Juana de Arco
Juana de Arco (En francés Jeanne d'Arc) (6 de enero de 1412
– 30 de mayo de 1431)
Su nombre
De acuerdo con los datos recabados en el proceso de Ruan,
Juana se hizo llamar siempre «Juana la Doncella». No obstante, como ella misma
comentó, «dentro de mi pueblo se me llamaba Jehannette. En Francia, se me
llamaba Jehanne desde mi llegada».3
Posteriormente, se le añadiría la palabra «Darc» como
apellido, para referirse a ella de forma oficial (la falta de apóstrofo en su
versión francesa —d'Arc— se debe a la inexistencia de tal signo en la Edad
Media). Arco (arc) proviene del apellido de su padre, Jacques Darc, cuyas
raíces familiares estaban posiblemente en dos pueblos, Arc-en-Barrois o
Art-sur-Meurthe, pueblos muy cercanos donde se cree que nació «la Pucelle». El
nombre, no obstante, varía (Arc, Ars, Ai…) dadas las diferencias en la versión
antigua de Art sur Meurthe (donde se reduce la erre).
La denominación de «Jehanne d'Arc» se encuentra en la obra
de un poeta de Orléans hacia 1576; «Jehanne» se transcribe hoy en día como
«Jeanne».
Sus padres
En el proceso Juana dijo sobre sus padres lo siguiente: «Mi
padre se llama Jacques Darc y mi madre Isabelle». De esta manera se sabe que
sus padres fueron Jacques Darc e Isabelle Romée.4 Isabelle Romée no era el
nombre original, sino que era el sobrenombre que se dio a Isabelle de Vouthon
(que pertenecía a la parroquia de Vouthon, hoy en el departamento de Charente),
como se hizo a otros una vez que realizaban el peregrinaje «de Puy» (de la
montaña) en vez del de Roma. De hecho Juana no dio el apellido. Su padre
Jacques era agricultor. No era pobre pero vio a regañadientes la venida de otro
nuevo vástago más a su familia, ya que Juana tuvo tres hermanos mayores.
El nacimiento
El debate sobre la fecha de nacimiento de la Doncella de
Orléans no lo consiguió resolver ni la misma Juana durante el proceso, ya que,
cuando le preguntaron qué edad tenía, respondió: «Alrededor de diecinueve años,
creo».1 Aunque no estaba segura, la historiografía ha interpretado esta
declaración al pie de la letra. De esta manera, restándole su posible edad a la
fecha en la que se realizó la pregunta durante el proceso, 24 de febrero de
1431, el año de su nacimiento sería probablemente 1412.
El lugar donde nació es teóricamente Domrémy, tal y como
dijo en el interrogatorio de identidad de su proceso, el 21 de febrero de 1431;
«Yo he nacido en la villa de Domrémy».4 Además añadió que era una villa
dependiente de Greux (inmediatamente al norte de Domrémy),4 y que hoy ha pasado
a llamarse Domrémy-la-Pucelle, gracias a ella. Ambas pertenecen actualmente al
departamento de los Vosgos, en la región de la Lorena. Domrémy fue también el
lugar donde recibió el bautismo de manos del Padre Jean Minet.
El conflicto de la
Guerra de los Cien Años
Tras la muerte sin descendencia de Eduardo el Confesor y el
breve reinado del rey Harold II, el trono de Inglaterra fue conquistado en 1066
(batalla de Hastings) por el francés Guillermo el Conquistador, duque de
Normandía. Estos hechos constituyeron la primera disputa de sucesión (debida a
los parentescos entre las noblezas de ambos territorios), dando inicio a una
duradera rivalidad entre ambos reinos. Con el tiempo, los reyes de Inglaterra
reunieron varios de los mayores ducados de Francia: Aquitania, Poitiu, Bretaña.
Los intentos de Francia por recuperar los territorios
perdidos precipitaron uno de los más largos y sangrientos conflictos de la
historia de la humanidad: la Guerra de los Cien Años, que duró en realidad 116
y produjo millones de muertos y la destrucción de casi toda la Francia
Septentrional.
Los intereses de unificar las coronas se concretaron a la
muerte del rey francés Carlos IV en 1328. Felipe de Valois, francés y sucesor
gracias a la Ley Sálica (Carlos IV no había tenido descendencia masculina), se
proclamó rey de Francia el 27 de mayo de 1328 (reinó como Felipe VI de
Francia). Felipe ya se había convertido en regente tras la muerte de Carlos IV
mientras se esperaba el nacimiento del hijo póstumo del rey difunto, que
finalmente resultó ser una niña.
La Guerra de los Cien Años comenzaría en 1337, cuando Felipe
VI reclamó el feudo de la Gascuña a Eduardo III (aferrándose a la ley feudal)
después de incursiones por el Canal de la Mancha en un intento de restaurar en
el trono escocés al rey David II (aliado francés exiliado a Francia desde junio
de 1333), pretextando que no respetaba a su rey. Entonces, el 1 de noviembre
Eduardo III responde plantándose en las puertas de París y declarando por medio
del obispo de Lincoln que él era el candidato adecuado para ocupar el trono
francés.
Inglaterra ganaría importantes batallas como Crécy (1346) y
Poitiers (1356), ya con el relevo de Juan II en lugar de Felipe VI, y obtendría
la inesperada victoria de Agincourt en 1415, bajo la competente dirección del
rey Enrique V.
Una grave enfermedad del rey francés propició la lucha por
el poder entre su primo Juan I de Borgoña o Juan sin Miedo y el hermano de
Carlos VI, Luis de Orleans. El 23 de noviembre de 1407, se comete el asesinato
del armagnac Luis de Orleans en las calles de París y por orden del borgoñón.
Las dos ramas de la familia real francesa se dividen en dos facciones: los que
daban soporte al duque de Borgoña (borgoñones) y los que apoyaban al de Orleans
y después a Carlos VII, Delfín de Francia (que fue desheredado o ilegitimado
desde 1420) (armagnacs), ligados a la causa de Orleans a la muerte de Luis. Con
el asesinato del armagnac, ambos bandos se enfrentaron en una guerra civil y
buscaron el apoyo de los ingleses. Los partidarios del Duque de Orleans, en
1414, vieron rechazada una propuesta a los ingleses, quienes finalmente
pactaron con los borgoñones.
A la muerte de Carlos VI en 1422 es coronado rey de Francia
el hijo de Enrique V y Catalina de Valois, el infante Enrique VI (por lo tanto,
Enrique VI de Inglaterra y I de Francia); en tanto que los armagnacs no dieron
su brazo a torcer y se mantuvieron fieles al hijo del rey francés, Carlos VII,
quien fue coronado también en 1422 de forma nominal en Berry, a falta de
imponerlo como rey de facto, pero destronando al inglés de jure.
El misticismo de
Juana
«Yo tenía trece años cuando escuché una voz de Dios»,
declaró Juana en Ruan el jueves 22 de febrero de 1431. El hecho sucedió al
mediodía en el jardín de su padre. Añadió que la primera vez que la escuchó
notó una gran sensación de miedo. A la pregunta de sus jueces, añadió que esta
voz venía del lado de la iglesia y que normalmente era acompañada de una gran
claridad, que venía del mismo lado que la voz.
La Iglesia Católica y la inmensidad de fieles, reconoció
como verdaderas estas apariciones.
Cuando le preguntaron cómo creía que era aquella voz, ella
respondió que le pareció muy noble, por lo que afirmó: «y yo creo que esta voz
me ha sido enviada de parte de Dios». Así pues, cuando la escuchó por tercera
vez le pareció reconocer a un ángel. Y aunque a veces no la entendía demasiado
bien, primero le aconsejó que frecuentara las iglesias y después que tenía que
ir a Francia, sobre lo cual la empezó a presionar. Además esta voz la escuchaba
unas dos o tres veces por semana. No mucho después, reveló otro de los mensajes
clave que le envió: «Ella me decía que yo levantaría el asedio de Orleans».
El 27 de febrero, Juana identificó estas voces: se trataba
de la voz de Santa Catalina de Alejandría y de Santa Margarita de Antioquía,
las santas más veneradas del momento, si nos atenemos a la iconografía anterior
a Juana.5 Catalina, es definida a veces como una figura apócrifa a caballo de
los siglos III y IV que murió a una edad similar a la de Juana; también erudita
(patrona de muchas especialidades intelectuales) y habiendo persuadido al
emperador Maximiano de que dejase de perseguir cristianos. Después sería
condenada a morir en la rueda (un sistema de tortura que fractura los huesos),
aunque se dice de ella que, al tocar la rueda, la rompió y, finalmente, tuvo
que ser decapitada. Por otro lado, la leyenda de Margarita refiere que fue una
doncella despreciada por su fe cristiana, a la que ofrecieron matrimonio a
cambio de la renuncia a esta fe. Ante su negativa fue condenada a tortura, si
bien logró escapar milagrosamente en varias ocasiones (antes de su captura
definitiva y martirio). Por ello, es venerada por la Iglesia católica como
santa virgen y mártir.
Juana afirmó que las había reconocido gracias a que las
propias santas se habían identificado, algo que ya había declarado en Poitiers,
con motivo del interrogatorio sobre las visiones llevado a cabo por la corte
del Delfín. Se negó a dar más explicaciones, instando a los jueces a ir a
Poitiers si querían conocer más detalles.
Sobre el año en que sucedió, en un primer momento había
dicho que fue cuando tenía trece años. Posteriormente detalló que hacía siete
años que estas voces le aconsejaban y la protegían. Por lo tanto, se asume que
en 1424 se le habrían aparecido por primera vez las visiones.
Juana explicaría entonces (antes de mencionar el nombre de
las santas) la misión que la voz le encomendó. Después de mencionar a éstas,
los jueces le preguntaron a quién correspondía entonces la primera de las voces
que había escuchado, aquella que le había causado tanto miedo siete años atrás.
Ella, que todo lo iba respondiendo con muchas reservas y ensimismamiento, se
resistió varias veces, pero finalmente respondió que fue San Miguel
(considerado protector del reino de Francia), al que vio con sus propios ojos,
acompañado de los ángeles del cielo. Fue él quien le ordenó partir para liberar
a Francia y así cumplir con la voluntad de Dios.
El asedio de Orleans
En sus apariciones, las voces le indicaron que debía ir a
Orleans, una de las ciudades más importantes del momento, y romper el asedio
que había comenzado en octubre de 1428.
Ella trató de recurrir a Robert de Baudricourt, comandante
de la guarnición armagnac, establecida en Vaucouleurs, un poco al norte de
Domrémy; lo cual hizo mediante su tío, Durant Laxant. Quería obtener una
pequeña escolta para ir a buscar al delfín allí donde se escondía, en Chinon. Y
es que para eso tenía que atravesar territorio hostil, defendido por los
angloborgoñones, en alianza. Así, la Pucelle daría un mensaje secreto al rey
que le había sido revelado por las voces.
Transcurrió casi un año hasta que Baudricourt, en enero de
1429, aceptó -ante la insistencia de la joven doncella-, concederle la escolta
deseada. Juana ya había hecho un primer intento en la Ascensión de 1428 (el 13
de mayo, según Poulengy), pero había encontrado resistencia por parte del
armagnac. Probablemente hubo otra entrevista a finales de año, hasta que
Baudricourt cedió a sus deseos. Durante su posterior juicio, los jueces
aprovecharon para discutir sobre las vestimentas de hombre que había usado la
joven durante este viaje. La interrogaron sobre el motivo y ella respondió que
había sido por orden de Dios («Todo lo que yo hago es por orden de Nuestro Señor.
Si él me ordenara tomar otro hábito yo lo tomaría, porque sería por orden de
Dios»). Los jueces le preguntaron si no fue realmente por orden de Baudricourt,
cosa que ella negó rotundamente. Así pues, ella misma valoró positivamente el
hecho de haber llevado vestiduras de hombre, ya que era el criterio y designio
del Divino Hacedor. Asímismo, para persuadir a Robert de Baudricourt, le
aseguró aquello que ya corría por boca de todo el mundo: que la virgen de
Lorena salvaría el reino perdido por una mujer (seguramente refiriéndose a la
hija póstuma del difunto rey Carlos IV).
