950 decoró la capilla del Rosario de las dominicas de Vence, en la obra que mejor expone su tendencia simplificadora hacia formas más planas. Realizó así mismo un gran número de dibujos a pluma e ilustraciones para escritores como Mallarmé y Joyce. En cuanto a sus grabados, el número de piezas alcanza las quinientas, entre litografías, aguafuertes y xilografías. También esculpió en bronce y colaboró escribiendo artículos para distintas revistas especializadas.
En 1963 se abrió en Niza el Museo Matisse, que reúne una parte de su obra.

                                                                 Maximiliano Reimondi


martes, 30 de diciembre de 2014

Rudyard Kipling



Joseph Rudyard Kipling (Bombay, 30 de diciembre de 1865-Londres, 18 de enero de 1936)
Fue un escritor y poeta británico nacido en la India. Autor de relatos, cuentos infantiles, novelista y poeta. Se le recuerda por sus relatos y poemas sobre los soldados británicos en la India y la defensa del imperialismo occidental, así como por sus cuentos infantiles.
Algunas de sus obras más populares son la colección de relatos The Jungle Book (El libro de la selva, 1894), la novela de espionaje Kim (1901), el relato corto The Man Who Would Be King (El hombre que pudo ser rey, 1888), publicado originalmente en el volumen The Phantom Rickshaw, o los poemas Gunga Din (1892) e If— (traducido al castellano como Si..., 1895). Además varias de sus obras han sido llevadas al cine.
Fue iniciado en la masonería a los veinte años, en la logia «Esperanza y Perseverancia Nº 782» de Lahore, Punjab, India.
En su época fue respetado como poeta y se le ofreció el premio nacional de poesía Poet Laureat en 1895 (poeta laureado) la Order of Merit y el título de sir de la Order of the British Empire (Caballero de la Orden del Imperio Británico) en tres ocasiones, honores que rechazó. Sin embargo aceptó el Premio Nobel de Literatura de 1907, el primer escritor británico en recibir este galardón, y el ganador del premio Nobel de Literatura más joven hasta la fecha.

                                                 Maximiliano Reimondi


Grigori Rasputín



Grigori Yefímovich Rasputín (22 de enero de 1869-30 de diciembre de 1916)
Muchos datos sobre los primeros años de la vida de Rasputín son enormemente inseguros. Incluso era más joven de lo que creían sus contemporáneos puesto que, aunque se ha constatado que nació en 1869, antes se pensaba que lo había hecho a principios de esa década. Rasputín nació y se crio en un pequeño pueblo de Siberia Occidental llamado Pokróvskoye, que pertenecía entonces a la región de Tobolsk, actual Óblast de Tiumén, y está a unos 300 km al este de los Urales, en la orilla izquierda (norte) del río Turá. Es posible que, como era habitual entre los campesinos rusos, su nombre derivara de un seudónimo y proviniera de la palabra rasputnyi ('disoluto').
Rasputín fue singular desde su más tierna infancia, cuando se arrancaba los pañales. Le resultaba muy difícil concentrarse y no sabía relacionarse con otros niños. Según su hija, a los catorce años la idea de que «el reino de Dios está en nosotros» le hizo «correr a esconderse en el bosque, temeroso de que la gente notara que le había ocurrido algo inimaginable». Cuando se hubo recuperado, volvió a casa con «la sensación de una luminosa tristeza». Más o menos a esa edad, harto de soportar que otros niños lo llamasen «enclenque», un día se revolvió y les agredió. Aunque se arrepintió de aquello, pues no era violento, se hizo más sociable desde entonces y fue capaz de ir al mercado de Tiumén (80 km al oeste) a vender el centeno de su padre. Sin embargo, en conjunto, Rasputín siguió siendo un muchacho demasiado disperso como para convertirse en un hombre de provecho. Empezó a beber y lo detuvieron junto con otros por el robo de unos caballos. Finalmente, la asamblea rural lo absolvió, aunque los demás fueron desterrados a Siberia Oriental.
Cuando tenía alrededor de 18 años, se marchó a meditar al monasterio de Verjoturye (Óblast de Sverdlovsk), aunque también es posible que fuera enviado allí como pena por robar. Su experiencia durante los tres meses que permaneció en el recinto claustral, junto con una visión de la Virgen que presenció a la vuelta del monasterio, lo llevaron a convertirse en un místico. Ingresó poco después en una secta cristiana condenada por la Iglesia Ortodoxa Rusa conocida como jlystý ('flagelantes'), quienes creían que para llegar a la fe verdadera hacía falta el dolor. En las reuniones de esta secta, las fiestas y orgías eran constantes y Grigori se convirtió en un acérrimo integrante. El ingreso en esta congregación marcó al profeta siberiano de por vida —esto explicaría la notoria vida sexual que tuvo en años posteriores y que acabó ennegreciendo su reputación de hombre santo—. Tras abandonar la secta, conoció a un iluminado llamado Makari, quien ejerció una enorme influencia sobre Rasputín.
El 2 de enero de 1889 (según el calendario ortodoxo) se casó con Praskovia Fiódorovna Dubróvina con la que tuvo tres hijos: Dmitri (Demetrio), Maria (María) y Varvara (Bárbara). Se sabe que engendró más hijos bastardos con otras mujeres. En 1901, se marchó de su región natal y se hizo peregrino. Estuvo dos años viajando por tierras eslavas, Grecia y Tierra Santa. Aprendió mucho de historia, esoterismo, teosofía, viejas religiones y tradiciones. En 1903 volvió a Rusia. Deambuló por las calles de San Petersburgo siendo considerado como un adivino popular y empezó a albergar el objetivo de relacionarse con la familia imperial.

