jueves, 29 de enero de 2015

Dublinesca (Novela)
Enrique Vila-Matas



Sinopsis

Samuel Riba se considera el último editor literario y se siente hundido desde que se retiró. Un día, tiene un sueño premonitorio que le indica claramente que el sentido de su vida pasa por Dublín. Convence entonces a unos amigos para acudir al Bloomsday y recorrer juntos el corazón mismo del Ulises de James Joyce.

Calificación: Muy buena.

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 31 de marzo de 1948)

Autor de más de una treintena de obras, que incluyen novelas, ensayos y otros tipos de narrativa y libros misceláneos. Por su obra ha sido reconocido con diversos premios, tales como el Premio Rómulo Gallegos y el Premio Médicis.


                                            Maximiliano Reimondi

miércoles, 28 de enero de 2015

MUNDO GLOBALIZADO   




Vivimos en un mundo donde existe un abanico bastante extenso de sucesos históricos, que cambiaron los paradigmas sociales. En los últimos años, las grandes potencias tomaron decisiones políticas que tuvieron consecuencias imprevisibles. Por ejemplo, el enfrentamiento de las diferentes culturas en defensa de sus territorios mediante actos terroristas que mantienen en vilo a Europa.                         

Culturas

Las culturas forman valores y motivan a gente a las acciones que se parecen desrazonables a los observadores no nativos. Los americanos son renuentes apreciar el efecto intenso de la cultura en comportamiento. Validamos el mito que el comportamiento racional dirige todas las acciones humanas. Aunque el comportamiento irracional ocurre en nuestra propia tradición, intentamos explicarla por otros medios.
 El tratamiento de la vida general e individual en detalle es una característica cultural que tiene un enorme impacto en el terrorismo. En las sociedades en donde la gente se identifica en términos de la calidad de miembro de grupo (familia, clan, tribu), puede haber una buena voluntad para sacrificarse. Ocasionalmente, los terroristas parecen ser impacientes para dar sus vidas por su organización y causa. Otros factores incluyen la manera de la cual se acanala la agresión y los conceptos de la organización social.
 Algunos sistemas políticos no tienen ningún medio no violento eficaz para que la sucesión accione. Un motivo cultural importante del terrorismo es la opinión "extranjeros” y anticipación de una amenaza a la supervivencia étnica del grupo. El miedo de la exterminación cultural conduce a la violencia. Todos los seres humanos son sensibles a las amenazas a los valores por los cuales se identifican. Éstos incluyen lenguaje, la religión, la calidad de miembro de grupo y el territorio del nativo. La posibilidad de perder cualesquiera de éstos puede accionar la defensiva.

Religión

La religión puede ser la más volátil de identificadores culturales porque abarca los valores llevados a cabo profundamente. Una amenaza para su religión pone no solamente el presente en riesgo sino su fin cultural y el futuro. Muchas religiones, incluyendo cristianismo e islamismo, han utilizado la fuerza para obtener a convertidos. El terrorismo en el nombre de la religión puede ser especialmente violento.
 Más allá del repudio de la barbarie, el reciente ataque terrorista en París obliga a reflexionar sobre el contexto y las causas de estos hechos. Sumariamente, cabe recordar que la ola terrorista tiene su origen y principal escenario en el mundo islámico de Medio Oriente y Asia. La misma expresa el fundamentalismo religioso y el conflicto hacia el interior de la propia fe, agravados por las rivalidades nacionales, los reiterados fracasos de la intervención de las grandes potencias y las disputas por el dominio de los recursos naturales, principalmente el petróleo.
 No es casual que, al mismo tiempo, prevalezcan, en esos países, condiciones extremas de subdesarrollo y pobreza, escenario de la desesperanza de una realidad agobiante. Sin alternativas ni futuro, surgen el caldo de cultivo de la violencia y las soluciones mesiánicas. Naturalmente, son jóvenes los que forman los principales cuadros operativos del terrorismo en los países de origen y quienes se solidarizan con su causa en el resto del mundo. Es previsible que mientras subsistan las condiciones actuales continuará la violencia que, en un orden mundial globalizado, es también global, como acaba de confirmarlo el ataque en París.

Pobreza

En definitiva, la pobreza extrema y la ausencia de oportunidades de mejora social, educación y calidad de vida constituyen el factor fundamental que impulsa el terrorismo e impide resolver, por la vía de la negociación y la paz, los conflictos en el interior del mundo islámico y la proyección del drama al resto del mundo. El problema se proyecta a países democráticos, como Francia, en los cuales existen etnias y credos diversos, cuya convivencia creativa y en paz es amenazada por eventuales reacciones xenófobas.
 En los países islámicos agobiados por los conflictos y el terrorismo no habrá respuestas eficaces y duraderas sin desarrollo, sin generación de empleo, educación y oportunidades. Estas son, asimismo, las condiciones necesarias para la estabilidad institucional y la solución pacífica de los conflictos. La experiencia contemporánea de los países emergentes de Asia demuestra la posibilidad de la transformación de las condiciones económicas y la mejora de los niveles de vida de centenares de millones de seres humanos cuando se ponen en marcha los procesos de gestión del conocimiento, industrialización e inclusión social.

¿Y el futuro?

Desgraciadamente, el orden económico mundial va, precisamente, en sentido contrario a lo necesario para erradicar el terrorismo y consolidar la paz. Va hacia el aumento de la desigualdad dentro de los países y, entre ellos, a la concentración de la riqueza en pocas manos, a los desequilibrios macroeconómicos generados por la especulación financiera y las políticas neoliberales que prevalecen en la Unión Europea y en la mayor parte de las economías avanzadas del Atlántico Norte.
 La ausencia, prácticamente absoluta, de cooperación internacional efectiva para resolver el problema de la desigualdad a escala global anticipa un panorama sombrío para el futuro de este siglo. Sólo el ejercicio de la fuerza es incapaz de afianzar la paz y el orden del mundo global.
 En un mundo globalizado, es una cuestión planetaria. La abismal diferencia en los niveles de vida, entre el despilfarro de una minoría y las miserias de la mayoría, se proyecta a nivel global, contagia el comportamiento social, radicaliza la protesta y fomenta el terrorismo, cuyas causas manifiestas pueden descansar en otros factores (como el fundamentalismo religioso) pero se amplifican por la desigualdad.

                                                                     Maximiliano Reimondi







Murió Joe Rígoli



           
A los 78 años murió el actor Joe Rígoli (nacido Jorge Alberto Ripoli en realidad), tras estar internado en el Sanatorio Emhsa de Mar del Plata, en terapia intensiva y en estado de coma, a causa de fuertes hemorragias internas.
El actor, además, sufría de una enfermedad pulmonar obstructiva crónica (Epoc) y en los últimos tiempos atravesaba una complicada situación económica.
"Mirá, cuando la ganás fácil, la gastás fácil. Y regalé mucho, autos, departamentos a amigos, acá, en Europa. Yo pensé que era para toda la vida. En la Argentina la última guita grande la hice con El Ratoncito Pérez, estando ya en la Casa del Teatro y cobré 250.000 pesos", contó en una de sus últimas entrevistas al diario La Capital de La Feliz.
Rígoli nació en un conventillo en el barrio de Palermo y comenzó a trabajar con apenas 14 años. Desde su primer trabajo como acomodador de sillas en un circo hasta sus últimos días en Mar del Plata donde preparaba una obra teatral, Rígoli siempre se mantuvo cerca del arte.
A principios de la década del '60 debutó en el cine en Asalto en la ciudad, de Carlos Cores y luego participó en otros doce films, como Bañeros II, la playa loca (1989), ¡Qué noche de casamiento! (1969) y El novicio rebelde (1968), entre otros. En los siguientes años trabajó en diversos programas humorísticos de España.
En nuestro país el actor se destacó en los ciclos televisivos "Viendo a Biondi", con Pepe Biondi, "La nena", donde interpretó a Coquito, y actuó junto a Marilina Ross y Osvaldo Miranda, entre otros.


Fuente: Diario “Clarín”.
Benito Quinquela Martín



Benito Quinquela Martín (Buenos Aires, 1 de marzo de 1890- ibídem, 28 de enero de 1977)
Su nombre de nacimiento fue Benito Juan Martín, fue un pintor argentino. Hijo de una madre desconocida que lo abandonó en la Casa de Niños Expósitos, siete años después fue adoptado por la familia Chinchella, dueños de una carbonería.
Quinquela Martín es considerado el pintor de puertos y es uno de los pintores más populares del país. Sus pinturas portuarias muestran la actividad, vigor y rudeza de la vida diaria en la portuaria La Boca. Le tocó trabajar de niño cargando bolsas de carbón y dichas experiencias influenciaron la visión artística de sus obras.3
Exhibió sus obras en varias exposiciones realizadas en el país y en el extranjero, logró vender varias de sus creaciones y otras tantas las donó. Con el beneficio económico obtenido por estas ventas realizó varias obras solidarias en su barrio, entre ellas una escuela-museo conocida como Escuela Pedro de Mendoza.
No tuvo una educación formal en artes sino que fue autodidacta, lo que ocasionó que la crítica no fuera siempre positiva. Usó como principal instrumento de trabajo la espátula en lugar del tradicional pincel.