El 29 de abril de 1429 Juana llegó al asedio de Orleans. Sin
embargo, Jean De Orleans, cabecilla de la familia ducal de Orleans, la excluyó
inicialmente de la dirección de las operaciones y de los consejos de guerra,
rehusando informarla sobre los preparativos y decisiones bélicas.6 Esto no
evitó que ella estuviera presente en la mayoría de consejos y batallas. El
grado de liderazgo militar que llegó a ejercer sigue siendo objeto de debate
entre historiadores. Los historiadores tradicionales como Edouard Perroy
concluyen que ella principalmente llevaba el estandarte y ejercía un gran
efecto sobre la moral de los soldados.7 Esta clase de análisis suelen basarse
en el testimonio de Juana durante el juicio, en el cual afirmó que prefería su
estandarte a su espada. La investigación académica actual, que se ha centrado
en el juicio posterior anulatorio, asevera que sus compañeros oficiales
señalaron que ella era una tacticista de mucho talento y una estratega de
éxito. Stephen W. Richey opinaba lo siguiente, por ejemplo: "Ella procedió
a liderar un ejército en una serie de victorias impresionantes que cambiaron el
curso de la guerra."8 En cualquier caso, los historiadores están de acuerdo
en que el ejército tuvo un gran éxito durante la corta carrera de Juana.
El segundo paso: el
viaje hacia Chinon
Robert de Baudricourt en razón del fervor religioso que ya
comenzaba a levantar envió a Juana a ver al convaleciente Duque Carlos II de
Lorena a la ciudad de Nancy, René de Anjou le sucedería a su muerte en 1431, ya
que estaba casado con su hija y heredera, Isabel de Lorena, quien era además
cuñada del delfín, ya que su hermana, María d’Anjou estaba casada con éste
(desde el 18 de diciembre de 1422). Juana tenía el deseo de que René le
acompañase a Chinon, pero sólo consiguió buenas palabras, dinero y un caballo.
Antes de partir Juana fue a rezar a la Basilica de Saint-Nicolas-de-Port
dedicada al santo patrón de la Lorena.
En el período durante el cual Juana intentaba conseguir una
escolta para ir a Chinon, fue albergada durante casi un mes por la familia Le
Royer: Henri y Catherine Le Royer. Finalmente, sería Baudricourt el que le
concedería una pequeña escolta de seis hombres para realizar el viaje a Chinon
que iniciarían alrededor del 13 de febrero de 1429. Entre ellos, se encontraban
Poulengy y Jean Nouillonpont (Jean de Metz).
Jean de Metz (o Mès) y señor de Nouillonpont (o
Novelenpont), fue una de las principales figuras en el recorrido epopéyico de Juana,
ya que estuvo a su lado en todas las batallas a partir de este momento.
Bertrand de Poulengy (Poulangy o Polongy), «Pollichon», fue señor de
Grondecourt, habiendo sido ennoblecida su familia en 1425. Él, al igual que
Jean de Metz, acompañaría a Juana a lo largo de su trayectoria militar.
Jean de Metz hizo su declaración en el proceso de nulidad el
31 de enero de 1456, ya con una edad que rondaba los 57 años, mientras que
Poulangy, un poco mayor, lo hizo el 6 de febrero del mismo con una edad
aproximada de 63 años. Ambos declararon muy a favor de Juana (Metz: «Y cuando
le pregunté quién era su señor, me respondió que era Dios. Entonces le concedí
mi fe hacia ella, tocándole la mano, y prometiéndole que, con la guía de Dios,
yo le conduciría hacia el rey»), de lo cual se extrae la gran admiración y
aprecio por la que consideraron su heroína. En cuanto a Jacques Darc, el padre
de Juana, fue el más reticente al inicio de la misión de ésta.
Hacía el 13 de febrero de 1429 Juana emprendió el viaje que
le iba a hacer atravesar territorio enemigo. Este viaje la haría famosa y todo
el mundo conocería su aventura, pero desde un primer momento la escolta
asignada no tenía realmente una idea clara de qué era la misión ni de quién era
Juana.
Para este viaje Juana vestiría por primera vez ropas de
hombre. Jean de Metz, diría al respecto en el proceso de nulidad: «Cuando
Jehannette estaba en Vaucouleurs, la vi vestida con un vestido rojo, pobre y
gastado […] Le pregunté si quería hacer el viaje vestida como iba, y ella me
respondió muy enérgicamente que quería ponerse ropa de hombre. Entonces le di
el traje y el equipamiento de uno de mis hombres. Después, los habitantes de
Vaucouleurs, tendrían un traje de hombre hecho para ella, con todos los
requisitos necesarios».
El viaje hacia Francia del sur a través de territorio
borgoñés, le hizo cabalgar de noche en horas intempestivas para disimular y no
despertar la atención de ningún destacamento. Algunas de las ciudades más
importantes por las que pasó fueron: Auxerre, Gien y Sainte Catherine de
Fierbois.
Del paso por Auxerre, se sabe que llegó a participar en una
Santa Misa en su catedral, pasando desapercibida en una ciudad hostil. De Gien,
no se sabe casi nada de su paso, pero parece que pasó por el único puente sobre
el río Loira que quedaba en manos francesas, y fue el lugar donde comenzó a
circular el rumor de que una doncella aseguraba que liberaría la ciudad de
Orleans de su asedio y que coronaría al delfín en Reims (habría vuelto a pasar
por aquí hacia el 25 de junio del mismo año, 1429, para reencontrarse con el
delfín y viajar hacia Reims). Y finalmente, pasaría por Sainte Catherine de
Fierbois el 4 de marzo. Esta localidad le era muy valiosa, ya que su iglesia
estaba dedicada a Santa Catalina, una de las santas de sus visiones. Fue allí
donde Juana realizaría otro "milagro": habiendo recibido un armadura,
cuando le ofrecieron una espada ella se negó, pidiéndole a los clérigos que le
dieran una espada que se encontraba enterrada detrás del altar de la iglesia,
cosa que resultó ser cierta. Dicha espada supuestamente había pertenecido a
Carlos Martel, y Juana la portó en batalla hasta el fin del asedio a París
(aunque, según sus propias palabras en el juicio, nunca la usó para matar a
nadie). En Sainte Catherine Juana escribió una carta a Carlos VII anunciando su
llegada, y quedó a la espera de la respuesta de la corte, que finalmente la
recibió en audiencia.
La desconfianza del
delfín
Aún con la gran memoria que se otorga a la gente de la Edad
media (ya que, al no estar extendida la escritura, era una cultura de
transmisión oral mayormente), además de la inteligencia de «la Pucelle», es muy
difícil saber si realmente sabía leer y escribir. Pruebas gráficas hay de su
firma como mínimo. Pero la cuestión está en el aire aunque se acostumbra a
decir que en el período que estuvo en la corte del delfín, el verano de 1429,
podría haber aprendido, o bien haber recibido nociones básicas.
De todas maneras, la carta llegó a la corte de Chinon
acompañada de la fama de «la Pucelle», lo cual originó un gran debate donde se
discutió si era adecuado recibirla, es decir, si era cierto todo aquello que
decía ser o era alguien que urdía un engaño. Había cierta curiosidad en la
corte por ver a aquella que decía traer la salvación de Orleans y la coronación
del propio rey. Pero el factor detonante fue la declaración positiva de
Baudricourt, que era un hombre de confianza del delfín. Por lo tanto, éste
decidió recibirla.
Sin embargo, el delfín no se podía arriesgar a que una joven
desconocida se presentara ante él y lo pudiera matar. De esta manera, cuando
Juana llegó a la corte, el delfín se ocultó entre la gente que ocupaba la sala,
vistiendo a uno de sus sirvientes con sus ropas para hacerlo pasar por él. Pero
el engaño no sirvió, ya que Juana identificó al delfín entre sus súbditos. En
el proceso dijo al respecto lo siguiente: «Cuando entré dentro la habitación
del rey lo reconocí de entre los otros por consejo y revelación de mi voz, y le
dije que quería hacer la guerra a los ingleses». Con habilidad, los jueces le
presionaron y le preguntaron: «Cuando vuestra voz os señaló a vuestro rey,
¿había alguna luz?», a lo que ella se negó a contestar, como a tantas otras
preguntas, con un tono seco y tajante: «passez outre». Entonces añadieron si vio
algún ángel encima del rey, a lo cual respondió de la misma manera.
Finalmente, el rey la recibió sola y ella le habría expuesto
una plegaria para persuadirlo a que le diera un ejército y la enviara a
Orleans. Este intercambio a puertas cerradas sería uno de los datos más
buscados de este período de su vida. Pero gracias al testimonio de Juan II,
Duque de Alençon en el proceso (un hombre de gran peso, con sangre real),
habría sido el siguiente:
Fue el señor y conde de la Vendôme el que la llevó al
apartamento del rey. Cuando éste la miró, le preguntó su nombre. «Señor Delfín
—contestó ella—, me llamo Jehanne, la Pucelle; y el Rey del Cielo te envía una
palabra a través de mí, por la que tú serás consagrado y coronado en Reims, y
que tú serás el lugarteniente del Rey del Cielo, que eso es ser rey de
Francia». Después de que el rey le hubiera hecho unas cuantas preguntas, ella
le dijo: «Con mis respetos, te digo que tú eres el verdadero heredero de
Francia e hijo del Rey, y Él me envía para guiarte hacia Reims al final, donde
puede que recibas tu coronación y consagración. Si tú quieres». Al acabar la
entrevista, el rey dijo que Juana le había confiado secretos que no podían ser
sabidos por nadie, excepto por Dios, quien había puesto mucha confianza en
ella. Todo esto he oído sobre Juana, pero no tengo testimonios sobre esto.
Parece ser entonces que, según el Duque de Alençon, estas
habrían sido las palabras que convencieron al delfín y también a su joven
esposa Yolanda de Aragón; el delfín entonces le asignó dos oficiales,
Ambleville y Guyenne, para protegerla. Jean d’Aulon se encargó de su
intendencia. De todos modos, el delfín no dio carta blanca a Juana, ya que las
presiones en su corte estaban diversificadas. Así pues decidieron hacerle una
especie de proceso en Poitiers, para verificar si ella era quien decía que era.
De este proceso ella hizo muchas referencias delante de sus jueces en Ruan,
pero lo cierto es que los documentos de Poitiers se han perdido, después de
haber pasado por la Universidad de París (reticente al delfín) y por los
propios jueces de Ruan.
Sobre Poitiers, lo que se sabe es a través de las
declaraciones en el proceso de nulidad, y así se sabe para empezar que su
duración fue de tres semanas, y que Juana consiguió dejar una buena impresión
en los teólogos que la examinaron. Maître François Garivel, que era Consejero
General del rey, dio los primeros detalles, diciendo que ciertamente el proceso
duró tres semanas y básicamente se trataba de plantearle muchas preguntas a
Juana, para después poder examinar sus respuestas y su expresión; proceso que
resultó satisfactorio, ya que ella siempre se mantuvo dentro de sus creencias y
con gran firmeza, siempre defendiendo que era una mensajera de Dios y venía a
llevar al delfín a Reims para consagrarlo. También añadió que le sorprendió que
ella siempre llamase al rey, delfín; y cuando le preguntó por qué no le llamaba
nunca rey, obtuvo esta respuesta: «Ella me respondió que no lo llamaría Rey
hasta que no fuese coronado y ungido en Reims, ciudad a la cual pretendía
conducirlo».
En Poitiers, la firmeza que demostró Juana en sus creencias
fue clave para ganarse la confianza de los interrogadores. Estos, naturalmente,
pidieron que les diera alguna señal para que ellos pudieran confirmar que ella
realmente era la mensajera de Dios que decía ser. Ella respondió que no había
ninguna otra manera que darle el número de soldados que el delfín creyera
conveniente, con los cuales ella misma levantaría el asedio de Orleans.
Gobert Thibaut, terrateniente del rey de Francia y amigo de
Poulengey, enriquecería con sus declaraciones los detalles del proceso en
Poitiers, explicando que durante las tres semanas, Juana se alojó en casa de
Jean Rabateau. Además de hacer unas declaraciones muy positivas respecto a
ella, concretó que los doctores y jueces consideraron verdad tanto su mandato
divino como sus predicciones.
Maître Jean barbin, doctor en leyes y abogado del rey,
siguió en la misma línea e hizo una referencia a María de Avignon «la gasque
d’Avignon», una mujer que hizo ciertas predicciones a inicios de siglo,
causando una gran conmoción. Ésta se dirigió al rey de Francia anunciándole que
a su reino le esperaban grandes calamidades por sufrir, y habló de unas
visiones en las que veía el reino desolado mientras en otras se le aparecía un
ejército que se ponía en sus manos. Ella se acobardó ante la idea de tener que
hacerse cargo, pero dijo que algún día vendría una joven maga que tomaría el
ejército y salvaría a Francia. Así, el doctor concluyó diciendo que
naturalmente pensaron que Juana era esta doncella de la que hablaba María.