Influencia en la monarquía rusa

Rasputín no solo se ganó el favor de la familia real, sino que también buena parte de la aristocracia se rindió a él. Esto se debió sobre todo a su carisma personal. En la medida en que el carisma pueda explicarse, el suyo era producto de los siguientes factores: una mirada muy fija y penetrante (era de pelo castaño pero de ojos azules muy claros); un verbo fácil y calculadamente ambiguo (alguien dijo que sus frases nunca constaban de «sujeto, verbo y predicado», sino que siempre faltaba algún elemento) que parecía el de un oráculo; un gran atractivo para con las mujeres basado, además de en su físico y en su intuición, en su conocimiento de las Escrituras y en cierta tradición religiosa rusa que sigue prácticas orgiásticas como camino a Dios. Finalmente, la época de Rasputín era de romanticismo filoeslavo, y él, ruso de la profunda Siberia, recriminaba a los nobles, muy emparentados con la aristocracia europea (sobre todo con la alemana): «No tenéis una sola gota de sangre rusa».
Sin embargo, fue muy atacado por aquellos cortesanos y nobles que se sintieron amenazados en sus intereses y propagaron rumores que sirvieron de alimento para los revolucionarios enemigos del régimen zarista. El zar sólo lo toleraba en la medida que la zarina lo aceptara, aunque no había decisión del zar que no pasara por la supervisión de Rasputín. Durante la Primera Guerra Mundial fue acusado de ser un espía alemán y de influir políticamente en la zarina, que era de ascendencia alemana, en sus nombramientos ministeriales cuando el zar estuvo ausente por la guerra. Este hecho fue desastroso para la permanencia del régimen zarista.
Considerado amigo íntimo del zarévich Alexéi Nikoláievich y su «médico» personal, ya que este le proporcionaba una especie de «hipnosis curativa» y le ofrecía la seguridad que su sobreprotectora madre no podía ofrecerle, el futuro de la dinastía Románov estaba en sus manos. Si él no salvaba de la muerte al hemofílico zarévich la especulación sobre el heredero al trono quedaba abierta. Gracias a esas aparentemente milagrosas curaciones la zarina Alejandra confió ciegamente en el curandero, ya que las pruebas de sanación que le producía a su hijo eran inexplicables. Confió también en los vaticinios del monje sobre los destinos de la santa Rusia, a la cual veía Rasputín en sus visiones «envuelta en una nube negra e inmersa en un profundo y doloroso mar de lágrimas».

