SÍMBOLOS
1
He vuelto a
las islas. Mis ojos aún ven el cielo desgarrado por los disparos y el dolor que
llueve con gotas de sangre. Mis oídos aún escuchan el silbido de las bombas que
nos sorprendían a toda hora. Donde estaba mi trinchera, ahora hay una cabaña
tranquila, con un jardín sin flores ni pájaros; será porque el suelo está lleno
de muerte.
Aún
recuerdo la última noche de combate. Fue una fiesta inolvidable de guerra que
nos asfixiaba con su olor putrefacto. Todavía siento el temblor de nuestros
cuerpos cuando, al anochecer, los grandes aviones cruzaban nuestro terror a
baja altura. Las bombas danzaban como una bailarina clásica tan pulcra que
parecía rodeada de silencio. Hasta las granadas eran como flores mágicas que
germinaban en los lugares más impensados. Tuve esa charla con Enzo, rodeados de
cartas y fotos. Lo hacíamos para consolar nuestra soledad y angustia. Teníamos
una puesta en escena extraña. Llena de luces brillantes, de palabras vacías, de
rostros inolvidables, de risas y llantos. Este era el primer símbolo que quería
encontrar.
2
Observo el
árbol próximo a la cabaña. Recuerdo el sonido extraño del vegetal. Parecía
quejarse ante una violación a su privacidad. Emitió un quejido porque se sentía
indefenso. Ese soldado inglés que parecía podarla con su invasión. Su vista
artificial disparó a la cabeza de Enzo. Ya encontré el segundo símbolo.
3
Veo esas
calles céntricas que en 1982 eran campos desérticos y minados, con surcos
fangosos donde flotaban cadáveres, sangre, orina y mierda. Eran arroyuelos
donde la muerte acumulaba su tesoro. Yo estuve aquí hace 31 años. ¿Fui yo? ¿O
era un adolescente que había tomado prestado mi nombre, para justificar su
existencia? ¡Era yo que vi desfilar a mis compañeros, en esos surcos, escapando
de la guerra y yendo a algo peor! Este es el tercer símbolo.
4
Cuando Enzo
cayó muerto, el enemigo inglés se acercó y me apuntó. Nunca supe su nombre ni
me interesaba saberlo. Recuerdo perfectamente que tenía los ojos desorbitados
de miedo, de odio, de indiferencia. Quedé tan perplejo que apenas pude percibir
que el cielo estaba lleno de humo, con nubes metálicas. El cuarto símbolo.
5
He vuelto,
resignado, tratando de dejar aquí las esquirlas de muerte que me torturaron
durante 31 años. Quiero hacer una expiación de todos los pecados. Esos pecados
que fueron una hecatombe que se llevaron mi alma. Aquí queda algo de mi juventud
y quiero recuperarla para encontrarle sentido a mi futuro. El quinto símbolo.
6
El soldado
inglés me apuntaba. Sólo atiné a mirarlo, lleno de furia y me arrodillé al lado
del cadáver de mi amigo, lo abracé y mis brazos empezaron a sacudir ese cuerpo
vacío e inerte, con la cabeza destrozada. Yo daba alaridos que se confundían en
llantos y risas histéricas. El enemigo me miraba impávido, sin apuntarme, como
queriendo contagiarse de mi delirio. Sólo mostraba esos ojos llenos de estupor
porque no sabía qué hacer. Mis manos se hundieron en la sangre caliente de Enzo
y pude sentir la integridad de mi amigo, el pánico que seguía latente, el cuerpo
lleno de valentía e inseguro ante lo desconocido. Apenas pude pensar: “Viviré
para contar nuestra historia. Relataré todo el horror de esta guerra absurda,
hasta el último detalle. Aunque resulte inútil. Algún día volveré para
recuperar la memoria”.
El soldado
inglés aullaba porque no le hacía caso. Ni siquiera se dio cuenta que no lo
quería escuchar porque no ya no tenía sentido. Así me desmayé. Sexto símbolo
recordado.
7
Amanecía
cuando me desperté. Estaba tirado en un colchón muy cómodo, cubierto con una
linda frazada y llorando. Ahí me di cuenta lo ocurrido la noche anterior. El
soldado inglés se acercó, me dio café caliente y pan para que desayunara. Sabía
que hacía mucho que no comía no tomaba nada. Nunca me olvidaré de sus ojos
celestes y su sonrisa que demostraban compasión. Último símbolo.
Maximiliano Reimondi
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