Finalmente testificaría el hermano Seguin de Seguin,
dominico, profesor de teología y decano de la Facultad de Teología de Poitiers.
Éste comentó cómo había escuchado de mano de Maître Jean Lombart la aventura de
Juana hasta Poitiers, y después explicó que quiso poner a prueba su fe,
preguntándole en qué dialecto le habían hablado las voces. La respuesta fue:
«Uno mejor que el vuestro». Entonces él le pidió pruebas y ella, irritada, le
replicó pidiendo un ejército, de número a decidir por el rey, con el que se
haría con Orleans.
Campaña del Loira
La Campaña del Loira fue la primera operación ofensiva
francesa en más de una generación. Con el ejército francés comandado por Juana,
consistió en la liberación del sitio de Orleans y en la recaptura de varios
puentes sobre el río que estaban en poder del enemigo desde hacía mucho tiempo,
fracturando el territorio francés en dos partes (norte y sur) e imposibilitando
a los franceses para trasladar tropas, logística y suministros de una orilla a
la otra. Por añadidura, se sabía que el plan inglés preveía utilizar al río
Loira como cabeza de puente para lanzar una enorme operación ofensiva que,
seguramente, hubiese culminado en la conquista de toda la Francia meridional y
la destrucción total y absoluta del estado francés. La campaña del Loira, en
consecuencia, consistió en cinco acciones:
La liberación del sitio de Orleans.
La Batalla de Jargeau.
La Batalla de Meung-sur-Loire.
La Batalla de Beaugency.
La decisiva Batalla de Patay.
A estos combates se suma el extraño caso de la Batalla de
los Arenques. Tras romper el cerco de Orleans, el ejército de Juana se desplazó
a lo largo del río, liberando en menos de una semana los tres puentes de
Jargeau, Meung y Beaugency. Luego de la victoria decisiva de Patay, quedó por
fin expedito el camino de las tropas galas para poder dirigirse al norte y
atacar a los ingleses en sus bastiones, frustrando al mismo tiempo el plan
anglosajón de invadir Francia completa.
El viaje hacia Reims
El viaje que tenía que llevar a Carlos VII hacia su
consagración se presentaba muy difícil aun con la alta moral del ejército tras
Poitiers, pues tanto la ciudad como el trayecto estaban en manos de los
borgoñones. Sin embargo, Juana había dicho que ella libraría a Orleans de su
asedio y llevaría el rey a Reims.
La comitiva de la corte inició el camino hacia esa ciudad,
pero se encontró con que la fama de la Pucelle se había extendido por buena
parte del territorio y había hecho que el ejército armagnac del delfín fuese
temido. Aquello fue una sorpresa que se fueron encontrando al paso por las
diferentes villas de renombre que habían en la ruta que llevaba a Reims, bien
al norte de Francia. Así pues, Juana pasó sin demasiados problemas por sucesivas
ciudades como Gien, Saint Fargeau, Mézilles, Auxerre, Saint Florentin y Saint
Paul (ruta que hizo desde la victoria de Patay el 18 de junio, hasta el 5 de
julio en Troyes).
Desde Gien, se fueron enviando invitaciones a diversas
autoridades para asistir a la consagración del delfín, quien quería hacer saber
a todo el mundo que sería oficialmente el nuevo rey legítimo de Francia. El 29
de junio, el Delfín organizó a sus tropas. De Auxerre se llegó a prever una
guerra dado que había una pequeña guarnición enemiga, pero después de tres días
de negociaciones se consiguió obtener la colaboración de estos con Carlos VII y
las consecuentes provisiones con tal de proseguir la ruta (aproximadamente el 1
de julio).
Idéntica situación presentó Troyes; una ciudad con
guarniciones borgoñonas de más de medio millar de hombres. Los nobles de sangre
real y la mayoría de los capitanes creyeron conveniente llevar la batalla a la
zona de Normandía como siguiente paso, antes de pasar por Reims y así
aconsejaron al Delfín, con la oposición de Juana, cuyas voces le habían
indicado que el camino a seguir en aquel momento no era otro que la coronación
definitiva del delfín en Reims, porque aquello ayudaría a menguar la autoridad,
el soporte y el poder de sus enemigos. Y con esta idea fue a convencerlo,
acompañada de Jean de Orleans, el Bastardo, en Troyes, después de haber
convencido a la mayoría de los capitanes, según el propio Bastardo confesaba en
el proceso de nulificación. Mientras tanto, la ciudad de Troyes se dividía entre
los que estaba dispuestos a aguantar y los burgueses de la ciudad, temerosos de
las duras consecuencias que podía tener verse involucrados en un asedio.
Juana consiguió convencer al rey gracias al argumento de sus
voces. El Bastardo recordó en el proceso lo siguiente:
Noble Delfín —dijo ella—, ordena a tu gente que vaya y ponga
en asedio el pueblo de Troyes, y no perdáis más tiempo en tales largos
consejos. En nombre de Dios, antes de que hayan pasado tres días, yo os llevaré
hacia el interior del pueblo, de buenas maneras o por la fuerza, y dejaremos
atónitos de gran manera a los falsos borgoñones.
De esta manera, el rey aceptó. La villa cual no se atemorizó
inicialmente mientras Juana desplegaba a las tropas. Una de los encuentros más
importantes fue entre Juana y el hermano Ricard, enviado por los troyenses. De
este encuentro, Ricard resultó convertido en un hombre fiel a la causa
armagnac, según un burgués de París en el libro titulado Le Journal d'un
Bourgeois de Paris. Es un libro anónimo, pero se sobreentiende que lo
escribiría aquel que se puso en el título de este.
El ejército permaneció a las puertas de Troyes durante cinco
días con las negociaciones, del 5 al 10 de julio, cuando pudieron entrar en la
ciudad. La guarnición borgoñona permaneció pasiva, sin oponer resistencia. Tras
esto, las siguientes villas no supusieron dificultad alguna. El 12 de julio se
llegó a Arcy y un día después a Châlons. Fue por estos pueblos, cercanos a su
Domremy natal, en los que Juana se reencontró con gente de Domrémy, como un
primo suyo cistercense llamado Nicholas Romée, o Jean Morel, padrino de ella,
entre otros villanos.
El día 15 de julio, la cabalgada (la chevauchée, como se
conoce en francés) llegó al castillo de Sept-Saulx no muy lejos ya de Reims,
que ese mismo día se sometió formalmente al Delfín. Finalmente el 16 de julio
entró la comitiva armagnac en la ciudad de Reims.
Sabemos que el día de la consagración definitiva del rey
francés en Reims fue el 17 de julio. No fue la ceremonia más espléndida del
momento, ya que las circunstancias de la guerra lo impedían, pero el ritual se
llevó a cabo de todos modos. Juana asistió y parece que en una posición
privilegiada y con su estandarte, lo que delató uno de los momentos claves en
la historia de Juana, representado en algunos cuadros. Este momento es tomado
tradicionalmente como el clímax de la epopeya de Juana, el punto más álgido.
La campaña en la Île
de France
Llegados a este punto, teóricamente Juana ya no tenía nada
más que hacer en el ejército. Había cumplido su promesa perfectamente, o según
ella, simplemente había cumplido correctamente las órdenes que le habían
asignado sus voces. Pero ella, como muchos otros, vio que mientras la ciudad de
París estuviese tomada por las tropas inglesas, difícilmente el nuevo rey
podría hacerse claramente con el control del reino de Francia.
El mismo día de la coronación, Juana envió una carta al
Duque de Borgoña, haciendo una referencia a otra enviada tres semanas antes en
la que le pedía que acudiera a la coronación del delfín. De aquella no obtuvo
respuesta. El motivo de la carta era la demanda de una tregua a petición del
nuevo rey de Francia. Ella fue respetuosa en el tono de la demanda, aunque le
recordó, una cosa muy usual en aquella época, quizás intentando dejándole
entrever una contradicción en sus alianzas contra el armagnac: «…como los
cristianos fieles tendrían que hacer; y si os complace hacer la guerra,
entonces id contra los sarracenos». Esta carta es un testimonio más que refleja
la presencia de las luchas entre cristianos e islámicos en la Edad Media. Así,
incluso para ella, el objetivo islámico era normal y legítimo, siguiendo el
dogma cristiano del momento.
El mismo día de la coronación aún llegaban emisarios del
Duque de Borgoña y se iniciaron las negociaciones para llegar a la paz, o a una
tregua, que fue finalmente lo que se pactó. No fue la paz que deseó Juana, pero
por lo menos se obtuvo durante quince días. Sin embargo la tregua no fue
gratuita, ya que hubo intereses políticos detrás de esta.
Así pues, Carlos VII necesitaba tomar París para ejercer la
autoridad de rey con poder efectivo sobre el reino, además de que no tenía
interés en crearse un mala imagen llevando a cabo una conquista violenta de
tierras que entonces pasarían a sus dominios y un día u otro le podrían pasar
factura; pero por otro lado, lo que movió al Duque de la Borgoña a firmar la
tregua, fue la necesidad de ganar el tiempo suficiente para rehacerse. Es
decir, poder hacer un examen general de la situación, resituarse sobre el terreno
y rehacer las alianzas con el inglés Bedford, regente por aquel entonces de
Inglaterra (Enrique VI no alcanzó la mayoría de edad hasta 1437).
Una tregua con el Duque de la Borgoña no quería decir cesar
las luchas contra los ingleses. De este modo, el ya rey Carlos decidió con el
objetivo claramente fijado en París, aprovechar la tregua llevando al ejército
real de campaña por la actual región francesa de Île de France con la esperanza
de irlas avasallando poco a poco, así sacrificaba la opción de atacar directamente
la capital en favor de poderla atacar después con más puntos a favor. Así el
ejército pasó sucesivamente sin tropiezos por ciudades como Corbeny el 21 de
julio, Soissons el 23 de julio, el Castillo de Thierry cuatro días después,
Montmirail ya el 1 de agosto, Provins el 6, Coulommiers un día después, La
Ferté-Milon el 10 de agosto, y Crépy el once. El objetivo era ir colocando sus
tropas de forma estratégica para amenazar la capital del reino.
Los días siguientes, el doce y el trece de agosto, Carlos
probó desde Crépy el ataque directo contra París. De la villa restante al
nordeste de la capital francesa, hicieron un pequeño desplazamiento, primero a
Lagny le-Sec y después a Dammartin. Pero la guarnición anglo-borgoñona, alerta,
hizo una buena anticipación saliendo al encuentro de estos y los consiguieron
parar, haciéndolos retroceder otra vez hasta Crépy. Aquella tentativa armagnac
llamó la atención inglesa que mediante Bedford, les envió una contraofensiva,
un reto de duelo el 14 de agosto en Montépilloy, al cual accedieron a ir los
franceses al día siguiente. Allí los ingleses tenían una resistencia bien
formada, capaz de hacer frente al ejército real francés conducido enérgicamente
por Juana.
Montépilloy era una villa que quedaba en medio de Crépy y
París, y allí los ingleses estructuraron su guarnición de la forma tradicional:
con los arqueros delante esperando al adversario. La batalla fue en sí lo
suficientemente extraña como para provocar, después de diversos ataques, la
retirada a París de las tropas inglesas mientras su comandante, Bedford, iba a
Ruan a sofocar unas revueltas que habían estallado. De hecho, los franceses,
que hasta aquel momento no habían encontrado una resistencia de cierta entidad
en la Île, habían preferido hacer de esta gira alrededor de París una
exhibición, evitando enfrentamientos directos con los borgoñones. Esta actitud
no gustaría apenas a Juana. La batalla de Montépilloy dejó entrever que el
ejército inglés no mostraba una actitud muy diferente del armagnac.
De esta manera, quien salía ganando en todo esto, aparte de
los armagnacs haciéndose con Montépilloy, era Felipe el bueno, el Duque de la
Borgoña, a quien Bedford confiaba la defensa de la capital francesa. El
borgoñón se saldría con lo que buscaba, ya que tenía a favor la propia ciudad,
que era potencialmente pro-borgoñona.
