jueves, 19 de diciembre de 2013

                                                                        MADIBA




Hace unos días, sufrimos la muerte de Nelson Mandela. Fue uno de los principales líderes de la historia mundial. Cuando fue liberado, después de sufrir injustamente 27 años de cárcel, se propuso perdonar a sus captores y reconciliar a una sociedad signada por el rencor y el enfrentamiento, que son las reminiscencias del diabólico apartheid. Durante su encierro, Mandela leía siempre el poema “Invictus” del británico William  Henley y en un tramo dice: Soy el maestro de mi destino, el capitán de mi alma.
Mandela fue maestro y líder de sus hermanos negros sudafricanos que sufrieron el racismo y la muerte de una forma atroz. Su alma era tan grande que perdonó a sus perseguidores y verdugos. Conocido por el nombre de su clan, Madiba, emergió del infierno para guiar a Sudáfrica tras un pasado de violencia y sangrientos enfrentamientos.
Desde muy joven, sufriendo la pobreza rural, desafió el poder del gobierno de la minoría blanca lo que le dio al Siglo XX una de sus figuras más respetadas y amadas. Fue uno de los primeros en abogar por la resistencia armada al apartheid en 1960 (cuando Estados Unidos lo declaró uno de los terroristas más peligrosos), pero luego pidió por la reconciliación y el perdón cuando la minoría blanca del país comenzó a perder poder 30 años después. Así obtuvo el premio Nobel de la paz en 1993.
Fue elegido el primer presidente negro de Sudáfrica, en una histórica votación en 1994, en la que pudieron participar todos los sudafricanos, y se retiró en 1999. En la primera magistratura, afrontó el gigantesco desafío de forjar una nueva nación desde las profundas injusticias raciales que quedaron de la época del apartheid, haciendo de la reconciliación el objetivo central de su mandato. El sello de su gran obra fue la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que juzgó los delitos de los dos bandos en la época de los enfrentamientos y trató de curar las heridas del país.
En los 10 años que estuvo retirado de la vida pública, Nelson Mandela dividió su tiempo entre una mansión en uno de los suburbios más ricos de Johannesburgo y su ancestral Qum, una aldea del empobrecido Cabo del este de Sudáfrica. Este país continúa siendo una de las sociedades más desiguales del mundo y los blancos controlan enormes sectores de la economía. Un hogar blanco gana en promedio seis veces más que uno negro y casi uno de cada tres ciudadanos negros está desempleado, contra uno de cada 20 blancos.
Su ejemplo constituye una lección de vida y debe ser un legado en nuestra propia lucha a favor de la democracia y de los derechos humanos.

                                                                    Maximiliano Reimondi

                                                                      

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