                                           Maximiliano Reimondi
Bernardo de Monteagudo
(1789-1825)



Autor: Felipe Pigna

Bernardo de Monteagudo nació en Tucumán el 20 de agosto de 1789, un mes después de que estallara en París la que pasaría a la historia como la Revolución Francesa. Estudió en Córdoba y luego, como Mariano Moreno y Juan José Castelli, en la Universidad de Chuquisaca (actual Bolivia) donde, en junio de 1808, se graduó como abogado, con una tesis muy conservadora y monárquica titulada: "Sobre el origen de la sociedad y sus medios de mantenimiento". Pero vertiginosamente, al calor de los acontecimientos europeos que precipitarán las decisiones en América, sus lecturas y sus ideas se van radicalizando. Mientras Napoleón invadía España y tomaba prisionero a Fernando VII, creando un conflicto de legitimidad que será en adelante el argumento más fuerte de los patriotas para proponer el inicio de la marcha hacia la independencia, Monteagudo escribe el “Diálogo entre Fernando VII y Atahualpa”, una sátira política en la que los dos reyes se lamentan de sus reinos perdidos a manos de los invasores. El tucumano le hace decir a Fernando: “El más infame de todos los hombres vivientes, es decir, el ambicioso Napoleón, el usurpador Bonaparte, con engaños, me arrancó del dulce regazo de la patria y de mi reino, e imputándome delitos falsos y ficticios, prisionero me condujo al centro de Francia”. Atahualpa le responde: “Tus desdichas me lastiman, tanto más cuanto por propia experiencia, sé que es inmenso el dolor de quien padece quien se ve injustamente privado de su cetro y su corona.”
Allí aparece una de las primeras proclamas independentistas de la historia de esta parte del continente: “Habitantes del Perú: si desnaturalizados e insensibles habéis mirado hasta el día con semblante tranquilo y sereno la desolación e infortunio de vuestra desgraciada Patria, despertad ya del penoso letargo en que habéis estado sumergidos. Desaparezca la penosa y funesta noche de la usurpación, y amanezca luminoso y claro el día de la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la esclavitud y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de la independencia”.
Al año siguiente, exactamente el 25 de mayo de 1809, fue uno de los promotores de la rebelión  de Chuquisaca contra los abusos de la administración virreinal y a favor de un gobierno propio que sería la chispa de la Revolución que estallaría un año después en Buenos Aires. Con apenas diecinueve años de edad, será el redactor de la proclama, donde dice: “Hasta aquí hemos tolerado esta especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria, hemos visto con indiferencia por más de tres siglos inmolada nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto (se refiere a España, es claro) que degradándonos de la especie humana nos ha perpetuado por salvajes y mirados como esclavos. Hemos guardado un silencio bastante análogo a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio cierto de su humillación y ruina”. El virrey Cisneros ordenó una violenta represión que llevarán adelante Nieto, desde el sur, y Goyeneche, desde el norte. Ambos hacen una verdadera masacre y Monteagudo va a parar engrillado a la Real Cárcel de la Corte de Chuquisaca por el “abominable delito de deslealtad a la causa del rey”. El mariscal Nieto había enviado a  todos los efectivos disponibles para combatir a los patriotas, en apoyo del Capitán de Fragata José de Córdova. La ciudad universitaria había quedado virtualmente desamparada. Monteagudo, ansioso por plegarse a las filas patriotas que se acercaban decidió preparar un plan para fugarse. Alegando “tener una merienda con unas damas” en el jardín contiguo de la prisión, obtuvo la codiciada llave que le abría la puerta de salida.1 Así, el 4 de noviembre de 1810, recuperó su libertad, partió hacia Potosí, y se puso a disposición del ejército expedicionario, que al mando de Castelli, había tomado la estratégica ciudad el 25 de noviembre. El delegado de la junta, que conocía los antecedentes revolucionarios del joven tucumano, no dudó en nombrarlo su secretario.
La dupla empezó a poner nerviosos por igual a realistas y  saavedristas que veían en ellos a los “esbirros del sistema robespierriano de la Revolución Francesa”.
Monteagudo confirmó que estaba en el lugar correcto cuando fue testigo de la dureza de las medidas aplicadas por el Representante y el aplicado cumplimiento de las órdenes de Moreno que insistía: “Las circunstancias de ser europeos los que únicamente se han distinguido contra nuestro ejército en el último ataque, produce la circunstancia de sacarlos de Potosí, llegando al extremo de que no quede uno solo en aquella villa”.
Así salieron, el 13 de diciembre de 1810, los primeros 53 españoles desterrados para la ciudad de Salta. La lista fue armada personalmente por Castelli. 
El Alto Perú tenía una doble connotación para hombres como Monteagudo y Castelli. Era sin duda la amenaza más temible a la subsistencia de la revolución y era la tierra que los había visto hacerse intelectuales. Fue en las aulas y en las bibliotecas de Chuquisaca donde Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo y Juan José Castelli habían conocido la obra de Rousseau y fue en las calles y en las minas del Potosí donde habían tomado contacto con los grados más altos y perversos de la explotación humana admitida en estos términos por uno de  los principales responsables de la masacre, el Virrey Conde de Lemus: “Las piedras de Potosí y sus minerales están bañadas en sangre de indios y si se exprimiera el dinero que de ellos se saca había de brotar más sangre que plata.”2 Allí también se habían enterado de una epopeya sepultada por la historia oficial del virreinato: la gran rebelión tupamarista. Fueron los indios los que les hicieron saber que hubo un breve tiempo de dignidad y justicia y que guardaban aquellos recuerdos como un tesoro, como una herencia que debían transmitir de padres a hijos para que nadie olvidara lo que los mandones soñaban que nunca había ocurrido.
El 14 de diciembre de 1810, Castelli firmó la sentencia que condenaba a muerte a los enemigos de la revolución y principales ejecutores de las masacres de Chuquisaca y La Paz, recientemente capturados por las fuerzas patriotas. A las nueve de la noche fueron puestos en capilla, destinándoseles habitaciones separadas para que “pudiesen prepararse a morir cristianamente”.
El día 15, en la Plaza Mayor de la imperial villa, entre las 10 y 11 horas de la mañana, se ejecutó la sentencia, previa lectura en alta voz que de la misma se hizo a los reos, hincados delante de las banderas de los regimientos.
Entre los espectadores que rodeaban el patíbulo, hubo uno que siguió ansioso el desarrollo de la escena. Bernardo de Monteagudo, que había visto las masacres perpetradas por Paula Sanz y Nieto apenas un año atrás en Chuquisaca, no olvidará nunca el episodio que sus ojos contemplaron:
“¡Oh, sombras ilustres de los dignos ciudadanos Victorio y Gregorio Lanza!3 ¡Oh, vosotros todos los que descansáis en esos sepulcros solitarios! Levantad la cabeza: Yo lo he visto expiar sus crímenes y me he acercado con placer a los patíbulos de Sanz, Nieto y Córdova, para observar los efectos de la ira de la patria y bendecirla con su triunfo”4.
Cumpliendo con las órdenes de la junta, Castelli había iniciado conversaciones secretas con el jefe enemigo Goyeneche para tratar de lograr una tregua. Una pieza clave en las negociaciones fue Domingo Tristán, gobernador de la Paz y primo de Goyeneche. Finalmente el armisticio se firmó el 16 de mayo de 1811.
Como era de esperar, la noche del 6 de junio de 1811, las tropas de Goyeneche rompieron la tregua: una fuerza de 500 hombres atacó sorpresivamente a la avanzada patriota. Goyeneche pretendía que las que habían violado la tregua eran nuestras tropas por haberse defendido.
Los dos ejércitos velaban sus armas a cada lado del río Desaguadero, cerca del poblado de Huaqui. Las tropas de Castelli, Balcarce, Viamonte y Díaz Vélez, en la margen izquierda, sumaban 6.000 hombres. Del otro lado, Goyeneche había reunido 8.000. A las 7 de la mañana del 20 de junio de 1811 el ejército español lanzó un ataque fulminante. El desastre fue total. 
Pero aún en la derrota, aquellos hombres no se daban por vencidos. Quizás en aquellas noches de charlas interminables en los Valles andinos haya nacido el plan político que los morenistas sobrevivientes a la represión expondrían en la Sociedad Patriótica, y es muy probable que Bernardo de Monteagudo haya esbozado las primeras líneas del proyecto constitucional más moderno y justo de la época y que publicaría en la Gaceta de Buenos Aires meses después. Allí decía el tucumano: Los tribunos no tendrán algún poder ejecutivo, ni mucho menos legislativo. Su obligación será únicamente proteger la libertad, seguridad y sagrados derechos de los pueblos contra la usurpación el gobierno de alguna corporación o individuo particular, pero dando y haciéndoselos ver en sus comicios y juntas para cuyo efecto -con la previa licencia del gobierno- podrán convocar al pueblo. Pero como el gobierno puede negar esa licencia, porque ninguno quiere que sus usurpaciones sean conocidas y contradicha por los pueblos, se establece que de tres en tres meses se junte el pueblo en el primer días del mes que corresponda, para deliberar por sufragios lo que a él pertenezca según la constitución y entonces podrán exponer los tribunos lo que juzgaren necesario y conveniente en razón de su oficio a no ser que la cosa sea tan urgente que precise antes de dicho tiempo la convocación del pueblo, y no conseguida, podrá hacerlo".
Castelli fue enjuiciado y obligado a bajar a Buenos Aires para ser juzgado por la derrota de Huaqui y por su conducta calificada de “impropia” para con la Iglesia católica y los poderosos del Alto Perú. Ningún testigo confirmó los cargos formulados por los enemigos de la revolución. La nota destacada la dio el testigo Bernardo de Monteagudo cuando se le preguntó “si la fidelidad a Fernando VII fue atacada, procurándose inducir el sistema de la libertad, igualdad e independencia. Si el Dr. Castelli supo esto”. Monteagudo contestó con orgullo en homenaje a su compañero: “Se atacó formalmente el dominio ilegitimo de los reyes de España y procuró el Dr. Castelli por todos los medios directos e indirectos, propagar el sistema de igualdad e independencia.”.
Monteagudo se hizo cargo de la dirección de la Gaceta de Buenos Aires, donde escribía textos como el que sigue: “Me lisonjeo de que el bello sexo corresponderá a mis esperanzas y dará a los hombres las primeras lecciones de energía y entusiasmo por nuestra santa causa. Si ellas que por sus atractivos tienen derecho a los homenajes de la juventud, emplearan el imperio de su belleza en conquistar además de los cuerpos las mentes de los hombres, ¿qué progresos no haría nuestro sistema?”. Este artículo le valió el reto de Rivadavia, por entonces secretario del Triunvirato en estos términos: “El gobierno no le ha dado a usted la poderosa voz de su imprenta para predicar la corrupción de las niñas”. Monteagudo decide fundar su propio periódico el Mártir o Libre.
El 13 de enero de 1812 participa de la fundación de la Sociedad Patriótica y comienza a dirigir su órgano de difusión,  El Grito del Sud.  La Sociedad Patriótica junto a la recién fundada Logia de Caballeros Racionales (mal llamada Logia Lautaro) con San Martín a la cabeza participará el 8 de octubre de 1812 del derrocamiento del Primer Triunvirato y la instalación del Segundo que convocará al Congreso Constituyente que conocemos como la Asamblea del Año XIII en la que Monteagudo participará como diputado por Mendoza. La Asamblea adoptará una serie de medidas que Castelli y Monteagudo habían concretado en el Alto Perú: la abolición de los tributos de los indios; la eliminación de la Inquisición; la supresión de los títulos de nobleza y de los instrumentos de tortura.
El 10 de enero de 1815 edita el periódico El Independiente, que apoya incondicionalmente la política del director Supremo Carlos María de  Alvear. Al producirse la caída del Director, Monteagudo es desterrado y viaja a Europa. Residirá en Londres, París y en la casa de Juan Larrea en Burdeos.  Pudo regresar al país en 1817 cuando San Martín lo nombra Auditor de Guerra del ejército de los Andes con el grado de Teniente Coronel. Redactó el Acta de la Independencia de Chile que firmó O’Higgins el 1º de enero de 1818.
A comienzos de 1820 fundó en Santiago el periódico El Censor de la Revolución y participó de los preparativos de la expedición libertadora al Perú. Colaboró estrechamente con San Martín quien lo nombrará, poco después de entrar en Lima, su ministro de Guerra y Marina y, posteriormente, ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Muchas de las medidas tomadas por San Martín, como la fundación de la Biblioteca de Lima y de la Sociedad Patriótica local, fueron impulsadas por Monteagudo. Propició la expropiación de las fortunas de los españoles enemigos de la revolución: “Ya no se encuentran esos grandes propietarios que, unidos al gobierno, absorbían todos los productos de nuestro suelo; subdivididas las fortunas, hoy vive con decencia una porción considerable de americanos que no ha mucho tenían que mendigar al amparo de los españoles”.
El 25 de julio de 1822, mientras San Martín se encaminaba hacia Guayaquil (actual Ecuador) para entrevistarse con Bolívar, se produjo un golpe contra Monteagudo en Lima. El alzamiento fue promovido por los sectores más conservadores, que encontraron eco en el Cabildo de la ciudad virreinal y consiguieron la destitución y la deportación del colaborador de San Martín. Monteagudo se radicó por algún tiempo en Quito, tras ser un testigo privilegiado de la decisión de San Martín de renunciar a sus cargos y delegar el mando de sus tropas en Bolívar. El libertador venezolano lo incorporó a su círculo íntimo y le confió la tarea de preparar la reunión del Congreso anfictiónico que debía reunirse en Panamá para concretar la ansiada unidad latinoamericana. Pero entre la gente más cercana a Bolívar había importantes enemigos de Monteagudo, como el secretario del Libertador, el republicano José Sánchez Carrió, que desconfiaba del tucumano porque lo creía un monárquico. Estaba ocupado y entusiasmado en la concreción de aquel sueño de la Confederación sudamericana, cuando recibió un anónimo que decía: “Zambo Monteagudo, de esta no te desquitas”. Sin darle la menor importancia a la amenaza, la noche del 28 de enero de 1825 iba con sus mejores ropas a visitar a su amante, Juanita Salguero, cuando fue sorprendido  frente al convento de San Juan de Dios de Lima por Ramón Moreira  y Candelario Espinosa, quien le hundió un puñal en el pecho. Un vecino del lugar, Mariano Billinghurst, acudió al lugar y trató de auxiliarlo ordenando su traslado al convento, donde fue atendido por un cirujano y un boticario que nada pudieron hacer para salvar su vida.
Espinosa fue detenido y Bolívar lo interrogó personalmente para saber quién lo había contratado para matar a Monteagudo, pero el sicario mantuvo el secreto. Según distintas versiones nunca confirmadas, el instigador del crimen fue Sánchez Carrió quien poco tiempo después murió envenenado.
Varios años después, el 25 de abril de 1833, San Martín le escribía a su amigo Mariano Álvarez, residente en Lima, diciéndole que debía hacerle “…una pregunta sobre la cual hace años deseo tener una solución verídica y nadie como usted puede dármela, con datos más positivos, tanto por su carácter como por la posición de su empleo. Se trata del asesinato de Monteagudo: no ha habido una sola persona que venga del Perú, Chile o Buenos Aires, a quien no haya interrogado sobre el asunto, pero cada uno me ha dado una diferente versión; los unos lo atribuyen a Sánchez Carrió, los otros a unos españoles, otro a un coronel celoso de su mujer. Algunos dicen que este hecho se halla cubierto de un velo impenetrable, en fin, hasta el mismo Bolívar no se ha libertado de esta inicua imputación, tanto más grosera cuanto que prescindiendo de su carácter particular incapaz de tal bajeza, estaba en su arbitrio si la presencia de un Monteagudo le hubiese sido embarazosa, separarlo de su lado, sin recurrir a un crimen, que en mi opinión jamás se cometen sin un objeto particular”.
Monteagudo, previendo a sus críticos contemporáneos y futuros publicó en La Gaceta de Buenos Aires: “Sé que mi intención será siempre un problema para unos, mi conducta un escándalo para otros y mis esfuerzos una prueba de heroísmo en el concepto de algunos, me importa todo muy poco, y no me olvidaré lo que decía Sócrates, los que sirven a la Patria deben contarse felices si antes de elevarles altares no le levantan cadalsos”.