París
Juana pisaría Compiègne (una villa que toca al Oise, un
afluente del Sena estando en territorio borgoñón) por primera vez a mediados
del mes de agosto, aproximadamente el 18 junto con el ejército y el rey. Una
vez allí la ciudad abrió las puertas a su llegada. La situación llegó a ser un
poco peculiar, porque el avance de las tropas francesas hacia París contrastaba
con la propia diplomacia armagnac, que se dedicaba a ofrecer pactos y entendimientos
con los borgoñones, los verdaderos enemigos en aquella zona. El 21 de agosto
incluso se llegó a una pintoresca tregua que tenía como finalidad cesar los
ataques durante cuatro meses además de ceder algunos pueblos al Duque de
Borgoña, asimismo se llegó a prometer una Conferencia de Paz de cara a la
primavera del siguiente año. Naturalmente se trataba de una estrategia para
confiar al enemigo borgoñón; ya que dos días después de la tregua, el 23, Juana
y el Duque d’Alençon se fueron de Compiègne, dejando al rey, para atacar
finalmente el objetivo final: París.
En dos días se plantaron en Saint Denis (justo delante de la
capital de Francia siguiendo el curso del Senna) con un batallón. Desde allí
querían lanzar los ataques contra las puertas de la fortificación parisina.
Pero tuvieron que esperar a la llegada del rey para un ataque contundente y
definitivo, que se hizo efectivo en Saint Denis el 7 de septiembre. Así pues,
al día siguiente se decidió atacar por la puerta de Saint-Honoré, que quedaba
al noroeste de la ciudad. La ofensiva resultó un fracaso dada la resistencia
borgoñona combinada con la ya anticipada tendencia también pro-borgoñona de sus
habitantes. Además, Juana fue herida por una flecha en un muslo. Esto aceleró
la decisión de que el rey estaba destinado a tomar: la retirada (efectiva el 10
de septiembre). Esta decisión era totalmente la contraria de la que habría
querido Juana, que como en las otras batallas había demostrado coraje y
valentía.
Juana retornó a Saint Denis el día 9, donde dio gracias a
Dios de que no fuera mortal. A partir de aquel momento, el delfín, entonces
rey, tomó plenamente el control de la situación en el seno de su ejército y su
corte, pasando a ser la figura más influyente en las decisiones del mismo; obviando
las voces de Juana que hasta ahora había tenido en cuenta. Así pues, puso freno
y detuvo la campaña militar, lo que, a partir de aquí, supuso un factor de
tensión con la propia Juana. Con aquella parada el rey francés no expresaba la
intención de abandonar definitivamente la lucha, sino que simplemente optaba
por pensar y defender la opción de conquistarla mediante la paz, tratados y
otras oportunidades en un futuro. Precisamente esta es la vía que decidió
priorizar como máximo dirigente, la vía del pactismo.
El 21 de septiembre disolvería el ejército real en Gien;
después de hacer un recorrido que lo llevó camino del valle del Loira, saliendo
del núcleo parisino el 11 de septiembre, y atravesando ciudades destacadas como
Provins o Montargis.
Seguir por la vía del pactismo significaba reafirmarse en la
idea de que Juana ya no le era necesaria. Ella había prometido coronarlo en
Reims y así había sido. Una vez consagrado quería aplicar la política que él
creía conveniente aplicar con legitimidad para ser el rey. Su objetivo final
era el de rehacer la armonía entre la nobleza de Francia, rehacer la estructura
familiar y llegar a la paz definitiva con los borgoñones, con tal de afrontar
con mucha más fuerza la expulsión definitiva de la presencia inglesa en su
reino. Para hacer esto, necesitaría el tiempo que estaba dispuesto a pasar
evitando incomodar a los borgoñones no humillándolos con victorias militares.
Según su filosofía sólo así podría hacer frente a Enrique VI (en 1435,
finalmente el rey de Francia obtendría la ciudad de París de manos del Duque de
la Borgoña, Felipe el Bueno mediante el Tratado de Arrás). Esta estrategia
nunca se la dio a saber a Juana, aunque probablemente no tenía ninguna
obligación de hacérsela saber, como tampoco la tenían sus consejeros, dado que,
de hecho, ella nunca había pertenecido al Consejo Real.
Las desavenencias de Juana con la Corte[editar]
Juana comenzó a inquietarse profundamente ante la nueva
estrategia del rey, pausada y sin la urgencia de los últimos tiempos. Ella no
podía acabar de comprender sin explicación alguna cómo el rey había decidido
dejar de lado la componente militar por los procesos de tregua. Además, decidió
separar a los generales dividiéndolos y destinándolos a diversas regiones. De
este modo, cuando Juana quiso reemprender la campaña militar, lo tuvo que hacer
sin la presencia del Bastardo ni del Duque de Alençon; este último pidió sin
éxito a la Corte que Juana le acompañase en la campaña en Normandía.
En este período de treguas, Juana residió en Mehun-sur-Yèvre
con la corte. Allí, Carlos VII establecería su residencia favorita y en 1461
moriría. Mehun es un castillo que había sido restaurado por el tío de Carlos
VII y que quedaba bastante lejos de París, en la zona de influencia del Loira.
Así pues, sola, preparó allí una serie de enfrentamientos con la intención de
reemprender la campaña militar, empezando por Saint Pierre-le-Moûtier y La
Charité-sur-Loire. Pero primero tuvo que pasar por Bourges, hoy importante
ciudad atravesada por el río Cher, para encontrar los refuerzos necesarios.
Jean D'Aulón lo explicaba en el proceso de nulificación: «…para conseguir esto
y reclutar hombres, la Pucelle fue al pueblo de Bourges, en el que reunió a sus
fuerzas; y desde allí, con un cierto número de hombres armados, de los cuales
Lord Elbret era el cabecilla, fue a asediar el pueblo de Saint Pierre le
Moustier».
Sobre Saint Pierre, ciudad también del entorno del Loira
como La Charité, Juana se dirigió a finales de octubre, y la tomó el 4 de
noviembre. No obstante, había fallado en un primer momento, según explicó Juan
Daulon escudero y por lo tanto testimonio de los hechos:
…y los que habían lo hicieron lo mejor posible por tomarlo
[St. Pierre], pero a causa del gran número de gente en el pueblo […] los
franceses se vieron obligados y forzados a abandonar […] y en este momento, el
«Testificante» [Juana siempre habló autodenominándose «el Testificante»,
expresión comparable a «una servidora» y expresándose además en tercera persona
(muy utilizado en esa época) como si estuviera hablando de otra persona] fue
herido por un golpe en el talón, que no se rompió pero que lo dejó sin
aguantarse de pie ni poder caminar. Entonces se dio cuenta que la Pucelle se
había quedado acompañada por un número muy reducido de su gente y de otros; y
el Testificante, viendo que el problema podría ir más allá, [recuérdese que una
buena parte del ejército había huido] montó un caballo y acudió inmediatamente
su auxilio, exigiéndole qué estaba haciendo allí sola y por qué no se había ido
como el resto. Ella, después de sacarse el casco de la cabeza, replicó que en
absoluto estaba sola, y que todavía le quedaban en su compañía cincuenta mil de
sus hombres, y que no se iría hasta no tomar el pueblo. Y el Testificante dijo
que en aquel momento ella podía decir lo que quisiera, que con ella no había
más que cuatro o cinco personas [no en el sentido literal, sino utilizando una
figura retórica, como «sólo cuatro gatos»], y esto él lo sabe perfectamente […]
quien de manera parecido la veía.
Jean le volvería a exigir que se retirara del campo de
batalla, en respuesta de lo cual obtendría la orden de ir a buscar un puñado de
hoces y vallas para construir un puente que les permitiera atravesar la
trinchera con el pueblo. Los pocos que quedaban, así lo hicieron de forma
eficiente, de lo cual obtendrían la entrada y la victoria sobre aquel pueblo y
que su resistencia fuera más reducida. Añadiría que aquellas acciones crearían
en él una imagen mucho más divina de «la Pucelle».
Antes de proseguir con La Charité, el 20 de noviembre de
1429 Juana dirigió una carta al Rey, implicando a Catherine de La Rochelle,
defensora del punto de vista de las treguas, como el Rey. Esta mujer se
asociaba con el hermano franciscano Ricard. En este caso, Juana respondió a las
afirmaciones de Catalina en las que expresó que había tenido unas visiones en
las que se le aparecía una mujer vestida de blanco (en alusión a Juana) y con
unos zapatos de oro diciendo que iría a por todas las ciudades reclamando el
oro y la plata, al igual que lo reclamaría al Rey (haciendo referencia a que
finalmente todas estas riquezas irían a parar a las manos de Juana en
«Gratitud» por los servicios prestados). Juana desmintió con la carta todas las
afirmaciones de Catalina y le recomendó que volviera con su marido a las tareas
domésticas y a criar a la descendencia. Además añadió que cuando viera al rey
le informaría del estado de «Locura completamente sin sentido» de aquella
mujer.
Y seguidamente preparó el asalto a La Charité, un asalto que
se alargaría profundamente. Este es uno de los puntos más relevantes en la
historia de la marginalización de Juana. El rey le proporcionó un ejército que
nunca estuvo a la altura de la resistencia de la ciudad. No demasiado bien
equipado y de número bajo. Juana pidió unos refuerzos a las ciudades de
alrededor que nunca llegaron, excepto el material que envió Clermont-Ferrand. Y
finalmente, el día de Navidad, después de un mes y un día, Juana decidió
abandonar el asedio contra aquella ciudad dejando la artillería que quedaba.
Además, las condiciones climatológicas se hicieron más difíciles, ya que poco a
poco se adentraba en las fases más profundas del invierno, un período
tradicionalmente poco dado a las guerras.
¿El ennoblecimiento
de su familia?
Sobre este tema se vuelve a encontrar diversidad de
opiniones, por lo tanto la discusión está abierta entre los teorizadores
«clásicos» y los «ortodoxos». Para empezar, para la mayoría de los primeros
acostumbra a ser la prueba que clarifica que se tiene que llamar Jehanne con el
apellido, es decir, «Jehanne Darc» (hoy «Jeanne d’Arc») con el simple
razonamiento de que se trata de un documento oficial. Esta afirmación ultrapasa
la palabra de Juana en el proceso (anteriormente nombrada), declaración de esta
que defienden los «ortodoxos» tendiendo a afirmar que este documento se trata
de un fraude y, por lo tanto, es falso.
Teóricamente el rey tramitó una carta de ennoblecimiento a
la familia de Juana (que englobaba también su descendencia masculina y
femenina) el 29 de diciembre en Mehun. Este es el presunto hecho que es
considerado por los defensores de su validez como una especie de recompensa por
los servicios prestados.
La polémica por la oficialidad del apellido «Darc» se amplía
además cuando el otro sector de historiadores analiza el texto. De este modo se
incluye en la discusión la paternidad y maternidad real de Jacques e Isabelle,
que aparecen en el texto como padres de ella, en un texto supuestamente
oficial. Los puntos más relevantes que se acostumbra argumentar para demostrar
que el texto es falso y que, por consiguiente, no hubo ningún ennoblecimiento,
son los siguientes:
En primer lugar, haciendo referencia al nombre Jehanne Darc,
ella nunca se llamó de ninguna otra manera que de la que declaró en el proceso,
es decir: «Dentro de mi pueblo se me llamaba Jehannette. En Francia desde mi
llegada se me llamaba Jehanne». El mismo juez principal de Ruan no la llamó de
ningún otro modo que «Jehanne, comúnmente llamada la Pucelle» durante todo el
proceso. Juana, «la Pucelle», es la fórmula que siempre utilizó en todas sus
cartas ella misma, como tampoco le pusieron ningún apellido los villanos
declarantes en el proceso de nulificación.
En segundo lugar se pone en entredicho la veracidad concreta
de ciertos fragmentos, los más discutidos son en los que se hace referencia a
aquello que hizo Juana por la corona francesa: «Es por eso que nosotros hacemos
saber que, teniendo en cuenta aquello de más arriba [se refiere a los términos
que se habían expresado en el párrafo de más arriba de la carta], considerando
además agradables los muchos y aconsejables servicios que Jehanne la Pucelle ya
prestaba, y prestará en el futuro, lo esperamos, por nosotros y por nuestro
reino, y por otras ciertas causas que nos mueven, con esto ennoblecemos la
susodicha Pucelle…»
Entonces la pregunta que se hacen los detractores es la
siguiente: ¿por qué la carta no describe las campañas, los méritos en sí que la
han llevado a este reconocimiento? Afirman pues, que todos los documentos de
este tipo del siglo XV contienen una detallada descripción de los hechos que,
en efecto, provocan estas letras de ennoblecimiento. En este caso, Juana
consiguió conducir a Carlos a Reims después de las ya nombradas gestas, que el
propio rey había reconocido.
