La sombra del Chicho
Un libro
acaba de revolver el avispero con la conclusión de que al ex presidente chileno
lo mataron mientras defendía su gobierno. Pero otros autores dicen que fue un
suicidio.
Que se suicidó con un fusil AK 47 que le regaló Fidel
Castro, que lo hizo con un arma corta, que lo mataron de dos balazos en plena
defensa del Palacio de La Moneda, que la Corte ratificó la primera hipótesis y
cerró la investigación, que se aceptó un recurso en Casación para reabrir el
caso este año. La muerte del presidente Salvador Allende tiene en Chile dos
interpretaciones posibles aun cuarenta años después. ¿Qué sucedió aquel 11 de
septiembre de 1973 cuando lo derrocaron? La respuesta se bifurca en varias
direcciones. Un libro de la periodista y magíster de la Sorbona Maura Brescia
acaba de revolver el avispero con la conclusión de que lo mataron mientras
defendía a su gobierno. Pero otros autores, como el doctor en Filosofía Hermes
Benítez, autor de Pensando a Allende, editado en febrero pasado, confía en la
versión oficial, aunque con reservas.
“El presidente Salvador Allende no se suicidó, murió
combatiendo y nunca habló de rendirse”, sostiene Brescia. La autora de La
verdad de su muerte. Mi carne es bronce para la historia, hace críticas a la
versión aceptada oficialmente hasta ahora: “Se impone el deber de esclarecer la
verdad sobre este hecho. Este trágico episodio se transformó en el caso más
emblemático de la historia de Chile y en uno de los hechos más trascendentales del
período contemporáneo. La legitimidad de la muerte de Salvador Allende no es
patrimonio de quienes, por interés o temor, han certificado su suicidio”.
A diferencia de Brescia, el investigador Benítez, quien se
exilió en Canadá tras el golpe del ’73, da crédito a los testimonios de varios
testigos que presenciaron el ataque a La Moneda desde su interior. Después de
mencionar en su libro a Miria Contreras, La Payita, una estrecha colaboradora
del presidente, y los médicos que asistían a Allende, José Quiroga y Patricio
Guijón, sostiene de estos últimos que “vieron, efectivamente, cuando él debió
dispararse”. Y sitúa el hecho en el pasillo que da a la puerta de la calle
Morandé 80, por donde se ingresa aún hoy a La Moneda.
En 2011, citado por dpa y ANSA, Guijón declaró: “Vi cuando
se le volaron la cabeza, los huesos y la masa encefálica. Estaba sentado en un
sillón apoyado en la pared que mira hacia la calle; había un ventanal grande y
tenía la metralleta entre las manos y vi la explosión del cráneo”.
Otro médico, Luis Ravanal, quien no fue testigo de los
hechos, pero como forense integró el Servicio Médico Legal de Chile (SML), en
2008 elaboró un informe basado en la autopsia original efectuada a Allende en
el Hospital Militar: “En ella se estableció que había dos impactos de bala
incompatibles con un disparo suicida”. Así desmintió el testimonio de Guijón.
A pesar de contradecir la teoría del magnicidio, Benítez
cuestiona una parte de la versión oficial que habla del arma utilizada por el
presidente socialista para suicidarse. Sobre este hecho polemizó públicamente
con el destacado periodista chileno Camilo Taufic, fallecido en 2012.
El autor de Pensando a Allende dice: “Por medio de la
hipótesis que presento y argumento en mi libro sostengo que el presidente, aunque
se quitó la vida, como lo afirma la totalidad de los sobrevivientes del combate
de La Moneda, no lo hizo con su fusil AK, sino con un arma corta que debió
haberse encontrado a su alcance aquella tarde”. Esta disquisición sería como la
polémica dentro de la polémica.
La discusión sobre cómo aconteció la muerte y qué tipo de
arma se utilizó para provocarla, en Chile levanta críticas desde hace tres
décadas. Uno de los protagonistas del 11 de septiembre del ’73, Carlos
Jorquera, el secretario de Prensa de Allende, sostiene: “Y quienes se interesan
por saber si Chicho se mató o lo mataron, simplemente no pueden entender lo que
pasó en La Moneda” (del libro de su autoría, Chicho Allende, editado en 1990).
Brescia, en la investigación para su libro, aportó declaraciones
de oficiales y soldados de los tres regimientos que ingresaron a la Casa de
Gobierno aquella tarde de hace cuarenta años. La información que descubrió
incluye estudios médico-legales y balísticos. En el capítulo cuarto de La
verdad de su muerte. Mi carne es bronce para la historia, la periodista cuenta:
“Alfa Uno era el plan del cerco, ataque y toma del Palacio de La Moneda, con el
propósito de hacer prisionero a Salvador Allende y preparar después su suicidio
en condiciones parecidas a la autoeliminación de un antiguo presidente chileno,
José Manuel Balmaceda, en 1891” .
Más adelante agrega: “Durante media hora los escenificadores
buscan una forma creíble de suicidio para un cadáver ametrallado. Se acuerda
destrozarle la cabeza con balas de subametralladora, cambiar algunas piezas de
su ropa y poner el cadáver en otro sitio más adecuado, ya que el Salón Rojo,
lugar original de su muerte, está destruido y en llamas, al igual que el
despacho de trabajo del presidente”.
Otros detalles de su libro son escalofriantes: “Los hombres
del Servicio de Inteligencia del Ejército eligen el Salón Independencia, un
lugar privado, de descanso y recepción de visitas, hasta donde arrastran el
cuerpo sin vida de Allende. Sacan del cadáver los pantalones color marengo, que
están perforados y ensangrentados a la altura del vientre. Le ponen pantalones
de color azul, tomados de uno de los tantos cadáveres que hay dentro de La
Moneda”.
Brescia concluye que todos los peritos que revisaron el
cadáver de Allende coinciden en que, como mínimo, dos proyectiles le causaron
la muerte. Basada en su libro, la Corte de Apelaciones chilena aceptó un
recurso de Casación presentado por los abogados Roberto Celedón y Matías Coll,
y lo elevó a la Corte Suprema, que deberá resolver si ratifica la tesis oficial
o considera que el presidente resistió hasta que lo mataron. En diciembre de
2012, el juez Mario Carroza había cerrado la investigación. Ahora el caso se
reabrió.
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