Referencias:
1 Documentación original en poder de G. René Moreno. Cfr. MARIANO A.PELLIZA, Monteagudo, su vida y sus escritos. Buenos Aires, 1880.
2 El Conde de Lemus a Su Majestad, en Contrarréplica a Victorian de Villava; en Ricardo Levene, Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno, Apéndice, Buenos Aires, Peuser, 1960.
3 Revolucionarios asesinados por Nieto y Paula Sanz

4 BERNARDO MONTEAGUDO: Ensayo sobre la Revolución del Río de la Plata desde el 25 de Mayo de 1809, en Mártir o Libre, Buenos Aires, 1812.
Julián Aguirre



Julián Antonio Tomás Aguirre (Buenos Aires, 28 de enero de 1868 - † Buenos Aires, 13 de agosto de 1924)
De niño se trasladó con su familia a Madrid, donde estudió piano, armonía y contrapunto en el Conservatorio Real de Madrid, siendo discípulo de Emilio Arrieta y Carlos Beck. Más tarde recibió formación complementaria en París. Posteriormente ejerció la docencia en su ciudad natal, donde en 1916 fundó la Escuela Argentina de Música.
Su labor pedagógica como crítico musical en diversas publicaciones argentinas del momento resultó, asimismo, particularmente relevante.
Iniciador del nacionalismo folklórico en la música de su país, fue el primer compositor argentino que buscó inspiración en la música vernácula, desprendiéndose de las formas técnicas impuestas por el verismo y el wagnerismo en boga, aunque sin librarse totalmente de la influencia romántica de España. Su condición y su preferencia por explorar la intimidad lo condujeron imperceptiblemente al género de cámara.
Cabe en este sentido establecer dos etapas en su obra, particularmente en la pianística y para canto y piano, que constituye de hecho las cuatro quintas partes de su producción. La primera es de carácter universalista, bajo el influjo de los estudios efectuados en Europa tanto en la temática como en la escritura, con recuerdos de Schumann en algunos trozos como en las Intimas para piano. Hacia fines de siglo se iniciaría la segunda etapa, el período nacionalista, con los Aires criollos, los Aires populares y los Tristes, que alcanza madurez en las Canciones y Danzas para piano y en los ciclos de Canciones argentinas y Canciones escolares.
Una ley nacional del año 1926 dispuso erigir un monumento en su memoria en El Rosedal del Parque Tres de Febrero de Buenos Aires, un busto de bronce que fue costeado por subscripción pública e inaugurado en 1934.
En el año 1960 se designa al Conservatorio oficial de la localidad de Banfield con el nombre de Julián Aguirre, a fin de rendir homenaje a la memoria del ilustre compositor argentino según Res. Min. 678/60 del Ministerio de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires.
El Conservatorio Julián Aguirre, situado en la localidad de Banfield, fue fundado por Alberto Ginastera en 1951.

