LA DICTADURA MILITAR EN ROSARIO
“La conciencia es
esencialmente reactiva; por eso no saberse lo que puede un cuerpo, de qué
actividad es capaz y lo que decimos de la conciencia debemos también decirlo de
la memoria y el hábito” (Gilles Deleuze)
“Nuestra generación
no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor
silencio de los bondadosos” (Martin Luther King)
“Si no se comprende e
insiste a las nuevas generaciones que la dictadura argentina asentó su poder
sobre el colaboracionismo, no se podrá entender nunca cómo fue posible tanta
barbarie” (Rubén Chababo, La Capital, 01/04/96)
“También es
terrorista el que activa a través de ideas contrarias a nuestra civilización
occidental y cristiana “(Jorge Rafael Videla)
Las
modalidades y el diseño de la represión
En las
primeras horas del 24 de marzo de 1976, la Junta Militar redactó una serie de
comunicados que anulaban las libertades y garantías constitucionales para los
argentinos.
En consonancia con los cambios operados a nivel nacional la
provincia de Santa Fe fue
intervenida. El primer interventor provincial fue el Coronel
José María González, en
abril lo reemplazó en ese cargo el Vicealmirante Jorge
Aníbal Desimone quien se
mantendría en ese puesto hasta 1981. Asimismo en la ciudad
de Rosario el intendente Rodolfo Ruggeri fue encarcelado (junto a otros
políticos y funcionarios provinciales y municipales) asumiendo el cargo el
Coronel Hugo Laciar reemplazado luego por el Capitán Augusto Cristiani que
ocupó ese lugar hasta 1981; luego asumió Alberto Natale como intendente civil
en el contexto de un reordenamiento político que se iniciaba con la asunción de
Viola como presidente de facto.
El golpe de estado no implicó sólo un cambio de autoridades
en la ciudad sino que significó un claro acatamiento de las pautas que el PRN
planteaba y la imposición desde arriba de estrategias de despolitización y
disciplinamiento social en los diversos ámbitos públicos de la ciudad. La
instauración de la dictadura fue posible a partir de este conjunto de medidas
coercitivas impuestas desde el Estado y también gracias al apoyo tibio en
algunos casos, elocuente en otros que recibió el PRN desde diversas
instituciones como la Iglesia, algunos partidos políticos en la provincia de
Santa Fe el PDP, por ejemplo e inclusive de los medios de comunicación locales
que legitimaron en primera instancia el golpe y sustentaron luego el gobierno
militar con mayor o menor énfasis por lo menos hasta iniciada la década del 80.
Así se intensificaron los operativos “rastrillo” en las
zonas fabriles-señaladamente Villa Constitución y las localidades de la zona
norte del cordón industrial que se extendía entre Rosario y Puerto San Martín-,
el control sobre la universidad y en general sobre el ámbito urbano y la detención
de militantes, comenzando a poblar las cárceles y dando paso a la aparición de
centros de detención improvisados en dependencias militares, comisarías o en la
sede de la Jefatura de Policía de Rosario. La ofensiva militar y policial sobre
estos “objetivos” se conjugó con el aumento de los asesinatos de militantes
políticos y sindicales, atribuibles en muchos casos a “comandos
antiextremistas” o a la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), y la reiterada aparición de cadáveres en la
vía pública en Rosario y en varias localidades cercanas se convirtió en un
ingrediente más del panorama político local y regional.
Efectivizado el Golpe de Estado, el 24 de marzo de 1976, se
reorganizaron y coordinaron las fuerzas policiales y militares y la división
territorial en cuerpos de ejército y fue completada con un sistema de centros
clandestinos de detención diseminados por todo el ámbito nacional y “grupos de
tareas” con distintos radios de actuación.
Rosario fue clave en el diseño y ejecución del accionar represivo
en la región: era la principal ciudad del sur de la provincia, la sede del
Comando del II Cuerpo, y, en tal sentido, el lugar de asentamiento de las
principales autoridades militares.
A los pocos días del Golpe de Estado, fue designado por el
Comando del Cuerpo de Ejército II el Comandante de Gendarmería Agustín Feced
como Jefe de Policía de la Unidad Regional II, quien asumiría un rol principal
en el diseño y ejecución de la represión en Rosario. Un papel igualmente
significativo fue el que desempeñó, en el ámbito militar, el Destacamento de
Inteligencia Militar 121, la llamada “patota de Oroño”, que no sólo se ocupaba
de las tareas de inteligencia sino asimismo de los operativos y de gestionar
algunos de los centros de detención que funcionaron en el área.
Si bien puede decirse que no hay un único patrón de conducta
entre los miembros de los grupos operativos, hay ciertos rasgos que interesa
destacar. En primer lugar, que la mayoría de ellos eran hombres jóvenes, tan
jóvenes como aquellos a los que secuestraban, torturaban y asesinaban. Estos
jóvenes, que tenían entre 20 y poco más de 30 años, no compartían el imaginario
cultural e ideológico que animaba a los militantes de las organizaciones de la
izquierda armada y no armada que actuaban en la Argentina. Algunos de ellos han
sido sindicados como miembros de organizaciones de ultraderecha como el CNU y
muchos de ellos estaban convencidos de cumplir con una misión o de ser
protagonistas de una “guerra”.
Más de 2.000 personas sufrieron violaciones graves a los
derechos humanos y cerca de 300 fueron denunciados como desaparecidos sólo en
1984, en Rosario.
Las declaraciones condujeron al reconocimiento de varios
centros de cautiverio. El más temerario fue el que funcionó en el Servicio de
Informaciones de la Jefatura, ubicado en el ala del edificio sobre Dorrego y
San Lorenzo. Por allí pasaron centenares de hombres y mujeres de todas las
edades, orígenes sociales e ideologías, incluso gente sin militancia política
de ningún tipo. Hubo otros centros de reclusión ilegal menores. Uno en la
Fábrica de Armas “Domingo Matheu”, en Ovidio Lagos al 5200. Otro, denominado la
Quinta de Funes, en inmediaciones del Liceo Militar de esa localidad. El
Batallón de Comunicaciones 121 del II Cuerpo de Ejército y La Calamita, en la
zona de Capitán Bermúdez.
En el Gran Rosario se produjeron 1.800 detenciones ilegales,
entre febrero de 1977 y marzo de 1979, según declaró el teniente coronel
Eduardo González Poulet, uno de los principales involucrados del Comando del II
Cuerpo, encargado de llevar adelante los “tribunales de guerra”. Solamente 700
personas pasaron a disposición del Poder Ejecutivo nacional.
Uno de los incriminados fue Edgardo “Gato” Andrada, ex
arquero de Rosario Central, Colón (Santa Fe) y Vasco Da Gama (Brasil) por el
represor Eduardo Costanzo, en un reportaje realizado por el periodista José
Maggi, en el programa “Trascendental” de LT8-Radio Rosario. Lo denunciado era
conocido por muchos integrantes de los organismos de Derechos Humanos de
Rosario, pero no por la mayoría de la población.
Andrada trabajó en el Ejército, y aseguran que intervino en
secuestros y fue agente de los servicios de inteligencia de la dictadura.
La documentación robada en los Tribunales provinciales y otras dos viviendas, el 8 de octubre de
1984, comprometía a por lo menos cincuenta empresas de la región relacionadas
con la represión ilegal, además de contener la información precisa de los
integrantes de la “comunidad informativa rosarina”, como la llamaba el jefe de
policía rosarina, Agustín Feced. Todos eran elementos recogidos por la CONADEP.
Según todos los indicios, el asalto fue cometido por oficiales en actividad
pertenecientes al II Cuerpo de Ejército. Desde el símbolo máximo de la justicia
provincial, en el edificio de los Tribunales de la ciudad de Rosario, fueron
robados el equivalente a tres piezas de documentación que probaba la
vinculación del llamado personal civil de inteligencia que operaba tanto para
el ejército como para las fuerzas de seguridad. Lo robado vinculaba a todos los
que estaban en la represión y los que estaban en funcionamiento en 1984.
No hubo sector de la sociedad que los dictadores no dejaran
de reprimir y controlar.
Según Roberto Manuel Pena, ex secretario de la SIDE del
gobierno de Raúl Alfonsín, los servicios de las Fuerzas Armadas no habían sido
desmantelados y seguían operando, aún en Democracia. Todos tenían la
infraestructura montada: casas, oficinas, depósitos, autos y, por supuesto,
armas que les permitían lograr sus objetivos como una serie de atentados:
bombas en Córdoba, robos en los Tribunales de Rosario o actos de presión
psicológica como las amenazas.
Para el profesor Rubén Naranjo, en
la Biblioteca Vigil, se llegaron a quemar 80 mil libros, siguiendo la lógica
del llamado Operativo Claridad, diseñado por el Ministerio del Interior de la
Nación, desde 1976.
Si bien puede decirse que no hay
un único patrón de conducta entre los miembros de los grupos operativos, hay
ciertos rasgos que interesa destacar. En primer lugar, que la mayoría de ellos
eran hombres jóvenes, tan jóvenes como aquellos a los que secuestraban,
torturaban y asesinaban. Estos jóvenes, que tenían entre 20 y poco más de 30
años, no compartían el imaginario cultural e ideológico que animaba a los
militantes de las organizaciones de la izquierda armada y no armada que
actuaban en la Argentina. Algunos de ellos han sido sindicados como miembros de
organizaciones de ultraderecha como el CNU y muchos de ellos estaban
convencidos de cumplir con una misión o de ser protagonistas de una “guerra”.
Más de 2.000 personas sufrieron
violaciones graves a los derechos humanos y cerca de 300 fueron denunciados
como desaparecidos sólo en 1984, en Rosario.
Las declaraciones condujeron al
reconocimiento de varios centros de cautiverio. El más temerario fue el que
funcionó en el Servicio de Informaciones de la Jefatura, ubicado en el ala del
edificio sobre Dorrego y San Lorenzo. Por allí pasaron centenares de hombres y
mujeres de todas las edades, orígenes sociales e ideologías, incluso gente sin
militancia política de ningún tipo. Hubo otros centros de reclusión ilegal
menores. Uno en la Fábrica de Armas “Domingo Matheu”, en Ovidio Lagos al 5200.
Otro, denominado la Quinta de Funes, en inmediaciones del Liceo Militar de esa
localidad. El Batallón de Comunicaciones 121 del II Cuerpo de Ejército y La
Calamita, en la zona de Capitán Bermúdez.
El 29 de mayo de 1984, la justicia
federal rosarina recibió un escrito que era copia del informe remitido por el
entonces coronel Alfredo Sotera, jefe del destacamento de inteligencia del
Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, calificado como estrictamente secreto y
confidencial'. Todos tenían la infraestructura montada: casas, oficinas,
depósitos, autos y, por supuesto, armas que les permitían lograr sus objetivos
como una serie de atentados: bombas en Córdoba, robos en los Tribunales de
Rosario o actos de presión psicológica como las amenazas.
Describía la estructura zona,
sección militar, logística, informaciones e inteligencia, prensa y
adoctrinamiento, organización zonal, secretaría de política zonal, JUP, los
responsables y jefes de subzonas de la UES en el oeste, centro y sur del Gran
Rosario y agregaba gráficos sobre los llamados 'delincuentes subversivos
muertos' y 'detenidos', relacionados con la organización Montoneros.
A menos de siete meses de
producido el golpe, el informe Sotera sostenía que solamente había 88
'subversivos' prófugos.
A pesar de la escasa magnitud de
la supuesta amenaza militar que representaba la guerrilla, el gobierno de la
dictadura se quedó durante siete años.
Queda claro que el objetivo no era
militar, sino económico, como se descubriría con el tiempo.
Pero lo importante de este
material, hoy dentro de la causa federal 47.913, 'Agustín Feced y otros', es
destacar lo que sucedería en esos últimos días 1976 y los primeros de 1977.
En donde aparecen involucrados
militares tales como Andrés Ferrero, Luciano Jáuregui, el propio Sotera y el
ahora detenido por su vinculación al llamado operativo Cóndor, Carlos Landoni.
“Antes que sea demasiado tarde”, titulaba el
Partido Peronista Auténtico su solicitada que apareció en el diario “La
Capital”, el 1° de setiembre de 1975.
Exigía la renuncia de María Estela
Martínez de Perón “ya que al suplantar el programa de liberación que el pueblo
votó, ha perdido legitimidad y sustento popular”.
Convocaba a elecciones generales,
pedía la derogación de la legislación represiva, la libertad de todos los
presos políticos, gremiales y estudiantiles; y exigía la “investigación de las
AAA y procesamiento de sus integrantes” como también de “los delincuentes
económicos”.
En los cines de la ciudad se
estrenaba “La Raulito”, con Marilina Ross y “Los Irrompibles”, protagonizada
por los humoristas uruguayos de “Hiperhumor”.
Los obreros de Sulfacid, en Fray
Luis Beltrán, denunciaban la reiteración de amenazas de muerte y represalias
contra las familias de los miembros de la comisión interna. “Estos mercenarios,
al servicio de otros intereses que no son los de los trabajadores quieren
acallar y así conseguir que el movimiento obrero cargue sobre sus espaldas la
crisis, la explotación y la desocupación”, decía el texto de la solicitada.
En Buenos Aires, el general de
brigada Roberto Eduardo Viola, ex comandante del II Cuerpo de Ejército con
asiento en Rosario, entre el 20 de mayo y el 29 de agosto de ese año, asumía
como nuevo jefe del Estado Mayor General del Ejército.
Eran los primeros días de aquel
setiembre de 1975. “Mis únicos jueces son Dios
y el pueblo. Si soy buena me quedaré y si soy mala y no los sirvo, que gobierne
otro que pueda hacerlo ya que no estoy aferrada al sillón de Rivadavia y si el
pueblo juzga que ese sillón tiene que estar vacío, sin mi presencia, que me lo
diga”, dijo la todavía presidenta María Estela Martínez de Perón.
Se informaba que en Tucumán “las
bajas de la guerrilla alcanzarían a 800”. Sin embargo, el 25 de mayo de aquel año,
el general Acdel Vilas aseguró que “los guerrilleros muertos” no eran más de
350. Comenzaba la inflación de las cifras sobre la cantidad de “delincuentes
terroristas” en operaciones para justificar el golpe que se venía preparando.
El “honor” de Díaz Bessone
Elida Luna presentó ante la justicia federal santafesina una
denuncia contra los ex titulares del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército,
Ramón Genaro Díaz Bessone y Leopoldo Galtieri, por ser los responsables de la
desaparición seguida de tortura y muerte de su anterior pareja, Daniel
Gorosito.
El 18 de enero de 1976 fue secuestrado en Rosario, Daniel
Gorosito, militante del Ejército Revolucionario del Pueblo, por integrantes de
un grupo de tareas en el área jurisdiccional del Comando del II Cuerpo de
Ejército.
La unidad estaba bajo el mando del entonces general de
brigada, Ramón Genaro Díaz Bessone, actual profesor del Colegio Militar de la
Nación y presidente del Círculo Militar.
Gorosito fue remitido a los subsuelos de la Jefatura de
Policía de Rosario, a las dependencias del Servicio de Informaciones, en la
ochava de San Lorenzo y Dorrego. Luego de permanecer semanas enteras en medio
de sesiones de torturas con la aplicación de picana y palizas permanentes,
Gorosito fue fusilado y enterrado en algún lugar cercano a la ciudad.
La historia está consignada en uno de los 270 expedientes
que reunió la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas que funcionó
en las oficinas del Centro Cultural “Bernardino Rivadavia”, entre abril y
octubre de 1984.
El caso, además, es uno de los 97 delitos imputados al
comandante del segundo cuerpo de Ejército, con asiento en Rosario, entre aquel
8 de setiembre de 1975 y el 12 de octubre de 1976, general de Brigada, Ramón
Genaro Díaz Bessone.
El 23 de noviembre de 1989, por decreto 1002 de aquel año,
el presidente de la Nación, Carlos Menem, indultaba al general de división Díaz
Bessone.
Sin embargo, la lista de “menores NN derivados de
procedimientos antisubverivos” que consta en el cuerpo 21 de la causa federal
47.913, abre la posibilidad de que Díaz Bessone sea juzgado por los delitos de
lesa humanidad que le imputara la Cámara Federal de Apelaciones de Rosario.
Galtieri y el orden de
los cien años
Uno de los jefes del Servicio de Informaciones, el comisario
principal Raúl Alberto Guzmán Alfaro, declaró que "recibió órdenes
directas del General Galtieri, que todas las mañanas debía llevarle las
novedades que se produjeran no al jefe de policía, sino al general Galtieri
directamente...".
El ex dirigente de la Asociación de Trabajadores del Estado,
Mario Luraschi, informó que después de haber sido torturado, fue conducido el
23 de diciembre de 1976, al Comando del II Cuerpo de Ejército, en ese entonces
en Córdoba y Moreno, donde hoy funciona un bar temático en lugar del
planificado “museo de la memoria” de Rosario. "Me llevan al comando. Nos
habla Galtieri y nos amenaza de muerte diciendo que a la próxima nos mataban.
Nos trajeron en colectivos de la 53 y 200...", dijo Luraschi.
En abril de 1977, cuando se le concedió la libertad de José
Américo Giusti, que había sido secuestrado el 1 de octubre de 1976, por
integrantes del ejército, Galtieri pronunció un discurso, donde aseguró que su
libertad "fue concedida por una amnistía de Semana Santa solicitada por
Zazpe y Primatesta".
Pero el cristianismo de Galtieri tenía límites. Su visión
del reino de los cielos era una construcción por medio de fusilamientos y
torturas.
"La determinación sobre la
suerte de los presos era al principio tomada por el II Cuerpo de Ejército, al
mando del general Díaz Bessone hasta octubre de 1976. Después le sucedió
Galtieri. A partir de la asunción de éste al Comando, aumenta considerablemente
la cantidad de fusilados. Apenas llega, se escapó un detenido del Servicio de
Informaciones, por lo que Galtieri ordenó que se fusile a todos los que habían
sido secuestrados con el fugado. Eran siete personas, entre ellas, la mujer de
un dirigente sindical", relató a la revista "Caras y Caretas",
en abril de 1984, Angel Ruani.
