SIRIA
La mayoría
de los conflictos en el mundo musulmán tienen que ver con un enfrentamiento
político entre laicos y religiosos, o bien con un enfrentamiento étnico entre
sunitas yihadistas (asociados a la red terrorista Al Qaeda) y chiítas
(liderados por el Líder Supremo iraní Alí Jamenei). Estas son dos corrientes
islamistas que luchan hace 1.300 años.
En el
conflicto sirio se superponen los dos. El régimen nacido del golpe que dio en
1970 Hafez al Assad y hoy continuado por su hijo Bashar, es claramente laico.
Por eso tiene como brazo político al Partido Baas, una fuerza secular fundada
por el filósofo árabe cristiano Michel Aflak.
Su
archienemigo ha sido siempre la rama siria de la Hermandad Musulmana,
organización religiosa que se opuso al militarismo laico en Egipto y durante el
breve gobierno que terminó en el reciente derrocamiento del presidente Morsi,
intentó avanzar desde el Estado secular al califato. El poder está en manos de
los alawitas, que es el eje chiíta Teherán-Damasco-Hizbolá (partido-milicia del
chiísmo libanés), por lo tanto, la disputa en Siria enfrenta a laicos y
religiosos al mismo tiempo que a sunitas y chiítas.
Si el
gobierno de Assad vence a los rebeldes, será el triunfo de una dictadura
minoritaria aliada de los ayatolas iraníes y de Rusia, y enemiga de Israel.
Pero si triunfan los rebeldes, el poder podría quedar en manos de
ultra-islamistas, colaboradores de los fundamentalistas egipcios, Al Qaeda y
Hamas.
Esta guerra
civil se disputa hace más de dos años, con casi 700.000 muertos, entre ellos
10.000 niños, según cifras oficiales. Además, dos millones de personas adultas
y un millón de niños huyeron de Siria a países limítrofes. Más grave resulta
saber que los niños que permanecen en ese infierno, son usados como soldados o
escudos humanos.
El
presidente de Estados Unidos, Barack Obama (paradójicamente Premio Nobel de la
Paz) contradijo todo lo afirmado cuando era candidato a la primera magistratura
de su país. En una primera instancia, quería atacar a Siria. No logró ni el
apoyo nacional ni el internacional, lo que demostró un pulso político erróneo
ya que las sombras del belicismo imperialista le nublaron la razón. Ante la
incertidumbre, aceptó la propuesta diplomática soviética para eliminar todas
las armas químicas sirias que, según se supo luego, ya habían discutido sin
éxito. A largo plazo, el ganador sin embargo será Rusia porque, si el acuerdo
funciona, su aliado Bashar al Assad permanecerá en el poder.
Todo esto
es la consecuencia de un fanatismo religioso o secular que lleva a una
barbarie, basada en el pensamiento absoluto, único e irracional.
Maximiliano Reimondi
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