Obra

La obra de Aguirre incluyó tanto piezas para piano y composiciones de cámara - en las que se reflejaba la influencia de la música francesa - como versiones orquestales de temas criollos, que sometió a una profunda depuración estilística.
Entre sus composiciones más conocidas pueden citarse:

Aires nacionales argentinos
Rapsodia argentina, para violín y piano
De mi país, serie sinfónica
Aires criollos, para piano
Aires nacionales, para piano
Rapsodia Argentina, para violín y piano
Huella y gato, para piano, difundida a través de la instrumentación de Ernest Ansermet
Arre caballito
Don gato y otras canciones infantiles.
Rosas orientales, para canto y piano
El nido ausente, para canto y piano
Tu imagen, para canto y piano
Berceuse, para canto y piano
Serenata campera, para canto y piano
Balada, para violín y piano
Sonata y Nocturno, para violín y piano


                                                            Maximiliano Reimondi

domingo, 25 de enero de 2015

José Luis Cabezas



El crimen

Su cadáver calcinado fue hallado en la localidad atlántica de General Juan Madariaga, dentro de un auto Ford Fiesta incendiado, con las manos esposadas a la espalda y dos tiros en la cabeza.
Fue después de que tomara, para la revista Noticias, las primeras fotos públicas del empresario Alfredo Yabrán, objeto de una investigación periodística sobre la presunta implicación en casos de corrupción.
El auto y la cobertura era compartida con el hoy presidente del Foro por el Periodismo Argentino (FOPEA), periodista Gabriel Michi.

Política

El asesinato ocurrió durante la gobernación de Eduardo Duhalde en la Provincia de Buenos Aires, y fue visto como un posible "mensaje mafioso" de la policía de la provincia de Buenos Aires hacia su gestión; "me tiraron un cadáver" declaró.
Por su parte el presidente Carlos Saúl Menem prometió esclarecer el caso; sin embargo recibió fuertes críticas por la posible complicidad en los presuntos negociados investigados. El caso tuvo muchísima repercusión en la Argentina, donde Cabezas sigue siendo recordado.

Juicio y desarrollo

El 2 de febrero de 2000, en juicio oral y público, fueron condenados a prisión perpetua los cuatro integrantes de la banda "Los Horneros": Horacio Braga, José Auge, Sergio González y Héctor Retana, así como a Gregorio Ríos, jefe de Seguridad de Yabrán, y los policías Sergio Camaratta, Aníbal Luna y Gustavo Prellezo.


Destino de los implicados:

Gustavo Prellezo, policía, fue condenado a perpetua pero, el 23 de septiembre de 2010 por cuestiones de salud, fue beneficiado con prisión domiciliaria.
Miguel Retana, condenado, enfermo de SIDA, murió en prisión.
Sergio Camaratta y Aníbal Luna, ambos policías de Pinamar, fueron condenados a prisión perpetua.
Gregorio Ríos, jefe de custodia de Alfredo Yabrán, fue condenado como instigador del crimen y se le rechazó la excarcelación en diciembre de 2006; su condena a perpetua cambió a 27 años, en su último período en prisión domiciliaria.
José Luis Auge, condenado, fue liberado en 2004.
Sergio Gustavo González, condenado a cadena perpetua, fue liberado hacia febrero de 2006 por reducción de pena a 20 años; tal reducción habrá de ser revocada por la Corte Suprema de Justicia de Argentina.
Horacio Anselmo Braga fue condenado a 18 años y liberado el 25 de enero de 2007; varios factores influyeron: se benefició con el 2 por 1 (se computa doble cada año de proceso sin condena), obtuvo resultados favorables en los informes psiquiátricos, presentó buena conducta, y pagó una fianza de 20.000 pesos para salir de la Penitenciaría número 9. Ese día, 6.000 personas se juntaban en Pinamar para pedir justicia por Cabezas.
Alberto Gómez, (a) "la Liebre", comisario de Pinamar, condenado por haber liberado la zona para que el crimen ocurriera.
Se revocó la libertad condicional de Auge, González y Braga por haber violado sus términos: no se encontraban en los domicilios informados.

Bibliografía

*Balmaceda, Oscar - Fernández Llorente, Antonio: El caso Cabezas. Editorial Planeta, noviembre de 1997.
*Dutil, Carlos - Ragendorfer, Ricardo: La Bonaerense. Editorial Planeta, 1997.
*Sdrech, Enrique - Colominas, Norberto: Cabezas. Crimen, mafia y poder. Editorial Atuel, 1997.

