MANUEL MUSTO
“La decisión de Musto de legar sus cuadros a los museos del país
adelanta la certeza de una comunidad estructurada en criterios más decentes.
Él, que llegó siempre ante el motivo con la visión despejada del hombre que
mucho quiere lo que mucho le tortura, devuelve decantada en realidad el sueño,
la fiebre y los ideales de su vida. ¡Precursora delicadeza! Y al entregarla al
deleite de su pueblo, no sólo devuelve sino restaura la fe de los hombres que
aún sufren los estragos de la propiedad: el más vil y vulgar de los derechos…
(Juan Filloy)
Manuel
Musto fue uno de los más destacados pintores impresionistas de Rosario. Su obra
tiene la importancia de haber provocado un quiebre con la pintura académica. Es
injustamente olvidado y el país está en deuda en cuanto al reconocimiento de su
obra.
Trabajaba
calladamente, reflejando la inquietud que se apoderaba de nuestros pintores. Un
torturado casi, el problema creado en su espíritu por la tragedia familiar que
vivió, maduró su facultad de expresión; y ese hombre que no parecía físicamente
un artista, hosco, hábil cocinero, extraño y solo, pintó hermosos cuadros
sencillos y luminosos, retratos sutiles, obras que hoy podemos admirar.
Manuel
nació en Rosario, el 16 de septiembre de 1893 junto a su mellizo Andrés, a dos años
de Juan, el primogénito. Su madre era María Mosto, quien como su padre, había
de llevar el nombre de Manuel. En la casona de la calle Entre Ríos vivió su
infancia junto a ellos y a Carlos, que se agregaría a los juegos y a las tareas
escolares cuatro años más tarde.
Muy chico aún, sufrió un grave
accidente casero. Tuvo quemaduras horribles a causa de un error de su niñera.
Manuel crecerá con ellas y se mirará cuando niño al espejo para indagar con
ingenuidad la importancia que puedan tener desde que los chicos en la escuela,
le miran insistentemente, y alguno más atrevido le interroga el por qué las
tiene. Se sobrepondrá ya maduro, a la
desgracia de llevarlas consigo, porque por sobre ellas brota el espíritu de su
personalidad, cubriéndolas con el orgullo de haber superado a un complejo,
nacido al sesgo de un trauma perdido en la infancia.
Cuando salían de la escuela,
Manuel y Andrés corrían presurosos junto a su madre, en cuyo regazo hallaban el
mimo y el aliento, para vencer dificultades propias de deberes y travesuras.
En 1909, comenzaron a curar el
primer año comercial. El padre era comerciante y el clima propicio a manera de
caldo de cultivo, encubría la vocación. Así se iniciaba la adolescencia de aquellos
gemelos bullangueros…
En esa etapa, Manuel hacía bocetos
en las siestas. Así comenzó a ser pintor. A hurtadillas, dibujaba cuando la
casa estaba en silencio y todos dormían. Con las rodillas en alto, pasaba las
horas dibujando gallinas y gansos, palomas y patos que alegraban la siesta del
corral.
Luego, Manuel no volvió a la
escuela. Visitaba los barrios suburbanos con frecuencia, cargando su caja de
colores y su cuaderno de croquis, y se quedaba copiando todo lo que podía
observar como la vida apacible de las quintas abiertas en el límite del
suburbio. Fueron los meses de prueba aquellos, rudos e interminables meses en
que dejaba a su hermano mayor, Juan, con la tarea pesada de la conducción de la
casa comercial, a la madre sin resignación en el hogar y a Andrés y a Carlos en
las aulas procurando educarse.
Manuel tenía el firme propósito de
pintar, parecía que la pintura le tranquilizaba el espíritu tan fuertemente
llamado a la cruda realidad de las pasiones entrechocadas. Su tesón le ganó a
sus familiares ya que un día accedieron a cambiarle los profesores de
matemáticas por el de dibujo. Así, inició sus estudios en la Academia
"Fomento de Bellas Artes" en
que Ferrucio
Pagni frente a la plaza Santa Rosa (hoy Sarmiento), enseñaba las
leyes primeras del dibujo y la perspectiva, del claroscuro y el color. Con
mucha constancia y un empeño extraordinario, asistió a clase procurando
recuperar el tiempo que para lograrse llevaba perdido.