Asesinato de Rasputín

En el gobierno y en la corte se consideraba que la influencia de Rasputín sobre el zar y la zarina era nefasta en un momento en que la situación de la monarquía ya era crítica.5 El primer ministro Alexander Trépov le ofreció doscientos mil rublos para que regresase a Siberia y había fracasado, a principios de 1916, una tentativa de asesinato del exministro del Interior, Alexéi Jvostov. Finalmente la conjura que tuvo éxito fue la del príncipe Félix Yusúpov, en la que también estaban implicados un líder derechista de la Duma, Vladímir Purishkévich, y dos grandes duques, Dmitri Pávlovich y Nicolás Mijáilovich.
Yusúpov, Purishkévich y el gran duque Dmitri planearon atraer a Rasputín al palacio de Yusúpov con la excusa de que se reuniría con la esposa de este, la gran duquesa Irina Alexándrovna. Así, a pesar de haber recibido una advertencia previa del peligro el mismo 16 de diciembre, Rasputín se presentó en el palacio poco después de medianoche. Allí Yusúpov lo hizo esperar a la gran duquesa, mientras esta supuestamente atendía a otros invitados, en una estancia del sótano donde le sirvió vino y unos pasteles envenenados con cianuro. Exasperado porque el veneno parecía no hacer efecto, Yusúpov le disparó un tiro con una pistola Browning y lo dejó por muerto mientras se preparaba para salir a deshacerse del cadáver. No obstante, Rasputín había sobrevivido y Purishkévich, después de fallar en dos ocasiones, lo derribó con otros dos disparos y lo remató con un golpe en la sien. Después ataron el cuerpo con cadenas de hierro y lo arrojaron al río Nevá, donde fue encontrado el 18 de diciembre.
Rasputín fue enterrado en enero de 1917 junto al palacio de Tsárskoye Seló. Después de la Revolución de Febrero, su cuerpo fue desenterrado e incinerado en el bosque de Pargolovo, donde las cenizas fueron esparcidas.
Investigaciones recientes señalan que en el asesinato de Rasputín estuvo involucrado el servicio secreto británico, en donde un agente que residía por entonces en Petrogrado, llamado Oswald Rayner, bajo el mandato de otro agente llamado John Scale, participó directamente en el asesinato.


                                                                              Maximiliano Reimondi

lunes, 29 de diciembre de 2014

Leopoldo Federico



Leopoldo Federico (12 de enero de 1927 - 28 de diciembre de 2014)
Nació en el barrio del Once Ciudad de Buenos Aires. Federico fue uno de los más grandes bandoneonistas que dio el tango. Uno sus primeros trabajos, fue en el año 1944 en la orquesta de Juan Carlos Cobian. Integró las orquestas de Alfredo Gobbi y Víctor D'Amario. En el año 1946 es convocado por Osmar Maderna para integrarse en su orquesta, como primer bandoneón. En esos años, también integra las orquestas de Héctor Stamponi, Mariano Mores, Carlos Di Sarli, Horacio Salgán  y la del cantor Alberto Marino.
En el año 1952 forma dúo con Atilio Stampone, y graban con los cantores Antonio Rodríguez Lesende y Carlos Fabri, los temas: Tierrita y Criolla linda.
En 1955 fue convocado por Astor Piazzolla para formar parte de su conjunto, Octeto Buenos Aires.
En 1959 graba su primer disco como solista.
En el año 2000 nace su primer bisnieto Lautaro, un año después, el segundo: Elías. En el día 24 de diciembre de ese año falleció su hijo por problemas hepáticos. En 2005 su Orquesta obtuvo el Premio Konex de Platino como el más relevante Conjunto de Tango de la década en Argentina.
El 11 de diciembre de 2012 La Cámara de Diputados de la Nación y El Centro de Estudios de los Intereses Nacionales (CEIN) le entregó una distinción a su trayectoria.
En 1959 acompaño al frente de su orquesta a Julio Sosa, grabando 64 temas para el sello CBS Columbia. Los más grandes éxitos fueron: Cambalache, Mano a Mano, Nada, El Firulete, Que me van a hablar de Amor, En esta tarde gris, Uno, Rencor, y una original versión de La Cumparsita.