En tercer lugar, se habla del ennoblecimiento para toda la
familia, tanto en línea masculina como femenina: «…y a pesar de su parentesco y
linaje, y en favor y contemplación d’icelle Jehanne, toda su descendencia
masculina y femenina…». En este caso, se puede remitir a debatir esta sentencia
afirmando que en Francia ya había una ley sálica y por lo tanto, las mujeres no
podían beneficiarse de estos favores por línea hereditaria. Los «ortodoxos»
afirman que Carlos V de Francia, primer Delfín de Francia, hacía una ordenanza en
1368 con la que reforzaba que la nobleza únicamente se transmitía por línea
masculina. Así de este modo quedaría sin validez el tema de la descendencia vía
línea femenina.
El último punto que se acostumbra a criticar es el del sello
que se usó para la carta. Los estudios realizados nos dicen que se trata del
sello ordinario que el rey utilizaba, y del Gran Sello, guardado por Regnault
de Chartres, quien parece ser que durante aquellos días no se separó. El Gran
Sello era obligatorio para las Cartas de ennoblecimiento.
Finalmente los defensores de las afirmaciones de que la
carta es falsa, hacen un salto en el tiempo y viajan a los años 1550 con Robert
de Fournier (barón de Tornebeu), y al 1600 con Charles du Lys, los cuales
parece ser que eran descendientes de la familia «Darc» y reclamaron los
derechos nobiliarios que teóricamente les pertenecían. Pues bien, parece que
tuvieron que litigar para conseguirlos; un hecho una poco extraño, ya que les
deberían venir de herencia.
Otras tesis sobre este hecho no responden necesariamente a
la «clásica»; se habla de una confirmación de la carta de ennoblecimiento con
Robert (barón de Tournebeu), que en octubre de 1550 hizo una petición junto con
su sobrino Lucas de Chemin, señor de Féron, los dos descendientes de una hija
de Pierre du Lys. Por otro lado, se dice que de los tres hermanos de Juana, dos
tuvieron descendencia: Jean y Pierre. Los descendientes del primero adoptaron
el nombre «Du Lys», y del segundo salieron dos hijos del mismo nombre: Jean. El
primero tuvo una hija y el segundo se convirtió en Regidor de Arràs. Este
último volvería a Francia y adoptaría también el nombre «Du Lys» y tendría dos
bisnietos, Charles du Lys y Luc du Lys, que reclamarían los derechos.
Todavía otra hipótesis nos dice que Pierre du Lys, hermano
de Juana, tuvo un hijo, Jean du Lys, que murió sin descendencia en 1501. Así,
durante los siglos XVI y XVII, aprovechando que uno de los privilegios del
ennoblecimiento de las familias era la exención de pagar los impuestos, habrían
aparecido falsos familiares o descendientes de la familia de Juana que habrían
querido aprovecharse. Así explican la demanda y los litigios de Charles du Lys
y del barón de Tornebeu. También se afirma en este sentido, a la hora de
explicar los litigios, que Carlos IX (1550-1574) suprimió los beneficios de
transmisión para las mujeres y así estos tuvieron de apoyarse en la
descendencia del hermano de Juana, Pierre du Lys, del único que se sabía que
había tenido un hijo. Probaron inventándose otra mujer para Pierre, que tuvo
únicamente un hijo, sin descendencia (Jean du Lys) y a partir de aquí una serie
de hijos que no aparecen registrados en las encuestas de nobleza hechas de 1476 a 1551. Así pues el
ennoblecimiento de Juana y de su familia sigue siendo un misterio.
El declive definitivo:
las últimas campañas
Juana pasó el resto del invierno, después del abandono de la
campaña en La Charité, en el castillo de Sully, el cual pertenecía a Georges de
la Trémoille, después de algunas estadas en Bourges y en Orleans. Mientras
seguían los trámites que llevaban el delfín y el Duque de la Borgoña con
Compiègne. El rey de Francia había aceptado que esta ciudad, que estaba en
territorio borgoñón, pasara a este a cambio de la neutralidad del Duque. Pero
el Borgoñón todavía seguía con las negociaciones paralelas con Inglaterra, lo
cual no gustó nada al rey, que le había ofrecido su confianza y finalmente
decidiría volver a tomar la ciudad, que ya tenía a su favor en cuanto a sus
habitantes.
Este fue uno de los motivos del retorno de Juana al panorama
militar. Ella seguía con la intención de hacer lo posible para expulsar
definitivamente a los ingleses, sin pasar por las treguas que intentaba pactar
Carlos VII. Estas treguas finalizaron en marzo de 1430 y Juana, que
pacientemente las había respetado, volvió al campo de batalla, en dirección a
Compiègne con un modesto batallón y lo hizo sin esperar a que el rey se lo
permitiera. Paralelamente a esto, Juana dictó diversas cartas desde Sully: dos
dedicadas a los ciudadanos de Reims (los días 16 y 28 de marzo) donde les
aseguraba que los auxiliaría en caso de asedio (estos se habían dirigido antes
a ella temiéndose uno) y otra carta el 23, mucho más atrevida y después
polémica, a los husitas. De hecho se trataba de un ultimátum en el que los
trataba de herejes llamándolos a que volvieran a la fe católica y así a la luz
verdadera si no querían que ella misma liderara una cruzada contra ellos. La
utilización que se hizo después por parte de sus detractores es la que se quiso
poner en el lugar del Papa, que acababa de anunciar una, en la que pretendían
tomar parte junto a los borgoñones y los ingleses.
Parece ser que esta carta amenazadora fue influida por el
hermano Jean Pasquerel, su confesor. Junto con él y su hermano Pierre, Jean
d'Aulón y el pequeño batallón, partieron de Sully. El primer reto de esta nueva
etapa en los campos de batalla fue en Lagny-sur-Marne, al lado del río Marne,
afluente del Sena muy cerca de París. Allí había guarniciones inglesas y
destacamentos borgoñones. Juana los pudo derrotar el 29 de marzo gracias
también a la ayuda de las tropas mercenarias itálicas de Berthelemy Baretta que
reforzaron el regimiento de Juana con unas 200 unidades.
Ya en abril del mismo año, Juana protagonizaría la última de
sus victorias en el campo militar. Fue en un encuentro con las tropas
borgoñonas dirigidas por Franquet d'Arras. Necesitó cargar tres veces contra la
defensa mercenaria borgoñona que había salido de París con más de 300 unidades,
frente a las cerca de 400 que dirigía Juana sin refuerzos por parte del rey. La
batalla acabó pues con la rendición d'Arras, que le ofreció su espada como
prueba. Este aspecto sería tratado en el proceso de Juana el 24 de marzo de
1431, ya que ella dijo que a partir de aquel momento utilizó la espada ganada
mientras que no quiso dar detalles de la que llevaba habitualmente, la que
había recibido en Sainte Catherine de Fierbois. El destino d'Arras fue
convertirse en prisionero, y de aquí a su ejecución después de un proceso de
unos quince días en Lagny mismo, a manos de un oficial de Senlis de la justicia
de Lagny.
El 10 de marzo de 1431, Juana declaraba en su proceso, que
en la semana de Pascua de 1430 (se cree que el 22 de abril), estando en Melun,
sus voces, las de Santa Catalina y Santa Margarita, le hicieron saber que sería
capturada antes del día de San Juan, es decir, el 24 de junio, pero no tenía
por qué sufrir porque Dios le ayudaría a pasar el trance. Además ella probó de
pedir a qué hora sería tomada presa, pero las voces no se lo dijeron.
El 24 de abril Juana llegaría a Senlis, donde teóricamente
esperó por unos refuerzos del delfín. De aquí hasta el 14 de mayo no se sabe
con certeza qué es lo que hizo. Se sabe que habría pasado por Crépy, Compiègne
y por Soissons (que no permitió que Juana actuara excusándose con que la gente
no quería problemas. Guiscard Bournel, el capitán de esta ciudad, vendería
semanas después de forma secreta la ciudad a los borgoñones), volviendo el 14 a Compiègne. De todos
modos, lo que está más claro es que mientras tanto la alianza anglo-borgoñona
se rehacía y el Duque de Borgoña comenzaba a ganar terreno con el afán de
hacerse con la ciudad de Compiègne. El objetivo era asediarla, ya que los
ciudadanos se mostraban pro-armagnacs y no ofrecían su rendición. El 6 de mayo
la corte armagnac reconocía el desastre que habían producido las últimas
treguas pactadas con los borgoñones, sobre todo la tregua de neutralidad con
Compiègne (afirmación reforzada por el arzobispo de Reims), que las habían
aprovechado para rehacerse y rehacer las alianzas con Inglaterra e iniciar otra
vez toda una serie de batallas.
Así el Duque consiguió avanzar bastante durante el mes de
mayo con el objetivo de llegar pronto a Compiègne. Primero tomó el puente de
Choisy-au-Bac, ciudad que cayó el 16 de mayo, siguió haciéndose con el
monasterio de Verberie y finalmente consiguió llegar a Compiègne a finales de
mes, el 22, día en que la puso en asedio. Por su lado, se sabe que Juana del 17
al 21 de mayo pasó nuevamente por Crépy, lugar del cual sacó más refuerzos para
poder redirigirse a Compiègne contribuyendo así a mejorar la defensa de los
villanos.
Justo el día que la ciudad cae en asedio, Juana llega con
los refuerzos después de cabalgar con sus hombres por los bosques cercanos
hasta llegar a la villa. El resto de la noche la pasaría en el interior de la
ciudad conociendo que esta estaba siendo asediada y a pesar de las
recomendaciones de peligro de sus propios soldados.
Compiègne: la captura
La mañana del día 23 de mayo de 1430, Juana hizo unas plegarias
en una de las iglesias de la ciudad. Compiègne estaba capitaneada por Guillaume
de Flavy y fue con este con el que Juana trazó sus últimas estrategias para
preparar la batalla que se libraría aquella misma tarde, en un puente en el
exterior de las murallas de la ciudad, el cual significaba un enclave de asedio
muy peligroso. Los borgoñones ya sabían que de esta manera lo querían tomar.
Las tropas francesas salieron de la ciudad, pero se
encontraron con una coalición borgoñona muy fuerte, pero aun así los pudieron
hacer retroceder diversas veces. Se encontraron con una especie de emboscada
que las crónicas narran como la entrada de los ingleses en la lucha, lo que
hizo retroceder a los armagnacs. Los ingleses se posicionaron entre el ejército
de «la Pucelle» y el puente al mismo tiempo que una parte de los borgoñones se
colocaban detrás del ejército francés; así quedaba rodeado y con muy pocas
opciones de resistencia a pesar del apoyo desde las murallas de los arqueros de
la ciudad de Guillaume.
Fue cuando la propia compañía de Juana le reclamó que
«¡Considerad hacer un esfuerzo para volver a la ciudad, o vos y nosotros
estaremos perdidos!». Según las crónicas, la Pucelle tuvo para esto una
respuesta bastante furiosa: «¡Quietos! Su derrota depende de nosotros. Pensad
sólo en atacarlos». Pero entonces los anglo-borgoñones vieron que Juana hacía
maniobras para volver a la ciudad; con un gran esfuerzo se apresuraron a tomar
el puente, lo cual provocó una gran escaramuza al extremo de este.
Este fue el momento en el que Guillaume de Flavy, capitán de
la ciudad, cometió el error más grande de su vida, lo que le costó muchas
críticas y acusaciones. El hecho es que delante de una predecible derrota, se
atemorizó y con el propósito de proteger la ciudad para no perderla, ordenó
cerrar las puertas de la ciudad de Compiègne, con lo cual ya nadie podría
penetrar, ni siquiera «la Pucelle». Naturalmente, las valoraciones posteriores
sobre esta decisión son difíciles de hacer y dependen de la óptica con la que
se enfoquen. Pero Guillaume no quedó exento de acusaciones de traición.
Según las crónicas, en aquel momento, Juana asumió las
riendas de la batalla y se puso al frente con la mayor bravura demostrable. El
enemigo vio con astucia que los armagnacs estaban colgando de un hilo y
quedaban a merced de ellos y dieron órdenes de tratar capturar a toda costa a
Juana. Ella, a su vez, mostró gran resistencia, pero fue sorprendida por cinco
o seis hombres de los cuales uno le puso la mano encima mientras los otros
sostenían el caballo y le gritaban que se rindiera, aunque sólo consiguieron
negativas de Juana en medio del forcejeo.