No abandona la naturaleza, frente
a la que se entusiasma y reacciona, trabajando con ahínco pocas veces logrado
en la edad que tiene Manuel. Y si concurre a Pagni con responsable interés, no
lucha por sofrenar el impulso de salir con el tranvía que va más lejos al
encuentro de la campiña que le brinda un retazo de tierra arada o una, siquiera
sea, minúscula parva recortando el horizonte.
Sus amigos se ríen por aquel
entonces. Él es intuitivo y se rebela de las lecciones de Pagni que le hablan
del respeto que se debe tener a los cánones de la perspectiva en tanto le
corrige su trabajo; Manuel prefiere aprehender el paisaje con toda la fuerza
sensorial, que le impide las más de las veces, caer en cuenta de las razones y
las leyes inmutables.
En 1911, vuelve la desgracia a su
vida. El 24 de junio, su hermano Andrés fallece a causa de una pulmonía
fulminante. Nuca se recuperará de ese trauma. Cuatro meses antes de morir, en
la soledad de su estudio, escribirá sendas cartas a sus hermanos Juan y Carlos
que depositará en las manos de su sobrino Juan Carlos, rogándoles que le den
sepultura junto al cuerpo de su hermano mellizo amado.
En su juventud, retorna al
suburbio y sigue dibujando. Vuelve a la ciudad con telas de colores raros, para
los ojos de sus amigos.
Pinturas, por esos comienzos, como
la de “Campesina”, abreva en una oleografía naturalista que es un buen esbozo.
Promediando los veinte años, sin
que se llegue a saber por qué, le aparece una enfermedad en la piel que le
provoca una picazón intolerable y luego este síntoma desaparece
misteriosamente.
Italia
En 1914 viajó a Florencia, Italia, acompañado por Augusto
Schiavoni, otro pintor rosarino, en el buque “El Toscana”. Allí tiene algunos tíos. El cambio de ámbito le aliviana
sus males psíquicos.
Florencia representa una nueva
etapa en su vida. Allí vivirá más de un año y medio. Pinta con loco frenesí:
viejas iglesias en escorzos, soleados paisajes, ancianas promesantes
madrugadoras, marinas grandilocuentes. Allí convivirá con su compañero de viaje
y otros artistas argentinos que allí estudian, entre los cuales Pettoruti con
quien tiene un trato ligero.
Expone en Florencia, Milán y
Turín.
Regresó temporalmente a Rosario
debido a la muerte de su padre. En total realizó dos viajes a Italia para
estudiar.
Fue un pintor autodidacta y su
estilo se relaciona con el impresionismo, con luminosas y coloridas imágenes de
su entorno: huertos, retratos, flores y naturalezas muertas.
El grueso de su trabajo se
encuentra, por expreso deseo del autor, en el Museo de Bellas Artes de Rosario. Otras quince
obras se hallan repartidas por distintos museos argentinos.
Sin lugar a dudas, la formación
cultural y específicamente plástica de Musto debió estar impregnada por la
herencia europea.
El Retorno
Un día Manuel recibe una carta que
le informa que su padre había fallecido. No queda otro camino que el retorno.
Se trae las telas que ha conseguido pintar en su febril trabajo de varios meses
y deja a su amigo Schiavoni y sus compañeros argentinos.
Se encuentra muy angustiado y
decide instalarse en la quinta Landó, donde se encontraba un parque hermoso.
Pinta, pinta y pinta. Llena de color telas y cartones. Descubre nuevas tonalidad
y cuando observa sus obras no se desanima pero no está nada conforme. Quiere
superarse día a día, la naturaleza le cura el alma, la soledad le devuelve la
fortaleza y el sol le apasiona. Por ello insiste, buscando nuevos horizontes,
en el contacto de la tierra con el cielo.
Alberdi
Un buen día, se muda a Alberdi.
Allí alquila una casita solitaria. Se va a ella con su maestro, bohemio sin
par, que ama a Puccini. Allí sigue pintando colores verdes y azules, gansos,
lombrices y caballos.
Otro problema se le presenta a los
ojos: el del movimiento. Procura alcanzar no ya los objetos sino los fenómenos,
siempre con don no con lección. Así es que rompe la soledad. Se presento a la
secretaría de la Comisión organizadora del primer Salón nacional de Bellas
Artes de Rosario, que debía inaugurarse el 24 de mayo de 1917, bajo los
auspicios de “El Círculo”.El jurado las aceptó. Eran dos óleos “Tierra arada” y
“Extensión de campo” y un aguafuerte: “Calle Varese”. Eran diez pintores los
rosarinos que se presentaban. Hizo un buen papel.
