CINE
CORNELIA FRENTE AL
ESPEJO
(Argentina/Holanda, 2012).
Dirección: Daniel Rosenfeld.
Guión: Daniel Rosenfeld y Eugenia Capizzano, sobre el relato
homónimo de Silvina Ocampo.
Fotografía: Matías Mesa.
Música: Jorge Arriagada.
Intérpretes: Eugenia Capizzano, Leonardo Sbaraglia, Eugenia
Alonso y Rafael Spregelburd.
Crítica: por Maximiliano Reimondi
Calificación: Buena
Esta película está inspirada en uno de los relatos más elusivos y
exigentes de Silvina Ocampo y lo hicieron respetando casi línea por línea cada
uno de sus diálogos, sobre los que se construye toda la estructura del cuento.
Y la más lograda, porque al asumir esa literalidad esencial de su fuente no han
resignado ninguna de las potencialidades del cine. Por el contrario, se diría
que las reencontraron desde el lugar más impensado, desde la palabra, que aquí
reencarna en la imagen.
Como ya sugiere el título del relato, hay algo de Lewis Carroll en
la aventura de Cornelia, cuando inicia un diálogo consigo misma frente al
espejo y decide suicidarse, casi como un gesto de coquetería, con “cierta
crueldad inocente u oblicua”, como definía Borges a la literatura de Ocampo. El
film de Rosenfeld resuelve muy bien este primer tramo, con otra actriz –otro
rostro, otro cuerpo (el de Eugenia Alonso)– que asoma detrás del azogue del
espejo en el que Cornelia cree reflejarse. Ese espacio fantasmático que se abre
a partir de allí no hará sino profundizarse: la realidad se trasmuta y
paulatinamente esa vieja casona familiar, plagada de objetos y recuerdos, funcionará
como una usina de espectros. Una niña inquietante, que habla de muñecas y
piedras preciosas (¿o “esmeralda” hará referencia a la calle con nombre de
joya?), un ladrón obsesionado con abrir una caja fuerte que lleva en su
cerradura la marca “Borges” (Rafael Spregelburd), un amante que dice haberle
dado un beso que Cornelia no recuerda (Leonardo Sbaraglia). A todos, ella les
va pidiendo que la maten, pero como en un sueño –o peor aún, una pesadilla– le
niegan una y otra vez ese capricho.
Es excelente la manera en que Eugenia Capizzano encarna a su
personaje, al punto que la actriz, sin desaparecer, sólo permite ver a
Cornelia, con sus dubitaciones y desplantes, con esa indecible melancolía que
aflora detrás de su juventud y su sonrisa. Se diría incluso que en su
interpretación está también la dramaturgia del film, como si esos diálogos que
no fueron escritos para ser representados encontraran de pronto en ella la
manera de ocupar el espacio y el tiempo.
A esa precisión, Rosenfeld –con la colaboración inestimable de
Matías Mesa en fotografía– le suma la suya propia desde la puesta en escena,
siempre abierta a la ambigüedad, al misterio.
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