miércoles, 2 de enero de 2013


                                                MANUEL MUSTO





“La decisión de Musto de legar sus cuadros a los museos del país adelanta la certeza de una comunidad estructurada en criterios más decentes. Él, que llegó siempre ante el motivo con la visión despejada del hombre que mucho quiere lo que mucho le tortura, devuelve decantada en realidad el sueño, la fiebre y los ideales de su vida. ¡Precursora delicadeza! Y al entregarla al deleite de su pueblo, no sólo devuelve sino restaura la fe de los hombres que aún sufren los estragos de la propiedad: el más vil y vulgar de los derechos… (Juan Filloy)


Manuel Musto fue uno de los más destacados pintores impresionistas de Rosario. Su obra tiene la importancia de haber provocado un quiebre con la pintura académica. Es injustamente olvidado y el país está en deuda en cuanto al reconocimiento de su obra.
Trabajaba calladamente, reflejando la inquietud que se apoderaba de nuestros pintores. Un torturado casi, el problema creado en su espíritu por la tragedia familiar que vivió, maduró su facultad de expresión; y ese hombre que no parecía físicamente un artista, hosco, hábil cocinero, extraño y solo, pintó hermosos cuadros sencillos y luminosos, retratos sutiles, obras que hoy podemos admirar.




Manuel nació en Rosario, el 16 de septiembre de 1893 junto a su mellizo Andrés, a dos años de Juan, el primogénito. Su madre era María Mosto, quien como su padre, había de llevar el nombre de Manuel. En la casona de la calle Entre Ríos vivió su infancia junto a ellos y a Carlos, que se agregaría a los juegos y a las tareas escolares cuatro años más tarde.
Muy chico aún, sufrió un grave accidente casero. Tuvo quemaduras horribles a causa de un error de su niñera. Manuel crecerá con ellas y se mirará cuando niño al espejo para indagar con ingenuidad la importancia que puedan tener desde que los chicos en la escuela, le miran insistentemente, y alguno más atrevido le interroga el por qué las tiene.  Se sobrepondrá ya maduro, a la desgracia de llevarlas consigo, porque por sobre ellas brota el espíritu de su personalidad, cubriéndolas con el orgullo de haber superado a un complejo, nacido al sesgo de un trauma perdido en la infancia.
Cuando salían de la escuela, Manuel y Andrés corrían presurosos junto a su madre, en cuyo regazo hallaban el mimo y el aliento, para vencer dificultades propias de deberes y travesuras.
En 1909, comenzaron a curar el primer año comercial. El padre era comerciante y el clima propicio a manera de caldo de cultivo, encubría la vocación. Así se iniciaba la adolescencia de aquellos gemelos bullangueros…
En esa etapa, Manuel hacía bocetos en las siestas. Así comenzó a ser pintor. A hurtadillas, dibujaba cuando la casa estaba en silencio y todos dormían. Con las rodillas en alto, pasaba las horas dibujando gallinas y gansos, palomas y patos que alegraban la siesta del corral.
Luego, Manuel no volvió a la escuela. Visitaba los barrios suburbanos con frecuencia, cargando su caja de colores y su cuaderno de croquis, y se quedaba copiando todo lo que podía observar como la vida apacible de las quintas abiertas en el límite del suburbio. Fueron los meses de prueba aquellos, rudos e interminables meses en que dejaba a su hermano mayor, Juan, con la tarea pesada de la conducción de la casa comercial, a la madre sin resignación en el hogar y a Andrés y a Carlos en las aulas procurando educarse.
Manuel tenía el firme propósito de pintar, parecía que la pintura le tranquilizaba el espíritu tan fuertemente llamado a la cruda realidad de las pasiones entrechocadas. Su tesón le ganó a sus familiares ya que un día accedieron a cambiarle los profesores de matemáticas por el de dibujo. Así, inició sus estudios en la Academia "Fomento de Bellas Artes"  en que Ferrucio Pagni frente a la plaza Santa Rosa (hoy Sarmiento), enseñaba las leyes primeras del dibujo y la perspectiva, del claroscuro y el color. Con mucha constancia y un empeño extraordinario, asistió a clase procurando recuperar el tiempo que para lograrse llevaba perdido.
No abandona la naturaleza, frente a la que se entusiasma y reacciona, trabajando con ahínco pocas veces logrado en la edad que tiene Manuel. Y si concurre a Pagni con responsable interés, no lucha por sofrenar el impulso de salir con el tranvía que va más lejos al encuentro de la campiña que le brinda un retazo de tierra arada o una, siquiera sea, minúscula parva recortando el horizonte.
Sus amigos se ríen por aquel entonces. Él es intuitivo y se rebela de las lecciones de Pagni que le hablan del respeto que se debe tener a los cánones de la perspectiva en tanto le corrige su trabajo; Manuel prefiere aprehender el paisaje con toda la fuerza sensorial, que le impide las más de las veces, caer en cuenta de las razones y las leyes inmutables.
En 1911, vuelve la desgracia a su vida. El 24 de junio, su hermano Andrés fallece a causa de una pulmonía fulminante. Nuca se recuperará de ese trauma. Cuatro meses antes de morir, en la soledad de su estudio, escribirá sendas cartas a sus hermanos Juan y Carlos que depositará en las manos de su sobrino Juan Carlos, rogándoles que le den sepultura junto al cuerpo de su hermano mellizo amado.
En su juventud, retorna al suburbio y sigue dibujando. Vuelve a la ciudad con telas de colores raros, para los ojos de sus amigos.
Pinturas, por esos comienzos, como la de “Campesina”, abreva en una oleografía naturalista que es un buen esbozo.
Promediando los veinte años, sin que se llegue a saber por qué, le aparece una enfermedad en la piel que le provoca una picazón intolerable y luego este síntoma desaparece misteriosamente.