Autor

Leopoldo Federico fue el autor de los temas: Cabulero, Sentimental, Canyengue, Bandola zurdo, Capricho otoñal, Milonguero de hoy, Preludio nochero, Diagonal gris, Pájaro cantor, y muchas más composiciones.




                                                                 Maximiliano Reimondi
Jeanne-Antoinette Poisson



Jeanne-Antoinette Poisson, duquesa-marquesa de Pompadour y marquesa de Menars, con paridad francesa, conocida como Madame de Pompadour (París, 29 de diciembre de 1721 - Versalles, 15 de abril de 1764)
La joven Jeanne-Antoinette Poisson se casó en 1741 con Carlos Guillermo Le Normant d'Étiolles, sobrino de su tutor. Sus coetáneos la consideraron muy hermosa, con una pequeña boca y un rostro ovalado animado por su vivacidad. Su joven esposo se enamoró perdidamente de ella y la presentó en los círculos mundanos de París. La pareja se instaló en un castillo que puso a su disposición el rico Tournehem, en Étiolles. En 1741 nació su hijo que murió prematuramente, y en 1744 nació su hija, llamada Alexandrine.
El cardenal de Fleury, que gozaba de toda la confianza del rey y que dirigió personalmente todos los asuntos reales, murió en 1743. El círculo de influencia que comprendía a los banqueros Hermanos Pâris y al Cardenal de Tencin, su hermana la marquesa de Tencin y el mariscal Richelieu, encontró entonces del momento oportuno para situarse cerca de Luis XV. La joven Jeanne-Antoinette, que estaba próxima a los Pâris, se brindó para seducir al rey y favorecer ese acercamiento. La estrategia planificada funcionó perfectamente y sus resultados se confirmaron en 1745.

Amante real

Este año, Jeanne-Antoinette fue invitada en febrero a un baile real de máscaras que se celebró con ocasión de la boda del hijo del rey. Presentada al rey Luis XV, que cae rápidamente enamorado de ella, es presentada oficialmente en la Corte de Versalles en septiembre de 1745, convirtiéndose en su "favorita oficial". Luis XV le otorga, poco después, los marquesados de Pompadour y de Ménars, con paridad francesa. Agasajada por el rey, sus visitas a palacio menudearon hasta que Luis XV la instaló en el Palacio de Versalles. En julio, el rey le concedió el dominio de Pompadour, acompañado del título de marquesa, y la separó legalmente de su marido. El 14 de septiembre fue presentada oficialmente en la corte. Tenía 23 años. Recibió posteriormente el título de duquesa, con derecho al escabel (sentarse frente a la reina) pero nunca hizo uso de él y continuó utilizando el rango de marquesa.
Pese a que compartió la cama del rey sólo durante algunos años (sus encuentros íntimos cesaron en el invierno de 1751), nunca perdió su condición de favorita, de «amiga necesaria», de confidente hasta el final de su vida.
Para conservar su posición de favorita oficial alentó la inclinación del rey por las damitas ligeras, muy jóvenes y hermosas. Durante su «reinado» de veinte años, mantuvo unas relaciones muy cordiales con la reina. Madame de Pompadour preparaba, asimismo, todos los informes entre el rey y sus ministros, haciéndoles ir a sus apartamentos.
Apoyó la carrera del cardenal de Bernis y del duque de Choiseul, aconsejó al rey en las alianzas entre Prusia y Austria que conllevaron la Guerra de los Siete Años, la batalla de Rossbach y la pérdida de Canadá.
Con su marido, Carlos Guillermo Le Normant d'Étiolles, tuvo una hija educada a semejanza de las princesas reales, llamada Alexandrine, que deseaba casar con alguno de los numerosos bastardos de Luis XV. Pero ante su reticencia se resignó a prometerla al duque de Picquigny, hijo del duque de Chaulnes, Par de Francia y descendiente de una familia de la ilustre casa de Luynes. Alumna desde los seis años del convento de la Asunción, donde las hijas de la alta nobleza eran educadas, la joven murió a los nueve años de una peritonitis aguda. La marquesa, muy afectada, nunca se repuso de la pérdida de su única hija.
En efecto no tuvo más hijos. De su relación con el rey, Madame de Pompadour sufrió dos abortos en 1746 y 1749. Su ex marido Le Normant, en desquite, vivió con su amante, una bailarina, con la que se casó cuando la marquesa murió. Toda la familia fue encarcelada durante el Terror. Carlos Guillermo tenía entonces 74 años.
Madame de Pompadour llevó una vida muy ajetreada, organizando múltiples eventos para el rey, y murió joven de tuberculosis. También se dice que fue envenenada por Dubarry.

