MADIBA
Hace unos
días, sufrimos la muerte de Nelson Mandela. Fue uno de los principales líderes
de la historia mundial. Cuando fue liberado, después de sufrir injustamente 27
años de cárcel, se propuso perdonar a sus captores y reconciliar a una sociedad
signada por el rencor y el enfrentamiento, que son las reminiscencias del
diabólico apartheid. Durante su encierro, Mandela leía siempre el poema
“Invictus” del británico William Henley
y en un tramo dice: Soy el maestro de mi
destino, el capitán de mi alma.
Mandela fue
maestro y líder de sus hermanos negros sudafricanos que sufrieron el racismo y
la muerte de una forma atroz. Su alma era tan grande que perdonó a sus perseguidores
y verdugos. Conocido por el nombre de su clan, Madiba, emergió del infierno
para guiar a Sudáfrica tras un pasado de violencia y sangrientos
enfrentamientos.
Desde muy
joven, sufriendo la pobreza rural, desafió el poder del gobierno de la minoría
blanca lo que le dio al Siglo XX una de sus figuras más respetadas y amadas.
Fue uno de los primeros en abogar por la resistencia armada al apartheid en
1960 (cuando Estados Unidos lo declaró uno de los terroristas más peligrosos),
pero luego pidió por la reconciliación y el perdón cuando la minoría blanca del
país comenzó a perder poder 30 años después. Así obtuvo el premio Nobel de la
paz en 1993.
Fue elegido
el primer presidente negro de Sudáfrica, en una histórica votación en 1994, en
la que pudieron participar todos los sudafricanos, y se retiró en 1999. En la
primera magistratura, afrontó el gigantesco desafío de forjar una nueva nación
desde las profundas injusticias raciales que quedaron de la época del
apartheid, haciendo de la reconciliación el objetivo central de su mandato. El
sello de su gran obra fue la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que
juzgó los delitos de los dos bandos en la época de los enfrentamientos y trató
de curar las heridas del país.
En los 10
años que estuvo retirado de la vida pública, Nelson Mandela dividió su tiempo
entre una mansión en uno de los suburbios más ricos de Johannesburgo y su
ancestral Qum, una aldea del empobrecido Cabo del este de Sudáfrica. Este país
continúa siendo una de las sociedades más desiguales del mundo y los blancos controlan
enormes sectores de la economía. Un hogar blanco gana en promedio seis veces
más que uno negro y casi uno de cada tres ciudadanos negros está desempleado,
contra uno de cada 20 blancos.
Su ejemplo
constituye una lección de vida y debe ser un legado en nuestra propia lucha a
favor de la democracia y de los derechos humanos.
Maximiliano Reimondi
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