Italia

En 1914 viajó a Florencia, Italia, acompañado por Augusto Schiavoni, otro pintor rosarino, en el buque “El Toscana”. Allí tiene algunos tíos. El cambio de ámbito le aliviana sus males psíquicos.
Florencia representa una nueva etapa en su vida. Allí vivirá más de un año y medio. Pinta con loco frenesí: viejas iglesias en escorzos, soleados paisajes, ancianas promesantes madrugadoras, marinas grandilocuentes. Allí convivirá con su compañero de viaje y otros artistas argentinos que allí estudian, entre los cuales Pettoruti con quien tiene un trato ligero.
Expone en Florencia, Milán y Turín.
Regresó temporalmente a Rosario debido a la muerte de su padre. En total realizó dos viajes a Italia para estudiar.
Fue un pintor autodidacta y su estilo se relaciona con el impresionismo, con luminosas y coloridas imágenes de su entorno: huertos, retratos, flores y naturalezas muertas.
El grueso de su trabajo se encuentra, por expreso deseo del autor, en el Museo de Bellas Artes de Rosario. Otras quince obras se hallan repartidas por distintos museos argentinos.
Sin lugar a dudas, la formación cultural y específicamente plástica de Musto debió estar impregnada por la herencia europea.

El Retorno

Un día Manuel recibe una carta que le informa que su padre había fallecido. No queda otro camino que el retorno. Se trae las telas que ha conseguido pintar en su febril trabajo de varios meses y deja a su amigo Schiavoni y sus compañeros argentinos.
Se encuentra muy angustiado y decide instalarse en la quinta Landó, donde se encontraba un parque hermoso. Pinta, pinta y pinta. Llena de color telas y cartones. Descubre nuevas tonalidad y cuando observa sus obras no se desanima pero no está nada conforme. Quiere superarse día a día, la naturaleza le cura el alma, la soledad le devuelve la fortaleza y el sol le apasiona. Por ello insiste, buscando nuevos horizontes, en el contacto de la tierra con el cielo.

Alberdi

Un buen día, se muda a Alberdi. Allí alquila una casita solitaria. Se va a ella con su maestro, bohemio sin par, que ama a Puccini. Allí sigue pintando colores verdes y azules, gansos, lombrices y caballos.
Otro problema se le presenta a los ojos: el del movimiento. Procura alcanzar no ya los objetos sino los fenómenos, siempre con don no con lección. Así es que rompe la soledad. Se presento a la secretaría de la Comisión organizadora del primer Salón nacional de Bellas Artes de Rosario, que debía inaugurarse el 24 de mayo de 1917, bajo los auspicios de “El Círculo”.El jurado las aceptó. Eran dos óleos “Tierra arada” y “Extensión de campo” y un aguafuerte: “Calle Varese”. Eran diez pintores los rosarinos que se presentaban. Hizo un buen papel.