Agregó que fue juzgado "por
un consejo de Guerra, el 25 de agosto de 1977. En el Comando del II Cuerpo de
Ejército, el mayor Fernando Soria me muestra una lista de oficiales y me dice
que designe a mi defensor. Como yo no conocía a ninguno de esos señores, le
respondí que lo designaran ellos. Ese mismo día me hacen el juicio bajo la
acusación de actividades subversivas. Actuó como defensor el teniente coronel
González Roulet, quien en ese momento era el encargado de los presos políticos
en el área del II Cuerpo...El militar que decía ser mi defensor, se limitó a
reconocer la justeza de las acusaciones aunque adujo que era posible que yo,
dada mi juventud, hubiera sido engañado y manipulado por los tentáculos de la
internacional subversiva. Pasadas dos horas, me condenaron a 12 años de
prisión. Posteriormente, el defensor apela y me hacen un nuevo consejo, aunque
esta vez no me llevan, no estoy presente. Un tiempo después me vienen a leer la
nueva condena que es de 15 años".
Cuando asumió como Comandante del
II Cuerpo de Ejército, Leopoldo Galtieri hizo público su proyecto. No se detuvo en pequeñeces. Quería
instalar un orden de 100 años. Era el 12 de
octubre de 1976, Rosario fue testigo.
Galtieri, nacido en julio de 1926
y casado con Lucía Gentile desde 1949, padre de tres hijos y abuelo de cinco
nietos; expresaba el sentido de su cruzada de fusilamientos y picana, de cenas
con narcotraficantes bolivianos y empresarios poderosos de la región del Gran
Rosario. Buscaba "los 100 años nuevos de
paz" a partir del ejército que comenzaba otro ciclo histórico. En sus
divagaciones estaba gestando la imagen de un general ungido por la voluntad
popular. Antes de Malvinas, Galtieri quiso perpetuarse en el poder a través de
la inteligencia de sus torturados.
"Operación México"
Desde el Aeropuerto de Fisherton, en Rosario, el general
Leopoldo Fortunato Galtieri subió al avión presidencial "Tango 01"
con destino a la Capital Federal. Frente a Jorge Rafael Videla y Eduardo Viola,
explicó la "Operación México". Cuenta Miguel Bonasso en su
imprescindible "Recuerdo de la Muerte" que el sábado 14 de enero de 1978, a las 12,
aproximadamente, "el grupo compuesto por tres miembros de la inteligencia
militar (Sebastián, Daniel y Barba) y dos prisioneros (Tulio Valenzuela y
Carlos Laluf), emprenden la partida desde la quinta de Funes. Valenzuela lleva
el mismo documento falto que tenía en el momento de la caída, a nombre de Jorge
Raúl Cattone. El mayor Sebastián pasa a ser el señor Ferrer. Barba es ahora
Caravetta y Nacho Laluf se llama Miguel Vila. Los documentos falsos de estos
últimos han sido confeccionados en Funes, utilizando el servicio de
documentación que tenía la Columna Rosario de la Organización Montoneros".
Valenzuela había convencido a Galtieri para que lo enviara a México con la
supuesta intención de infiltrar al Movimiento Peronista Montoneros en el exilio
y así permitir el asesinato de los principales dirigentes. Quedaban en Funes
nada menos que su compañera, Raquel Negro, embarazada de seis meses, y su hijo,
Sebastián, de un año y medio. El 19 de enero, las autoridades mexicanas
reclamaron ante las autoridades argentinas la violación de su soberanía por
este grupo de tareas. Un día después, en el diario mexicano "Unomasuno",
se publicaron las declaraciones telefónicas de Galtieri: "yo no tengo
control de mis agentes fuera del país".
La grieta legal
El 9 de diciembre de 1985, Leopoldo Fortunato Galtieri fue
absuelto de culpa y cargo por la Cámara Federal de Capital Federal.
Se le habían imputado 242 casos de encubrimiento, 11
privaciones ilegales de libertad calificada, 8 reducciones a la servidumbre, 15
falsedades ideológicas, una sustracción de menor y tres casos de tormentos.
Hechos que había cometido como comandante en jefe del Ejército. Los fiscales
pidieron quince años de reclusión.
Sin embargo el punto 30 de la
sentencia de la Cámara Federal que juzgó a los comandantes de la dictadura,
indicaba que “disponiendo, en cumplimiento del deber legal de denunciar, se
ponga en conocimiento del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, el contenido
de esta sentencia y cuantas piezas de la causa sean pertinentes, a los efectos
del enjuiciamiento de los oficiales superiores, que ocuparon los comandos de
zona y subzona de defensa, durante la lucha contra la subversión y de todos
aquellos que tuvieron responsabilidad operativa en las acciones”.
Dicho artículo abrió la
posibilidad para juzgar a los responsables militares del terrorismo de estado
en todas y cada una de las provincias.
Entre ellos, desde el 12 de
octubre de 1976 al 8 de febrero de 1979, el entonces general de división,
Leopoldo Fortunato Galtieri.
Galtieri y Feced, viejos conocidos
El coronel Leopoldo Fortunato Galtieri visitó por primera
vez la ciudad de Rosario en funciones operativas en setiembre de 1969. Venía
con la orden de reprimir el segundo “Rosariazo”, el protagonizado,
fundamentalmente, por obreros de diferentes rubros.
Era el jefe de una unidad militar en Corrientes que se
desplazó hasta la ciudad por entonces rebelde. En aquellos momentos había sido
reemplazado el anterior jefe de la policía rosarina, un ex comandante de
gendarmería, Milcíades Verdaguer. En su lugar apareció otro ex comandante de
gendarmería, Agustín Feced.
El segundo “Rosariazo” les dio la posibilidad de conocerse e
intercambiar experiencias y metodologías.
Entre 1973 y 1976, ni Galtieri ni Feced pudieron hacer
demasiado. Incluso Feced fue vinculado al secuestro, tortura y muerte de Ángel
Brandazza, ocurrido el 28 de noviembre de 1972.
Sin embargo, en octubre de 1976, Galtieri volvió a Rosario,
ahora si como comandante del II Cuerpo de Ejército y se reencontró con “el
Viejo”, otra vez en funciones. Las denuncias de la
CONADEP en la provincia los hacen responsables de la mayoría de las 270 vejaciones
a los derechos humanos constatadas en el ámbito santafesino y que forman parte
de causa 47.913.
Los vecinos de los centros clandestinos
La instalación de centros
clandestinos de por sí conllevaba una alteración de la normalidad de la vida
cotidiana en el área, sobre todo cuando nos referimos a una modalidad utilizada
frecuentemente en las zonas aledañas a Rosario, la de alquilar casas
particulares (“quintas”). Esto marcaba una diferencia importante con aquellos
centros que funcionaron en las dependencias policiales o militares, donde el
movimiento de personal uniformado o vehículos formaba parte del panorama
habitual.
Este fue el caso de la ciudad de
Granadero Baigorria, el lugar donde estaba La Calamita.
La represión en los ámbitos laborales, educativos y de
sociabilidad
Las cúpulas
sindicales se vieron afectadas por el congelamiento de la actividad gremial y
también en Rosario la Confederación General del Trabajo (CGT) local permaneció
intervenida por militares, lo mismo que un puñado de gremios, hasta principios
de la década de 1980.
Este es un
aspecto problemático de la historia de los trabajadores, que no ha recibido la
atención que merece ni siquiera cuando algunos científicos sociales plantearon
posiciones alternativas, sobre el mismo.
Por su parte,
la represión se dirigió en forma señalada hacia el sistema educativo,
articulándose con el que se erigió en objetivo fundamental de la dictadura
militar: la erradicación de la “subversión”. En los establecimientos públicos
de enseñanza media, se intensificó un perfil que combinaba la caída de la
calidad de la enseñanza, las prácticas pedagógicas tradicionales, repetitivas y
carentes de motivación con el cinismo y la apatía como respuesta de los
estudiantes.
En la
Universidad la imposición del orden se convirtió en el primer objetivo de las
autoridades y, como había sucedido en otros ámbitos, fue intervenida por la
dictadura, y derogó la ley universitaria del gobierno peronista y la
promulgación en abril de una legislación “de emergencia” para las universidades
nacionales, la ley N° 21.276. La represión dirigida hacia el sistema educativo
se tradujo no sólo en la persecución y las desapariciones de docentes y
estudiantes sino también en el control de los contenidos de la enseñanza, la
imposición de rígidas medidas disciplinarias para los alumnos y la erradicación
de las actividades políticas de escuelas y universidades.
Se les exigió
a los decanos de las Universidades de todo el país que se les entreguen las
listas de todos los estudiantes militantes en los centros de estudiantes y
cuerpos de delegados, y se llevaron secuestrados a cientos de ellos. El lema
era destruir las organizaciones que encarnan el pensamiento político crítico y
que cuestionan en la práctica el modelo de apropiación, acumulación y circulación
de la riqueza y el conocimiento. Las tristemente célebres “Listas Negras”. Así
se aplicaba la “cultura del miedo”.
La represión
cultural se sustentó en una serie de pilares básicos: desgaste del campo
intelectual, con la intención de formar sujetos acríticos y desgaste de las
identidades plurales, prohibiendo todo derecho de reunión; aunados en el campo
universitario, como medidas de prevención regladas por la autoridad ilegal,
entendido en ejes dictatoriales; así como también, sanciones, expulsiones,
persecuciones, facilitadoras de la vigilancia y el control ideológico y moral.
Este embate
represivo instrumentado desde diversos frentes logró, sobre todo, modificar la
vida cotidiana de los adolescentes y jóvenes de la ciudad, ejemplificada en las
estrictas normas de vestimenta y cortes de pelo para los alumnos de escuelas
públicas, la prohibición de circular sin documentos de identidad, la
restricción de espacios de sociabilidad en el ámbito urbano.
Las escuelas
funcionaban como cuarteles. El proyecto educativo consistió en una férrea
disciplina, prohibiciones curriculares y censura a los docentes y estudiantes.
La dictadura invirtió más en defensa que en educación.
En las
escuelas se habilitaban salas para mirar los partidos de Argentina durante el Mundial
de fútbol de España de 1982. La educación durante la guerra de Malvinas fue una
educación para legitimar la guerra y también para lavarla con deportivismos
carnavalescos.
Eso es un
punto de partida para comprender el “Proyecto Educativo Autoritario”, tal como
lo definieron Juan Carlos Tedesco, Cecilia Braslavsky y Ricardo Carciofi, en el
libro homónimo.
En 1976, los
gastos destinados a defensa fueron del 15,5 % y los destinados a educación del
100 %.
En 1977 el
Ministerio de Cultura y Educación distribuyó en todas las escuelas un opúsculo
titulado “Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro enemigo”.
Allí se afirmaba entre otras cosas: “El accionar subversivo se desarrolla a
través de maestros ideológicamente captados que inciden sobre las mentes de los
pequeños alumnos, fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes aptas
para la acción que desarrollará en niveles superiores…” Este tipo de sentencias
justificaron las prohibiciones curriculares. Se excluyó el uso de la palabra “Vector
de la enseñanza de las matemáticas” porque alguien supuso que los “subversivos”
se manejaban con el concepto de “Vector revolucionario” y que eso subvertiría a
los educandos. También se afirmó que la teoría lógico matemática de los
conjuntos era una amenaza al orden público. Hasta “El Principito” de Saint
Exupéry estuvo en el Index de lo prohibido. Se quiso abolir a la ciencia y a la
cultura. Así de demencial.
Como señaló
Tedesco, el drama educativo radica en lo que No se enseña, en lo que prohíbe.
Ese drama tuvo centenares de víctimas. Hubo cerca de 300 estudiantes
secundarios desparecidos. Y todavía no aparecen.
La educación
durante los años de la dictadura incrustó un modo de concebir los procesos
sociales simplista y binario.
Durante gran
parte del gobierno militar y sobre todo a lo largo del primer quinquenio, la
intendencia de Rosario logró establecer un diálogo fluido con quienes se regía
como los “sectores representativos” de la comunidad: el Arzobispado de Rosario,
la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural, entidades empresarias y comerciales
como la Federación Gremial del Comercio y la Industria o la Asociación
Empresaria de Rosario, pero también algunos dirigentes políticos y las
asociaciones vecinales.
A lo largo
del primer quinquenio, el Ejecutivo municipal al mando del capitán Augusto
Félix Cristiani (1976-1981), se erigió en el eje articulador de una serie de
acciones y declaraciones que expresaron reiteradamente la comunidad de
objetivos existentes entre el Proceso de Reorganización Nacional, sus
representantes en la comuna y el II° Cuerpo y las “fuerzas vivas” de la ciudad.
La
Municipalidad de Rosario acuñó el slogan de “Rosario: ciudad limpia, ciudad
sana, ciudad culta”. La imagen de ciudad que pretendía construir Cristiani era
la cara visible y legal del terror impuesto sobre la sociedad desde marzo de
1976. El éxito de la estrategia represiva se midió en estos primeros años en la
casi total inexistencia de
cuestionamientos y la generalizada apatía de los rosarinos, que sólo se rompió
espasmódicamente con el impulso nacionalista ofrecido desde el poder, como
sucedió, durante el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978.
Los
trabajadores
Es indudable
que la dictadura modificó al movimiento obrero. La defensa que hicieron los
trabajadores tanto del control sobre las condiciones de trabajo como de sus
organizaciones gremiales fueron lo destacable del período.
Las primeras
medidas tomadas por la Junta Militar contra el movimiento obrero fueron la
intervención de la CGT y de numerosos sindicatos-entre ellos, 27 Federaciones y
30 Regionales de esa Central Obrera-, la suspensión de la actividad
gremial-asambleas, reuniones, congresos-, la prohibición del derecho de huelga,
la separación de las obras sociales de los sindicatos. A esto se sumó la Ley de
Prescindibilidad, que autorizaba el despido de cualquier empleado de la
administración pública. A un mes del Golpe, se reformó la Ley de Contrato de
Trabajo, anulando normas en materia de derechos.
Toda esa
legislación se combinó con la represión, ocupando militarmente las fábricas en
conflicto, reprimiendo especialmente a distintos gremios industriales y de
servicio, a sus delegados y miembros de comisiones internas. Los sindicalistas,
delegados, militantes fabriles y abogados laborales fueron víctimas de la
violencia aplicada desde el poder militar.
La Junta
Militar designó como Ministro de Trabajo al General Liendo, quien luego de
ordenar una batería de medidas contra la clase obrera, participó activamente en
la reforma a la Ley de Contrato de Trabajo, por la cual se dejaba sin vigencia
a una serie de normas que hacían a los derechos individuales.
Los mensajes
de los genocidas, en los diferentes Primeros de Mayo, hicieron hincapié en los
objetivos económicos de la dictadura, la necesidad de sacrificios y esfuerzos
de los trabajadores, las tareas de ordenar y recuperar a la Nación. A la vez,
destacaban que se buscaba el punto de equilibrio entre el desarrollo de sus
riquezas potenciales y la armonización de su crecimiento económico y social
también se procuraba corregir los excesos y los vicios e instrumentar normas
que eviten la corrupción.
En Rosario,
la Asociación de Empleados de Comercio fue al gremio más consecuente en esos
años en conmemorar la fecha, y el Círculo Católico de Obreros dio a conocer una
serie de documentos analizando la situación de la clase obrera. De parte del
resto del movimiento obrero, se destacaron el documento de 45 gremios emitido
el 1° de mayo de 1891, la actitud durante la Guerra de Malvinas, los actos y
las numerosas declaraciones en 1983.
La primera
huelga general se realizó días previos a la conmemoración del 1° de Mayo de
1979. Una vez anunciado el paro, fueron detenidos varios dirigentes;
inmediatamente fue solicitada su libertad y, a la vez, los sindicalistas de
“los 25”
ratificaban la decisión de parar. Por su parte, el gobierno explicitó que
estaba garantizada la libertad de trabajo, a la vez que calificó como “paro
ilegal” a la jornada de protesta.
Luego del
paro, el gobierno y la prensa informaron que “hubo normalidad en todo el país”.
En general, las actividades demostraron que la jornada de protesta no tuvo el
éxito esperado.
En Rosario,
salvo en un sector de los ferroviarios del Mitre y algunos establecimientos
fabriles, no se alteraron las actividades fundamentales. La pauta no fue
acotada por otras agrupaciones, incluso los gremios de la carne y los
metalúrgicos informaron que no había ordenado ninguna medida de fuerza.
En 1981 se
realizó un encuentro de un sector de los Sindicatos de Rosario, agrupados en la
Intersectorial de los 20 y dirigentes nacionales como Jorge Triacca-Secretario
General del Sindicato de Obreros del Plástico-, quien fue acompañado por Delfor
Jiménez-de los Textiles-, Otto Calace-de Sanidad-, y Juan Rachini-de Aguas
Gaseosas. Triacca, años después, durante el juicio a las Juntas Militares,
declaró que no sabía nada de los desaparecidos, que no los había en el
movimiento obrero, que no recordaba nada de lo sucedido durante los años del
terrorismo de estado.
La
acumulación de la crisis económica, los problemas internos y el desprestigio
generalizado, llevó a los militares a buscar una salida y lograr consenso
nacional, al replantear en los hechos y por sorpresa la antigua demanda
nacional de la recuperación de las Islas Malvinas.
Las posturas
de la Iglesia Católica frente a la dictadura militar mudaron, desde los que
apoyaron, colaboraron y justificaron sus acciones hasta los que se opusieron
abiertamente, denunciando tanto la represión como la política económica.
Frente a las
distintas conmemoraciones del 1° de Mayo, se dieron en la ciudad variadas
posiciones.
Después de
cuantificar y calificar unos 300 conflictos colectivos, la resistencia fue un
fenómeno dominantemente molecular y defensivo, que sólo por azar configuró una
“virtual huelga general no declarada”. Esa resistencia manifestó una gran
capacidad de adaptación para defender lo que se consideraban las “conquistas
históricas” del movimiento obrero, la aparición de los “delegados provisorios”
o representantes elegidos de hecho es un ejemplo de ello, a pesar de la
ausencia de los sindicatos. Estos participaron escasamente en los conflictos
porque estaban presididos por militares, no tenían injerencia sobre las
negociaciones en las fábricas y se abstuvieron de manifestarse abiertamente.
La modernización
en materia de disciplina laboral y de productividad, que los sectores
patronales más dinámicos habían conseguido desde la caída del peronismo en
1955, fue amenazada por el resurgimiento de la protesta colectiva y la
politización de los trabajadores jóvenes durante el período 1969 – 1974. Los
reclamos empresarios tuvieron una primera respuesta en el mes de marzo de 1975,
cuando el Estado nacional y los dirigentes centrales de la Unión Obrera
Metalúrgica reprimieron a los activistas gremiales de la zona norte de Rosario
y San Nicolás, interviniendo a la seccional opositora y combativa de Villa
Constitución. La reacción estatal a los pedidos patronales de firmeza señalaba
un momento crucial, cuando la “solución al problema de la productividad se ligó
indisolublemente a la necesidad de disciplinamiento social”.