Impulsora de la cultura

La marquesa de Pompadour favoreció el proyecto de la Enciclopedia de Diderot y protegió a los enciclopedistas (podemos ver en su retrato, detrás, algunos tomos de L'Enciclopedie). Dio trabajo al pintor Boucher y a numerosos artesanos en la manufactura de porcelana de Sèvres. Organizó, en la corte, toda clase de espectáculos, protegió a los escritores, aprendió a bailar, grabar y a tocar la guitarra (se la puede ver retratada en la pintura de arriba con una partitura en la mano y una guitarra en el fondo). Supervisó la construcción de monumentos tales como la Plaza de la Concordia y el Pequeño Trianón. Poseía varios palacios y castillos, entre los cuales, como residencia parisina, el Hôtel d'Evreux, mucho más conocido ahora bajo el nombre de Palacio del Elíseo.
Varias leyendas rodean el personaje de la marquesa de Pompadour. Se dice que tenía una verdadera pasión por la sopa de trufas y apio bañados en tazas de chocolate ambarino «calentando los espíritus y las pasiones». Además propició el consumo del champán el cual decía que aumentaba su belleza. Se dice que la copa de champán fue modelada sobre el pecho perfecto de la marquesa. En un ámbito diferente, Madame de Pompadour, tratando de consolar el rey después de la derrota de Rossbach, hubiera hecho esta observación: «Por lo demás..., después de nosotros, que caiga el Diluvio...»).
El 15 de abril de 1764, agotada por veinte años de vida en la corte, se apagó en Versalles, a la edad de 42 años. Viendo la lluvia en el momento de la salida del ataúd de su amante de Versalles, Luis XV dijo esta cínica frase: «La marquesa no tendrá buen tiempo para su viaje.»).

                                                                   Maximiliano Reimondi


Lucio Vicente López



Lucio Vicente López (Montevideo, 13 de diciembre de 1848- Buenos Aires, 29 de diciembre de 1894)
Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional Central. Se graduó en la Universidad de Buenos Aires en 1872.
Investigador de temas históricos y jurídicos, fue miembro de la Generación del '80. Poseedor de una sólida formación clásica caracterizó a la sociedad de su tiempo como «beótica».
Vislumbró que la ferocidad de la pampa y su fácil riqueza podrían determinar imperfecciones políticas –a la manera de Beocia– y no una nueva Atenas, tal como parecía anunciar la pujanza económica experimentada por el país a fines del siglo XIX.

Periodista

Tras su retiro de la vida política, fue columnista del diario El Progreso, fundado por Domingo Faustino Sarmiento.
Simpatizó en un principio con el gobierno de Miguel Juárez Celman, aunque fue consciente de un cambio en el sistema político conservador y de la necesidad de un pronunciamiento civil, materializado en la Revolución del Parque. Tanto fue así que en 1888 aceptó y llevó a cabo la defensa del gobernador de Córdoba, Ambrosio Olmos, en el juicio político instigado por los Juárez en su contra, aunque el resultado fue adverso.