Saladillo

No estaba conforme con Alberdi y se trasladó a Saladillo. Allí compró una modesta vivienda gracias al dinero que le correspondía de la herencia paternal.
Tenía un estudio luminoso donde seguía pintando frenéticamente. Su obra se basa en muñecos “Lenci”, los fondos de la quinta con sus frutales y el corral con sus aves. Posse una pincelada fuerte con un color puntilloso. Así, nacen “El jardín de las quebradas”, “Tarde Serena”, “Hacia la casa”,“Tarde de invierno”, “Día de trabajo” y “Viejos perales”. Con ellos, concurre asiduamente a los salones anuales de Rosario y Santa Fe.
Trabajaba directamente del natural, es decir, buscaba un lugar de su agrado, y allí pintaba o dibujaba.

El amor

Manuel amaba a su prima. Se veía con ella en cortos intervalos de viajes a Buenos Aires. Ella vivía allí con sus padres. Sin embargo, no se consumó ese amor. Manuel comenzaba a vivir la euforia de su exaltación al primer plano de la plástica nacional.
Fue una frustración más en su vida.



Premios

En el Salón Rosario de 1925, obtuvo el primer premio de pintura. Ganó la “Medalla de oro al mejor Conjunto”. Eran jurados Emilia Bertolé y Alfredo Guido.
Ese mismo año concurre con “Mis gallinas negras”, “Mañana de otoño” y “Mañanita de sol” al tercer Salón santafesino y suscita la atención de la crítica y del público.
Ese año, también se presenta en el XV° Salón nacional con el “Damasquito de otoño”, “Naturaleza muerta”, “Noche de luna” y “Rincón de mi taller”, cuatro óleos que renuevan el entusiasmo en torno a su pintura sólidamente contractiva y ricamente emocional.
A esa altura de la vida, Musto, que no abandona su barrio y continúa pintando intensamente, recibe por primera vez una consagración nacional de carácter oficial. La Universidad Nacional de La Plata, resuelve organizar un salón de artes plásticas, que comprenda a los mejores artistas del país, a los que invitará a concurrir, y cuyos envíos, una vez expuestos en la ciudad platense, habrían de ser enviados a Europa y exponerlas en Madrid, París, Roma, Venecia y Londres. Fueron 56 autores en total, entre ellos, tres rosarinos como Musto, Guido y Bertolé. Manuel presenta los cuadros “Mi taller” y “Rincón de mi taller”.
En 1926, se interrumpe la realización anual de los salones rosarinos. El deseo de llenar la falta de dicho espacio, un grupo de artistas exclusivamente locales, forma el grupo “Nexus” y organiza una muestra que reúne a 34 artistas, entre los cuales se halla Musto, que firma dos telas de disímil valor: “El chico de la chatita” y “Naturaleza muerta”, esta última su mejor obra. Allí recibe el primer premio: $1.000 en efectivo. Luego, en otra presentación, logrará el premio Sívori consistente en $1.500.
En esta época es cuando a sus utensilios agrega con carácter de supremacía, la espátula, de la que nunca se desprenderá más, hasta llegar a tenerlas en número grande y calidad varia. Es que Musto, ha descubierto que la espátula se adecua a su temperamento fogoso y a su sentir el color como materia constructiva, porque para él, en materia de arte, el “hacer consiste el llegar a la forma por el color”. Así, desplaza el pincel, busca el efecto constructivo con la espátula que pareciera utilizar como el albañil usa la llana. De este modo, su paleta acentúa su vibración cromática, en sus manos que se ponen nerviosas cuando pintan; nerviosismo que se origina en la desesperada angustia suya por trabajar y superarse.
Otra agrupación fue el denominado Grupo de los Nueve , que aunque de breve actuación, organizó exposiciones de sus miembros, y estaba integrado Musto, Antoniadis, Beltramino, Fornells, Melfi, Ouvrard, Pascual, Pierre y Schiavone. Este grupo utilizó, por primera vez, para llamar la atención del público de la ciudad, enormes cartelones con afiches que anunciaban la exposición y eran paseados por las calles de Rosario.