Como decíamos
antes, el gobierno militar surgido del golpe de 1976 tuvo a las fábricas como
uno de los espacios preferidos para aplicar medidas drásticas de restauración
del orden. El ejército ocupó las fábricas y persiguió sistemáticamente a las
comisiones internas activas, instalando allí mismo centros de inteligencia,
redes de informantes y lugares clandestinos de detención y tortura. A
consecuencia de ello, los empresarios – que habían colaborado activamente con
los militares en la “limpieza” política y sindical – recuperaron el control
total sobre sus fábricas. En un primer momento, la desaparición de activistas
políticos y sindicales facilitó la aplicación de prácticas elementales de
disciplinamiento, con el objetivo de disminuir radicalmente el ausentismo, el
incumplimiento de horarios, el “vagabundeo” dentro de la planta, etc. Sin
embargo, en un momento posterior se realizaron cambios más profundos en la
organización del trabajo, un disciplinamiento más “medular” si se quiere, que
revirtieron normas legales o informales que regulaban las relaciones laborales
en la industria, como la jornada de ocho horas o las pausas para el descanso.
Estas medidas
disciplinarias profundas fueron causa de muchos reclamos, en forma de
petitorios, y medidas de fuerza, que expresaban el malestar de los trabajadores
por el ataque contra lo que consideraban sus "conquistas históricas".
El segundo
objetivo del golpe militar -imponer el proyecto económico- estuvo encarnado en
la figura del Ministro de Economía, José A. Martínez de Hoz y fue elaborado
como un programa de “modernización del aparato productivo y racionalidad”. En
la práctica, esto se manifestó en un lenguaje economicista que explicaba y
trataba de justificar el proyecto de apertura económica, con el fin de atraer
inversiones de capitales que concretaran la reestructuración económica. Todo se
tradujo en una crisis económica que fue en aumento, con fábricas cerradas,
miles de desocupados y una deuda externa que endeudó al país por años.
Los
ministerios, con excepción del de Economía y el de Educación, fueron ocupados
por militares. Los gobiernos provinciales también fueron repartidos en su
mayoría entre uniformados de las tres fuerzas. Hasta los canales de televisión
fueron adjudicados con ese criterio. Se creó, además, en reemplazo del
Congreso, la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), también integrada por
civiles y militares, cuyas funciones nunca se precisaron detalladamente. Las
intendencias municipales fueron
asignadas en
su gran mayoría a civiles de diferentes partidos políticos con predominio de
los miembros del radicalismo y del peronismo. A los dos días de producido el
golpe militar, el Fondo Monetario Internacional le otorgó un crédito al gobierno
y anunció su satisfacción por la designación del nuevo ministro de Economía,
José Alfredo Martínez de Hoz.
Por su parte, la represión se
dirigió en forma señalada hacia el sistema educativo, articulándose con el que
se erigió en objetivo fundamental de la dictadura militar: la erradicación de
la “subversión”. En los establecimientos públicos de enseñanza media, se
intensificó un perfil que combinaba la caída de la calidad de la enseñanza, las
prácticas pedagógicas tradicionales, repetitivas y carentes de motivación con
el cinismo y la apatía como respuesta de los estudiantes.
En la Universidad la imposición
del orden se convirtió en el primer objetivo de las autoridades y, como había
sucedido en otros ámbitos, fue intervenida por la dictadura, y derogó la ley
universitaria del gobierno peronista y la promulgación en abril de una
legislación “de emergencia” para las universidades nacionales, la ley N°
21.276. La represión dirigida hacia el sistema educativo se tradujo no sólo en
la persecución y las desapariciones de docentes y estudiantes sino también en
el control de los contenidos de la enseñanza, la imposición de rígidas medidas
disciplinarias para los alumnos y la erradicación de las actividades políticas
de escuelas y universidades.
Se les exigió a los decanos de
las Universidades de todo el país que se les entreguen las listas de todos los
estudiantes militantes en los centros de estudiantes y cuerpos de delegados, y
se llevaron secuestrados a cientos de ellos. El lema era destruir las
organizaciones que encarnan el pensamiento político crítico y que cuestionan en
la práctica el modelo de apropiación, acumulación y circulación de la riqueza y
el conocimiento. Las tristemente célebres “Listas Negras”. Así se aplicaba la
“cultura del miedo”.
La represión cultural se
sustentó en una serie de pilares básicos: desgaste del campo intelectual, con
la intención de formar sujetos acríticos y desgaste de las identidades
plurales, prohibiendo todo derecho de reunión; aunados en el campo
universitario, como medidas de prevención regladas por la autoridad ilegal,
entendido en ejes dictatoriales; así como también, sanciones, expulsiones,
persecuciones, facilitadoras de la vigilancia y el control ideológico y moral.
Este embate represivo
instrumentado desde diversos frentes logró, sobre todo, modificar la vida
cotidiana de los adolescentes y jóvenes de la ciudad, ejemplificada en las
estrictas normas de vestimenta y cortes de pelo para los alumnos de escuelas
públicas, la prohibición de circular sin documentos de identidad, la
restricción de espacios de sociabilidad en el ámbito urbano.
Las escuelas funcionaban como
cuarteles. El proyecto educativo consistió en una férrea disciplina,
prohibiciones curriculares y censura a los docentes y estudiantes. La dictadura
invirtió más en defensa que en educación.
En las escuelas se habilitaban
salas para mirar los partidos de Argentina durante el Mundial de fútbol de
España de 1982. La educación durante la guerra de Malvinas fue una educación
para legitimar la guerra y también para lavarla con deportivismos
carnavalescos.
Eso es un punto de partida para
comprender el “Proyecto Educativo Autoritario”, tal como lo definieron Juan
Carlos Tedesco, Cecilia Braslavsky y Ricardo Carciofi, en el libro homónimo.
En 1976, los gastos destinados a
defensa fueron del 15,5 % y los destinados a educación del 100 %.
En 1977 el Ministerio de Cultura
y Educación distribuyó en todas las escuelas un opúsculo titulado “Subversión
en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro enemigo”. Allí se afirmaba entre
otras cosas: “El accionar subversivo se desarrolla a través de maestros
ideológicamente captados que inciden sobre las mentes de los pequeños alumnos,
fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes aptas para la acción que
desarrollará en niveles superiores…” Este tipo de sentencias justificaron las
prohibiciones curriculares. Se excluyó el uso de la palabra “Vector de la
enseñanza de las matemáticas” porque alguien supuso que los “subversivos” se
manejaban con el concepto de “Vector revolucionario” y que eso subvertiría a
los educandos. También se afirmó que la teoría lógico matemática de los
conjuntos era una amenaza al orden público. Hasta “El Principito” de Saint
Exupéry estuvo en el Index de lo prohibido. Se quiso abolir a la ciencia y a la
cultura. Así de demencial.
Como señaló Tedesco, el drama
educativo radica en lo que No se enseña, en lo que prohíbe. Ese drama tuvo
centenares de víctimas. Hubo cerca de 300 estudiantes secundarios desparecidos.
Y todavía no aparecen.
La educación durante los años de
la dictadura incrustó un modo de concebir los procesos sociales simplista y
binario.
Durante gran parte del gobierno
militar y sobre todo a lo largo del primer quinquenio, la intendencia de
Rosario logró establecer un diálogo fluido con quienes se regía como los
“sectores representativos” de la comunidad: el Arzobispado de Rosario, la Bolsa
de Comercio, la Sociedad Rural, entidades empresarias y comerciales como la
Federación Gremial del Comercio y la Industria o la Asociación Empresaria de
Rosario, pero también algunos dirigentes políticos y las asociaciones
vecinales.
A lo largo del primer
quinquenio, el Ejecutivo municipal al mando del capitán Augusto Félix Cristiani
(1976-1981), se erigió en el eje articulador de una serie de acciones y declaraciones
que expresaron reiteradamente la comunidad de objetivos existentes entre el
Proceso de Reorganización Nacional, sus representantes en la comuna y el II°
Cuerpo y las “fuerzas vivas” de la ciudad.
La Municipalidad de Rosario
acuñó el slogan de “Rosario: ciudad limpia, ciudad sana, ciudad culta”. La
imagen de ciudad que pretendía construir Cristiani era la cara visible y legal
del terror impuesto sobre la sociedad desde marzo de 1976. El éxito de la
estrategia represiva se midió en estos primeros años en la casi total inexistencia de cuestionamientos y la
generalizada apatía de los rosarinos, que sólo se rompió espasmódicamente con
el impulso nacionalista ofrecido desde el poder, como sucedió, durante el
Campeonato Mundial de Fútbol de 1978.
Las autoridades militares
secuestraban y consideraban "subversivos" que generalmente eran:
·
Los que ayudaban en la villas-miseria
·
Los que tenían como objetivo una mejora salarial
·
Los miembros de algunos centros de estudiantes
·
Periodistas que mostraban descuerdo con las autoridades militares
·
Los psicólogos y Sociólogos, por pertenecer a las profesiones
"sospechosas"
·
Las monjas y sacerdotes que llevaban sus enseñanzas a la
villas-miserias
·
Los amigos de cualquiera de los detenidos, los amigos de estos
amigos, etc.
Todas en su mayoría inocentes
de cometer actos terroristas, o siquiera de compartir con alguien, o pertenecer
a grupos que combatían esta guerrilla.
El
ataque a la Universidad
Durante los
años de la dictadura militar fueron muchos los docentes y no docentes de las
distintas universidades que colaboraron de distinta manera, desde ejercer
cargos para administrar las mismas, docentes que ocuparon los puestos de los
cesanteados o que sufrieron la represión, hasta denunciar y pasar listas de
profesores, estudiantes y no docentes a las Fuerzas Armadas.
Varios
docentes sabían de la desinformación o tenían posiciones contrarias a la
aventura de los militares. Además, se daban tenues debates en las salas de
profesores sobre qué hacer, cómo encarar el tema en las aulas; muchos recurrían
sólo a enseñar los antecedentes históricos del conflicto con los ingleses, pero
no se podía evitar conversar de la guerra y sus consecuencias, siempre teniendo
en cuenta la edad de los escolares. Se organizaron festivales, conferencias, y
los pizarrones estaban adornados con frases alusivas a la reivindicación
histórica.
Los alumnos
estaban informados de lo que iba sucediendo y los más se mostraban dispuestos a
sumarse como voluntarios a la guerra, influenciados por el mensaje de tono patriótico
y nacionalista de los dictadores.
Cabe
mencionar a Jorge Walter Pérez Blanco, que ingresó a la Facultad de Medicina en
1978, como auxiliar en Medicina Legal, que espiaba a todo el mundo. Era la
época de mayor actividad de los servicios de inteligencia del Ejército. Allí
también se encontraba Ana Christeler, miembro con trabajo real en el
Departamento de Extensión Universitaria de la UNR y la obra social de la
Universidad, que reclutaba mujeres y las pasaba a consideración del Teniente
Coronel Oscar Pascual Guerrieri.
Pérez Blanco
desarrolló otras actividades. Fue pastor de una iglesia de la zona sur de
Rosario, tuvo un programa de radio, integró la Asociación Internacional de
Policía y creó organizaciones ligadas a la colectividad rumana. Era uno de los
principales responsables de lo que se denominaban “operaciones psicológicas”.
Era apodado W, Walter West o Jorge West. Estas operaciones consistían en “la
atribución de determinados hechos, los cuales se los achacaban a la
subversión”.
El agente de
inteligencia continuó en funciones en la cátedra de Medicina Legal dio clases
de posgrado en Criminología hasta 1998. Ese año fue suspendido, cuando las
organismos de derechos humanos volvieron a exhumar sus antecedentes. Este
sujeto no pudo ser investigado por su actuación en la represión ya que su
nombre apareció entre los beneficiados por la aplicación de las Leyes de
Obediencia Debida y Punto Final. Pero pudo recurrir a la justicia para accionar
contra la Universidad. La Corte Suprema de Justicia resolvió el pleito en su
favor.
Según datos
aportados oportunamente por representantes de la Federación Universitaria
Argentina ante la Justicia Española por el proceso iniciado al ex represor
Adolfo Scilingo, entre 1969 y 1983, se contabilizaron a nivel nacional más de
2.200 casos de estudiantes desaparecidos, lo que ratifica que, junto con el
sector de los trabajadores, el de los estudiantes fue uno de los más golpeados
por la dictadura.
En el plano
local, una investigación realizada por profesores y alumnos de la UNR indica
que en Rosario hubo cerca de 200 estudiantes y docentes universitarios
desaparecidos (191 de la UNR y 7 de la UTN).
Durante la
Guerra de Malvinas, en mayo de 1982, un grupo de cinco matriculados del Colegio
de Abogados de Rosario viajó a Europa con el objetivo de lograr el apoyo a la
posición argentina por parte de sus pares españoles, franceses e italianos, así
como de los gobiernos, partidos, sindicatos y medios.
A raíz de una
iniciativa propia de los abogados Israel Sterkin, Rodolfo Torelli, Ricardo
Beltramino, Mario Saccone y Felipe Bóccoli realizaron la gestión, en
representación de la Federación Argentina de Colegios de Abogados.
La misión
finalizó abruptamente por el fin de la Guerra y, por esos avatares propios de
la historia argentina, sus participantes mantuvieron su iniciativa en un bajo
perfil, en su país que eligió la desmalvinización, a pesar de lograr la
esperada vuelta a la democracia.
Lejos de
apoyar a la dictadura, viajaron a defender la soberanía argentina sobre las
Islas del Atlántico Sur con las armas del Derecho.
El trabajo,
llamado “Memoria con Identidad” y realizado por miembros del Movimiento
Universitario Evita, destaca el impacto de la represión en cada una de las
Facultades. Así, por ejemplo, la Facultad de Humanidades es la que más víctimas
registra, con 70 desaparecidos, seguida por Medicina con 26, Ingeniería 19 y
Psicología 15.
En este gráfico se puede apreciar los datos que se muestran en la tabla y saber con
exactitud que los jefes de ejército perseguían a todo aquel que se le opusiera.
Distribución de los
desaparecidos según profesión u ocupación
|
Porcentaje
|
Obreros
|
30%
|
Estudiantes
|
21%
|
Empleados
|
18%
|
Profesionales
|
11%
|
Docentes
|
6%
|
Autónomos y varios
|
5%
|
Amas de casa
|
4%
|
Conscriptos y personal subalterno de fuerzas de seguridad
|
3%
|
Actores y Artistas
|
2%
|
Religiosos
|
0%
|
Fuente de datos de la tabla: CONADEP y Nunca Más
El
Periodismo
En las
primeras horas del 24 de marzo de 1976, la Junta Militar redactó una serie de
comunicados que anulaban las libertades y garantías constitucionales para los
argentinos. La libertad de prensa fue suprimida en el Comunicado N°19, en el
que los comandantes resolvían “que sea reprimido con la pena de reclusión por
tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o
propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones
ilícitas o personas o a grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas
o de terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta 10 años en el que por
cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o
imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad
de las fuerzas armadas, de seguridad o policiales”.
Las empresas
periodísticas y los periodistas, durante esos años, mostraron un abanico de
actitudes. Desde ser obsecuentes y colaboracionistas con los genocidas, siendo
en los hechos voceros de prensa de los militares, hasta aquellos que
arriesgando sus vidas hicieron que su trabajo estuviera basado en principios y
compromiso social.
En cuanto al
temor, al clima de amenazas “cruzadas” y a la censura, desde ya que fueron
reales. Los militares crearon una oficina de censura a la que dieron el nombre
de “Servicio Gratuito de Lectura Previa” y que funcionaba en la Casa Rosada.
Pero la revista “Humor”, los diarios “Nueva
Presencia” y “Buenos Aires Herald” y otras publicaciones e intelectuales de
menor repercusión, mostraron actitudes valientes, elogiables y valiosas de
destacar. Representan las constancias de que estas publicaciones condenaron y
denunciaron hasta donde pudieron las violaciones a los derechos humanos.
A los pocos
días de producirse el Golpe, las Fuerzas Armadas se hicieron cargo de las
emisoras de televisión y se las dividieron de esta manera: el Canal 7
denominado ATC a partir de 1978 permaneció bajo la administración de la Armada;
el Canal 11 le fue adjudicado a la Fuerza Aérea; y con el Canal 9 se queda el
Ejército.
También
existieron medios que agitaron un clima golpista, como el diario La Razón, que
dedicó diecinueve tapas consecutivas, desde el 2 al 23 de marzo de 1976, a preanunciar el
Golpe de Estado, aunque sin nombrarlo en forma explícita.
Luego del
Golpe, los editores y directores de diarios y revistas fueron informados acerca
de qué era lo que se esperaba de ellos en la nueva etapa.
Los militares
crearon una oficina de censura a la que dieron el nombre de “Servicio Gratuito
de Lectura Previa” y que funcionaba en la Casa Rosada.
Desde 1977
apareció en cada canal la figura de “Asesor Literario”, encargado de leer los
guiones de los programas antes de su grabación. Por otra parte, desde el COMFER
(Comité Federal de Radiodifusión) se calificaba a los programas como NHM (no en
horario de menores) o NAT (no apto para televisión) y se elaboraban
“orientaciones”, “disposiciones” y “recomendaciones” acerca de los temas, los
valores nacionales y los principios morales que debían promoverse desde la
programación.
Algunos
programas debieron modificar sus tramas y elencos ya que varios actores y
autores fueron excluidos a través de “listas negras” que no se hacían públicas.
Uno de los
símbolos de aquella época, el paradigma en torno del cual mostraron su adhesión
muchos medios de prensa, fue el eslogan: “Los argentinos somos derechos y
humanos” (Frase pronunciada por el periodista deportivo José María Muñoz).
El dogma
oficial, una falacia, pretendió ser impuesto como una síntesis de la
idiosincrasia nacional.