                                                                Maximiliano Reimondi


                 
Muere asesinado en alta mar el doctor Mariano Moreno
Autor: Felipe Pigna



El 24 de enero de 1811 Mariano Moreno se embarcó en la escuna 1 inglesa Misletoe, que lo trasladará hacia la fragata  también inglesa Fama, contratada por los agentes de Saavedra, donde lo esperan sus dos secretarios, su hermano Manuel y su  amigo Tomás Guido. A poco de partir, Moreno, que nunca había gozado de buena salud, se sintió enfermo y le comentó a sus acompañantes: “Algo funesto se anuncia en este viaje...”. Dedicaba los pocas horas en las que se sentía medianamente bien a traducir del inglés un curioso libro: El viaje del joven Anacarsis a la Grecia, de Juan Jacobo Barthelemy. Anacarsis, un filósofo griego del siglo V antes de Cristo, había dicho: “los hombres sabios discuten los problemas: los necios los deciden”.
Siguiendo con la filosofía griega, es muy significativo como comienza Manuel Moreno el relato de la muerte de su hermano: “El doctor Moreno vio venir su muerte con la serenidad de Sócrates”. Vale la pena recordar que en el año 399 antes de Cristo Sócrates fue acusado de despreciar a los dioses del Estado, de introducir nuevas deidades y corromper a la juventud. Platón, en su Apología de Sócrates, cuenta que Sócrates fue condenado a muerte por un tribunal muy dividido y por escasa mayoría, pero que cuando en su alegato el gran filósofo ofreció pagar por su vida una cifra miserable porque, según su opinión, eso era lo que valía para el Estado un filósofo, el jurado se sintió ofendido y lo sentenció a beber la cicuta por amplia mayoría. Los amigos de Sócrates, entre los que se contaba su gran discípulo Platón, le propusieron fugarse, pero el maestro prefirió acatar la ley y morir envenenado.
Mientras continuaban los padecimientos de Moreno en alta mar, en Buenos Aires el gobierno porteño de Saavedra y Funes firmaba un contrato con un tal David Curtis de Forest el 9 de febrero de 1811, es decir, quince días después de la partida del ex secretario de la Junta de Mayo, adjudicándole una misión idéntica a la de Moreno para  el equipamiento del incipiente ejército nacional. En el artículo 5 del documento se establecía que “para poner en ejecución el convenio deberá Mr. Curtis ponerse antes de acuerdo con el enviado de esta Junta a la Corte de Londres, señor doctor Mariano Moreno, cuya aprobación será requisito necesario para que los comprometimientos de Mr. Curtis obtengan los de esta Junta”. El artículo sexto determinaba que los pagos por sus servicios deberían ser certificados por el doctor Moreno. Y aquí viene lo mejor: en el artículo 11 de este documento se aclaraba con una previsión no frecuente en nuestros gobernantes “que si el señor doctor don Mariano Moreno hubiere fallecido, o por algún accidente imprevisto no se hallare en Inglaterra, deberá entenderse Mr. Curtís con don Aniceto Padilla en los mismos términos que lo habría hecho el doctor Moreno”.
Padilla, que había colaborado en la fuga de Beresford en 1807, fue  designado por la Junta en septiembre de 1810 para comprar armas en Londres. Era socio de Curtis y juntos montaron una operación de compra ilegal de armas a través del traficante francés Charles Dumoriez presentado a Padilla por Saavedra ya que Inglaterra no podía aparecer vendiendo armas a Buenos Aires que serían usadas contra su aliada España. Al embarcarse Moreno el negocio ya estaba cerrado. En una carta dirigida a Saavedra, Dumouriez le pide que confíe plenamente en Padilla evitando que evite nombrar nuevos agentes “que pueden embarazar lejos de beneficiar nuestros negocios aquí” y que recuerde que “en un país donde el dinero es el móvil universal, es necesario que le abráis un crédito discrecional (a Padilla) sobre los banqueros de Londres para que pueda hacer frente ya a  compromisos, ya a gastos imprevistos o secretos”.
Quedaban muy pocas dudas de que Moreno objetaría los términos económicos del acuerdo y las abultadas comisiones de los intermediarios, como lo hará efectivamente su hermano Manuel al llegar a Londres, que llamará a Padilla “bribón, miserable parásito e intrigante”. Ya eran varios a los que no les convenía que Mariano Moreno llegara a destino.
Los regidores del Cabildo de Buenos Aires emitieron un oficio en el que decían que “la lectura de la reimpresión del Contrato Social de Rousseau, ordenada por el doctor Moreno, no sólo no es útil sino más bien perjudicial” y declaraba “superflua la compra de 200 ejemplares de la obra”.
“Desde antes de embarcarse, -sigue narrando Manuel Moreno- la salud del doctor Moreno se hallaba grandemente injuriada por la incesante fatiga en los asuntos políticos. Los últimos disgustos abatieron considerablemente su espíritu y la idea de la ingratitud se presentaba de continuo a su imaginación, con una fuerza que no podía menos de perjudicar su constitución física. En vano era que la reflexión ocurría a aliviar las fuertes impresiones causadas en su honor por el ataque injusto de las pasiones vergonzosas de sus contrarios. La extrema sensibilidad le hacía insoportable la más pequeña sombra de la irregularidad absurda que se atribuía oscuramente a sus operaciones. No pudiendo proporcionarse a sus padecimientos ninguno de los remedios del arte –continúa Manuel Moreno-, ya no nos quedaba otra esperanza de conservar sus preciosos días, que en la prontitud de la navegación; mas por desgracia tuvimos ésta extraordinariamente morosa, y todas las instancias hechas al capitán para que arribase al Janeiro [Río de Janeiro] o al Cabo de Buena Esperanza, no fueron escuchadas.”
El Capitán del  Fame, Walter Bathurst, se mostró hostil durante todo el viaje y se negó rotundamente a acceder a los pedidos humanitarios de los secretarios de Moreno de permitirles descender en el puerto más cercano. Ante las demandas permanentes de calmantes y ante la ausencia de un médico en la tripulación, a escondidas, el capitán le daba unas misteriosas gotas de un supuesto remedio, pero lo cierto era que Moreno estaba cada vez peor. Finalmente en la madrugada del 4 de marzo de 1811 el misterioso capitán le suministró un vaso de agua con 4 gramos de antimonio tartarizado.
El doctor Manuel Litter, en su libro Farmacología, dice que el antimonio es un metal pesado que se asemeja al arsénico y señala que la ingestión de una dosis de 0,15 gramos puede ser mortal (a Moreno le dieron casi 40 veces esa proporción). Dice Litter que los síntomas son similares a los provocados por el arsénico.
Así lo cuenta Manuel recordando el episodio en 1836, ya con su título de médico a cuestas: "El accidente mortal, que cortó esta vida, fue causado por una dosis excesiva de emético, que le administró el capitán en un vaso de agua, una tarde que lo halló sólo y postrado en su gabinete. Es circunstancia grave haber sorprendido al paciente con que era una medicina ligera y restaurante sin expresar cuál, ni avisar o consultar a la comitiva antes de presentársela. Si el Dr. Moreno hubiese sabido se le daba a la vez tal cantidad de esta sustancia, sin duda no la hubiese tomado, pues a vista del estrago que le causó, y revelado el hecho, dijo que su constitución no admitía sino la cuarta parte (de la dosis), y que se reputaba muerto. Aún quedó en duda si fue mayor la cantidad de aquella droga, y otra sustancia corrosiva la que se administró, no habiendo las circunstancias permitido la autopsia cadavérica".
A esto siguió una terrible convulsión -continúa Manuel Moreno- que apenas le dio tiempo para despedirse de su patria, de su familia y de sus amigos. Aunque quisimos estorbarlo desamparó su cama ya en este estado, y con visos de mucha agitación, acostado sobre el piso solo de la cámara, se esforzó en hacernos una exhortación admirable de nuestros deberes en el país en que íbamos a entrar, y nos dio instrucciones del modo que debíamos cumplir los encargos de la comisión, en su falta. Pidió perdón a sus amigos y enemigos de todas sus faltas; llamó al capitán y le recomendó nuestras personas; a mí en particular me recomendó, con el más vivo encarecimiento, el cuidado de su esposa inocente –con este dictado la llamó muchas veces. El último concepto que pudo producir, fueron las siguientes palabras: ‘¡Viva mi patria aunque yo perezca!’ Murió el 4 de marzo de 1811, al amanecer, a los veinte y ocho grados y siete minutos sur de la línea, en los 32 años, 6 meses y un día de su edad. Ya no pudo articular más”.
Así terminaba sus días uno de los primeros revolucionarios argentinos. Su cadáver fue arrojado al mar. Sería el primero de una larga lista.
El 9 de marzo de 1813 la Asamblea General Constituyente investigó los asuntos de los gobiernos patrios. En la causa judicial  correspondientes a la muerte de Moreno puede leerse que el oficial de la secretaría de Guerra, Pedro Jiménez, declaró que le había dicho a Moreno que se refugiara en algún lugar seguro porque “corrían voces de que se lo quería asesinar”. El prestigioso médico Juan Madera, introductor de la vacuna antivariólica y director de la Escuela de Medicina y Cirugía, declaró: “estando en Oruro por el mes de marzo de 1811, le oyó exclamar al Padre Azcurra dando gracias a Dios por la separación del doctor Moreno y como asegurando su muerte en los términos siguientes: ‘ya está embarcado y va a morir’, delante de otros varios individuos y que últimamente, ya por este dato, tan anticipado a la noticia de su muerte, que vino a saberse en el mes de octubre, y ya por la relación que le ha oído a su hermano Manuel, de la enfermedad, del emético y dosis que se le suministró por el capitán inglés y de la conducta cuidadosa que este guardó para con dicho hermano y don Tomás Guido, que lo acompañaban, como sincerándose del hecho del exceso de la dosis, está firmemente persuadido el que declara que el doctor Moreno fue muerto de intento por disposición de sus enemigos”.
Así concluía el expediente. Hasta el momento, ningún tribunal se ha expedido al respecto. Se sabe, en la Argentina la justicia suele ser lenta.
Al poco tiempo de partir Moreno hacia su destino, su esposa, Guadalupe Cuenca, que había recibido en una encomienda anónima un abanico de luto, un velo y un par de guantes negros y una nota que decía: "Estimada señora como sé que va a ser viuda, me tomo la confianza de remitir estos artículos que pronto corresponderán a su estado", comenzó a escribirle decenas de cartas a su esposo.
En una de ellas le decía:
“Moreno, si no te perjudicas procura venirte lo más pronto que puedas o hacerme llevar porque sin vos no puedo vivir. No tengo gusto para nada de considerar que estés enfermo o triste sin tener tu mujer y tu hijo que te consuelen; ¿o quizás ya habrás encontrado alguna inglesa que ocupe mi lugar? No hagas eso Moreno, cuando te tiente alguna inglesa acuérdate que tienes una mujer fiel a quien ofendes después de Dios”. La casa me parece sin gente, no tengo gusto para nada de considerar que estés enfermo o triste sin tener tu mujer y tu hijo que te consuelen y participen de tus disgustos..." (14 de marzo de 1811)
“Los han desterrado a Mendoza, a Azcuénaga y Posadas; Larrea, a San Juan; Peña, a la punta de San Luis; Vieytes, a la misma; French, Beruti, Donado, el Dr. Vieytes y Cardoso, a Patagones; hoy te mando el manifiesto para que veas cómo mienten estos infames. Del pobre Castelli hablan incendios, que ha robado, que es borracho, que hace injusticias, no saben cómo acriminarlo. Hasta han dicho que no los dejó confesarse a Nieto y los demás que pasaron por las armas en Potosí; ya está visto que los que se han sacrificado son los que salen peor que todos; el ejemplo lo tienes en vos mismo, y en estos pobres que están padeciendo después, que han trabajado tanto, y así, mi querido Moreno, ésta y no más, porque Saavedra y los pícaros como él son los que se aprovechan y no la patria, pues a mi parecer lo que vos y los demás patriotas trabajaron está perdido porque éstos no tratan sino de su interés particular, lo que concluyas con la comisión arrastraremos con nuestros huesos donde no se metan con nosotros y gozaremos de la tranquilidad que antes gozábamos.” (20 de abril de 1811)
“Ay, mi Moreno de mi corazón, no tengo vida sin vos; se fue mi alma y este cuerpo sin alma no puede vivir y si quieres que viva veníte pronto, o mándame llevar.”
“No me consuela otra cosa más que cuando me acuerdo las promesas que me hiciste los últimos días antes de tu salida, de no olvidarte de mí, de tratar de volver pronto, de quererme siempre, de serme fiel, porque a la hora que empieces a querer a alguna inglesa adiós Mariquita, ya no será ella la que ocupe ni un instante tu corazón, y yo estaré llorando como estoy, y sufriendo tu separación que me parece la muerte, expuesta a la cólera de nuestros enemigos, y vos divertido, y encantado, con tu inglesa; si tal caso sucede, como me parece que sucederá, tendré que irme aunque no quieras, para estorbarte; pero para no martirizarme más con estas cosas, haré de cuenta que he soñado, y no te me enojes de estas zonceras que te digo.” (9 de mayo de 1811)
“No se cansan tus enemigos de sembrar odio contra vos ni la gata flaca de la Saturnina (Saavedra) de hablar contra vos en los estrados y echarte la culpa de todo.” (25 de mayo de 1811)
“Nuestro Marianito está en libro de corrido, se acuerda mucho de vos y te extraña más todos los días, con que mi querido Moreno ven pronto, sino lo queréis hacer por mis ruegos hacedlo por nuestro hijo, y acuérdate de las promesas que me hiciste antes de embarcarte; no te dejes engañar de mujeres mira que sólo sois de Mariquita y ella y nadie más te ha de amar hasta la muerte.” (1º de julio de 1811)
“Por vos mismo puedes sacar lo que cuesta esta nuestra separación, y si no te parece mal que te diga, que me es más sensible a mí que a vos, porque siempre he conocido que yo te amo más, que vos a mí; perdóname, mi querido Moreno, si te ofendo con esta palabra.” (29 de julio de 1811)
Esta es la última carta que le escribió Guadalupe a Moreno. A los pocos días recibió por fin una respuesta. Era una carta de su cuñado Manuel fechada en Londres el 1º de mayo de 1811, donde le decía que su amado Mariano había muerto el 4 de marzo.
Saavedra, no pudo disimular su alivio y se le escapó su  famosa frase: “Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego”.
Meses más tarde, armada de toda su inmensa dignidad, Guadalupe se dirigía en estos términos a los miembros del Primer Triunvirato: “Acabo de perder a mi esposo. Murió el 4 de marzo en el barco inglés que lo conducía; arrebatado de aquel ardiente entusiasmo que tanto lo transportaba por su patria, le prestó los más importantes servicios y corrió toda clase de riesgos; aquí le sacrificó sus talentos, sus tareas, sus comodidades y hasta su reputación; en medio del océano se sacrificó él mismo terminando la carrera de su vida como víctima de la desgracia propia.
“Un hijo tierno de siete años de edad y su desgraciada viuda imploran los auxilios de la patria persuadidos que ni ésta ni su justo gobierno podrán mostrarse indiferentes a nuestra miseria ni ser insensibles espectadores de nuestro amargo llanto, y de las ruinas y estragos que nos ha ocasionado el más acendrado patriotismo, comparecemos ante V.E. con el fin de interesar en nuestro auxilio una moderada pensión de resarcimiento de tantos daños es solamente lo que pedimos. Ojalá nuestro desamparo fuera menor, así me libertaría de una solicitud que tanto me mortifica.”

