jueves, 19 de noviembre de 2015

Franz Schubert



Franz Peter Schubert (Viena, 31 de enero de 1797 – ibídem, 19 de noviembre de 1828)
Schubert fue uno de los principales músicos austríacos que vivió a comienzos del siglo XIX; fue el único nacido en la que fue capital musical europea a finales del siglo XVIII y principios del XIX: Viena. Vivió, treinta y un años, tiempo durante el cual consiguió componer una obra musical excelente, de gran belleza e inspiración. Su talento creció a la sombra de Beethoven, a quien admiraba; murió un año después que su ídolo. No fue reconocido en vida: después de su muerte, su arte comenzó a conquistar admiradores. Escribió más de seiscientos lieder, de los cuales gran parte, después de su fallecimiento, quedaron inéditos.

Infancia

La casa donde nació Franz Schubert, en la actualidad el n.º 54 de la calle Nussdorfer.
Hijo de una familia humilde, fue el duodécimo de trece hermanos. Residían en el barrio de Liechtental. Su padre era un profesor de escasos ingresos económicos.
Su profesor de música se percató pronto de su talento y llegó a decirle: «No tengo nada más que enseñarle, el conocimiento lo ha recibido del buen hombre». A los once años entró como cantor en la Capilla Imperial, y consiguió una beca que le sufragó los estudios en la escuela municipal de Stadkonvikt. Allí fue alumno de Antonio Salieri y, gracias a la orquesta de la escuela, para la que escribió sus primeras sinfonías, se familiarizó con la obra de Franz Joseph Haydn y de Beethoven.

Juventud

A los catorce años comenzó a crear sus primeros lieder, poemas musicalizados para voz y piano, y antes de los dieciocho ya había creado algunas obras maestras, como Gretchen am Spinnrade, el primero de los muchos lieder inspirados en poemas de Goethe. A los diecinueve años había escrito ya más de doscientos cincuenta lieder.
Pese a sus talentos, su padre pretendía que heredara su profesión, lo que motivó el enfrentamiento entre ambos y el abandono de la casa paterna.

Madurez

Fuera del hogar y habiendo decidido ganarse la vida con la música, Schubert se refugió en la casa de Franz von Schober. Así comenzó el peregrinaje. Nunca logró mantenerse sólo con sus composiciones y necesitó de la generosidad de amigos, que lo acogían en sus respectivas casas. Schubert tampoco mantuvo una relación duradera ni tuvo hijos, pero se adscribió a un círculo íntimo de amigos que le brindó muchas satisfacciones personales, además de constituir un público fiel y sensible a su arte.
Schubert no consiguió estrenar ni publicar ninguna de sus obras operísticas u orquestales. A lo sumo se interpretaron algunas composiciones vocales o pianísticas en las célebres schubertiadas.
En estos años Schubert contrajo sífilis. Habitualmente pasó estrechez económica. Se volvió inseparable de sus gafas, que conformaron parte indisoluble de su apariencia y acentuaron su fisonomía tímida.

Las schubertiadas

En Viena Schubert llevó una vida bohemia rodeado de intelectuales, amante de las tabernas y de los ambientes populares, alejado de los salones y de la etiqueta nobiliaria. De este entorno procede el famoso término de schubertiadas: reuniones de artistas de todos los ámbitos que formaban un círculo brillante y animado dedicado a la música y a la lectura.

Últimos años

Durante sus últimos años escribió piezas magistrales, fruto y reflejo de sus experiencias personales y siempre con el sello inconfundible de una inagotable inspiración melódica. Por ejemplo, una tensa profundidad marca la Wanderer-Fantasie, D. 760, para piano solo (1822) o el ciclo de lieder La bella molinera (Die schöne Müllerin) (1823), estos últimos inspirados en poemas de Wilhelm Müller. En 1824 escribiría La muerte y la doncella, uno de sus cuartetos más conocidos, y ya hacia el final de su vida el intenso dolor y el aislamiento dejaron su impronta en el Winterreise, D. 911, Op. 89 (1827), también con textos de W. Müller.
Por aquel entonces, Schubert tenía solamente treinta y un años y acababa de matricularse para estudiar fuga. Pero una gonorrea, complicada finalmente con una fiebre tifoidea, lo condujo a la muerte el 19 de noviembre de 1828. Se decía de Schubert que hacía tiempo ya «andaba por el mal camino», se hablaba de su afición al alcohol y la «sensualidad» -que lo llevó a tener relaciones esporádicas. Pero esa debilidad no ensombrece de ningún modo la figura de un hombre que en sus años de madurez padecía, según muchos biógrafos, de lo que actualmente llamaríamos trastorno bipolar.10 Esto explicaría que grandes obras quedaran incompletas sin una razón explícita.
El treinta de octubre de 1822 comenzó su Sinfonía en si menor pero, tras dos movimientos en una partitura de orquesta cuidadosamente pasada a limpio, y de comenzar el tercero, la abandonó. El manuscrito con ambos movimientos completos pasó a manos de su amigo, An. Hüttenbrenner, quien los conservó en un cajón durante más de cuarenta años. En 1865 se los entregó al director de orquesta Johann von Herbeck, quien en diciembre de ese mismo año dirigió en Viena el estreno de la obra incompleta.
No hay una conclusión a la cuestión sobre los motivos que condujeron a Schubert a dejarla inconclusa; una posibilidad sugiere que parte del manuscrito se perdiera. También se ha sugerido que el poderoso Entreacto en si menor de la música de escena para Rosamunda, de 1823, fuera en realidad el último movimiento sinfónico. A favor de esta tesis: las coincidencias en orquestación con ambos movimientos existentes, incluido el añadido de los tres trombones incorporados a la orquesta clásica convencional, así como la tonalidad. A pesar de todo, la explicación más verosímil para la crítica es la que cuestiona la madurez autorial para completar dos movimientos más con la misma altura y calidad expresiva de los previos. Así, la obra queda tal como la conocemos hoy: un díptico asimétrico, pero equilibrado: primero un Allegro moderato, en el que se contraponen la tensión dramática inicial y la naturalidad lírica, seguido de un Andante con moto en mi mayor, pleno de un agitado y tumultuoso vagabundeo, que alcanza al final el descanso en una coda, cuya serenidad parece trascender el mundo.


                                                                        Maximiliano Reimondi

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