Al arribar la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la Argentina en 1979, se produjo
un fervor general, entusiasmo periodístico, y con epicentro en las
transmisiones de Radio Rivadavia comandadas por José María Muñoz, de Radio
Mitre con Julio Lagos y de ATC (en los almuerzos de Mirtha Legrand), se exhortó
a un festejo fervoroso del triunfo; y, por las radios, se invitó a la gente a
manifestar también frente a la delegación de la OEA (Organización de Estados
Latinoamericanos), en la Avenida de Mayo, para demostrarle a la Comisión que la
Argentina “no tenía nada que ocultar”. Tres lacayos de los uniformados eran
Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Samuel “Chiche” Gelblung.
Así, los
medios gráficos de la ciudad de Rosario se constituyeron para los primeros años
del gobierno militar en una herramienta esencial en la difusión y legitimación
del proyecto dictatorial en el ámbito local, no sólo porque reprodujeron,
aplaudieron y apoyaron el discurso militar sino porque además incorporaron toda
una agenda de cuestiones que consideraban ineludible para el PRN. Cabe recordar
que para marzo del 76 dos periódicos circulaban en la ciudad de Rosario, ambos
con características diferentes. La Tribuna, un diario vespertino, de pocas
páginas, con información general aunque con una fuerte presencia de las
secciones de deportes y quiniela, ya que se constituía como un diario de
raigambre popular y barrial.
La Capital,
matutino que se perfilaba como un periódico hegemónico en Rosario y el cordón
industrial, no sólo porque tenía una tirada promedio de sesenta mil ejemplares
semanales y cien mil los domingos, o por su trayectoria a lo largo de todo el
siglo sino porque era el diario de referencia con respecto a temas de la
ciudad. Le dio un apoyo intenso y monolítico a la dictadura: el diario
participó ampliamente de lo que la CONADEP (Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas), calificó años más tarde como un verdadero “delirio
semántico”. Las adjetivaciones que predominaron en el discurso oficial sobre la
“amenaza subversiva”-“marxistas”-“leninistas”, “apátridas”, “materialistas y
ateos”, “enemigos de los valores occidentales y cristianos”, “agentes de la
disolución y el caos” entre muchos otros-poblaron también con frecuencia las
páginas de La Capital. El diario adoptó un punto de vista que al mismo tiempo
que defendía el accionar oficial en su presunta lucha contra el enemigo
subversivo permitía invocar el respeto de los militares por los derechos que
subrepticiamente (y no tanto) pisoteaban, y alegar la existencia de una campaña
internacional destinada a desprestigiar al país.
A partir de
1977 el diario comenzó a reclamar, haciéndose eco de los sucesivos dictámenes
de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), la
reinstauración de la libertad de prensa sin cortapisas. La libertad de prensa
fue entendida como superior a cualquier doctrina y, por ende, inolvidable. Para
La Capital, la normalización del país no autorizaba a vulnerar esta libertad,
menoscabada por la Ley de Seguridad que prohibía la información de hechos
subversivos, información que el diario opinaba, no podía ser calificada de
delictiva.
A ellos se
sumaría a mediados de 1977 El País, que en su primera etapa y hasta diciembre
era de tirada vespertina transformándose luego en matutino. Si bien El País
intentó constituirse como una alternativa, no logró consolidarse como una
empresa rentable en la ciudad, cerrándose a mediados de 1978. El estudio sobre
la prensa gráfica local señala que tuvieron un rol central en la instalación de
una agenda de problemas de diversa índole. En ese sentido me interesa destacar
aquí las prácticas discursivas que esos medios construyeron en torno a los
jóvenes durante el período 1976/1978, ya que esta fue una temática recurrente
permitiendo reproducir y consolidar estereotipos hegemónicos respecto de la
juventud.
Si bien los
medios gráficos de la ciudad tuvieron, en general, un discurso de apoyo al
gobierno militar nacional y local, ese apoyo se construyó desde distintas
estrategias y gradualidades. En líneas generales es posible decir que el
discurso de los medios, se construyó durante la fase más represiva de la
dictadura en una estructura discursiva binaria afianzando y difundiendo la
lógica sobre la cual se asentaba la práctica represiva del terrorismo de
estado. Como señala Pilar Calveiro, en Poder y Desaparición las lógicas
totalitarias son lógicas binarias, construyen su poder a partir de
"concebir el mundo como dos grandes campos enfrentados", donde la
construcción de la identidad propia rechaza toda posibilidad de otro, otro que
es siempre enemigo. Así la "subversión" es ese otro contrapuesto al
"ser nacional" que, según el discurso militar, para sobrevivir debe
aniquilarla. Esa estructura binaria construida desde los discursos oficiales se
reproduce y difunde en otros espacios a la vez que impregna las prácticas
enunciativas respecto de múltiples temáticas. Así, los diarios de la ciudad
construyeron su discurso también desde una lógica binaria que permeó las
interpretaciones sobre la realidad social y que ayudaron en el proceso de
legitimidad que se estructuraba respecto de la dictadura impuesta en marzo de
1976, ya no sólo la "subversión apátrida" se oponía al ser nacional,
occidental y cristiano, el caos se oponía al orden, un orden que no sólo era la
negación del conflicto social y político sino la negación de toda diferencia en
los diversos planos de la vida cotidiana. El caos era la inmoralidad, la
basura, los perros callejeros, el ruido molesto, el cirujeo, las
"gitanas", los jóvenes y el orden era pensado como la erradicación de
todos ellos, la restitución de los "valores morales", del decoro.
Dicho
discurso se inscribió en la lógica propia del contexto enfatizando una retórica
conservadora y fuertemente anclada en la idea de orden, así como en la
apelación constante a "salvar la patria". Si bien este pareciera
presentarse simplemente como un reflejo del discurso militar y del proyecto del
PRN, debemos tener en cuenta que es el mismo periódico quien lo promueve desde
las distintas secciones.
En tanto
promotor de determinadas acciones y valores el diario La Capital construyó una
prédica que intentó ser ejemplar no sólo para la sociedad rosarina sino también
para las instituciones y espacios estatales con los cuales entablaba diálogos y
discutía. En este sentido algunas de las temáticas a tratar referían
específicamente a los problemas cotidianos de los rosarinos como el ruido, la
basura, las inscripciones en las paredes, las acciones municipales, etc. Si
bien los temas no eran privativos de este proceso histórico y pueden observarse
en otros contextos sociopolíticos, en esta coyuntura adquirieron un lugar
central en tanto permitió expresar parte de los valores y acciones del
"deber ser argentino". Asimismo, junto a los problemas cotidianos que
en la narrativa se presentaron como parte de la agenda de cuestiones necesarias
a tener en cuenta para constituir ese "bienestar general necesario" ,
también es posible observar que algunos sujetos eran centro de atención de los
editoriales, y como correlato en las cartas de lectores. Es claro que entre
esos sujetos se encontraban los jóvenes.
Ya desde el
inicio de la dictadura, éstos fueron centro de atención del discurso militar
desde una doble mirada. Por un lado los jóvenes representaban el futuro y en
ellos se depositaba también la responsabilidad de llevar adelante el PRN. Por
otro lado los jóvenes eran vistos en forma negativa, como sujetos peligrosos,
rebeldes, por el cual se apelaba a diversas instituciones que llevasen adelante
la tarea de "forjarlos" a la propia imagen. En ese sentido los
diarios reprodujeron gran parte de ese discurso e incluso ayudaron a
construirlo, configurando estereotipos hegemónicos.
En principio
es posible observar que los textos periodísticos de aquellos años reprodujeron
y difundieron una imagen de la juventud como un todo homogéneo representado en
la figura del varón de clase media y estudiante. También es posible observar
que en algunos medios, y específicamente en el diario La Capital, se enfatizaba
en un discurso que ayudaba a la conformación de percepciones negativas sobre
los jóvenes.
En diciembre
de 1975, por ejemplo, ante el incendio de una calesita, un editorial aseveraba:
"Que en una antigua plaza de Rosario, la plaza López, dos o tres
individuos jóvenes hayan quemado una calesita y bailado alrededor del fuego
como celebrando un rito, nos parece una acto que linda con lo terrible". Y
agregaba: "Vivimos un tiempo en donde todo parece posible, el tiempo del
amor y del desprecio, de lo sagrado y lo profano. Las cosas que ocurren se
mezclan en un caos que parece preparado con diabólica lucidez. Nos asustan
algunos hechos que no deberían asustarnos, sentimos miedo de nada, permanecemos
indiferentes ante ciertos horrores. Estamos confundidos, acaso porque la
confusión sea el signo secreto de la vida (...) ¿Cómo medir el valor de algo en
momentos en que todos los valores parecen subvertidos? ".
Si bien la
cita da indicios de la sensación de miedo y caos generalizado que el mismo
diario reproduce, no podemos dejar de observar que el editorial se refiere a la
acción de jóvenes considerándola abominable, temible. Esa percepción va a
surgir frecuentemente en los editoriales y también en las cartas de lectores.
Como ya hemos
mencionado, la sección carta de lectores no era un espacio marginal en el
diario, ya que no sólo incorporaba la voz del lector al discurso del diario
sino que generalmente lo que allí se decía era retomado por los editoriales. En
días previos al golpe de estado en una de ellas se aludía al aspecto de los
jóvenes: "En estas épocas de cambios hay costumbres de las que duele
despedirnos. Por ejemplo la manera en que los alumnos del colegio nacional se
presentaban para ir a clase. Me parece bien que cada uno vaya como quiera pero
hay algunos alumnos que antes deberían pasar no sólo por una peluquería sino
por debajo de la ducha."
En la misma
fecha un editorial recibía con beneplácito el uso de saco y corbata en la
universidad -especialmente para docentes en tanto "entrañan el propósito
de asegurar el umbral de decoro en las aulas superiores". Como es posible
observar, entre fines de 1975 y principios de 1976, el problema del aseo, la
vestimenta, la salida de los jóvenes en la noche eran cuestionadas tanto desde
las cartas de lectores como desde los editoriales y ello no era un elemento
casual en su discurso. Por el contrario se inscribía en el marco de un discurso
general de existencia de anarquía y desorden en todos los aspectos de la vida,
incluso en cuestiones cotidianas. La percepción de que todo estaba "patas
arriba" ayudaba no sólo a configurar una visión negativa sobre los jóvenes
sino también a plantear la necesidad del restablecimiento del orden.
Ya con el
golpe militar las percepciones en torno a ese grupo no difirió, desde otra
carta de lectores publicada en agosto de 1976 y titulada
"Delincuencia" el lector refería a los 12 consejos para lograr la
"delincuencia juvenil", entre ellas transcribo:
"1)
Comenzad desde su más tierna infancia a dar al niño todo lo que quiera. 2) No
le deis una educación religiosa. Aguardad que sea él mismo quien lo resuelva
cuando cumpla 21 años. 3) Jamás le enseñéis la distinción entre el bien y el
mal. 4) Permitidle leer todo lo que caiga en sus manos. Preocúpate de
esterilizar los vasos y servilleta que usa, pero no os molestéis en vigilar el
alimento que nutre su mente. Si seguís estos doce consejos vuestros hijos serán
otros delincuentes, si hacéis lo contrario serán un día sanos y honrados
ciudadanos".
Otro
editorial publicado en julio de 1977 refería a su comportamiento en el
transporte público del siguiente modo: "Lo mismo que se trate de varones o
de niñas, hacen gala de una total falta de urbanidad. Forman corrillos en los
pasillos, dificultando en extremo la de por sí difícil en las horas 'pico', se
comunican entre si a gritos y no son escasas las veces que hacen objeto de
pesadas burlas al resto del pasaje".
Los jóvenes
en general se presentaban así como un foco de atención: "faltos de moral y
de urbanidad" o posibles "delincuentes"; se constituían en
sujetos potencialmente peligrosos que, desde la prédica del periódico, tanto
las instituciones como el estado debían encauzar. Aún cuando desde La Capital
se evidenciaba un cuestionamiento general respecto de la juventud, era
frecuente la asociación entre "delincuente subversivo" y joven. Dicha
asociación se realizaba especialmente desde los comunicados -y desde el
discurso militar insistiendo generalmente en la "corta edad" del
"enemigo subversivo". Sin embargo esta asociación trascendía los
comunicados y desde los medios se alertaba a la población respecto de la
necesidad de investigar la documentación de las parejas jóvenes que quisiesen alquilar
un inmueble. Según José Lofiego, miembro del Servicio de Informaciones de la
policía de Rosario: "Les habíamos dado una especie de formulario
mimeografiado con algunos interrogantes básicos, sobre todo movimientos
sospechosos de personas que nadie los conocía en el barrio, de personas jóvenes
con hijos de poca edad, hacíamos hincapié sobre todo en eso". Como es
posible observar, en el imaginario militar de aquellos años subversión y
juventud eran términos que se articulaban proponiendo un abanico de
interpretaciones y aunque no todos los jóvenes eran considerados subversivos la
construcción discursiva ayudaba a crear un ambiente de duda sobre ellos
estigmatizándolos.
Aún cuando la
llegada del golpe no modificó las percepciones que el diario construía en torno
a la juventud, sí se propuso enfatizar las acciones del gobierno de facto que
buscaban encauzarla, refrendando no sólo el discurso sino también apoyando
fervientemente esas acciones. El 24 de marzo Videla en nombre de la Junta
Militar llamaba a "restituir los valores esenciales" y convocaba a
los jóvenes a sumarse a esa tarea. Tanto su incorporación en el PRN como las
acciones disciplinarias tendientes a "guiar" los comportamientos
sociales juveniles se constituyeron en cuestiones subrayadas por los medios
locales desde diversas secciones; asimismo no sólo se informaba de temas tales
como las nuevas normativas impuestas en algunas escuelas sobre la vestimenta de
estudiantes o sobre la campaña moralizadora llevada adelante por la Jefatura de
Policía, sino que desde los editoriales se aplaudía tales acciones en tanto se
sostenía que "la juventud, en especial, desprovista muchas veces del
resguardo necesario dentro de este tipo de cosas es, indudablemente la
principal beneficiaria de esta acción moralizador".
En abril de
1976 una carta de lectores de La Capital recibía con satisfacción las medidas
tendientes a restringir la circulación de los jóvenes en los horarios nocturnos
ya que "con medidas así, lograremos aunque sea de a poco, encauzar a la
juventud. Si los padres no se ocupan, ya se ocuparán las autoridades de que no
anden a deshoras por allí, a merced de las malas compañías y de todos los
peligros que acechan por las calles".
En septiembre
de 1977 La Capital planteaba que "la juventud también es valiosa
protagonista en el presente" pero que en los años pasados:
"desvirtuóse el papel de la juventud en nuestra comunidad, haciéndosela
tempranamente destinataria de funciones y atribuciones que no sólo no le
correspondían sino que atentaban contra esenciales valores de la civilidad
argentina. No debe olvidarse que en los oscuros días en que el terrorismo había
montado su maquinaria al amparo oficial, fue calificada de 'maravillosa' a
aquella parte de la juventud argentina enrolada en la subversión, y que
equivocadamente creían que poner bombas era parte de una tarea
patriótica".
En tanto los
jóvenes eran llamados a actuar en ese presente el diario los incluyó en su
discurso sin dejar por ello de marcar la potencialidad del peligro que surgía
cuando eran "manipulados" por el "terrorismo" que los
influía con valores ajenos al "ser argentino". Al presentarse a la
juventud como un peligro latente, se apelaba especialmente a la responsabilidad
instituciones consideradas claves para la formación de esa nueva juventud. Por
ello también se enfatizaba desde diversas perspectivas el lugar que ocupaban la
familia, la educación secundaria, la Iglesia para inculcar los valores
necesarios que no permitiesen esta "intromisión foránea". En
diciembre de 1976 La Capital se refería a la familia planteando que "debe
constituirse en un bastión inexpugnable para cualquier clase de ataque que
pretenda destruirla o desnaturizarle sus funciones esenciales y su protección
acabada y plena depende de un justo ordenamiento social". En octubre de
1977 otro editorial planteaba que ante la posibilidad de que los jóvenes fueran
"blanco propicio para tentaciones que pueden desviar su camino" la
responsabilidad de los padres se volvía ineludible: "El sentido ético de
la existencia basado en los tradicionales y permanentes valores morales, debe
ser inculcado cotidianamente por los padres pues nada ni nadie puede
reemplazarlos en esa responsabilidad que es divina y humana. Vigorizar a la
familia como institución equivale a vigorizar a la subsistencia misma de la sociedad,
porque esta se basa primaria y fundamentalmente en aquella".
El análisis
realizado nos permite pensar que la construcción discursiva de los medios en
torno a la juventud no era casual ni menor, sino que se constituía en una
herramienta esencial en el proceso de construcción de representaciones más
generales que legitimaban el PRN a la vez que impartía pautas y valores que
consideraban "esenciales" en esa construcción del "ser
nacional".
Mientras La
Tribuna y El País retomaron desde sus páginas algunos de los puntos más
contundentes del discurso oficial, insistieron en menor medida en cuestiones
como, por ejemplo, la temática de la juventud. Sin embargo en la construcción
de esas representaciones cobró fuerza la acción discursiva de La Capital, que
en tanto se consideraba un claro defensor del PRN, promovió actitudes, valores
y problemáticas que no dudó en levantar como banderas de su propio discurso.
Así las representaciones hegemónicas en torno a la juventud instituyó a los
jóvenes como un todo monolítico y homogéneo -y masculino , presentándose desde
los editoriales como una problemática recurrente incluso desde los meses
previos al golpe de estado. La construcción de los jóvenes como peligrosos,
ajenos y contrarios a la sociedad llevaba a excluirlos, dejando de ser un
sujeto social con sus propias pautas, con sus propios comportamientos para
convertirse en un problema a resolver, una cuestión de la cual el estado debía
encargarse para ordenar, disciplinar y en ocasiones reprimir.
Las empresas
periodísticas y los periodistas, durante esos años, mostraron un abanico de
actitudes. Pocas veces como durante la dictadura, el periodismo omitió tanto
cumplir su rol de denuncia y de vigilancia de los valores éticos. Fueron
obsecuentes y colaboracionistas con los genocidas, siendo en los hechos voceros
de prensa de los militares, hasta aquellos que arriesgando sus vidas hicieron
que su trabajo estuviera basado en principios y compromiso social. Siguiendo su
línea de escaso o nulo sostén de la democracia, la “prensa seria” no sólo apoyó
el golpe de 1976 sino que, en general, se embarcó en una obcecada defensa u
ocultamiento del sistema represivo. En este sector también se produjo una grave
falta por omisión o por complicidad: hubo empresas periodísticas, y hasta gente
afín al medio, como responsables en el área cultural, que callaron cuando
fueron secuestrados periodistas o escritores disidentes. Refugiados en el clima
de “paz y orden” así conseguido iniciaron un vergonzoso camino que, en lugar de
una autocrítica digna, culminó en una postura más vergonzosa aún: la denuncia
tardía de los “excesos”, el destape de la “guerra sucia” cuando ello no
significaba jugarse, la crítica dura al grupo político-militar al que habían
apoyado cuando les era beneficioso. Allí se incuba otro elemento negativo que
dificultará cualquier reconciliación: el irreductible sector militar se sintió
traicionado por sus acólitos periodísticos de antaño.