María Guadalupe Cuenca recibió una pensión de 30 pesos fuertes mensuales. El sueldo de cada uno de los miembros del Triunvirato era de 800 pesos fuertes, pero como decía Sócrates, para ciertos Estados los pensadores valen muy poco.
José González Castillo



José González Castillo (Buenos Aires, 25 de enero de 1885 - Buenos Aires, 22 de octubre de 1937)
Fue un conocido dramaturgo, director de teatro, libretista de cine y letrista de tango argentino. Entre el centenar de obras de teatro que escribió se destacan El Parque, La mujer de Ulises Luiggi, La serenata, Los invertidos, La mala reputación, escrita en colaboración con José Mazzanti y Los dientes del perro con Alberto T. Weisbach. Escribió tangos muy difundidos luego, como Sobre el pucho (1922), sobre música de Sebastián Piana, Silbando (1923), Griseta (1924) y Organito de la tarde. Fundó la Universidad Popular de Boedo, la segunda universidad popular de Argentina, donde estudiaron miles de alumnos durante más de veinte años. En su homenaje se le dio su nombre a la esquina SE de San Juan y Boedo.
Su padre era Manuel González, un gallego que trabajó en Corrientes como cazador y vendedor de cueros y su madre, de apellido Castillo, era argentina. González Castillo guardaba el daguerrotipo de un pariente lejano por la rama de los Castillo, en uniforme militar del ejército de la provincia de Buenos Aires, en tiempos de Rosas.
Fue criado desde los nueve años, en Orán (Salta), por un sacerdote, con vistas a que siguiera la carrera eclesiástica pero luego se apartó de la fe religiosa y adaptó el ideario anarquista.
Ejerció diversos oficios y fue reportero de un diario rosarino. A los veinte años se ganaba la vida como peluquero en el barrio de Boedo en Buenos Aires.

Sus inicios como dramaturgo

En 1905 una compañía integrada por panaderos -gremio en el que estaba difundido el anarquismo- estrenó su primera obra Los rebeldes pero es en 1907 cuando comienza a ser conocido su nombre cuando fue representada Del fango por la compañía de Pepe Podestá en el Teatro Apolo. A dichas obras siguieron otras: Entre bueyes no hay cornadas y El retrato del pibe en 1906, Luigi en 1909 y La telaraña en 1910.
En 1911 viajó a Chile donde realizó una intensa actividad política y escribió La serenata con la que obtuvo el primer premio en el concurso organizado por el teatro Nacional y que fuera representada ese mismo año. Al regresar a Buenos Aires continuó produciendo obras: El mayor prejuicio (1914), Los invertidos (1915) y El hijo de Agar (1915).
Encabezó una compañía tradicionalista que representó Juan Moreira, Santos Vega y Martín Fierro en el teatro "San Martín" en noviembre de 1915.

La obra Los dientes del perro

El 20 de abril de 1918 estrenó el sainete Los dientes del perro escrito en colaboración con Alberto T. Weisbach que marcó un hito fundamental en su carrera. Elías Alippi, que tenía a su cargo la puesta en escena, tuvo la idea de presentar en escena un cabaret con la actuación en vivo de la orquesta de Roberto Firpo, la mejor del momento, ejecutando tangos, entre los cuales incluyó Mi noche triste con letra de Pascual Contursi, a propuesta de Gardel que lo había grabado el año anterior.
El sainete es una pieza dramática jocosa, en un acto, y normalmente, de carácter popular, que se representaba como intermedio de una función o al final. José González Castillo, prolífico sainetero, afirmaría en una conferencia de 1937 que:

"el género chico español, ofrecía un modelo magnífico de copiar. El chulo era el original graciosísimo de nuestro compadrito porteño. La chulapa, nuestra taquera de barrio, el pelma sablista de los Madriles nuestro vulgar pechador callejero, las verbenas nuestras milongas, las broncas nuestros bochinches."

Si bien en la obra Justicia criolla (1897) se había ejecutado y bailado un tango, es con el estreno de Los dientes del perro que el tango pasó a ser un elemento del que pocos sainetes prescindían. El tango Mi noche triste, cantado por la actriz Manolita Poli tuvo un gran éxito, y también la obra que se mantuvo todo ese año en cartel con Enrique Muiño y Elías Alippi como principales figuras. Al año siguiente volvió a representarse con el tango de González Castillo ¿Qué has hecho de mi cariño? reemplazando a Mi noche triste.
González Castillo continuó produciendo obras y así aparecieron La mujer de Ulises (1918), Gracia plena (1919), La santa madre (1920), La mala reputación (1920) y Hermana mía (1925).

Letrista de tango

El primer tango de González Castillo fue ¿Qué has hecho de mi cariño?, escrito para la obra Don Agenor Saladillo en 1918, lleva música de Juan Maglio (Pacho) y fue el primero que le grabó Carlos Gardel. Después siguieron Clarita con música de Domingo Fortunato; Páginas de amor, con música de Luis Riccardi; Griseta, con música de Enrique Pedro Delfino; Silbando, con música de Sebastián Piana y su hijo Cátulo Castillo; Sobre el pucho, con música de Piana; Acuarelita del arrabal, Aquella cantina de la Ribera, Juguete de placer y Organito de la tarde, todas con música de Cátulo Castillo, y Por el camino con música de José Bohr.
Otras piezas populares que escribió fueron los tangos El circo se va, El Aguacero, Papel picado, A Montmartre, Envidia, Bandoneón, Como te quiero y Qué le importa al mundo, el vals El último vals y la ranchera El bichito del amor.
Con Sobre el pucho (1922) se afianzó en el género y marcó un nuevo rumbo en el tango. Lo presentó con Sebastián Piana, autor de la música, en el concurso de los cigarrillos Tango obteniendo el segundo premio. Pompeya es el escenario que González Castillo describe enumerando clásicos elementos míticos del tango: el callejón, el farolito, el organito, la calle de tierra. Luego la metáfora que surge al recordar el malevo su amor perdido: "... tu inconstancia loca/me arrebató de tu boca/como pucho que se tira/cuando ya/ni sabor ni aroma da."
En Silbando (1923), estrenado por Azucena Maizani en el teatro San Martín, la enumeración que describe el escenario alcanza mayor vuelo poético. La iluminación (la luz mortecina de un farol), los sonidos (un acordeón, un perro aullando, un reo silbando), la decoración de fondo (un cielo muy azul en la noche de verano). Luego la acción en la que con pocas palabras resume una historia dramática: una traición, un nuevo amor, la llegada sigilosa del vengador y el ataque mortal.
El cabaret es el escenario de Griseta (1924), sobre música de Enrique Delfino, González Castillo usa personajes de varias novelas francesas (Museta, Mimí, Rodolfo y Schaunard aparecen en Escenas de la vida bohemia, de Henri Murger; Manón y Des Grieux en Manon Lescaut, de Antoine François Prévost D´Exiles, y Margarita Gauthier y Armando Duval en La dama de las camelias, de Alejandro Dumas (h). La prostitución, el alcohol y la cocaína imponen el destino fatal de la francesita llegada a estas tierras y agoniza en la "fría sordidez del arrabal" que el autor contrapone a "la pureza de su fe".

Su relación con el cine

González Castillo escribió los libretos de varias películas mudas: Nobleza gaucha (1915), Resaca (1916) y Juan sin ropa (1919). Entre ellas se destacó la primera, en la que utilizó textos propios y del Martín Fierro de José Hernández, Fausto de Estanislao del Campo y Santos Vega de Rafael Obligado. La película tuvo en su momento una extraordinaria repercusión entre el público.
Ya en la etapa del cine sonoro escribió los libretos de La ley que olvidaron (1938) que dirigió José Agustín Ferreyra y protagonizaron Libertad Lamarque, Santiago Arrieta, Herminia Franco y Pepita Muñoz y Juan Moreira (1936) según la novela de Eduardo Gutiérrez.