Saladillo
No estaba conforme con Alberdi y
se trasladó a Saladillo. Allí compró una modesta vivienda gracias al dinero que
le correspondía de la herencia paternal.
Tenía un estudio luminoso donde
seguía pintando frenéticamente. Su obra se basa en muñecos “Lenci”, los fondos
de la quinta con sus frutales y el corral con sus aves. Posse una pincelada
fuerte con un color puntilloso. Así, nacen “El jardín de las quebradas”, “Tarde
Serena”, “Hacia la casa”,“Tarde de invierno”, “Día de trabajo” y “Viejos
perales”. Con ellos, concurre asiduamente a los salones anuales de Rosario y
Santa Fe.
Trabajaba directamente del
natural, es decir, buscaba un lugar de su agrado, y allí pintaba o dibujaba.
El amor
Manuel amaba a su prima. Se veía
con ella en cortos intervalos de viajes a Buenos Aires. Ella vivía allí con sus
padres. Sin embargo, no se consumó ese amor. Manuel comenzaba a vivir la
euforia de su exaltación al primer plano de la plástica nacional.
Fue una frustración más en su
vida.
Premios
En el Salón Rosario de 1925,
obtuvo el primer premio de pintura. Ganó la “Medalla de oro al mejor Conjunto”.
Eran jurados Emilia Bertolé y Alfredo Guido.
Ese mismo año concurre con “Mis
gallinas negras”, “Mañana de otoño” y “Mañanita de sol” al tercer Salón
santafesino y suscita la atención de la crítica y del público.
Ese año, también se presenta en el
XV° Salón nacional con el “Damasquito de otoño”, “Naturaleza muerta”, “Noche de
luna” y “Rincón de mi taller”, cuatro óleos que renuevan el entusiasmo en torno
a su pintura sólidamente contractiva y ricamente emocional.
A esa altura de la vida, Musto,
que no abandona su barrio y continúa pintando intensamente, recibe por primera
vez una consagración nacional de carácter oficial. La Universidad Nacional de
La Plata, resuelve organizar un salón de artes plásticas, que comprenda a los
mejores artistas del país, a los que invitará a concurrir, y cuyos envíos, una
vez expuestos en la ciudad platense, habrían de ser enviados a Europa y
exponerlas en Madrid, París, Roma, Venecia y Londres. Fueron 56 autores en
total, entre ellos, tres rosarinos como Musto, Guido y Bertolé. Manuel presenta
los cuadros “Mi taller” y “Rincón de mi taller”.
En 1926, se interrumpe la
realización anual de los salones rosarinos. El deseo de llenar la falta de
dicho espacio, un grupo de artistas exclusivamente locales, forma el grupo
“Nexus” y organiza una muestra que reúne a 34 artistas, entre los cuales se
halla Musto, que firma dos telas de disímil valor: “El chico de la chatita” y
“Naturaleza muerta”, esta última su mejor obra. Allí recibe el primer premio:
$1.000 en efectivo. Luego, en otra presentación, logrará el premio Sívori
consistente en $1.500.
En esta época es cuando a sus
utensilios agrega con carácter de supremacía, la espátula, de la que nunca se
desprenderá más, hasta llegar a tenerlas en número grande y calidad varia. Es
que Musto, ha descubierto que la espátula se adecua a su temperamento fogoso y
a su sentir el color como materia constructiva, porque para él, en materia de
arte, el “hacer consiste el llegar a la
forma por el color”. Así, desplaza el pincel, busca el efecto constructivo
con la espátula que pareciera utilizar como el albañil usa la llana. De este
modo, su paleta acentúa su vibración cromática, en sus manos que se ponen
nerviosas cuando pintan; nerviosismo que se origina en la desesperada angustia
suya por trabajar y superarse.
Otra agrupación fue el denominado Grupo de los Nueve , que aunque de breve
actuación, organizó exposiciones de sus miembros, y estaba integrado Musto,
Antoniadis, Beltramino, Fornells, Melfi, Ouvrard, Pascual, Pierre y Schiavone.