También
existieron medios que agitaron un clima golpista, como el diario La Razón que
dedicó diecinueve tapas consecutivas desde el 2 al 23 de marzo de 1976, a preanunciar el
Golpe de Estado, aunque sin nombrarlo en forma explícita.
En cuanto al
temor, al clima de amenazas “cruzadas” y a la censura, desde ya que fueron
reales. Los militares crearon una oficina de censura a la que dieron el nombre
de “Servicio Gratuito de Lectura Previa” y que funcionaba en la Casa Rosada.
Pero la revista “Humor”, los diarios “Nueva
Presencia” y “Buenos Aires Herald” y otras publicaciones e intelectuales de
menor repercusión, mostraron actitudes valientes, elogiables y valiosas de
destacar. Representan las constancias de que estas publicaciones condenaron y
denunciaron hasta donde pudieron las violaciones a los derechos humanos.
A los pocos
días de producirse el Golpe, las Fuerzas Armadas se hicieron cargo de las
emisoras de televisión y se las dividieron de esta manera: el Canal 7
denominado ATC a partir de 1978 permaneció bajo la órbita de la Presidencia de
la Nación; el Canal 13, bajo la administración de la Armada; el Canal 11 le fue
adjudicado a la Fuerza Aérea; y con el Canal 9 se queda el Ejército.
Desde 1977
apareció en cada canal la figura del “Asesor Literario”, encargado de leer los
guiones de los programas antes de su grabación.
El 15 de
septiembre de 1980 se dio a conocer la Ley 22.285 de Radiodifusión firmada por
Jorge Rafael Videla. El espíritu de la Ley intentaba culminar con el monopolio
estatal de la televisión. Una vez más se echaba mano a aquella estrategia, la
misma que intentó en su momento Pedro Aramburu con el Decreto 15.460. La
dictadura militar comenzaba un lento proceso de debilitamiento y la
desestización de los canales le permitiría ponerlos en manos de adjudicatarios
fieles a ellos, aunque ya no fueran gobierno. La Ley, por otra parte, al menos
en la letra, prohibía la inversión de capitales extranjeros, aunque en las
emisoras abundaban los productos enlatados provenientes del país del norte.
Tampoco permite la adjudicación a personas que tuvieran vinculación alguna con
empresas periodísticas, en su cuestionado y luego reformado Artículo 45.
Así se creó el COMFER (Comité Federal de
Radiodifusión) con el fin de controlar el funcionamiento y emisión de la
programación de radio y televisión. Desde allí, se calificaba a los programas
como WHM (no en horario de menores) o WAT (no apto para televisión) y se
elaboraban “orientaciones”, “disposiciones” y “recomendaciones” acerca de los
temas, los valores nacionales y los principios morales que debían promoverse
desde la programación.
Algunos
programas debieron modificar sus tramas y elencos ya que varios actores y
autores fueron excluidos a través de “listas negras” que no se hacían públicas.
Por otra parte, la situación económica de los canales producto de los sucesivos
traspasos en su gerenciamiento, era caótica; este déficit redujo los recursos
para producciones nacionales. En este marco, las programaciones incluyeron
principalmente series “enlatadas” norteamericanas.
Uno de los
símbolos de aquella época, el paradigma en torno del cual mostraron su adhesión
muchos medios de prensa, fue el eslogan: “Los
argentinos somos derechos y humanos”
(Frase pronunciada por el periodista deportivo José María Muñoz). Al arribar la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la Argentina en 1979, se produjo
un fervor general, entusiasmo periodístico, y con epicentro en las
transmisiones de Radio Rivadavia comandadas por José María Muñoz, de Radio
Mitre con Julio Lagos y de ATC (en los almuerzos de Mirtha Legrand), se exhortó
a un festejo fervoroso del triunfo; y, por las radios, se invitó a la gente a
manifestar también frente a la delegación de la OEA (Organización de Estados
Latinoamericanos), en la Avenida de Mayo, para demostrarle a la Comisión que la
Argentina “no tenía nada que ocultar”. Tres lacayos de los uniformados eran
Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Samuel “Chiche” Gelblung.
Ese fue el
espíritu con que el periodismo apoyó a la dictadura, salvo casos aislados. Ese
fue el tono con que se escribieron las notas pisoteando una norma esencial: el
respeto a la vida y a la verdad. El dogma oficial, una falacia, pretendió ser
impuesto como una síntesis de la idiosincrasia nacional.
Próximo a
realizarse en el país el Campeonato Mundial de Fútbol en 1978, la dictadura
creó el Ente Argentina ´78 TV con el
propósito de instaurar un canal de transmisión en color. Se adoptó la norma Pal-N
y nació ATC en reemplazo de Canal 7, con
instalaciones monumentales y de última generación para justificar el
desmesurado presupuesto acordado. Durante el Campeonato, tanto desde la
televisión como desde la radio, se promovió el festejo callejero-para “mostrar al mundo” un clima de “alegría popular”-y se emitieron
mensajes en los que se desacreditaba la supuesta campaña anti-Argentina en el
exterior.
Los
contenidos políticos se evitaban, tanto en este tipo de programas como en los
de noticias, que recibían permanentes llamadas de atención de la Secretaría de
Información Pública (SIP), respecto de los temas que podían tocarse en cada
momento. Por ejemplo, en 1981, la SIP anunció a los informativos que no debían
hacer ningún comentario que desacreditara la economía y el mercado cambiario.
Las radios
también sufrieron, levantamientos de programas, clausuras de emisoras; así
también temas y personas de las que no se podía hablar “por órdenes superiores”. Algunos artistas prohibidos en las radios
fueron: Atahualpa Yupanqui, Sui Generis, Rodolfo Mederos, Arco Iris, Vox Dei,
Litto Nebbia, Anacrusa, Luis Alberto Spinetta, Almendra, Invisible, Charly
García, Nito Mestre, Joan Báez, Led Zeppelin, Frank Zappa, Génesis, Focus,
Chico Buarque de Hollanda, Vinicius de Moraes, Toquinho, Bob Dylan, The
Beatles, entre otros.
Aparecieron
en los medios de comunicación supuestos “asesores literarios”, personas que en
realidad se dedicaban a registrar todo aquello que se decía al aire o se
escribía. Al igual que había ocurrido con los canales de televisión, las
Fuerzas Armadas se repartieron las emisoras radiales.
Otro de los
temas que abordaban constantemente los medios de comunicación fue la vida de la
familia; se resaltaban los “valores occidentales y cristianos”. La idea era que
los padres controlaran la vida de los hijos: quiénes eran sus amigos, que
leían, qué les enseñaban en la escuela. El principio de autoridad que nacía de
la Junta Militar se debía extender a toda la sociedad, y las familias apoyar el
proyecto de la dictadura.
El eje de los
discursos en radio y televisión era aceptar como natural el control de las
fuerzas de seguridad y sumisión a las autoridades. Las publicidades desde el
Ministerio de Economía fueron constantes, algunas muy recordadas.
En cuanto al temor, al clima de amenazas “cruzadas” y a la
censura, desde ya que fueron reales. Pero la revista “Humor”, los diarios
“Nueva Presencia” y “Buenos Aires Herald” y otras publicaciones e intelectuales
de menor repercusión, mostraron actitudes valientes, elogiables y valiosas de
destacar. Representan las constancias de que estas publicaciones condenaron y
denunciaron hasta donde pudieron las violaciones a los derechos humanos.
Uno de los símbolos de aquella época, el paradigma en torno
del cual mostraron su adhesión muchos medios de prensa, fue el eslogan: “Los
argentinos somos derechos y humanos” (Frase pronunciada por el periodista
deportivo José María Muñoz).
El dogma oficial, una falacia, pretendió ser impuesto como
una síntesis de la idiosincrasia nacional.
Pocas veces
como durante la dictadura, el periodismo omitió tanto cumplir su rol de
denuncia y de vigilancia de los valores éticos. Siguiendo su línea de escaso o
nulo sostén de la democracia, la “prensa seria” no sólo apoyó el golpe de 1976
sino que, en general, se embarcó en una obcecada defensa u ocultamiento del
sistema represivo. En este sector también se produjo una grave falta por
omisión o por complicidad: hubo empresas periodísticas, y hasta gente afín al
medio, como responsables en el área cultural, que callaron cuando fueron
secuestrados periodistas o escritores disidentes. Refugiados en el clima de
“paz y orden” así conseguido iniciaron un vergonzoso camino que, en lugar de
una autocrítica digna, culminó en una postura más vergonzosa aún: la denuncia
tardía de los “excesos”, el destape de la “guerra sucia” cuando ello no
significaba jugarse, la crítica dura al grupo político-militar al que habían
apoyado cuando les era beneficioso. Allí se incuba otro elemento negativo que
dificultará cualquier reconciliación: el irreductible sector militar se sintió
traicionado por sus acólitos periodísticos de antaño.
Desde muchos
sectores de la vida nacional se sigue apuntando que aún no hubo una verdadera
autocrítica de las empresas periodísticas y de los periodistas
colaboracionistas con los golpistas del ´76.
Ese fue el
espíritu con que el periodismo apoyó a la dictadura, salvo casos aislados. Ese
fue el tono con que se escribieron las notas pisoteando una norma esencial: el
respeto a la vida y a la verdad.
El
Panorama en Rosario
El mismo día del Golpe, desde la sede del Comando del II
Cuerpo, más específicamente de las Oficinas de Inteligencia, se citó a los
responsables de los medios de comunicación para darles las nuevas pautas con
las cuales debían manejarse. Por otra parte, no fueron pocos los periodistas
que desde hacía meses frecuentaban las oficinas y circulaban por los pasillos
de la sede de Córdoba y Moreno; tras el Golpe, esas visitas se incrementaron.
Los trabajadores de prensa de aquellos años, destacaron que
se les entregaron planillas donde se les informó del ya mencionado Comunicado
N° 19, de todas las prohibiciones y las censuras a que debían atenerse en sus
trabajos periodísticos.
En nombre de los trabajadores de prensa, Alberto Gollán (ex
intendente en 1971 y dueño de Canal 3) y Carlos Ovidio Lagos (director del
Diario “La Capital”), respaldaron totalmente el accionar de la dictadura.
La radio de Rosario (LT2) le fue otorgada a Televisión
Litoral S.A. en octubre de 1982 por Decreto N° 1004. La firma ya poseía el
Canal 3.
Se intervino militarmente a la Federación Argentina de
Trabajadores de Prensa; se expulsó a corresponsales de agencias extranjeras y
se requisó haciendo incinerar numerosos libros de bibliotecas públicas y
privadas.
Así, los medios gráficos de la ciudad de Rosario se
constituyeron para los primeros años del gobierno militar en una herramienta
esencial en la difusión y legitimación del proyecto dictatorial en el ámbito
local, no sólo porque reprodujeron, aplaudieron y apoyaron el discurso militar
sino porque además incorporaron toda una agenda de cuestiones que consideraban
ineludible para el PRN. Cabe recordar que para marzo del 76 dos periódicos
circulaban en la ciudad de Rosario, ambos con características diferentes. La
Tribuna, un diario vespertino, de pocas páginas, con información general aunque
con una fuerte presencia de las secciones de deportes y quiniela, ya que se
constituía como un diario de raigambre popular y barrial. La Capital, matutino
que se perfilaba como un periódico hegemónico en Rosario y el cordón
industrial, no sólo porque tenía una tirada promedio de sesenta mil ejemplares
semanales y cien mil los domingos, o por su trayectoria a lo largo de todo el
siglo sino porque era el diario de referencia con respecto a temas de la
ciudad. A ellos se sumaría a mediados de 1977 El País, que en su primera etapa
y hasta diciembre era de tirada vespertina transformándose luego en matutino.
Si bien El País intentó constituirse como una alternativa, no logró
consolidarse como una empresa rentable en la ciudad, cerrándose a mediados de
1978. El estudio sobre la prensa gráfica local señala que tuvieron un rol
central en la instalación de una agenda de problemas de diversa índole. En ese
sentido me interesa destacar aquí las prácticas discursivas que esos medios
construyeron en torno a los jóvenes durante el período 1976/1978, ya que esta
fue una temática recurrente permitiendo reproducir y consolidar estereotipos
hegemónicos respecto de la juventud.
Si bien los medios gráficos de la ciudad tuvieron, en
general, un discurso de apoyo al gobierno militar nacional y local, ese apoyo
se construyó desde distintas estrategias y gradualidades. En líneas generales
es posible decir que el discurso de los medios, se construyó durante la fase
más represiva de la dictadura en una estructura discursiva binaria afianzando y
difundiendo la lógica sobre la cual se asentaba la práctica represiva del
terrorismo de estado. Como señala Pilar Calveiro, en Poder y Desaparición las
lógicas totalitarias son lógicas binarias, construyen su poder a partir de
"concebir el mundo como dos grandes campos enfrentados", donde la
construcción de la identidad propia rechaza toda posibilidad de otro, otro que
es siempre enemigo. Así la "subversión" es ese otro contrapuesto al
"ser nacional" que, según el discurso militar, para sobrevivir debe
aniquilarla. Esa estructura binaria construida desde los discursos oficiales se
reproduce y difunde en otros espacios a la vez que impregna las prácticas
enunciativas respecto de múltiples temáticas. Así, los diarios de la ciudad
construyeron su discurso también desde una lógica binaria que permeó las
interpretaciones sobre la realidad social y que ayudaron en el proceso de
legitimidad que se estructuraba respecto de la dictadura impuesta en marzo de
1976, ya no sólo la "subversión apátrida" se oponía al ser nacional,
occidental y cristiano, el caos se oponía al orden, un orden que no sólo era la
negación del conflicto social y político sino la negación de toda diferencia en
los diversos planos de la vida cotidiana. El caos era la inmoralidad, la
basura, los perros callejeros, el ruido molesto, el cirujeo, las
"gitanas", los jóvenes y el orden era pensado como la erradicación de
todos ellos, la restitución de los "valores morales", del decoro.
Dicho discurso se inscribió en la lógica propia del contexto
enfatizando una retórica conservadora y fuertemente anclada en la idea de
orden, así como en la apelación constante a "salvar la patria". Si
bien este pareciera presentarse simplemente como un reflejo del discurso
militar y del proyecto del PRN, debemos tener en cuenta que es el mismo
periódico quien lo promueve desde las distintas secciones.
El apoyo del diario La Capital a la gestión económica
procesista era bastante sólido en el comienzo. El diario coincidía con la
orientación general del discurso económico oficial aunque esbozaba algunos
desacuerdos puntuales en cuanto al retraso de su implementación en áreas clave
como el propio Estado.
En tanto promotor de determinadas acciones y valores el
diario La Capital construyó una prédica que intentó ser ejemplar no sólo para
la sociedad rosarina sino también para las instituciones y espacios estatales
con los cuales entablaba diálogos y discutía. En este sentido algunas de las
temáticas a tratar referían específicamente a los problemas cotidianos de los
rosarinos como el ruido, la basura, las inscripciones en las paredes, las
acciones municipales, etc. Si bien los temas no eran privativos de este proceso
histórico y pueden observarse en otros contextos sociopolíticos, en esta
coyuntura adquirieron un lugar central en tanto permitió expresar parte de los
valores y acciones del "deber ser argentino". Asimismo, junto a los
problemas cotidianos que en la narrativa se presentaron como parte de la agenda
de cuestiones necesarias a tener en cuenta para constituir ese "bienestar
general necesario", también es posible observar que algunos sujetos eran
centro de atención de los editoriales, y como correlato en las cartas de
lectores. Es claro que entre esos sujetos se encontraban los jóvenes.
Ya desde el inicio de la dictadura, éstos fueron centro de
atención del discurso militar desde una doble mirada. Por un lado los jóvenes
representaban el futuro y en ellos se depositaba también la responsabilidad de
llevar adelante el PRN. Por otro lado los jóvenes eran vistos en forma
negativa, como sujetos peligrosos, rebeldes, por el cual se apelaba a diversas
instituciones que llevasen adelante la tarea de "forjarlos" a la
propia imagen. En ese sentido los diarios reprodujeron gran parte de ese
discurso e incluso ayudaron a construirlo, configurando estereotipos
hegemónicos.
En principio es posible observar que los textos
periodísticos de aquellos años reprodujeron y difundieron una imagen de la
juventud como un todo homogéneo representado en la figura del varón de clase
media y estudiante. También es posible observar que en algunos medios, y
específicamente en el diario La Capital, se enfatizaba en un discurso que
ayudaba a la conformación de percepciones negativas sobre los jóvenes.
En diciembre de 1975, por ejemplo, ante el incendio de una
calesita, un editorial aseveraba: "Que en una antigua plaza de Rosario, la
plaza López, dos o tres individuos jóvenes hayan quemado una calesita y bailado
alrededor del fuego como celebrando un rito, nos parece una acto que linda con
lo terrible". Y agregaba: "Vivimos un tiempo en donde todo parece
posible, el tiempo del amor y del desprecio, de lo sagrado y lo profano. Las
cosas que ocurren se mezclan en un caos que parece preparado con diabólica
lucidez. Nos asustan algunos hechos que no deberían asustarnos, sentimos miedo
de nada, permanecemos indiferentes ante ciertos horrores. Estamos confundidos,
acaso porque la confusión sea el signo secreto de la vida (...) ¿Cómo medir el
valor de algo en momentos en que todos los valores parecen subvertidos? ".
Si bien la cita da indicios de la sensación de miedo y caos
generalizado que el mismo diario reproduce, no podemos dejar de observar que el
editorial se refiere a la acción de jóvenes considerándola abominable, temible.
Esa percepción va a surgir frecuentemente en los editoriales y también en las
cartas de lectores.