El difusor de cultura

El 12 de febrero de 1928 José González Castillo, Cesar Garriogós y un grupo de visionarios dieron luz a la Universidad Popular de Boedo, que durante más de 20 años difundió cultura entre quienes pertenecían a las clases menos favorecidas de la población. Allí enseñaba un inglés de entrecasa, aprendido en Chile, cuando era corredor de vinos y trataba con ingleses. En 1932, en los altos de un café ubicado en Boedo 868, fundó la Peña Pacha Camac, uno de los más importantes centros irradiadores de cultura de su época, donde se dieron clases de dibujo, pintura, música y declamación.

Su familia

Convivió con Amanda Bello (a quien prácticamente raptó de su casa) sin casarse con ella porque la pareja no aceptaba el matrimonio civil. Tuvo tres hijos: Gema –después bailarina en el Teatro Colón–, Carlos Hugo y Cátulo. Amanda Bello, que falleció en 1930, era hija de Germán Bello, un cuidador de caballos de carrera en La Plata. A su hijo Cátulo pretendió inscribirlo en el Registro Civil como Descanso Dominical González Castillo, pero como se lo negaron sus amigos lo convencieron para que transara y entonces lo anotó como Ovidio Cátulo Castillo. José González Castillo falleció en Buenos Aires el 22 de octubre de 1937.

                                                                    Maximiliano Reimondi


Juan Vucetich


Iván Vučetić, nacionalizado argentino con el nombre de Juan Vucetich Kovacevich, (Hvar, 20 de julio de 1858 - Dolores, Buenos Aires, 25 de enero de 1925)
El antropólogo Iván Vučetić (se desconocen sus estudios) se estableció en Argentina, en 1882, a la edad de 23 años. Ya nacionalizado argentino con el nombre de Juan Vucetich, ingresó en 1888 al departamento central de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (en la ciudad de La Plata). Inicialmente empleado en la contaduría con el grado de meritorio, un año y medio después fue designado jefe de la Oficina de Estadísticas. Después creó la Oficina de Identificación Antropométrica y posteriormente el Centro de Dactiloscopía del que fue director.
El 1 de septiembre de 1891 Vucetich hizo las primeras fichas dactilares del mundo con las huellas de 23 procesados, y se estableció como Día Mundial de la Dactiloscopía[cita requerida]. Luego de verificar el método con 645 reclusos de la cárcel de La Plata, en 1894 la Policía de Buenos Aires adoptó oficialmente su sistema. En 1905, su sistema dactiloscópico (inicialmente denominado “icnofalangometría”) fue incorporado por la Policía de la Capital (por la ciudad de Buenos Aires), la futura Policía Federal Argentina. En 1907 la Academia de Ciencias de París informó públicamente que el método de identificación de personas desarrollado por Vucetich era el más exacto conocido en ese momento. En 1911, cuando se sancionó la Ley 8129 de enrolamiento militar y régimen electoral, se adoptó este sistema para la identificación de los varones argentinos mayores de 18 años.
Cuando Vucetich visitó París en 1913, Bertillon —que nunca le había perdonado las críticas a su imperfecto sistema, creado en 1883— lo despreció públicamente.
Vucetich enviudó de sus dos primeros casamientos. Se casó por tercera vez con una estanciera. Luego de protestas públicas realizadas en Argentina en 1917 contra de la obligación de identificación general de las personas, que se asociaba con su nombre, se radicó en la población de Dolores donde —enfermo de cáncer y tuberculosis—, falleció el 25 de enero de 1925. Honrando sus méritos, se bautizó con su nombre a la Escuela de Policía de la Provincia de Buenos Aires y al centro policial de estudios forenses de Zagreb (capital de Croacia, su país natal).

La identificación de personas por sus huellas digitales

Huella digital del pulgar derecho de Francisca Rojas, primera persona condenada por homicidio a partir de sus huellas dactilares.
En las antiguas Babilonia y Persia se usaban las impresiones dactilares para autenticar registros en arcilla, pues ya se conocía su carácter único.
En 1883, el francés Alphonse Bertillon propuso un método de identificación de personas basado en el registro de las medidas de diversas partes del cuerpo. Su método, adoptado por las policías de Francia y otras partes del mundo, tuvo un estrepitoso fracaso cuando se encontraron dos personas diferentes que tenían el mismo conjunto de medidas.
El uso de los relieves dactilares fue por primera vez objeto de un estudio científico por el antropólogo inglés Francis Galton (1822-1911), quien publicó sus resultados en el libro Huellas dactilares (1892). Los mismos verificaron tanto la invariabilidad de las huellas digitales a lo largo de toda la vida de un individuo, como su carácter distintivo aun para gemelos idénticos. Los estudios de Galton estuvieron orientados a la determinación de las características raciales hereditarias de las personas (sobre las que las huellas digitales no podían dar información) y determinó algunas características de las huellas que todavía se usan hoy en día para su clasificación. Basándose en ellas, Galton propuso su utilización para la identificación personal en reemplazo del inexacto sistema Bertillon, entonces en uso.
Los 40 rasgos propuestos por Galton para la clasificación de las impresiones digitales fueron analizados y mejorados por el investigador de la Policía de la provincia de Buenos Aires Juan Vucetich, a quien el Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires Guillermo Núñez, le había encomendado sentar las bases de una identificación personal confiable.
Vucetich usó inicialmente 101 rasgos de las huellas para clasificarlas en cuatro grandes grupos. Logró luego simplificar el método basándolo en cuatro rasgos principales: arcos, presillas internas, presillas externas y verticilos. Con base a sus métodos, la policía bonaerense inició en 1891, por primera vez en el mundo, el registro dactiloscópico de las personas. En el año 1892 hizo por primera vez la identificación de una asesina, con base a las huellas dejadas por sus dedos ensangrentados (en particular por su pulgar derecho) en la escena del crimen de sus dos hijos, en la ciudad de Necochea (provincia de Buenos Aires). La misma, de nombre Francisca Rojas, había acusado de los asesinatos a su marido. El 9 de noviembre de 1903 el jefe de la policía de Buenos Aires Francisco Julián Beazley adoptó oficialmente el método de Vucetich.
El método fue detalladamente presentado en sus escritos Instrucciones Generales para el sistema antropométrico e impresiones digitales, Idea de la identificación antropométrica (1894) y Dactiloscopía comparada presentado en el Segundo Congreso Médico de Buenos Aires (1904). El último trabajo recibió premios y distinciones en todo el mundo y fue traducida a los principales idiomas. Luego de más de un siglo de su implantación —aunque han variado sustancialmente los métodos de relevamiento, archivo y comparación— la identificación de huellas dactilares todavía se basa en los cuatro rasgos finalmente elegidos por Vucetich.


                                                        Maximiliano Reimondi

viernes, 23 de enero de 2015

TEATRO

LA MUJER JUSTA



Autoría: Sándor Márai
Adaptación: Graciela Dufau, Hugo Urquijo
Actúan: Arturo Bonín, Graciela Dufau, Victoria Onetto, Hugo Urquijo
Vestuario: Eugenio Zanetti
Escenografía: Eugenio Zanetti
Dirección: Hugo Urquijo

Una mujer encuentra una cinta violeta en la billetera de su marido y esa cinta le permite descubrir la oculta pasión de él por otra mujer que sirvió en casa de sus suegros. Tres amores, tres voces, que inducen a pensar que no existe una persona justa, única, particular, maravillosa e insustituible que nos hará felices.
Tres voces, tres sensibilidades diferentes para desentrañar una historia de amor, pasión, ocultamientos, y traición concebida por Sándor Márai en su magistral novela que tuvo en la Argentina más de 30 ediciones y que revela un extraordinario conocimiento de las emociones humanas.

Calificación: Buena.

Sándor Márai presenta un triángulo amoroso que expone a través del enfoque de los tres personajes involucrados. De esta manera, con el recurso de monólogos, se van deshaciendo la madeja de mentiras, pasiones y traiciones que involucran a sus relaciones.
En realidad, el planteo de Márai, más que el encuentro con la mujer justa que espera todo hombre, se trata de la búsqueda del ideal amoroso que no siempre se encuentra en la mujer deseada.

                                                                          Maximiliano Reimondi



Juan Cruz Varela (1794-1839)



Poeta, dramaturgo, ensayista, teólogo, periodista y editor de periódicos argentino, nacido en Buenos Aires, el 24 de noviembre de 1794 y fallecido en Montevideo (Uruguay) el 23 de enero de 1839. Humanista fecundo y polifacético, cultivó con acierto los géneros literarios más variados y desplegó, a pesar de su breve existencia, una intensa labor de promoción y animación cultural que le convirtió en una de las figuras cimeras de la intelectualidad de su tiempo. Implicado también en el servicio a la Administración pública de su joven nación, fue uno de los intelectuales pioneros en señalar la existencia de una cultura específicamente argentina, con independencia del vasto legado español.