Este grupo utilizó, por primera vez, para llamar la atención del público de la
ciudad, enormes cartelones con afiches que anunciaban la exposición y eran paseados
por las calles de Rosario.
Nuevamente Europa
En agosto de 1932, vuelve a
embarcarse con rumbo a Europa. Va a Italia y más precisamente a Génova, a
Chiavari, a San Giminiano, a Lavagna… en todos puntos donde continúa trabajando
intensamente. Visita museos, se extasía ante los genios pretéritos cuyas obras
le llenan la mente de planes que se desespera por llevar a la práctica.
En octubre de 1932, emprende el
retorno, trae consigo telas, maderas y cartones en número y calidad suficiente
como para rendir prueba de su tesón y sus progresos. Trabaja en el claroscuro,
ya que quiere estudiar la influencia generatriz de la luz sobre los volúmenes,
los tonos y graduación de colores, la perspectiva, el óleo. Está conforme con
los progresos obtenidos y los conocimientos adquiridos.
Desnudos
Sus “Desnudos”-dos cuadros que
envía al primer Salón Anual de Artistas Rosarinos, que la Dirección Municipal
de Cultura organiza y realiza con la concurrencia de los principales valores de
la plástica local-provocaron la hostilidad de muchos de sus colegas, la dura
reacción de la crítica, el estupor de sus amigos, y la ira de los diletantes
que buscan la anécdota por el camino de lo bonito sensorialmente fácil.
Otro Premio
En 1939, al realizarse el segundo
salón de rosarinos, se impone definitivamente en su ciudad, en una Rosario con
fiebre bursátil. Su pintura “Peralito en fiesta” recibe el primer premio, con
una suma de $500 y hace suya la Medalla de Oro “Ovidio Lagos” que el diario “La
Capital” en recuerdo de su fundador.
El triunfo de Manuel Musto desata
la virulencia característica de los hombres envidiosos.
Enfermedad
En el otoño de 1940 enferma
gravemente y escribe cartas testamentarias a sus hermanos. Le confía el secreto
a su sobrino Juan que cuando muera, le entregue las mismas al juez. Pero el
desconocía que las cartas no tenían valor jurídico.
Manuel empeora día a día. Acepta
atenderse en un sanatorio. Su enfermedad de la piel, lo tortura día a día.
Pasaban los días por la habitación
del sanatorio y recibía directamente los rayos solares en una mecedora puesta
en el patio. Recibía a sus contados amigos que iban a verlo y habla sobre el
futuro.
El cuadro clínico oscila y con él
su estado anímico, que le hace burlarse de la muerte. En agosto de 1940, el
abogado redacta el nuevo testamento que anulaba el anterior.
Generoso y solidario, antes de
morir establece la donación a la comuna de gran parte de sus bienes: su obra
pictórica, la cual integra el patrimonio del Museo Municipal de Bellas Artes,
una suma de dinero para la implementación de un premio-estímulo a las Artes y
su casa-taller de Saladillo para la creación de una escuela “donde obreros,
artesanos y todos aquellos que sintieron vocación artística pudiesen cultivar
su espíritu”.
Así es que desde el 12 de octubre
de 1945, funciona en forma ininterrumpida la escuela que lleva su nombre
habiendo sido su primer director, y hasta 1958, el pintor Eugenio Fornells.
Muerte
El 16 de septiembre de 1940,
Manuel Musto falleció a los 46 años.
Nos quedan sus pinturas como
“Flores”, “Peralito en Fiesta” y muchas más donde disfrutamos un movimiento de
color y cromatismo poderoso, que hablan de un pintor de primera línea, sobre
todo si se tiene en cuenta su obra total.
Fuentes
Libros
*Montes
y Bradley R-E.; “El Camino de Manuel Musto”; Ediciones Hipocampo; 1942, La
Plata.
*Slullitel,
Isidoro; “Cronología del Arte en Rosario”; Editorial Biblioteca; 1968, Rosario.
Diarios
*Diario
“La Acción”; 6 de mayo de 1942, Rosario.
*Diario
“Rosario”; 22 de agosto de 1982, Rosario.
Boletín
*Municipalidad
de Rosario; Octubre de 2005.
“Rincón del taller”, 1927. Óleo sobre tela. 90 por 90 cm .
Maximiliano
Reimondi
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