Como ya hemos mencionado, la sección carta de lectores no
era un espacio marginal en el diario, ya que no sólo incorporaba la voz del
lector al discurso del diario sino que generalmente lo que allí se decía era
retomado por los editoriales. En días previos al golpe de estado en una de
ellas se aludía al aspecto de los jóvenes: "En estas épocas de cambios hay
costumbres de las que duele despedirnos. Por ejemplo la manera en que los
alumnos del colegio nacional se presentaban para ir a clase. Me parece bien que
cada uno vaya como quiera pero hay algunos alumnos que antes deberían pasar no
sólo por una peluquería sino por debajo de la ducha."
En la misma fecha un editorial recibía con beneplácito el
uso de saco y corbata en la universidad -especialmente para docentes en tanto
"entrañan el propósito de asegurar el umbral de decoro en las aulas
superiores". Como es posible observar, entre fines de 1975 y principios de
1976, el problema del aseo, la vestimenta, la salida de los jóvenes en la noche
eran cuestionadas tanto desde las cartas de lectores como desde los editoriales
y ello no era un elemento casual en su discurso. Por el contrario se inscribía
en el marco de un discurso general de existencia de anarquía y desorden en
todos los aspectos de la vida, incluso en cuestiones cotidianas. La percepción
de que todo estaba "patas arriba" ayudaba no sólo a configurar una
visión negativa sobre los jóvenes sino también a plantear la necesidad del
restablecimiento del orden.
El análisis realizado nos permite pensar que la construcción
discursiva de los medios en torno a la juventud no era casual ni menor, sino
que se constituía en una herramienta esencial en el proceso de construcción de
representaciones más generales que legitimaban el PRN a la vez que impartía
pautas y valores que consideraban "esenciales" en esa construcción
del "ser nacional".
Mientras La Tribuna y El País retomaron desde sus páginas
algunos de los puntos más contundentes del discurso oficial, insistieron en
menor medida en cuestiones como, por ejemplo, la temática de la juventud. Sin
embargo en la construcción de esas representaciones cobró fuerza la acción
discursiva de La Capital, que en tanto se consideraba un claro defensor del
PRN, promovió actitudes, valores y problemáticas que no dudó en levantar como
banderas de su propio discurso. Así las representaciones hegemónicas en torno a
la juventud instituyó a los jóvenes como un todo monolítico y homogéneo -y
masculino, presentándose desde los editoriales como una problemática recurrente
incluso desde los meses previos al golpe de estado. La construcción de los
jóvenes como peligrosos, ajenos y contrarios a la sociedad llevaba a
excluirlos, dejando de ser un sujeto social con sus propias pautas, con sus
propios comportamientos para convertirse en un problema a resolver, una
cuestión de la cual el estado debía encargarse para ordenar, disciplinar y en
ocasiones reprimir.
Los espacios artísticos y culturales
“Cuando escucho la palabra cultura, saco
el revólver” (Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda de Adolfo Hitler)
Los primeros años de la dictadura habían sido un período
sembrado de dificultades las expresiones artísticas, dominado por la represión
y la censura. Pero desde 1981 y, sobre todo, a partir de 1982 todas las
vertientes de la vida cultural y artística experimentaron, en el país y en la ciudad,
un risible renacimiento. La renovada oferta musical y teatral encontró un
fértil terreno en un público ávido de propuestas y los rosarinos comenzaron a
asistir masivamente al cine, al teatro y a los recitales, sobre todo en
aquellos casos en donde se presentaban obras, filmes o artistas prohibidos
previamente por la censura. La respuesta del público obedecía no sólo a la
indudable calidad de muchas de estas ofertas sino que, por lo menos para una
impactante porción de los espectadores, se vinculaba con una forma de
resistencia, con una actitud de rechazo a la dictadura que también se
verificaba en estos ámbitos.
En el ámbito de la Literatura, hubo escritores asesinados
como Rodolfo Walsh (autor de la insoslayable Carta a la Junta Militar),
Francisco Urondo, Haroldo Conti, Héctor Oesterheld, Roberto Santoro, Enrique
Raab, entre los más destacados de 83 cuerpos que cargaron con la demencia
militar.
Otros escritores daban cursos escondidos. Hubo pequeñas
heroicidades, pero el miedo dejó su marca.
Los censores-orgánicos, minuciosos-sabían muy bien aquello
que debían combatir: la cultura tal como se había manifestado desde la segunda
postguerra hasta los primeros 70, la creatividad ligada a la ambición de
realizar ética y estética, el sueño de que una subjetividad podría conmoverse
ante un proyecto participativo, el afán de poner a danzar las bodas entre
sentimiento e intelecto.
Fueron 231 los intelectuales, científicos, docentes, actores
y músicos a los que la dictadura consideró poseedores de “antecedentes
ideológicos desfavorables” e integraron la lista del Operativo Claridad. En
solo una de las listas, se calcula que más de 700 personas de las más diversas
profesiones estuvieron incluidas en las listas negras de la dictadura.
Hacia 1982 se verificó un cierto aflojamiento de los
controles sobre los medios masivos de información que redundó en algunos
cambios importantes. Ese año comenzó a editarse Rosario, que representó un
soplo de aire fresco en la ciudad, quebrando el tradicional dominio que ejercía
el diario La Capital en el ámbito de los medios gráficos y la programación de
los canales locales comenzó a incluir ciclos de enorme éxito producidos en la
Capital Federal, como “Nosotros y los Miedos”, que eran la expresión de una
televisión más comprometida.
Por su parte, “El Clan”, un programa que se emitió durante
varios años en el mediodía de Canal 5, representó un esfuerzo de producir una
especie de revista periodística de la ciudad, que fue cambiando a medida que se
transformaba la realidad política a nivel
local y nacional.
La cultura que supervivía en el país guardaba, después del
golpe, como condición de existencia, su invisibilidad, con cursos, talleres que
daban entre otros, Juan José Sebreli, Juan Carlos Martini Real, Ricardo Piglia,
Beatriz Sarlo, quienes espiaban por las rendijas de sus departamentos, para
comprobar, antes de que llegaran los alumnos, que no hubiera algún fisgón
apuntando desde la vereda. La cultura, en los primeros años de dictadura,
estuvo amordazada para interceder en la vida nacional y, como contrapartida,
construyó espacios “micro”.
El silencio mortuorio y plano, derramado desde el poder, no
tuvo tampoco en la cultura el exacto reflejo buscado.
Las autoridades jamás pudieron disociar conceptualmente a la
literatura de un ejercicio esotérico con aroma a marxismo. Toda la filosofía,
excepto la tomista, era conspirativa y prescindible y sus cultores, sujetos de
temer.
La dictadura militar hizo indiscriminadas listas negras
donde anotó a Atahualpa Yupanqui, a Litto Nebbia y a Luis Alberto Spinetta. La
música fue cercenada de tal forma que se prohibieron 250 composiciones
musicales. Por ejemplo, fue proscripto el tango “Cambalache” de Enrique Santos
Discépolo.
En el cine, entre 1976 y 1983 se censuraron 132 películas,
de la mano de Miguel Paulino Tato. Las formas desbordantes, ingenuas y
clásicamente argentinas de Isabel Sarli encresparon los ánimos militares. La
promiscuidad altamente estética del “Casanova” de Fellini, la virulencia
juvenil de “La Naranja Mecánica”, así como los símbolos sexistas de Pier Paolo
Pasolini no aprobaban los cánones marciales que exigía la “moralidad”
imperante. Fernando Pino Solanas jamás pudo exhibir “Los hijos de Fierro”, y
Leonardo Favio sólo existía en las listas negras.
Una de las películas más valiosas de todo el período fue
“Tiempo de Revancha”. Un plano de Federico Luppi cortándose la lengua frente al
espejo, se convirtió en el símbolo de una pírrica victoria contra un sistema
aparentemente impenetrable desde una resistencia silenciosa.
En el cine, entre 1976 y 1983 se censuraron 132 películas,
de la mano de Miguel Paulino Tato. Las formas desbordantes, ingenuas y
clásicamente argentinas de Isabel Sarli encresparon los ánimos militares. La
promiscuidad altamente estética del “Casanova” de Fellini, la virulencia
juvenil de “La Naranja Mecánica”, así como los símbolos sexistas de Pier Paolo
Pasolini no aprobaban los cánones marciales que exigía la “moralidad”
imperante. Fernando Pino Solanas jamás pudo exhibir “Los hijos de Fierro”, y
Leonardo Favio sólo existía en las listas negras. Las listas negras fueron
varias a través de esos años; algunos actores y actrices se exiliaron
principalmente en Europa y Méjico.
Entre los censurados podemos citar a Norma Aleandro,
Marilina Ross, Irma Roy, Bárbara Mujica,
Juan Carlos Gené, Luis Politti, Federico Luppi, Carlos Carella, Héctor
Alterio, David Stivel; ellos habían recibido amenazas en las postrimerías del
anterior gobierno constitucional, por parte de la Triple A y fueron prohibidos por decisión de la Junta Militar.
El cine fue un instrumento al servicio de crear el semblante
de alegría para todos tal como lo muestra una de las producciones de la época,
“La fiesta de todos” (1978), dirigida por Sergio Renán. El libro fue de Mario
Sábato y Hugo Sofovich, y con Adolfo Aristarain como director de producción. El
punto de partida fue el material registrado por la empresa brasileña Milton
Reisz Corp, que había tenido la concesión de la filmación del Mundial. Fue un
collage optimista que reunía imágenes de los distintos encuentros deportivos y
de los festejos de la gente en la calle y en las tribunas-donde también
aparecían, en algunos momentos, Videla y Massera, y donde asomaba un corte
sostenido, con globos con la leyenda “Argentina de pie ante el mundo”-más una serie
de mínimos sketches interpretados por
conocidos actores argentinos, desde Luis Sandrini y Malvina Pastorino hasta
Aldo Barbero, Rudy Chernicoff, Ulises Dumont, Ricardo Darín y Susú Pecoraro.
A pesar de esos ataques y luego de años de oscurantismo, un grupo
de autores decidieron reafirmar la existencia de la dramaturgia argentina,
aislada por la censura de las salas oficiales y silenciadas en las escuelas de
teatro del Estado.
Todo comenzó en 1980, cuando varios autores se propusieron
mostrarse conjuntamente en un teatro y veintiuno de ellos “escribieron otras
tantas obras breves que, a tres por día, formaron siete espectáculos que debían
repetirse durante ocho semanas.
En 1981 “Teatro Abierto” representó en Buenos Aires una
experiencia de libertad en el ámbito del teatro independiente que, a pesar de
las amenazas y prohibiciones, mostró que existían espacios de creación y
reflexión que concitaban el apoyo popular. Fue un movimiento de los artistas
textuales de Buenos Aires. En agosto de
1982 el ciclo se reeditó en Rosario, y durante un mes se presentaron obras de
catorce directores en distintas salas de la ciudad, que fueron recibidas por el
público, alentando a elencos y directores locales a repetir la experiencia en
1983. Esta experiencia notable se extendió hasta 1985.
Cada obra fue dirigida por un director distinto y puesta en
escena a intérpretes diferentes para dar lugar a una presencia también masiva
de los actores. Así, doscientas personas, entre autores, directores y técnicos,
participaron del primer ciclo.
El evento se inauguró en el Teatro del Picadero y desde la
primera función provocó una convocatoria de público entusiasmado que desbordó
las trescientas localidades previstas. Las funciones se realizaban en un
horario insólito, a las seis de la tarde, y el precio de la entrada equivalía a
la mitad del costo de una localidad de cine.
Una semana después de inaugurado, un Comando de la Marina
incendió las instalaciones de la sala. Los militares habían advertido que
estaban en presencia de un fenómeno donde se mezclaba lo político con lo
teatral.
El atentado provocó la indignación de todo el mundo
cultural. Casi veinte dueños de salas incluidas las más comerciales, se
ofrecieron para asegurar la continuidad del ciclo. Más de cien pintores donaron
cuadros destinados a recolectar dinero y recuperar las pérdidas. Los hombres
más importantes de la cultura y de los derechos humanos, como Jorge Luis Borges
y el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, expresaron su adhesión.
Las actividades pudieron continuar en el Teatro Tabarís, la
más comercial de todas las salas de la calle Corrientes y con el doble de
capacidad que el Teatro del Picadero. Las funciones se hacían a teatro lleno, y
el entusiasmo del público convertía a las obras en verdaderas proclamas
antidictatoriales.
Se realizaron tres ediciones de Teatro Abierto bajo el
régimen militar (1981/1982/1983). Durante 1984 se debatió la forma de
continuar, y las actividades siguieron durante dos ediciones.
El ejemplo estimuló a otros artistas de otras expresiones y
así surgieron, a partir de 1982, Danza Abierta, Poesía Abierta y Cine Abierto,
con un éxito en los ambientes de esas especialidades.
El Teatro en Rosario
En Rosario el teatro siempre ocupó un lugar relevante en la
cultura de la ciudad. Desde los primeros grupos a los actuales hubo épocas de
esplendor, con grandes actores, autores, y con la representación de las más
diversas obras.
En las décadas previas al Golpe, la actividad teatral fue
intensa, y fueron varios los grupos teatrales que sufrieron la censura y
prohibiciones durante la dictadura. Entre ellos, podemos recordar a Arteón,
definida como “una organización de experimentación y resistencia cultural”.
Un antecedente fue el Grupo “Organización y Arte”;
posteriormente, varios de sus integrantes se escindieron y conformaron Arteón.
En 1965, se constituyó un espacio artístico, creativo y de producción
colectiva.
Néstor Zapata recuerda que junto a María Teresa Gordillo
fundaron Arteón en la mesa de un bar. Otros miembros destacados fueron Sara
Lindberg y Miguel Daza. Este grupo de jóvenes hipotecaron la casa de Zapata
padre para conseguir un crédito y realizar una película. Su especulación era
ganar un concurso para luego hacer frente a la hipoteca. El premio no se ganó y
había que hacer frente a la hipoteca.
En los ajetreados años ´60, diferentes grupos de jóvenes con
inquietudes artísticas, intelectuales y políticas, se aglutinaban en las
trasnoches del Arteón. Rápidamente se consolidó como un espacio de sociabilidad
que permitía la circulación de ideas y la interacción de propuestas y
proyectos.
Con las funciones de trasnoches se afrontaron las
necesidades económicas; pero el objetivo del grupo era crear, inventar. El
Arteón se consolidó como un emprendimiento multicultural capaz de aglutinar y
promover actividades de cine; y la producción y realización de cine, cine arte,
obras de teatro, títeres y también cine publicitario.
A finales de la década del ´60, principio del ´70, hubo una
etapa de producción de ficción donde la realidad social de represión y
resistencia ciudadana estaba presente en las obras. Este contexto social de
opresión e injusticia se catalizó en la producción de dos cortometrajes de alto
contenido social: “Última Acción” y “El Hueso de Paco”.
El 27 de Octubre de 1972, sin saber cómo, ardió el Arteón.
El fuego arrasó con el depósito y la sala de Arteón. A partir de 1973 nuevos
aires parecen ser los inspiradores de un clima de fervor generalizado.
Arte, creación y política, fueron las divisas que
identificaban a los involucrados en el emprendimiento Arteón. En una de las
salas, en el bajo de Laprida al 500, se refugian los trabajos teatrales. En
Sarmiento al 700, en El Patio, se realizaban los estrenos de algunas películas.
Luego, en los momentos de represión y censura, el grupo se
preparó para enfrentar la nueva situación. Algunos materiales se guardan, otros
se esconden, la mayoría se pierden. La decisión política es evitar la
clandestinidad y armar una organización cultural en la superficie. Se conciben
los Talleres de Arteón como “una forma de resistencia cultural”. Se convocan y
se organizan las personas más idóneas para ello. Este lugar se afianza, gana
respeto por su reputación.
En agosto de 1982 el ciclo se reeditó en Rosario, y durante
un mes se presentaron obras de catorce directores en distintas salas de la
ciudad, que fueron recibidas por el público, alentando a elencos y directores
locales a repetir la experiencia en 1983.
En una coyuntura de creciente politización, el fenómeno de
“Teatro Abierto” estimuló el acercamiento de los rosarinos al teatro
independiente y hacia aquellas expresiones culturales que proponían una
reflexión sobre la realidad presente y pasada. Por esos años, el teatro
independiente vivió una especie de boom y las puestas de los elencos rosarinos-entre
los que se contaban Arteón, Escena 75, el Teatro Margarita Xirgu dirigido Lauro
Campos o el grupo de Pepe Costa-se vieron favorecidas por la afluencia de
público.
En sus comienzos, la Asociación Amigos del Arte, declara
filiación antiperonista, intenta dar una respuesta a algunos conceptos
populistas del ya triunfante movimiento liderado por Perón. Se privilegiaban
las manifestaciones artísticas provenientes de la vanguardia pero no jamás se
ejerció censura sobre ninguna propuesta que se acercara. El director teatral
Raúl Marciani fue responsable del área Teatro de la Institución. Al principio
la entidad funcionaba en una casa situada en las calles Laprida y Santa Fe y allí pasaron figuras de
las letras como Jorge Luis Borges y del teatro como Juan Carlos Gené, por
nombrar algunos de los más representativos.
Durante la dictadura militar, Amigos del Arte tuvo su
decadencia, perdió el brillo que tenía en sus orígenes ya que con el
alejamiento de Teatrika los integrantes de la Comisión Directiva decidieron no
hacer más teatro.
Raúl Marciani, director del Grupo La Catapulta, es uno de
los que impulsa el retorno de la actividad teatral a la sala, instalándose con
sus talleres y una programación abierta a toda la comunidad.
En la década 70-80 surgen Teatrika (1972) con la dirección
de Pepe Costa, que funcionó en la Sala de Amigos del Arte; la Comedia
Provincial Santafesina (1973); el Instituto Provincial de Arte (1974); Escena
75 (1975) con la dirección de Daniel Querol y Carlos Segura (iniciados en
Teatrika), elenco que rescata la figura de uno de los forjadores del teatro a
nivel nacional como fue Eugenio Filippelli; el Teatro del Mercado Viejo con la
dirección de David Edery y Elisenda Seras; y en 1978 CRIT, Centro Rosarino de
Investigación Teatral.
En 1973, consecuencia de la realidad política de Argentina,
el grupo Arteón presenta “Compañero País” en los jardines de Canal 5 bajo la
dirección de Néstor Zapata.