Los compañeros de Juana intentaron poner medios para
recuperarla, pero un arquero borgoñón del Bastard de la Vandonne le consiguió
desenganchar del caballo definitivamente y Juana tuvo de rendirse finalmente al
Bastardo, Lionel de la Vandonne, vasallo del Duque de Luxemburgo, Jean de
Luxembourg dado que este, que estaba justo al lado en el momento de la caída de
Juana, era un noble. En esta misma captura, el hermano de Juana, Pierre también
fue aprisionado, (y liberado años después) como Jean d’Aulón a quien se le
permitiría seguir con la intendencia de Juana en cautividad.
El fin del viaje: el
proceso en Ruan y la condena definitiva
El último año restante de la vida de Juana, de mayo de 1430 a mayo de 1431, se
divide en dos partes, dado que ella todavía tuvo que pasar por un enfermizo
periplo de una villa a otra siendo vendida hasta su llegada final a Ruan, donde
el obispo de Beauvais, Pierre Cauchon, lideraría un proceso eclesiástico
irregular, que ocuparía los últimos meses de la vida de Juana, y que acabaría
con una sentencia de muerte en la hoguera después de haber pasado a justicia
secular los días restantes de vida de «la Pucelle»; obviando de momento las
tesis que hablan de su supervivencia. Así pues, este proceso sería uno de los
más famosos de la historia, la cual convertiría a la joven Doncella en un mito
para Francia, además de su patrona.
La primera etapa del cautiverio de Juana[editar]
La primera de las dos etapas se inició con su traslado a una
localidad muy cercana a Compiègne, al noreste, concretamente a Claroix, donde
había una fortaleza. Allí pasó unos pocos días, desde su captura el día 23
hasta el día 27, cuando fue trasladada a Beaulieu-lès-Fontaines. En mitad del
camino, cerca de la villa de Élancourt, le dieron permiso para ir a hacer unas
plegarias a Santa Margarita, cuya voz dijo que había escuchado. Juana se
entrevistó entre los días 27 y 28 con el propio Duque de la Borgoña, Felipe el
Bueno. En aquellos momentos Juana era propiedad del Duque de Luxemburgo.
Desafortunadamente de la entrevista entre Juana y el Duque borgoñón no se sabe
qué se dijeron.
Antes de proseguir su periplo en cautividad hacia el nuevo
punto geográfico, Beaurevoir, Juana pasó por diversas experiencias en Beaulieu.
El 6 de junio llegaron a la villa de Noyon Felipe el Bueno y su esposa Isabel
de Portugal. Juana fue trasladada allí, concretamente al lujoso palacio
episcopal que había que quedaba cerca de la catedral. Allí también pudo
encontrar al Conde de Luxemburgo, Jean y su esposa Jehanne de Bethune. No se
sabe tampoco qué sucedió, pero se apunta a que Juana le causó cierta simpatía a
la duquesa Isabel, la cual fue artífice de su traslado a una prisión más digna
en Beaurevoir, a finales de junio o a principios de julio.
Pero el mismo junio (no se sabe a ciencia cierta qué día),
Juana intentó escaparse por primera vez de la torre donde estaba como
prisionera en Beauvais, pero fue detenida antes de salirse con la suya.
Mientras, la Universidad de París, representada por Pierre Cauchón, proinglés,
obispo de Beauvais y ahora en el exilio en Ruan, iba haciendo escritos al Duque
de la Borgoña; el más conocido el del día 22, reclamando la deportación de
Juana. Además, advirtieron que los armagnacs, que en aquel momento podrían
estar negociando el retorno de la joven doncella, estaban haciendo todo lo
posible para rescatarla. Se añade la posibilidad también de que el Bastardo de
Orleans y La Hire, buenos amigos de «la Pucelle», protagonizaran diversas
tentativas militares por su cuenta con tal de intentar rescatar a Juana, aunque
solo se sabe que coincidieron en Lovaina en marzo de 1430.
Juana finalmente fue trasladada al Castillo de Beaurevoir,
donde pasó el verano recibiendo la amabilidad y el buen trato de tres damas:
Jehanne de Luxemburgo que era la tía de Jean de Luxemburgo, Jehanne de Bethune,
la esposa de este, y Jehanne de Bar la hijastra del matrimonio. Juana que, por
orden de sus voces vestía de hombre, intentó ser persuadida por estas mujeres
para que retomara los hábitos femeninos. Juana pasaría esta época relativamente
tranquila. De hecho esta fue la mejor época de la etapa como prisionera, sobre
todo en comparación con la que tendría que vivir en el marco del proceso
eclesiástico venidero.
A partir de julio su estancia con las tres damas
(casualmente del mismo nombre que ella) es tranquila y no acabó trascendiendo
nada durante los dos meses siguientes, agosto y septiembre. De todos modos la
documentación vuelve a llegar en octubre de 1430, cuando se comenzarían a
multiplicar las negociaciones para poder cobrar el cuantioso rescate por la
liberación de Juana. De hecho, Jean de Luxemburgo aprovechó el arresto de una
prisionera tan valiosa para obtener el máximo rendimiento político y económico.
Pero se cree que su mujer, la duquesa Jehanne, al ver que su marido hacía
tratos, le habría intentado persuadir de que no la vendiera a los ingleses. Por
desgracia para Juana, la duquesa de Luxemburgo moriría el 18 de septiembre, lo
cual dio vía libre a su marido para seguir negociando con los ingleses.
Será aproximadamente alrededor de septiembre a octubre
cuando Juana hiciera su segundo y último intento de fuga, tratando de saltar
desde una altura de unos sesenta pies, desde la torre donde estaba prisionera.
A pesar del riesgo de muerte, sobrevivió milagrosamente sin romperse ni un
hueso, salvo con algunas contusiones. Después confesaría que lo hizo
contravininiendo las voces que decía escuchar, que le rogaron que no lo hiciera:
sabedora de la llegada de los ingleses hacia Compiègne, y de que ella podía
acabar vendida a los mismos, se vio en la obligación de prestar ayuda a los
ciudadanos y amigos de Compiègne antes de que acabasen masacrados a causa del
asedio que estaban sufriendo. Dio gracias a los ángeles por haberle salvado la
vida y pidió perdón a Dios por haber pecado, el cual le perdonó (según ella). A
resultas del peligroso salto quedaría tumbada sobre el suelo, a los pies de la
torre, inconsciente. Se cree que durante tres días no comió ni bebió,
recuperándose finalmente del mismo.
Otro hecho destacable al recuperarse del impacto de la caída
es que Juana advirtió que sus voces le indicaron que, de todas maneras, el
pueblo de Compiègne recibiría los refuerzos suficientes para levantar el asedio
alrededor del día de San Martín, que es el 11 de noviembre. Ciertamente el
asedio sobre Compiègne sería levantado, gracias principalmente a la llegada
providencial de Ponton de Xantrailles, que junto con un regimiento de hombres
armados el 25 de octubre, con la ayuda del pueblo, enloquecieron en un fuerte
ataque contra la bastilla inglesa de Pierrefonds. Así pues los ingleses
tuvieron que huir y su bastilla fue quemada.
El 2 de noviembre se iniciaría el traslado hacia a Arras en la
deportación definitiva hacia Ruan, efectiva un mes después, a consecuencia de
la consolidación de su venta definitiva a los ingleses a mediados de noviembre,
después de unos meses de negociación. Jean de Luxemburgo sacaría unas 10.000 libras
turnesas. Paralelamente, se discutido profundamente la actitud de Carlos VII
hacia esta situación. Lejos de profundizar en juicios fáciles sobre una posible
traición del rey sobre Juana, como se ha acusado a Guillaume de Flavy, las
circunstancias reales del rey son difíciles de conocer.
Así pues, a la pregunta de si el rey de Francia intentó
rescatar a Juana comprándola a Jean de Luxemburgo, nos tenemos que atener a las
dos opciones más plausibles: la primera es si intentó negociar por la compra de
su libertad y por otro lado si Jean estaba dispuesto a devolverla a los
armagnacs. La documentación sobre este asunto falta, con lo cual no se puede
demostrar que ni siquiera se hubieran iniciado las negociaciones para intentar
recuperar a «la Pucelle», lo que puede hacer pensar que los armagnacs podrían
haber dado la causa por perdida, hubiera hecho algún intento que no consta o la
hubieran abandonado a su suerte.
Por su lado, Jean de Luxemburgo prefirió hacerse de rogar un
cierto tiempo de forma hábil para intentar encarecer la venta. Otras opiniones
atribuyen el retraso de tantos meses a las presiones que estuvo recibiendo Jean
por parte de damas como su esposa.
Finalmente, Juana pasaría por pueblos como Arras, Saint
Riquier, Drugy y Le Crotoy donde pudo contemplar por primera vez en su vida el
océano, ya que esta villa está situada en el canal de la Mancha, al lado de
Somme. En Le Crotoy pudo ir a parar al mismo sitio donde el Duque d’Alençon
había estado prisionero de los ingleses después de la batalla de Verneuil,
durante cinco años, desde el 14 de agosto de 1424. Ella supo que no tenía ya
ninguna opción de salir con vida a diferencia de su amigo.
En Le Crotoy, pueblo que probablemente abandonó alrededor
del 20 de diciembre de 1430, también recibió la visita de unas damas procedentes
de Abbeville, que quedaron maravilladas con la recepción que la joven Doncella
les ofreció. Además pudieron conocer a otro prisionero: Nicholas de Queuville,
Canciller de la Catedral de Amiens, con quien le permitieron celebrar alguna
misa.
El siguiente pueblo por donde Juana pasó, en un viaje que
estaba siendo bastante discreto, fue el de Saint Valéry, para eso tuvieron que
atravesar el río Somme en un trayecto que les estaba llevando en una ruta de
noreste a noroeste, para bajar hacia el sur, bordeando la costa atlántica
francesa hasta llegar a Ruan, destino final. A partir de allí se desconoce qué
ruta siguió para llegar a Ruan, ciudad que vuelve a quedar tierra adentro; dos
opciones se perfilan como las más probables: por un lado la ruta costera: Saint
Valéry-Le Trepport-Dieppe-Ruan, o la que iría directamente tierra adentro:
Saint Valéry-Eu-Arques-Bosc-le-Hard-Ruan. En cualquier caso, las tropas que
protegieron el traslado de Juana hacia Ruan llegaron la noche de Navidad: el 24
de diciembre.
El proceso de Juana
en Ruan
El primer cambio que la joven doncella, ahora ya esposada,
pudo notar fue el lugar donde la aprisionaron y el trato que recibió, que fue
el de prisionera de verdad. Juana fue encerrada en una celda bastante oscura de
forma hexagonal dentro de una torre. Esta celda tenía una pequeña abertura que
ejercía de ventana y adjunta otra celda menor que servía de letrina. Mientras
una comunidad de eclesiásticos comenzaba a mover hilos para preparar los puntos
básicos de la acusación de Juana, con ánimo de venganza como después quedaría
impreso años después en las diversas declaraciones de algunos de los miembros.
Buena parte de los miembros del proceso de Juana estarían comprados, según
documentos que han sobrevivido. Estos estaban dirigidos por el obispo de
Beauvais, Pierre Cauchon.
Mientras Juana era vigilada por cinco hombres: Jean Baroust,
Nicholas Bertin, Julian Floquet, William Mouton y William Talbot; sabiendo que
ya había intentado escaparse dos veces, y que era una verdadera prisionera de
guerra muy cara. El proceso comenzaría el 9 de enero de 1431, después de ser
pasada finalmente a jurisdicción de la Inquisición de la Iglesia, tal y como
reclamaban la Universidad de París y Cauchon desde hacía meses con el apoyo de
muchos teólogos seis días antes. Un proceso que pasaría a la posteridad y que
convertiría a Juana en la heroína nacional por el modo como se desarrolló y el
final de la joven y la leyenda de la que hoy en día todavía se intenta
distinguir la realidad de la fantasía, como acostumbra a pasar en estos casos.
Juana no estuvo presente en estas diez sesiones preliminares que hubo hasta su
aparición frente sus acusadores el 21 de febrero del mismo año.