Nuevamente Europa

En agosto de 1932, vuelve a embarcarse con rumbo a Europa. Va a Italia y más precisamente a Génova, a Chiavari, a San Giminiano, a Lavagna… en todos puntos donde continúa trabajando intensamente. Visita museos, se extasía ante los genios pretéritos cuyas obras le llenan la mente de planes que se desespera por llevar a la práctica.
En octubre de 1932, emprende el retorno, trae consigo telas, maderas y cartones en número y calidad suficiente como para rendir prueba de su tesón y sus progresos. Trabaja en el claroscuro, ya que quiere estudiar la influencia generatriz de la luz sobre los volúmenes, los tonos y graduación de colores, la perspectiva, el óleo. Está conforme con los progresos obtenidos y los conocimientos adquiridos.

Desnudos

Sus “Desnudos”-dos cuadros que envía al primer Salón Anual de Artistas Rosarinos, que la Dirección Municipal de Cultura organiza y realiza con la concurrencia de los principales valores de la plástica local-provocaron la hostilidad de muchos de sus colegas, la dura reacción de la crítica, el estupor de sus amigos, y la ira de los diletantes que buscan la anécdota por el camino de lo bonito sensorialmente fácil.

Otro Premio

En 1939, al realizarse el segundo salón de rosarinos, se impone definitivamente en su ciudad, en una Rosario con fiebre bursátil. Su pintura “Peralito en fiesta” recibe el primer premio, con una suma de $500 y hace suya la Medalla de Oro “Ovidio Lagos” que el diario “La Capital” en recuerdo de su fundador.
El triunfo de Manuel Musto desata la virulencia característica de los hombres envidiosos.


Enfermedad

En el otoño de 1940 enferma gravemente y escribe cartas testamentarias a sus hermanos. Le confía el secreto a su sobrino Juan que cuando muera, le entregue las mismas al juez. Pero el desconocía que las cartas no tenían valor jurídico.
Manuel empeora día a día. Acepta atenderse en un sanatorio. Su enfermedad de la piel, lo tortura día a día.
Pasaban los días por la habitación del sanatorio y recibía directamente los rayos solares en una mecedora puesta en el patio. Recibía a sus contados amigos que iban a verlo y habla sobre el futuro.
El cuadro clínico oscila y con él su estado anímico, que le hace burlarse de la muerte. En agosto de 1940, el abogado redacta el nuevo testamento que anulaba el anterior.
Generoso y solidario, antes de morir establece la donación a la comuna de gran parte de sus bienes: su obra pictórica, la cual integra el patrimonio del Museo Municipal de Bellas Artes, una suma de dinero para la implementación de un premio-estímulo a las Artes y su casa-taller de Saladillo para la creación de una escuela “donde obreros, artesanos y todos aquellos que sintieron vocación artística pudiesen cultivar su espíritu”.
Así es que desde el 12 de octubre de 1945, funciona en forma ininterrumpida la escuela que lleva su nombre habiendo sido su primer director, y hasta 1958, el pintor Eugenio Fornells.

Muerte

El 16 de septiembre de 1940, Manuel Musto falleció a los 46 años.


Nos quedan sus pinturas como “Flores”, “Peralito en Fiesta” y muchas más donde disfrutamos un movimiento de color y cromatismo poderoso, que hablan de un pintor de primera línea, sobre todo si se tiene en cuenta su obra total.



Fuentes

Libros

*Montes y Bradley R-E.; “El Camino de Manuel Musto”; Ediciones Hipocampo; 1942, La Plata.
*Slullitel, Isidoro; “Cronología del Arte en Rosario”; Editorial Biblioteca; 1968, Rosario.

Diarios

*Diario “La Acción”; 6 de mayo de 1942, Rosario.
*Diario “Rosario”; 22 de agosto de 1982, Rosario.

Boletín

*Municipalidad de Rosario; Octubre de 2005.




                                            “Rincón del taller”, 1927. Óleo sobre tela. 90 por 90 cm.



                                                                     Maximiliano Reimondi
                                                            



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