Pero la dictadura no paralizó a los actores rosarinos. Estos
buscaron nuevas estrategias y, a meses del 24 de marzo de 1976, Arteón estrenó
“Stéfano”, de Discépolo, con dirección de Néstor Zapata; “El Organito”, en el
teatro del Mercado Viejo, dirigido por David Edery; y “Babilonia”, del grupo
Teatrika, bajo la dirección de Pepe Costa, que permanece tres años en
cartelera. Al año siguiente, se incorpora María de los Ángeles González,
primero como actriz y luego como docente y autora teatral. También se pone en
escena “Relojero” por el grupo APM (Agentes de Propaganda Médica).
Esta etapa cuenta con la Sala Lavardén, ex sala Evita y el
Centro Cultural Bernardino Rivadavia, herencia que nos dejara el Mundial de
Fútbol 78, que se constituyó desde entonces en el ámbito propio de las
manifestaciones culturales de la ciudad, organizando importantes ciclos de teatro.
Pero hay una figura que aparece modelando el humor político
rosarino, uno de los grandes maestros que predicó con un estilo particular de
enseñanza siempre preocupado por su conexión con las luchas populares: Norberto
Campos.
Campo fue el símbolo de cómo el teatro puede afinar sus
herramientas e intervenir en lo social, fundamentalmente en los espacios
callejeros, espacios donde la irreverencia y la transgresión adoptan otra
variante de la risa. En su homenaje a los orígenes del teatro argentino, vistiendo
los atuendos de aquel inmortal “Pepino el 88” y fundando el Grupo Litoral junto a la bailarina
y coreógrafa Cristina Prates, encuentra el campo propicio para fusionar el
humor político, el teatro y la danza que alcanzaron con”Inodoro Pereyra, el
renegau”, una de las empresas más genuinas de las artes escénicas rosarinas
adaptando la popular historieta del Negro Fontanarrosa.
Durante el período de la dictadura aparecen agrupaciones
ejerciendo un accionar contestatario y de claro desafío, asumido en mayor o
menor grado por algunos grupos como Cucaño y el Grupo de Jorge Orta. Las
acciones eran callejeras, efímeras o esporádicas, como así también en algunas
galerías privadas. Así surge Grupo Azul y, a fines de la etapa, la expresión
del teatro callejero.
El grupo más importante fue Cucaño, una formación que
intervenía constantemente en el espacio callejero de las más variadas maneras;
podían ir de lo irónico a la provocación, buscando formas constantes de ataques
a la “moral”.
Una característica común a todos los grupos es que se
dedican a estudiar teatro, buscando perfeccionarse en el país y en el
extranjero.
El 27 de noviembre de 1978 se creó la filial Rosario de
Asociación Argentina de Actores, y Pepe Costa funda el Centro Rosarino de
Investigación Teatral.
En la década del ´80, se inicia una prolífica, producción
que arranca con una puesta memorable: “Cándida”, de Bernard Shaw, con dirección
de Héctor Tealdi, que fue censurado durante los años de la dictadura. Fue un
pionero del teatro independiente en la década del ´50, donde desarrolló una
gran labor en su ciudad natal, Rosario. Aún en plena censura, en los años ´80
comenzó nuevamente a realizar una gran actividad teatral al participar en el
Grupo Teatro Abierto; ahí dirigió a Leonor Manso y Carlos Carella.
El 27 de marzo de 1982 se festeja por primera vez el “Día
Mundial del Teatro” en una ciudad no capital y con relevancia mundial. Se
mantienen los festivales de teatro, surge el teatro callejero y se cuenta con
una sala oficial: la Mateo Booz.
Hacia 1982 se verificó un cierto aflojamiento de los
controles sobre los medios masivos de información que redundó en algunos
cambios importantes. Ese año comenzó a editarse Rosario, que representó un
soplo de aire fresco en la ciudad, quebrando el tradicional dominio que ejercía
el diario La Capital en el ámbito de los medios gráficos y la programación de
los canales locales comenzó a incluir ciclos de enorme éxito producidos en la
Capital Federal, como “Nosotros y los Miedos”, que eran la expresión de una
televisión más comprometida.
Por su parte, “El Clan”, un programa que se emitió durante
varios años en el mediodía de Canal 5, representó un esfuerzo de producir una
especie de revista periodística de la ciudad, que fue cambiando a medida que se
transformaba la realidad política a
nivel local y nacional.
Mientras muchos se lamentaban por el cierre de varios cines
en Rosario, en 1982 se produjo un fenómeno que contrastaba con la crisis en la
que parecía sumida desde hacía unos años la industria cinematográfica. A medida
que muchas películas que habían estado prohibidas comenzaban a exhibirse, el
público comenzó a concurrir asiduamente al cine.
En abril de 1982, surge “Discepolín”, desmembrado de Arteón,
que realiza teatro de adolescentes logrando un importante éxito con “Vení que
te cuento”, bajo la dirección de María de los Ángeles González.
Una situación similar se vivió en el ámbito de la música.
Los recitales de Mercedes Sosa, en noviembre de 1982, y de Joan Manuel Serrat,
en junio de 1983, convocaron cada uno casi 15.000 espectadores.
Espacios culturales
Esta etapa cuenta con la Sala Lavardén, ex sala Evita y el
Centro Cultural Bernardino Rivadavia, herencia que nos dejara el Mundial de
Fútbol 78, que se constituyó desde entonces en el ámbito propio de las manifestaciones
culturales de la ciudad, organizando importantes ciclos de teatro.
Una característica común a todos los grupos es que se
dedican a estudiar teatro, buscando perfeccionarse en el país y en el
extranjero.
La Side intervino varias veces en las actividades que desde
la Dirección General de Cultura se llevaban a cabo. Ejemplo de eso fue lo
ocurrido en torno a los Cuadernos de la Dirección de Cultura y los Cuadernos
del Partido Comunista. La Side sospechaba de la Dirección y de su director,
aduciendo que desde allí se dirigían los Cuadernos del PC. Una vez demostrada
la diferencia entre ambos se retiró la acusación. La libertad de acción
existía, pero dentro de límites bien determinados y celosamente vigilados por
la Side y el intendente.
En 1978, una vez finalizado el Mundial de Fútbol, el Centro
de Prensa fue reciclado como Centro Cultural “Bernardino Rivadavia” y Centro de
Congresos y Convenciones. Por intermedio de una Comisión “ad hoc”, se eligió y
contrató como Director Gerente del CCBR
a Kurt Fischbein, quien desempeñaba la representación del Instituto
Goethe de Buenos Aires en Rosario.
La creación del organigrama institucional, como también el
trazado de la misión y objetivos del Centro, quedó enteramente bajo la
responsabilidad de Fischbein, quien se las arregló para diseñar espacios libres
de censura en su programación. Así surgió “Jóvenes artistas se manifiestan”, la
serie de grandes muestras colectivas que tuvieron lugar año a año, hasta 1983,
en la sala “D” bajo la curaduría del pintor y cineasta Daniel Scheimberg.
Las Galerías de Arte como Krass, Raquel Real, Sala de la
Pequeña Muestra y Arte Privado, entre muchas otras, cumplieron un rol clave en
la difusión de las obras y el diálogo entre los artistas. El dibujo y el
grabado, como asimismo la pintura, fueron disciplinas artísticas que se
presentaron como expresiones factibles para una producción de tipo intimista,
individual. La avanzada política y estética de las vanguardias pasó a ser
sinónimo de “subversión”. Los artistas plantearon un concepto de obra de arte
diferente del que habían formulado los lenguajes de la década anterior, que
habían llegado a instaurar un importante grado de desmaterialización del arte y
de disolución de la autoría individual.
En este sentido se destaca el Grupo que integraron Jorge
Urta, Graciela Sacco y Claudia del Río, entre otros. Ellos produjeron las obras
“Testigos Mudos” (1981), que se hizo pública en la Plaza Santa Cruz, con
figuras humanas esquemáticas en forma de cruz simbolizando los muertos y
desparecidos de la dictadura; y “Madera y Trapo” (1982), que se mostró en el
Centro Cultural Bernardino Rivadavia.
En el Museo Castagnino, institución en la cual hay escaso
material sobre muestras de este período, en esa década se realizaron algunas
muestras de artistas de gran trayectoria, como la que tuvo lugar en 1979 con
motivo del Premio Rosario; otorgado a la artista Raquel Forner. En 1980 se
hacía la muestra retrospectiva de Luis Ouvrad y una muestra homenaje a Lía
Correa Morales. Al año siguiente, tiene lugar la retrospectiva de Oscar Herrero
Miranda, y en 1982 la de Augusto Caggiano. En ese mismo año se realiza una
muestra de Héctor Basaldúa y la exposición por el Premio Rosario que se le
otorga al maestro Juan Grela.
Los artistas plásticos con distintos compromisos sociales,
ya sea con sus obras o con su práctica militante, fueron reprimidos,
perseguidos y censurados. En Rosario, lo sufrió Rubén Naranjo, uno de los
gestores de la revolucionaria expresión artística “Tucumán Arde” y participante
en la Biblioteca Popular “Constancio C. Vigil”. En la dictadura, tuvo que
refugiarse en casa de amigos para poder sobrevivir. Cesanteado de la
Universidad, intervenida la Vigil, se dedicó a la gráfica como sustento y
volvió a dibujar realizando, en la técnica del grabado, significativas obras
que daban a entender el momento oscuro en que estaba sumergida la sociedad
toda. A la vez que comenzaba a participar (casi en la clandestinidad) de las
organizaciones de Derechos Humanos, y junto a las Madres de la Plaza, comenzó a
rondar con ellas en la Plaza 25 de Mayo.
La gestión de políticas culturales de la Municipalidad de
Rosario ocurría en el marco de contradicciones internas. No había una política
cultural determinada y conjunta; por el contrario, había tantas actividades y políticas
culturales como áreas y personajes que decidían al respecto, sin que se
produjera una real y constante articulación entre ellos.
Las actividades culturales se implementaban a través de la
Dirección General de Cultura, el Centro Cultural Benardino Rivadavia, la
Comisión Calificadora de Espectáculos Públicos (contrataba las presentaciones y
producciones artísticas de particulares) y el Intendente. Todas las actividades
estaban controladas por la SIDE.
El papel de la Comisión Calificadora era fundamental al
momento de decidir sobre la censura-o no-de una presentación artística
determinada.
El secretario Gary Vila Ortiz buscó para afrontar las
dificultades que el escaso presupuesto ocasionaba, fue la creación de la
Fundación Cultural de Rosario. Por medio de ella se podían comercializar y
financiar las actividades.
Las áreas culturales de la Municipalidad enfrentaban una
limitación fundamental para la realización de sus actividades: la económica.
La singularidad de este organismo era su conformación. No
sólo había representantes del Estado sino también, y mayoritariamente, de
grupos y asociaciones de la sociedad civil. Sus miembros representaban a la
Dirección de Cultura, el Juzgado de Menores, los Cineclubes, la Asociación
Argentina de Escritores, la Liga de Madres de Familia y la Liga de la Decencia.
Estos agrupaban a los sectores más conservadores. No eran representativos de la
sociedad existente, sino del modelo societal pensado por los militares.
Lo particular del caso, es que el Estado local permitía la
participación de sectores sociales en la toma de decisiones correspondientes a
la censura. De esta manera el Estado y los grupos adictos al régimen
colaboraban entre sí en pos del mantenimiento de los valores del ser nacional
sostenidos por ambos. Todo esto era necesario para la instauración del nuevo
modelo económico e implementar la lógica neoliberal.
El 27 de marzo de 1982 se festeja por primera vez el “Día
Mundial del Teatro” en una ciudad no capital y con relevancia mundial. Se
mantienen los festivales de teatro, surge el teatro callejero y se cuenta con
una sala oficial: la Mateo Booz.
Mientras muchos se lamentaban por el cierre de varios cines
en Rosario, en 1982 se produjo un fenómeno que contrastaba con la crisis en la
que parecía sumida desde hacía unos años la industria cinematográfica. A medida
que muchas películas que habían estado prohibidas comenzaban a exhibirse, el
público comenzó a concurrir asiduamente al cine.
Una situación similar se vivió en el ámbito de la música.
Los recitales de Mercedes Sosa, en noviembre de 1982, y de Joan Manuel Serrat,
en junio de 1983, convocaron cada uno casi 15.000 espectadores.
Los artistas plásticos con distintos compromisos sociales,
ya sea con sus obras o con su práctica militante, fueron reprimidos, perseguidos
y censurados. En Rosario, lo sufrió Rubén Naranjo, uno de los gestores de la
revolucionaria expresión artística “Tucumán Arde” y participante en la
Biblioteca Popular “Constancio C. Vigil”. En la dictadura, tuvo que refugiarse
en casa de amigos para poder sobrevivir. Cesanteado de la Universidad,
intervenida la Vigil, se dedicó a la gráfica como sustento y volvió a dibujar
realizando, en la técnica del grabado, significativas obras que daban a
entender el momento oscuro en que estaba sumergida la sociedad toda. A la vez
que comenzaba a participar (casi en la clandestinidad) de las organizaciones de
Derechos Humanos, y junto a las Madres de la Plaza, comenzó a rondar con ellas
en la Plaza 25 de Mayo.
La gestión de políticas culturales de la Municipalidad de
Rosario ocurría en el marco de contradicciones internas. No había una política
cultural determinada y conjunta; por el contrario, había tantas actividades y
políticas culturales como áreas y personajes que decidían al respecto, sin que
se produjera una real y constante articulación entre ellos.
Las actividades culturales se implementaban a través de la
Dirección General de Cultura, el Centro Cultural Benardino Rivadavia, la
Comisión Calificadora de Espectáculos Públicos (contrataba las presentaciones y
producciones artísticas de particulares) y el Intendente. Todas las actividades
estaban controladas por la SIDE.
El papel de la Comisión Calificadora era fundamental al
momento de decidir sobre la censura-o no-de una presentación artística
determinada.
El secretario Gary Vila Ortiz buscó para afrontar las
dificultades que el escaso presupuesto ocasionaba, fue la creación de la
Fundación Cultural de Rosario. Por medio de ella se podían comercializar y
financiar las actividades.
Las áreas culturales de la Municipalidad enfrentaban una
limitación fundamental para la realización de sus actividades: la económica.
La singularidad de este organismo era su conformación. No
sólo había representantes del Estado sino también, y mayoritariamente, de
grupos y asociaciones de la sociedad civil. Sus miembros representaban a la
Dirección de Cultura, el Juzgado de Menores, los Cineclubes, la Asociación
Argentina de Escritores, la Liga de Madres de Familia y la Liga de la Decencia.
Estos agrupaban a los sectores más conservadores. No eran representativos de la
sociedad existente, sino del modelo societal pensado por los militares.
Lo particular del caso, es que el Estado local permitía la
participación de sectores sociales en la toma de decisiones correspondientes a
la censura. De esta manera el Estado y los grupos adictos al régimen
colaboraban entre sí en pos del mantenimiento de los valores del ser nacional
sostenidos por ambos. Todo esto era necesario para la instauración del nuevo
modelo económico e implementar la lógica neoliberal.
El Rock
Con la Guerra de Malvinas, nació una de las etapas más
brillantes del rock nacional debido al reflotamiento del mismo por parte de los
medios de comunicación. Cuando termina la Guerra, vuelven a inyectar nuestra
cultura música y extranjera.
Así, los músicos comenzaron entonces a escribir sus propias
canciones, expresándose, revelándose y sometiéndose a persecuciones y custodias
militares en recitales que más de una vez no terminaban.
Sus letras, que a veces parecían no decir nada, eran fuertes
reclamos y hondas reflexiones del ahogo que les provocaba la falta de libertad,
escondidas bajo historias aparentemente inocentes.
En 1979 se conjugaban dos fenómenos: la creación del grupo
Serú Girán y la reaparición de uno de los pioneros, Almendra, que brindó cuatro
recitales masivos en diciembre de ese año.
El rock nacional logró afirmarse durante la dictadura como
forma de resistencia.
La Trova Rosarina
Pero, sin lugar a dudas, el fenómeno con mayor proyección
fue el protagonizado por un grupo de músicos y compositores rosarinos,
encabezados por Juan Carlos Baglietto quienes, desde 1982, conformaron la que
se dio en llamar “nueva trova rosarina”, en la que se revistaban también
Rodolfo Fito Páez, Rubén Goldín, Silvina Garré, Adrián Abonizio, Jorge
Fandermole y Lalo de los Santos.
La denominación “Trova Rosarina” no es considerado válido
por algunos de sus integrantes, quienes no se sienten representados por aquél,
popularizado por los medios especializados de rock. Este fue un fenómeno particular
entre los jóvenes y el rock. El rock producido en Rosario, hegemonizó el
circuito comercial de 1982.
El primer álbum de Juan Carlos Baglietto (1982) es un cuadro
de la situación argentina. En primer lugar, la supervivencia a la guerra, en
las letras hay una permanente alusión a la Guerra de Malvinas y a la Dictadura
Militar.
Los temas rosarinos se presentan en la forma de una poesía
urbana que narra historias utilizando recursos expresivos diferentes, metáfora,
imágenes, a los habituales en el rock. La letra es tan grave como la melodía
porque importa entender lo que los artistas dicen para que el canto sea
colectivo.
La “Trova Rosarina” es hija de otros estilos; en cuanto a
ritmos o influencias musicales propiamente dichas se reivindican los ritmos rioplatenses-tango,
milonga, candombe-, el jazz y el folklore. La música rosarina navega en una
sociedad heterogénea y dinámica. Los rosarinos son básicamente innovadores en
su obra y la búsqueda de un estilo corresponde a la defensa de una identidad
que se diferencia del producto consumido masivamente.
La “Trova Rosarina” fue un movimiento artístico original y
complejo: sus músicos habían compuesto durante la dictadura un caudal de temas
que estaba inspirado en lo vivido durante el gobierno de Videla. Hay ejes
temáticos que la “Trova Rosarina” comparte con otros discursos artísticos
contemporáneos a ella, pero la conjunción en sus letras de una ética que
reivindica el compromiso de los músicos, que enfatiza el mensaje en la
comunicación, que recompone historias populares en manos de un trovador, que
sostiene la esperanza y subvierte los símbolos del poder militar, es específica
de su textualidad.
Durante la última dictadura militar, un grupo de rosarinos y nicoleños se
reunieron y en diferentes etapas le dieron vida a la banda Irreal. No llegó a
registrar ninguna producción discográfica oficial-sólo grabaron un cassette a
modo de demo-pero que cobró notoria relevancia por el calibre de los músicos
que pasaron por ella.