Pero antes de su entrada en escena, hay que destacar las
condiciones en las que se vio sometida la joven doncella. La vigilancia por
parte de cinco hombres no fue pasiva. Ana de Borgoña, duquesa de Bedford, tuvo
que amonestar y suplantar dos de los hombres, por los intentos de violación a
que sometieron a Juana, que hasta aquel momento todavía seguía siendo una
doncella, ya que la misma Ana la sometió a un examen médico el 13 de enero
donde una de las testadoras, Ana Bavon corroboró su virginidad.
Juana iría vestida con ropa de hombre, la que enfadaba a sus
jueces, pero se cree que esta vez lo hizo para protegerse de los intentos de
violación. Teóricamente era más prudente llevar a la prisionera, como ella
misma pidió, a ser recluida en un ambiente femenino para evitar las ambiciones
de ciertos hombres. Esta petición no la quisieron entender los jueces que se
encabezonarían en obviar las reglas excepcionales de Santo Tomás de Aquino
(1225-1274) por ejemplo, en la que contemplaba ciertas excepciones en caso de
necesidad a la hora de vestir. Así pues, nunca fue aceptada la petición de la
joven.
Ya en materia judicial, se dice que el proceso empezó con
diez sesiones preliminares el nueve de enero, que se sucedieron durante los
siguientes días:
Enero: Los días 9, 13, 23
Febrero: 13, 14, 15, 16, 19 (mañana) 19 (tarde), 20.
En estas sesiones se presentaron las pruebas de la
acusación. Para los jueces estaban a punto de interrogar a un personaje
peligroso, de la que creían que se regía por fuerzas diabólicas u ocultas, en
clara referencia a las visiones y las voces. Una especie de insumisa y hereje,
lo que no deja de sorprender sabiendo de la religiosidad de «la Pucelle».
Naturalmente estaban preparando meticulosamente un proceso de Inquisición. Para
los teólogos se trataba de una causa en materia de disciplina y teología muy
importante. Y así en las sesiones preliminares comenzaron exponiendo las causas
de que se le acusaba, principalmente herejía y el asesinato, al que ella
declararía que había preferido llevar el estandarte para no tener que matar a
nadie. Ante esto Juana prácticamente no podía hacer nada, ni tan sólo apelando
a la autoridad del Papa de Roma ni al Concilio de Basilea.
El día 20 de febrero, Juana fue advertida que finalmente al
día siguiente haría ya su primera intervención en el juicio. Ella pidió que
hubiera paridad en cuanto al número de representantes franceses como ingleses.
Ya sabia, pues, que seguramente no tomaría parte en el proceso más imparcial y
objetivo de todos. También pidió asistir a misa antes de comenzar el juicio,
peticiones que fueron ignoradas.
El oficial Jean Massieu escolta el día 21 de febrero
finalmente a Juana hacia la capilla real del Castillo. Al principio le hicieron
jurar que diría la verdad a lo cual ella se resistió como tantas otras veces;
la primera vez aludiendo que no sabía de qué se le interrogaba: «Ignoro la
materia del interrogatorio». Finalmente Cauchon le hizo prestar juramento
haciendo referencia a las materias relacionadas con la fe. Así se iniciaría
entonces el interrogatorio de identidad.
Los jueces vieron pronto que a pesar del origen humilde de
la joven doncella y su educación tradicional y típica del campo, no estaba
falta de inteligencia. Ya lo demostró con la resistencia que ofreció sólo
comenzar. A lo largo del proceso (decidido en sesiones privadas y públicas),
Juana poco a poco manejaría con más precisión la dialéctica y el modo de
expresar sus voces. La teórica desventaja de la que partía en un inicio era que
estaba poco habituada al manejo de la dialéctica y de los conceptos. En cuanto
al trato, los jueces estuvieron lejos de tratarla con menosprecio, tanto por su
origen o formas, ya que eran conscientes de a quien tenían delante y de la
importancia de aquel proceso; no se esperaban que llegara a ofrecer tanta
resistencia como les podía haber parecido a priori.
Hay diferentes partes dentro del interrogatorio, es decir,
diferentes temáticas dentro de las preguntas que le hicieron. Ella demostró un
arraigo muy profundo en sus tesis y convicciones además de misticismo al que
intentaron contradecir mediante la introducción de algunas trampas en sus
formulaciones, refiriéndose a las señales, las voces, los cultos, la
personalización de los tres santos que se le presentaban, el gusto por vestir
como un hombre… trampas en las que ella no cayó precisamente por la firmeza de
su voluntad permitiéndose incluso pedir a los jueces más credibilidad en sus
acusaciones. Juana resistiría hasta el extremo sobre la certeza de que las
palabras de las voces que escuchaba ocultaron una misión que llevó hasta donde
estaba ahora, en un juicio.
Juana también fue interrogada sobre la iglesia militante de
la cual los jueces decían representarla el 15 de marzo. A esto, Juana respondió
no saber qué era y los jueces, próximos a la desesperación, creyeron que estaba
negando la jerarquía eclesiástica y que ella se presentaba como si fuese una
mediadora entre Dios y la gente terrenal, lo cual venía a decir ella cuando
afirmaba que había sido enviada por Dios. No obstante, se le explicaron las
diferencias entre la Iglesia militante y la Iglesia triunfante.
El 24 de marzo es cuestionada sobre el tema de la ropa
femenina, al que ella respondió que aceptaría llevar un vestido si se la
devolvía a su pueblo con su madre. Además pidió permiso para asistir a misa el
día siguiente, que era el 25 de marzo, domingo de ramos. Esta petición le sería
denegada, pero ella respondería que si era su mayor deseo estaría de todos
modos, mas que seguía los designios de Dios a la hora de vestir como un hombre.
Entre los días 27 de marzo y 28 de marzo, Thomas de
Courcelles hace la lectura de los 70 artículos de la acusación de Juana, a los
que habría que responder y que después serían resumidos en doce el 5 de abril.
Estos 70 artículos suponían la acusación formal hacia «la Pucelle» buscando ya
la condena. Tras lo que se llevaba de juicio, notarios y asesores dudaron de la
culpabilidad de Juana y de la forma de llevar adelante el proceso y fue el
momento en que propusieron recurrir al Papa, a la que estuvo de acuerdo Juana.
Ante el peligro que suponía para los jueces que el Papa los desacreditara,
rechazaron la propuesta.
El mismo 27 de marzo se le propone entrar en la Iglesia
militante, y escuchar los consejos de los asesores del proceso. Al último le
dio las gracias pero se remitía a los consejos de Dios, superiores. Sobre la
Iglesia militante, la rechazo del siguiente modo: «…y tengo la firme creencia
que no he faltado a nuestra fe cristiana. Por lo que no deseo pertenecer». Esta
cuestión se le volvería a presentar unos cuantos días después, el 31 de marzo y
rechazó igualmente la propuesta. Una de las frases recurrentes de Juana, cuando
sobreponía Dios como motivo principal para justificar una acción cualquiera,
era la expresión: «¡Dios primer servido!».
Como ya se ha comentado, los setenta artículos se resumieron
en doce. Este proceso ocupó tres días, del dos al cuatro de abril de 1431, y el
día 5 son transmitidos a consulta, pero no a la acusada. Los cambios que se
quisieron reintroducir fueron omitidos. El escriba Guillaume Manchon declaró en
el proceso de nulificación que efectivamente se habían propuesto una serie de
cambios que no se aceptaron, la cual cosa pudo demostrar. El mismo día 5 Juana
comienza a perder salud a causa de ingerir alimentos venenosos lo que le hace
vomitar. Aquello alertó Cauchon y a los ingleses, que trajeron un médico. La
querían mantener viva, sobre todo los ingleses porque la querían ejecutar
públicamente. Durante la visita del médico, Jean d’Estivet acusó a Juana de
haber ingerido los alimentos envenenados siendo consciente para suicidarse.
Aguanta este proceso enfermizo aproximadamente hasta el 18
de abril, cuando finalmente ella se ve en peligro de muerte y pide la confesión
y la Eucaristía. Así reclama que su cuerpo sea incinerado y dejado en un
camposanto. Si eso no se produce encomienda su cuerpo a Dios. De todos modos,
Juana tendría que seguir la larga agonía unas semanas más todavía, y no de
manera médica, porque poco a poco se fue recuperando. Se trataba de la
evolución del proceso, que llegaba al último mes. Tras la enfermedad, Juana
volvió a participar en una sesión el 2 de mayo.
Aquel mismo día, el 2, hubo un enfrentamiento previo. El
hecho es que tenía que responder sobre los doce artículos de la acusación. Le
habían pedido si quería corregir o mejorar algún aspecto sobre la deliberación
de los jueces, ella respondió: «Leed vuestro libro» y seguidamente: «Yo me
atengo a Dios, mi Creador, de todo; yo lo quiero de todo corazón». Después
añadió: «Yo me atengo a mi juez, Él: Él es el Rey del Cielo y de la Tierra». De
este modo, en presencia del obispo y de 63 testigos, el arzobispo de Évreux, J.
De Chatillon, procedió a la lectura de los artículos a la espera de algún
comentario de Juana. Pero después de hacer la lectura no obtuvieron ninguna
respuesta más y de este modo se la llevaron otra vez a la celda.
Después del proceso que había habido y ya consciente de cuál
podría ser su devenir, Juana entró en una fase bastante más cerrada, de la que
fue una prueba el día 2 de mayo. Probablemente a estas alturas Juana ya había
dicho todo lo que tenía que decir y sabía que la sentencia sería definitiva,
por lo que no tenía ninguna opción de escapatoria. El día 9 de mayo Juana es
conducida a la cámara de torturas donde se le enseñan los instrumentos como
prueba de fuerza, después ella hizo la siguiente afirmación: «Verdaderamente,
si vosotros me arrancaseis extremidad por extremidad y separaseis mi alma de mi
cuerpo yo no os diría nada. Y si dijera alguna cosa, después declararía que me
lo hicisteis decir a la fuerza».
Después encontraron poco provechoso someterla a tales
máquinas de tortura. De todos modos, el sábado 12 de mayo se hizo una votación
entre los jueces en la que resultó ganadora, por 11 votos a 3, la opción de no
torturarla. Los tres que votaron a favor de la tortura fueron Aubert Morel,
Thomas de Courcelles y Nicolas Loisileur. El caso de este último es curioso, ya
que antes de comenzar el proceso a la joven doncella, junto con un otro
compañero (que era Jean d’Estivet), la intentaron estafar del siguiente modo:
se hicieron pasar por gente de su tierra «natal» y Loisileur se hizo pasar por
un confesor para extraer toda la información posible a Juana. Esta no cayó en
la trampa y no pudieron aportar nada interesante en la maquinaria previa al
proceso de Juana.
Llegados a este punto del juicio, los ingleses acabaron con
la paciencia que les había hecho pasar con discreción hasta aquel momento. El
Conde de Warwick dijo en Cauchon que el proceso se estaba alargando demasiado.
Incluso el primer propietario de Juana, Jean de Luxembourg se presentó en la
celda de Juana. Fue un momento muy tenso que podría haber acabado mal, pero
seguidamente apareció Warwick para calmar los ánimos. Jean le hizo la propuesta
de que pagaría para liberarla si ella prometía no atacar más a los ingleses.
Ella le respondió del siguiente modo: «En nombre de Dios, vos os estáis mofando
de mí, pero sé muy bien que no tenéis ni el poder ni el valor para hacer eso».
Después de unas cuantas discusiones más, Juana le acabó diciendo: «Sé que estos
ingleses me quieren muerta, porque creen que después de mi muerte se harán con
el reino de Francia. Pero antes había 100.000 Godones [palabra en argot para
denominar a los ingleses] más de los que hay ahora presentes, los cuales no
podrán conseguir ahora el Reino». El Conde de Stafford, enseguida puso su daga
en el cuello de la Pucelle, pero fue cuando Warwick intervino.
La fase final: los
últimos días de Juana
Las cosas se acelerarían a partir del 23 de mayo. Juana
recibió la enésima amonestación de parte de Pierre Cauchon, acompañado por el
vice-inquisidor y diversos miembros más, en una cámara del Castillo de Ruan
donde pretendían que Juana claudicara. Además sirvió como una advertencia de la
muerte cercana que le esperaba. Le pidieron que aceptara el veredicto de la
Universidad de París y de los jueces por el bien de ella, pero esta se rehusó
alegando que no tenía nada más que decir. «…si yo estuviera en el fuego,
incluso seguiría sin decir nada más, y querría mantener todo lo que he dicho en
el proceso hasta la muerte. No tengo nada más que decir».