Político

Fue legislador y diputado Nacional, ejerció el cargo de Ministro de Interior durante el gobierno de Luis Sáenz Peña, e Interventor Federal de la Provincia de Buenos Aires durante un breve período de 1893 a 1894.

Denuncia por corrupción

Durante su intervención, descubrió una maniobra relacionada con la venta fraudulenta de tierras en el actual Partido de Chacabuco, en la Provincia de Buenos Aires por parte del coronel Carlos Sarmiento, secretario privado del Ministro de Guerra, el general Luis María Campos. Encargó el asunto al Ministro de Obras Públicas, Dr. Navarro Viola, quien solicitó una auditoría al Banco Hipotecario Nacional, la cual demostró que Sarmiento había vendido sus tierras sin cancelar el pago de su compra, efectuada en un remate por parte del Estado Nacional en 1887, el cual debía hacerse subdividiendo los lotes, a vender a distintos compradores y no a un único oferente. Ante las irregularidades, la operación queda anulada mediante un decreto.
López promovió una acusación criminal contra el coronel Sarmiento, quien enterado del asunto le envió una carta con términos intimidatorios. La acusación fue promovida ante los Tribunales de la Capital Federal. Patrocinó al interventor el joven abogado Manuel Montes de Oca. Ante esta demanda el coronel Sarmiento enjuició al ministro por «jactancia» ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación. El máximo tribunal se declaró sin facultades para intervenir en el caso.
El escándalo Sarmiento y las tierras de Chacabuco ocupó las primeras planas de los diarios porteños. En reiteradas ocasiones, el coronel Sarmiento envió cartas que atacaban a los editores por la excesiva cobertura del caso, quizá amparándose en el hecho de que los mandos militares y el mismísimo presidente Sáenz Peña preferían ignorar la grave acusación en su contra.
Navarro Viola contestó que tratándose de acciones o hechos privados, eran los tribunales competentes quienes debían conocer eso para ajustarse a la justicia.
Lucio Vicente López dejó su cargo en mayo de 1894.
El proceso judicial siguió y el coronel Sarmiento llegó a Buenos Aires desde su puesto de mando en el alto Uruguay, y se presentó a las autoridades que lo requerían. Hacía siete meses que existía un auto de prisión contra él. Sin embargo, no se lo detuvo, por tratarse de un alto oficial en servicio. Pero el Dr. Alcorta, de los Tribunales de La Plata, si lo hizo y lo remitió detenido al Departamento de Policía donde permanecerá tres meses preso. Fue entonces que la Cámara Segunda de Apelación dictó sentencia en los asuntos hipotecarios del coronel Sarmiento, revocando el auto de prisión y ordenando su libertad.

Duelo y muerte

Tras ser liberado, y luego de celebrar con sus adeptos, el coronel Sarmiento mediante una carta enviada al diario La Prensa, retó a un duelo a muerte a López. Éste era inexperto en el manejo de armas de fuego, pero en vista de preservar su honor al haber sido el promotor del proceso contra el militar, aceptó.
Los padrinos fueron, por parte de López, Francisco Beazley y el general Lucio V. Mansilla, todos miembros del Club del Progreso. El coronel Sarmiento hizo lo propio con el contra-almirante Daniel de Solier y el general Francisco Bosch.
La cita fue el 28 de diciembre de 1894, por la mañana, en inmediaciones del antiguo Hipódromo de Belgrano (hoy Avenida Luis María Campos). A las 11:10 se llevó a cabo la primera cuenta de pasos reglamentaria y se produjeron dos disparos. Los contendientes resultaron ilesos. Minutos más tarde se repitió el procedimiento. López cayó víctima de un disparo en el abdomen.
El 29 de diciembre, a la 1:07, Lucio Vicente López falleció.


                                                                            Maximiliano Reimondi