Vida

Alentado desde su temprana juventud por una viva curiosidad humanística y una decidida vocación literaria, cursó estudios superiores de Teología en la Universidad de Córdoba (Argentina), de donde egresó con el grado de doctor. Poco después de haber concluido esta rigurosa formación académica, Juan Cruz Valera se dio a conocer como escritor por medio de una serie de ensayos filosóficos y poemas heroicos destinados a exaltar la Independencia de Argentina, al tiempo que comenzaba a publicar sus colaboraciones periodísticas en los principales rotativos y revistas del país austral. En su brillante trayectoria dentro del ámbito de la prensa escrita, colaboró asiduamente en las publicaciones El Argos y La Abeja Argentina, donde, ya en calidad de miembro de la Sociedad Literaria (en la que había ingresado en 1821), mostró su empeño por adjudicar a la literatura un papel predominante en la sociedad civil, como encargada de difundir entre los lectores unas pautas modélicas de comportamiento racional que les inculquen la necesidad de sacrificar lo privado en aras de lo público y les enseñen a ejercer su condición de ciudadanos.
Funcionario, por aquellos primeros compases de su carrera literaria y periodística, en el gobierno de Bernardino Rivadavia (1780-1845), pronto pasó a la oposición para enfrentarse abiertamente a las autoridades políticas y, sobre todo, religiosas, a las que hizo objeto de sus agudas y corrosivas sátiras desde las páginas de El Centinela. En su pleno convencimiento de que el humor satírico era una de las vías más eficaces para denunciar y abolir los abusos del poder en cualquiera de sus manifestaciones, ridiculizó a numerosas personalidades de su tiempo y se ganó un considerable número de enemigos, entre los que figuraban fray Luis de Paula Castañeda (difusor de un periodismo gauchesco de sesgo político que ofendía las convicciones estéticas e ideológicas de Juan Cruz Varela) y fray Cayetano Rodríguez (quien, después de haber militado en las filas del progresismo ilustrado, se había escorado hacia posiciones reaccionarias y convertido en uno de los principales adalides de los intereses del clero argentino, al que defendió vehementemente desde las páginas de El Oficial del Día).
Además de El Mensajero Argentino y el ya citado El Centinela, Juan Cruz Varela fundó y editó El Tiempo, diario político, literario y mercantil (1828), desde cuyas páginas continuó insistiendo en la necesidad de dirigir toda la carga cómica de sus sátiras contra el poder. Un año después de la aparición de esta publicación, el escritor bonaerense -ya celebrado como uno de los grandes poetas y dramaturgos de su tiempo- se vio forzado a emprender el camino del exilio rumbo a la capital uruguaya, en donde continuó ejerciendo el periodismo político de oposición junto a su hermano menor Florencio Varela (1807-1848) -a quien él mismo había iniciado en la escritura- y a otros jóvenes autores románticos que conspiraban desde Montevideo contra el régimen tiránico de Juan Manuel de Rosas (1793-1877). Sus briosos afanes cívicos y culturales sólo pudieron ser reducidos por la llegada de la muerte, que le sobrevino prematuramente en la capital de Uruguay cuando llevaba ya diez años en el exilio.

Obra

Juan Cruz Valera se dio a conocer como poeta bucólico y amoroso por medio del poema titulado La Elvira (1817), al que después siguieron otras composiciones de encendido aliento heroico e inflamado ardor patriótico, como su celebérrima Triunfo de Ituzaingó (1827). Diseminada por las páginas de los periódicos y revistas en los que había colaborado asiduamente desde su juventud, su obra en verso quedó finalmente recogida en el volumen titulado Poesías Completas (1831), recopilado por el propio escritor de Buenos Aires desde su exilio montevideano. Dentro de su interés general por la literatura de sus compatriotas -que él fue el primero en considerar como literatura nacional, con derecho a ser tratada como un corpus autóctono independiente de la literatura española-, mostró una especial predilección por el género poético, a cuyo estudio contribuyó poderosamente merced a su selección antológica de la poesía argentina, publicada bajo el título de Colección de Poesías Patrióticas (1828). A pesar de que el propio Juan Cruz Valera definió esta antología realizada por él como "una mezcla confusa de lo bueno, lo malo y lo detestable que tenemos en poesía", lo cierto es que, en contra de los criterios estéticos que habían regulado la mayor parte de su producción periodística, ignoró en esta muestra poética los poemas satíricos y burlescos que abundaban en una antología reciente de Ramón Díaz, titulada La Lira Argentina (1824), así como las composiciones que se servían de la métrica popular, en un intento de dignificar la especificidad de la lírica nacional.
Al margen de estas labores de creación y recopilación poética, Juan Cruz Valera fue sobre todo elogiado en su tiempo por sus piezas dramáticas, que le convirtieron en el más significativo exponente del teatro neoclásico argentino. Siguiendo las propuestas racionalistas del francés Jean Racine (1639-1699), escribió y estrenó en 1823, con gran éxito de crítica y público, la tragedia titulada Dido (Buenos Aires: Imprenta de los Niños Expósitos, 1824), en la que llevaba a los escenarios la renuncia de Eneas al amor de la reina cartaginesa y el empeño del héroe romano en seguir los rumbos marcados por su destino. Un año después, apeló a idénticos esquemas neoclásicos para estrenar una nueva tragedia, Argia, donde ponía en evidencia la lucha por la libertad a través de los enfrentamientos entre Adrasto y Creón. Consagrado, en fin, como uno de los grandes dramaturgos argentinos del momento, en 1825 estrenó Idomeneo, una tragedia basada en argumentos religiosos.
La importancia de la obra poética y teatral de Juan Cruz Valera dentro de las Letras argentinas ha dado pie a numerosas reediciones de sus textos literarios, entre las que pueden citarse las tituladas Poesías de Juan Cruz Valera y las tragedias Dido y Argia del mismo autor (Buenos Aires: Imprenta de La Tribuna, 1879); Tragedias (Buenos Aires: J. Roldán, 1915); Poesías (Buenos Aires: Imprenta Rosso y Cía, 1916) -con noticia biográfica y prólogo de Vicente D. Sierra-; Poesías completas (Buenos Aires: Sopena, 1939); y Poesías (Buenos Aires: Estrada, 1943) -con estudio preliminar del escritor Manuel Mujica Láinez (1910-1984).


Autor: J. R. Fernández de Cano.
Stendhal



Henri Beyle (Grenoble, 23 de enero de 1783 – París, 23 de marzo de 1842)
Nacido en una familia burguesa, su padre Chérubin Beyle era abogado en la Audiencia Provincial. Quedó huérfano de madre cuando contaba sólo con siete años. Su padre, que se encargó junto a su tía de su educación, fue encarcelado en 1794 durante el Terror por su defensa de la monarquía. También mantuvo un fuerte trato con su abuelo materno, Henry Gagnon, médico de profesión, al que admiraba profundamente, y al que en alguna de sus obras llamará "padre".

Estudios

Estudió desde 1796 en la Escuela Central de Grenoble y logró unas altas calificaciones en matemáticas. En 1799 fue a París con la idea de estudiar en la Escuela Politécnica, pero enfermó y no pudo ingresar. Obtuvo un trabajo en el Ministerio de Defensa, en el que ya trabajaba su primo Pierre Daru.

Entrada en el ejército

Al año siguiente viajó a Italia como subteniente de dragones, acompañando a la retaguardia del ejército comandado por Napoleón. Su estancia en Italia le permitió conocer la música de Domenico Cimarosa y Gioacchino Rossini (del que escribió una célebre biografía, Vida de Rossini), además de las obras de Vittorio Alfieri. En 1801 participó en la campaña de Italia con las tropas napoleónicas, sirviendo en el Estado Mayor del general Claude Ignace François Michaud como ayudante de campo.
En esos años, Stendhal entra en contacto con los intelectuales de la revista Il Conciliatore, y se acerca a las experiencias románticas.

Abandono del ejército

En 1802 deja el ejército, pasando a trabajar como funcionario de la administración imperial en Alemania, Austria y Rusia, pero sin participar en las batallas del ejército napoleónico. Ese mismo año pasa a ser amante de Madame Rebuffel, primera de la decena de amantes que tuvo (de las que se conocen nombre y apellidos).
Fue a vivir a Milán en 1815, y dos años después publicó Roma, Nápoles y Florencia, toda una declaración de su amor por Italia, y donde se describe el llamado síndrome de Stendhal, que es una especie de éxtasis y mareo que se produce al contemplar una acumulación de arte y belleza en muy poco espacio y tiempo. Stendhal lo experimentó al contemplar la basílica de Santa Croce de Florencia.
Ese mismo año viajó a Roma, Nápoles, Grenoble, París, y por primera vez a Londres. En 1821 realizó un segundo viaje a Inglaterra para recuperarse de unos reveses amorosos, e hizo un tercero en 1826, también debido a problemas espirituales de la víscera rosa. Los años siguientes los dedicó prácticamente todos a un vagabundeo por Europa.
De nuevo en Italia, fue expulsado bajo la acusación de espionaje, y tuvo que regresar a París. Allí empezó a trabajar en un periódico, desde el que pudo "diseñar" su programa esencialmente romántico, caracterizado y mejorado con el reconocimiento de la historia como parte esencial de la literatura.
Viajó al sur de Francia en 1830, y en 1831 a Trieste. De 1832 a 1836 fue destinado como vicecónsul de Francia en Civitavecchia, puerto de los Estados Pontificios cercano a Roma. Dos años después fue a París y a Lyon. A finales de 1837 hizo dos largos viajes por Italia.
En 1836 obtiene un permiso para residir en París, permiso que en principio era para tres meses, pero que se alarga hasta tres años. Durante estos años alterna estancia en París con viajes por toda Europa. En 1839 viajó a Nápoles acompañado por su amigo Prosper Mérimée. En 1841 tuvo un primer ataque cerebrovascular y consiguió, por motivos de salud, un nuevo permiso para ir a París.
El 22 de marzo de 1842, Stendhal sufre un nuevo ataque en plena calle. Trasladado a su domicilio, muere en la madrugada del 23 sin haber recuperado el conocimiento. Es enterrado al día siguiente en el cementerio de Montmartre.

                                                                      Maximiliano Reimondi