Estas serían las jornadas en las que puede que los jueces
eclesiásticos se mostraran más de acuerdo con su fe, es decir, un poco más
caritativos y le advirtieron con toda sinceridad que por una vez les hiciera
caso si no quería acabar entre las brasas. Esta fue la amonestación suavizada,
después de leerle los escritos que habían redactado la gente de la Universidad
de París, con gran violencia. Finalmente, aquel día se hizo una convocatoria
que tendría lugar el día siguiente al lado del cementerio de Saint Ouen; se
trataba de una sesión pública.
Un día después, el 24 de mayo, Juana fue trasladada cerca de
la abadía de Saint Ouen, al cementerio que había al lado. Loisileur, uno de los
que había apostado fuerte por su tortura, se mostró esta vez también bastante
caritativo y cuando llegaron le hizo el siguiente comentario «Juana, créeme, si
quieres tu vida se puede salvar. Toma este vestido de mujer y haz todo aquello
que se te diga; de otro modo estás en peligro de muerte» después de estas
súplicas, y mientras los ingleses se frotaban las manos habiendo conseguido
reunir una masa de gente; todos escucharon el pequeño sermón por parte
Guillaume Erard, que leyó unos pasajes de Juan, concretamente los 15:6.
Seguidamente comenzó a blasfemar contra el rey de Francia, Carlos VII,
dirigiéndose directamente a Juana, que después de ver cómo el hombre repetía
una y otra vez las críticas con soberbia apuntándola con el dedo, no se mordió
la lengua y respondió interrumpiéndolo: «No habléis de mi rey. Te reto a decir
y jurar, en mi vida, que él es el más noble de todos los cristianos, quien
mejor estima la fe y la Iglesia, y no es como tú dices»
En aquel momento, Juana había cortado el sermón de Erard,
que quedó atónito y se puso nervioso. Juana hizo otra referencia a Dios, que
era por qué lo hacía todo pasando por el Papa de Roma. Acto seguido, Pierre
Cauchon se dispuso a leer la sentencia, en la que le declaraban hereje y la
excomulgaban a la vez que la enviaban a la justicia secular. Un hecho que no ha
de extrañar, ya que la iglesia difícilmente cometía los delitos de sangre fruto
de las Inquisiciones directamente. Antes enviaban a los presos a la justicia
secular, como en este caso.
Pero Massieu se levantó, y delante de la presencia de los
ingleses, se acercó a Juana y le suplicó que firmara unos papeles, teóricamente
la sentencia de abjuración. Ella no sabía qué era eso que le pedían, pero la
urgencia corría y firmó con una cruz en un círculo, según se cree. El documento
no ha quedado para la posteridad y las informaciones son controvertidas. Al
principio se creyó que fue un documento de decenas de líneas, pero más tarde,
Massieu diría que iba de seis a ocho líneas. En cualquier caso, Juana había
salvado su vida por el momento aunque renunciando a todas sus creencias, según
había firmado, y así, además, aceptaba vestirse otra vez de mujer. Una de las
teorías que podrían barajarse es que en la transcripción del juicio Cauchon
hubiera cambiado la sentencia de abjuración larga por la corta. De todos modos,
Juana acabaría siendo llevada hacia la celda otra vez. Pero antes Cauchon
tendría un enfrentamiento con los ingleses a quienes no les gustó nada aquel
último gesto de los clérigos, y acusaron a Cauchon de favorecer a Juana
mientras él lo negaba. Llegaron a decirle: «El rey ha malgastado el dinero en
ti». Warwick le dice a Cauchon que puede llegar a ser contraproducente para los
ingleses este suceso, ya que ella ahora podría escaparse. Pero rápidamente
alguien le comenta: «Señor mío, no os preocupéis, la volveremos a capturar».
Naturalmente nadie quedó demasiado contento con lo que había sucedido aquel
día. Los ingleses no habían obtenido el golpe definitivo que buscaban y
mientras la Iglesia sabía que había abierto una puerta a la clemencia. Al saber
lo que había firmado, Juana tampoco quedaría nada contenta, ya que no podría
soportar el peso de haber negado todo aquello en que siempre había creído y que
le había movido a viajar por toda Francia.
Pero el día 28 de mayo, Juana apareció otra vez vestida con
ropa de hombre, la que llevaba antes de volverse a poner la de mujer. Este
hecho se cree que es debido a que fue forzada a ponérsela a causa de los
ingleses, que habrían entrado en su celda; la habrían desnudado antes de
mediodía según Massieu y le habrían dejado la ropa de hombre al lado, con lo
cual no pudo hacer más que ponérsela. Rápidamente alguien llamó a los jueces, y
estos pudieron comprobar visualmente el hecho. Remitiéndonos a lo que ella
dijo, alegó que había reprendido el hábito de hombre, porque lo prefería y que
lo había hecho por propia voluntad. Dijo que prefería morir antes que continuar
así, mas reafirmó que lo habían dicho sus voces y su misión; Santa Catalina y
Santa Margarita. Ella realmente sería condenada si negaba estas revelaciones.
Condenada por reincidencia, no hubo más que hacer; se dice
que después de que Cauchon comprobara de primera mano que Juana se había
sentenciado cambiándose nuevamente de ropa, al bajar de la torre, dejó caer una
frase a un Warwick triunfante: «Farewell [adiós], alegraos, ya está hecho».
Implicando así a Warwick en la trama que habían urdido los ingleses para
provocar la sentencia definitiva. Juana había sido sorprendida con ropa corta,
una capa y otras piezas masculinas. Un día después, el 29 de mayo, llegaría a
la capilla del Arzobispo en Ruan, la última deliberación.
Como declaraciones más destacadas, N. De Vendères la condenó
por hereje a la justicia secular; rogando que esta la tratara más dulcemente de
lo que se merecía. Gilles, abad de Fécamp, la acusó de reincidente, de recaída,
de hereje y también apeló por el buen trato a la justicia secular. J. Pinchon
simplemente dijo que era reincidente y que el resto era cosa de los teólogos.
Muerte
Previamente, Juana había sido escuchada en confesión por
Jean Totmouille y Martin Ladvenu y le habían administrado los sacramentos de la
Comunión. Juana hizo una pequeña declaración que se puede interpretar de modo
que ella podía haber sido violada o como mínimo agredida físicamente el día 27,
cuando la desnudaron para que no tuviera más remedio que vestirse como un
hombre. Ladvenu (que después declararía que Juana había muerto injustamente a
su parecer) le acababa de decir que sería ejecutada en la hoguera, ella comenzó
a jalarse el cabello duramente, totalmente desesperada. Al poco rato, entró en
la cámara Cauchon. Juana, desesperada, arremetió contra él con duras palabras
«Yo muero a través tuyo». Pero él respondió que su muerte estaba en sus propias
manos. Pero con habilidad (aún estando destrozada y terriblemente desesperada)
apeló a que si la hubiera aprisionado en una prisión eclesiástica como ella
reclamó, con gente competente, no habría pasado nada. Entonces apareció en la
cámara el hermano Pierre Maurice al que Juana se dirigió en busca de consuelo,
pidiéndole donde estaría aquella misma noche. Él le preguntó si aún creía en
Dios, y entonces ella afirmó que con la buena voluntad de Dios, aquella noche
ya estaría en el paraíso: «Sí, con la ayuda de Dios, estaré en el paraíso», tal
como le habían prometido -supuestamente- los ángeles el 1 de marzo. De este
modo, la joven doncella de no más de 19 años perdió el miedo y se preparó para
el reto definitivo.
Juana será escoltada esposada hacia una plaza llena de
gente. Unas diez mil personas más mil soldados ingleses, todos expectantes, a
las nueve de la mañana de aquel día. Iba vestida de blanco y llevaba algunos
detalles en recuerdo de Jesús. En el centro había una hoguera montada: una
plataforma con una estaca en el medio a la cual sería atada, con un montón de
ramitas de madera para poder calar fuego a sus pies. Delante de ésta había una
mesa con una inscripción en la que se decía que Juana, la que a sí misma se
hacía llamar la Pucelle, había cometido una serie de delitos y de pecados.
Mientras se acababa de preparar la plataforma, Nicholas Midi
(el autor de los doce artículos de la acusación) comenzó a leer un sermón al
que Juana guardó silencio. Éste acabó con la siguiente frase: «Juana, ve en
paz, la Iglesia ya no te puede proteger más y te libra a las manos del brazo
secular». Juana, en aquel momento arrodillada, realizó unas plegarias a Dios
con contrición, penitencia y fervor de fe. Invocó, además de a Dios, a la
Virgen María, la Santísima Trinidad y todos los ángeles del paraíso. Asimismo,
también invocó el perdón por los males que hubiera podido causar. Estuvo una
media hora aproximadamente, según Jean Massieu. Algunos jueces y algunos
ingleses incluso lloraron viendo que no era más que una buena chica.
Finalmente, un soldado inglés acabó una pequeña cruz con dos palos que ella
besó repetidamente.
Le tocó a Massieu acompañarla los últimos metros junto con
el hermano Martin. Ella siguió rezando y rogando a San Miguel y a otras
criaturas celestiales. En aquel momento, Cauchon dijo que Juana era enviada a
la justicia secular, por enésima vez «Como miembro podrido, te hemos
desestimado y lanzado de la unidad de la Iglesia y te hemos declarado a la
justicia secular». Si bien en aquel momento se podía esperar una sentencia
secular; ésta nunca fue pronunciada si es que alguna vez fue elaborada. Juana fue
puesta sobre la hoguera y antes de ser quemada, un soldado inglés interrumpió
con un grito de fondo gritando «¡Sacerdote! ¿Nos dejarás acabar el trabajo
antes de la hora de la cena?». Entonces un alguacil dio la orden de ejecución y
el verdugo la llevó a la estaca. Llevaba un papel clavado en la parte superior
con las palabras «hereje, reincidente, apóstata, idólatra».
Como último deseo, Juana reclamó que los Sacerdotes alzasen
una cruz delante de sus ojos hasta que ella muriese, para que así acabara sus
últimos momentos acompañada de Dios. El hermano Isambard de la Pierre fue a
buscarla a San Salvador, la iglesia más cerca y volvió bajo las risas de los
ingleses, mientras ella invocaba Santa Catalina, Margarita y Miguel. Juana
entonces gritó: «Ruan, Ruan, ¿puedes sufrir por ser el lugar de mi muerte?».
Pierre subió a la plataforma y alzó la cruz, y ya entre las llamas, ella
todavía le pidió que bajara para que no se llevara ningún disgusto, pero
siempre con la cruz alzada, para que fuese lo último que ella viera. Así lo
hizo y Juana se perdió entre las llamas. Pero todavía pudo gritar la palabra
«¡Jesús!» varias veces. Se dice que antes de que muriera la Pucelle, Cauchon se
acercó a ella, y Juana gritó: «Yo moriré por su culpa, si yo me hubiese
entregado a la iglesia y no a mis enemigos, yo no estaría aquí». Con un
fogonazo del verdugo, Juana sería rápidamente reducida a cenizas.
Al secretario del rey de Inglaterra, John Tressart, se le
escuchó exclamar «Estamos todos perdidos, porque ha sido quemada una buena y
santa persona». Después diría que pensó que ahora su alma quedaría en las manos
de Dios. Parece ser, según diversos testimonios como Massieu, que de Juana
quedó su corazón, intacto y lleno de sangre. El propio verdugo, Geoffroy
Therage muy consternado fue a buscar a Ladvenu e Isambard de la Pierre a una
taberna y así lo demostró diciendo que había quemado una santa. Se contó que
sus restos se lanzaron al Sena. Algún soldado inglés, también afligido, afirmó
haber visto el alma de la joven marchándose del cuerpo, y algún otro afirmó
haber visto el reflejo de Jesús, como otros dijeron también haber visto salir
una paloma.
Durante estos últimos días de Juana, un compañero de armas
de ella llamado Gilles de Rais planeó un ataque con un contingente de mercenarios
a Ruan para rescatar a la Doncella. Sin embargo se demoró demasiado y sólo pudo
llegar para contemplar sus cenizas. Este hecho dejó consternado a Gilles y se
considera la razón principal de sus subsecuentes trastornos (murió en la horca
y luego fue quemado en la hoguera, acusado de secuestrar, violar y asesinar al
menos a 200 niños y niñas el 26 de octubre de 1440).
Maximiliano Reimondi
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