La primera etapa de Irreal va del ´77 hasta el ´78 o ´79, y
de ahí en adelante, hasta el ´81, cuando el Grupo fue censurado. El ingenio de
los músicos burlaba la censura cuando al componer sus letras muchas veces
debían recurrir a la poesía más críptica para que los mensajes sociales se
pudiesen leer entrelíneas.
La “Trova Rosarina”, en menos de un año dio a luz a dos
discos. Tiempos Difíciles se editó a principios de 1982 y se convirtió en el
disco de oro en la historia del rock argentino (30 mil copias al mes y 130 mil
con el tiempo). El 14 de mayo de 1982 dieron un show histórico en Obras que
terminó de coronarlos para siempre. A Juan Carlos Baglietto y Rodolfo “Fito”
Páez, los acompañaban Jorge Fandermole, Adrián Abonizio, Rubén Goldín, Silvina
Garré, Lalo de los Santos, Sergio Sainz, Marcos Pusineri, Héctor De Benedictis,
entre otros.
La censura en la
Literatura
La censura afectó, modificó y dio forma a la cultura de esta
época. Por un lado, implicó una mordaza a la posibilidad d expresarse, de
acceder a las ideas elaboradas por otros y a las actualidades bibliográficas de
otros lugares del mundo. Por otro, produjo nuevos modos de circulación de
libros prohibidos, nuevas maneras de escribir y de leer nuevas estrategias para
evadir el control.
La censura operaba con tres tácticas: el desconocimiento,
que engendra el rumor; las medidas ejemplares, que engendran el terror; y las
medias palabras, que engendran intimidación. Y tuvo dos esferas fundamentales:
el político ideológico y la moral.
Esto funcionó con una conexión fuerte entre el Ministerio de
Cultura y el Ministerio de Educación. Había una oficina que se encargaba de
recibir libros, un equipo de gente bastante preparada que los analizaba, un
departamento que evaluaba su prohibición.
Hubo inspectores que recorrían librerías pero también gente
que voluntariamenrte denunciaba títulos de libros, o voluntarios que recorrían
las editoriales.
La represión cultural se manifestó también en la
desaparición de escritores, en un plan específico instrumentado en el ámbito
educativo (conocido como Operación
Claridad) y en los ataques contra editoriales. En este sentido los casos
más alevosos tuvieron como víctimas a la Editorial Universitaria de Buenos
Aires (EUDEBA) y al Centro Editor de América Latina (CEDAL). Pero con
diferencias significativas.
En EUDEBA hicieron allanamientos en los depósitos, se
llevaron los libros y los quemaron. Pero esos libros fueron entregados por los
directivos, que en ese momento eran civiles. Allí hubo delación de personas,
que ahora están desaparecidas.
El Centro Editor de América Latina tenía entonces a
empleados que habían sido víctimas de la Triple A. Al hacer un allanamiento se
llevaron detenida a la gente que trabajaba en los depósitos. Hubo participación
de jueces en causas por prohibiciones de libros. La prohibición estaba
naturalizada.
Una de las facetas de la Operación Claridad fue la de
prohibir una cantidad importante de libros de todo tipo, no sólo políticos,
sino también de ficción, cuentos, novelas, textos escolares, ya fueran de
autores nacionales como extranjeros. Las listas llegaban a las bibliotecas,
escuelas y a distintas instituciones públicas o privadas, con una
caracterización ideológica de los “libros peligrosos” para las mentes de niños,
jóvenes y adultos. La misma suerte siguieron una serie de revistas y
periódicos, pertenecientes a partidos políticos o instituciones.
Desafortunadamente, es preciso decir que respecto de esta
última, la iglesia se sumó en varias oportunidades a los sectores más
reaccionarios de la sociedad para aconsejar mayor moderación aún en los
mensajes culturales y mayor vigilancia del Estado en el terreno moral. Los
blancos de estas políticas del régimen fueron la disidencia, la pluralidad, la
libertad de circulación de las ideas y los bienes simbólicos. Su objetivo, el
de escindir a la sociedad argentina, el de cortar los canales que comunican, en
una sociedad moderna y articulada, a los intelectuales, los mediadores
culturales y el resto de la trama social.
El Centro Editor de América Latina dirigido por Boris
Spivacow, Ediciones De La Flor, o la Editorial Universitaria EUDEBA, fueron,
entre otras, las principales editoriales
atacadas en Buenos Aires.
Un libro infantil de Elsa Bornemann, “Un elefante ocupa
mucho espacio”, fue prohibido porque contenía “una finalidad de adoctrinamiento
que resulta preparativa a la tarea de captación ideológica del accionar
subversivo”. Otro texto para niños, “La torre de cubos”, de Laura Devetach, es
acusado de “simbología confusa, cuestionamientos ideológicos y sociales,
ilimitada fantasía”.
En la provincia de Santa Fe se prohibió “La tía Julia y el
escritor”, de Mario Vargas Llosa: “La idea revela en su contenido,
distorsiones, intenciones maliciosas y ofensas reiteradas a la familia,
religión, fuerzas armadas, y principios éticos y morales que sustentan las
estructuras espirituales e institucionales de la sociedad latinoamericana”.
Lo acontecido en
Rosario
Los militares quisieron destruir “El fusilamiento de
Penina”, el título de Aldo Oliva que editó la editorial de la Biblioteca
Constancio C. Vigil y cuya edición íntegra de 15.000 ejemplares fue quemada por
los militares en 1975. Uno se salvó.
La lista incluía a “Operación Masacre” (Rodolfo Walsh),
“Rojo y Negro” (Stendhal), “Las venas abiertas de América Latina” (Eduardo
Galeano) y “Dailán Kilki” (María Elena Walsh). La desaparición de personas
tenía que corresponderse con la desaparición de símbolos culturales.
La Biblioteca Vigil
Los militares usurparon la Biblioteca Popular “Constancio C.
Vigil”, que es un ejemplo de un trabajo colectivo en pos de un proyecto por la
cultura y la educación popular, en Rosario. Fue intervenida mediante el Decreto
N° 942. Ocho miembros de su Comisión Directiva fueron detenidos ilegalmente; su
control de préstamos bibliográficos, utilizado para investigar a los socios.
El Decreto N° 942/77, firmado por el Gobernador de la
Provincia de Santa Fe, Vicealmirante Jorge Desomone-y la Resolución N° 137/77
del Instituto Nacional de Acción Mutual (INAM)-rubricada por el Teniente
Coronel Héctor Hiram Vila, a cargo del mencionado Ente-disputaron el nuevo
destino del Capitán de Corbeta Esteban César Molina, Interventor Normalizador
de la Biblioteca Popular “Constancio C. Vigil” de Rosario. Las nuevas
autoridades asumieron el 25 de febrero de 1977.
Siete días después estaban cerradas todas las escuelas
extracurriculares y los cursos de capacitación, se clausuró el servicio
bibliotecario y se cancelaron las actividades que se realizaban en todos los
talleres de producción, en la Caja de Ayuda Mutual, en la guardería y en el
Centro Materno-Infantil.
En la Provincia de Santa Fe se quemaron 80 mil libros.
El Cine
En el cine, entre 1976 y 1983 se censuraron 132 películas,
de la mano de Miguel Paulino Tato. Las formas desbordantes, ingenuas y
clásicamente argentinas de Isabel Sarli encresparon los ánimos militares. La
promiscuidad altamente estética del “Casanova” de Fellini, la virulencia
juvenil de “La Naranja Mecánica”, así como los símbolos sexistas de Pier Paolo
Pasolini no aprobaban los cánones marciales que exigía la “moralidad”
imperante. Fernando Pino Solanas jamás pudo exhibir “Los hijos de Fierro”, y
Leonardo Favio sólo existía en las listas negras.
Una de las películas más valiosas de todo el período fue
“Tiempo de Revancha”. Un plano de Federico Luppi cortándose la lengua frente al
espejo, se convirtió en el símbolo de una pírrica victoria contra un sistema
aparentemente impenetrable desde una resistencia silenciosa.
El cine fue un instrumento al servicio de crear el semblante
de alegría para todos tal como lo muestra una de las producciones de la época,
“La fiesta de todos” (1978), dirigida por Sergio Renán. El libro fue de Mario
Sábato y Hugo Sofovich, y con Adolfo Aristarain como director de producción. El
punto de partida fue el material registrado por la empresa brasileña Milton
Reisz Corp, que había tenido la concesión de la filmación del Mundial. Fue un
collage optimista que reunía imágenes de los distintos encuentros deportivos y
de los festejos de la gente en la calle y en las tribunas-donde también
aparecían, en algunos momentos, Videla y Massera, y donde asomaba un corte
sostenido, con globos con la leyenda “Argentina de pie ante el mundo”-más una
serie de mínimos sketches interpretados
por conocidos actores argentinos, desde Luis Sandrini y Malvina Pastorino hasta
Aldo Barbero, Rudy Chernicoff, Ulises Dumont, Ricardo Darín y Susú Pecoraro.
La lógica eufemística del cine se acentúa durante la
dictadura. Sólo se habla de salvadores locales y enemigos foráneos. Por
ejemplo, “La aventura explosiva” (Trucco, 1976), “Los Comandos Azules” (Emilio
Vieyra, 1979).
Otro director que se sumó al bando de los “optimistas” fue
Ramón Palito Ortega. En 1976, debutó
como director con “Los locos en el aire”. Al año siguiente, con “Brigada en
acción” incursionó también en el género ya no policial sino “parapolicial”.
A pesar del clima político imperante y los riesgos vigentes,
algunas voces consiguieron eludir la censura y la persecución a través de un
cine de género donde, aunque metafóricamente, se colaban alusiones a la
situación política. El caso más contundente es el de Adolfo Aristarain, que
debutó en 1978 con el policial “La parte del león”. En 1981
En el deporte
El compromiso de los deportistas de los 70 fue el que
caracterizó a una generación que pretendía un mundo mejor. Sus vidas no se
reducían a una medalla o un buen resultado.
El compromiso de los deportistas de los 70 fue el que
caracterizó a una generación que pretendía un mundo mejor. Sus vidas no se
reducían a una medalla o un buen resultado. Participaban, discutían y actuaban,
siempre pensando en una sociedad más justa. Les costó demasiado caro. La
dictadura militar no tuvo piedad y como sus principales victimas fueron los
jóvenes, una treintena de atletas federados sufrió el horror, según detalló el
periodista Gustavo Veiga en el libro Deporte, Desaparecidos y Dictadura
publicado en 2006.
Unos 35 deportistas fueron desaparecidos y recién varios
años después del fin de la dictadura sus historias salieron a la luz. El
objetivo ejemplificador del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional
ya se había cumplido. Cada atleta que fue surgiendo persiguió una meta
individual, la superación personal, sin importarle lo que sucedía a su
alrededor, salvo honrosas excepciones. El “no te metás” había triunfado.
Pero la historia de aquellos deportistas desaparecidos no
pudo ser ocultada y de a poco cada uno comenzó a ser reivindicado. Lo demuestra
la organización anual de La carrera de Miguel en diferentes ciudades del país,
para recordar al atleta Miguel Sánchez; la denominación de Ana Acosta a la
cancha de hockey del Cenard; la declaración del 18 de octubre como Día Nacional
del Profesor de Tenis por Miguel Schapira (el día de su nacimiento); y la
identificación de un aula del colegio Rafael Hernández de La Plata con el
nombre del rugbier Rodolfo Axat.
El deporte y los deportistas se fueron interesando por
conocer quiénes fueron esos jóvenes y a resaltar sus valores y compromiso. Sus
historias les sirven de ejemplo.
La nómina de deportistas desaparecidos mencionados por
Gustavo Veiga es la siguiente: Adriana Acosta (jugadora de hockey de Lomas);
Miguel Sánchez y Eduardo Requena (atletismo); Alicia Alfonsín (basquetbolista
del Club Deportivo y Social Colegiales, y madre del diputado Juan Cabandié);
Gustavo Bruzzone (ajedrez); los futbolistas Luis Ciancio (Gimnasia La Plata),
Carlos Rivada (Huracán de Tres Arroyos) y Gustavo Olmedo (Los Andes de Los
Sarmientos de La Rioja); Deryck Gillie (nacido en Inglaterra, yachting); Daniel
Schapira (tenista y profesor); y el gimnasta artístico Sergio Fernando Tula.
Además, los rugbiers Fernando Cordero y Ricardo Posse (Uni
de La Plata); Ricardo Dakuyaku (San Luis de La Plata); Daniel Elicabe y Carlos
Williams (Los Tilos de La Plata); Juan Carlos Perchante (Urú Curé de Río
Cuarto); Ricardo Omar Lois (Pucará); Julio Alvarez, Mariano Montequín, Santiago
Sánchez Viamonte, Otilio Pascua, Hernán Roca, Pablo Balut, Rodolfo Jorge Axat,
Jorge Moura, Alfredo Reboredo, Marcelo Bettini, Abel Vigo, Eduardo Navajas,
Hugo Lavalle, Enrique Sierra, Mario Mercader, Pablo del Rivero y Luis Munitis
(distintas divisiones de La Plata Rugby Club).
La Guerra de Malvinas
en Rosario
Durante la Guerra de Malvinas, la ciudad mostró imágenes
imborrables para quienes participaron de aquellas jornadas.
En marzo de 1982, la CGT convocó a la realización de un acto
masivo contra la dictadura. Previsto inicialmente para el24 de marzo, los
dirigentes sindicales no quisieron “provocar” a los militares y lo postergaron
por unos días, hasta el 30.
Ese día, en Buenos Aires, alrededor de 20.000 personas
batallaron con las fuerzas represivas durante toda la jornada, luchando por
llegar a la Plaza de Mayo, resistiendo los gases, las embestidas con autos y
caballos, y los cientos de detenciones a cualquiera que transitara por la calle
en pleno centro en horario pico de salida de los trabajos.
Como el resto del país, en Rosario se hizo sentir el paro.
Ese día, la CGT de calle Italia se manifestó por la peatonal, siendo reprimidos
por la policía, marcando junto a lo sucedido en otras grandes ciudades, un hito
en las luchas de la clase obrera contra la dictadura. Acompañaron a los
sindicalistas, distintos partidos políticos y agrupaciones universitarias que
encontraban el espacio para exteriorizar su descontento con el poder
dictatorial. Nadie se imaginaba lo que sucedería en las próximas jornadas.
El régimen militar se hallaba entonces contra las cuerdas, y
sacó de la galera una jugada para procurar una fuerza hacia delante, intentando
salvar su prestigio y su poder.
Rosario fue también presa del discurso patriotero y
chauvinista, impulsado desde el régimen militar. El 3 de abril hubo una
manifestación multitudinaria en la Plaza 25 de Mayo. La Cámara de Empresarios
del Transporte Urbano de Pasajeros cedió colectivos gratuitos para que la gente
fuera a la Plaza; las organizaciones gremiales y vecinales también se
movilizaron ante la convocatoria.
Grupos de estudiantes cantaban estribillos y gritos
patrióticos pedían al Intendente que saliera al balcón, y Alberto Natale saludó
a los jóvenes congregados que le devolvieron el saludo con muestras de
simpatía. Los diarios se poblaron de solicitadas y comunicados de todas las
fuerzas políticas, desde las más condescendientes con la dictadura hasta los
partidos de izquierda, como el Partido Comunista Revolucionario y el Partido
Socialista de los Trabajadores, ellos apoyando la “Gesta Patriótica”.
La Municipalidad de Rosario organizó un concurso de
monografías cuyos temas eran: “Defensa de los derechos argentinos sobre las
Islas Malvinas ante los organismos internacionales” y “Sentido histórico de la
solidaridad americana”. Algunos comercios de la ciudad no quisieron estar
ausentes, y el antiguo bar Londres, cambió su nombre por el de Malvinas
Argentinas, y la confitería Lord Jack mutó en “El viejo Galeón”. También desde
el Municipio se centralizó la recaudación para el luego tristemente célebre
“Fondo Patriótico”, que tuvo su impacto mediático, con momentos de melodrama,
en un programa televisivo conducido por Pinky y Cacho Fontana.
Al mismo tiempo, la euforia permitía una apertura hasta
entonces inédita: los proscriptos culturales, políticos y sociales salieron a
la luz en el espacio público, y se colaron, entre los intersticios de un
nacionalismo infantil, los mensajes contestatarios del rock nacional, el teatro
independiente y la literatura prohibida.
Luego de la derrota de Malvinas, el Intendente de Rosario,
Alberto Natale, renunció a fines de 1982 y fue relevado por un hombre de la
Bolsa de Comercio, Víctor Cabanellas.
En la mayoría de las casas, la radio y la televisión
permanecían encendidas día y noche siguiendo el conflicto como un partido de
fútbol. Todos se creyeron el mensaje triunfalista que hablaba de barcos
atacados, algunos hundidos, otros averiados, de aviones derribados, de soldados
capturados, pero no decían nada del avance del ejército inglés, de los aviones
argentinos que caían, de la situación de los soldados que pasaban hambre, frío,
que estaban mal armados y peor preparados para una guerra. Después de la
rendición, todo cambió; muchos volvieron a insultar a los militares que cuando
se había iniciado el conflicto los habían ovacionado. Otros rompieron vidrieras
y produjeron destrozos en el centro.
Bibliografía
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represión y sociedad en Rosario, (1976-1983), Buenos Aires, Prometeo Libros,
2005.
*Ceruti, Leónidas. “Cultura y
Dictadura en Rosario:1976-1983”,
Rosario, Ediciones Del Castillo, 2010.
*De Marco, Miguel Ángel; Martínez
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Patricia. “Rosario (Política, cultura, economía, sociedad; Desde 1916 hasta
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*Del Frade, Carlos. “Las Huellas
de la Dictadura en Santa Fe”. Diario La Capital, Rosario, 24 de marzo de 1997.
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*Revista Humor, Junio de 1995,
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*Rosano, Susana; Lascano, Hernán.
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*Schlaen, Nir. “De la Ilusión al
Desencanto; el Diario “La Capital durante el Proceso (1976-1983); Tesina,
Rosario, Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales,
Universidad Nacional de Rosario, 2005.
*Secretaría de Derechos Humanos de
Amsafé Rosario. “30 años”-AMsafé Rosario-(1976-2006), Rosario, 2006.
Fotos
.Centro Documental “Rubén Naranjo”. Museo de la Memoria de
la ciudad de Rosario.
.Diario “La Capital” de la ciudad de Rosario.
.Libro “Cultura y Dictadura”; Rosario.