Juan Manuel de Rosas
Nacimiento, familia y
primeros años
Juan Manuel de Rosas (Buenos Aires; 30 de marzo de 1793 –
Southampton, Hampshire; 14 de marzo de 1877). Conocido como Juan Manuel de
Rosas, fue bautizado como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de
Osornio. Era hijo del militar León Ortiz de Rozas y la estanciera Agustina
López de Osornio. Pertenecía al linaje de los Ortiz de Rozas, que tiene origen
en el pueblo de Rozas, Valle de Soba, Cantabria, España.
Nació en el solar que había habitado su abuelo materno
Clemente López de Osornio, situado en la calle que en ese entonces se
denominaba Santa Lucía, actual calle Sarmiento entre las calles Florida y San
Martín, en la ciudad de Buenos Aires.
Ingresó a los ocho años de edad en el colegio privado que
dirigía Francisco Javier Argerich, si bien desde joven demostró vocación por
las actividades rurales, interrumpió sus estudios para participar, contando con
trece años de edad, en la Reconquista de Buenos Aires en 1806 y posteriormente
se enroló en la compañía de niños del Regimiento de Migueletes, combatiendo en
la Defensa de Buenos Aires en 1807, ambos hechos durante las invasiones
inglesas, donde fue distinguido por su valor.
Más tarde, retirado al campo, se convirtió en un gran
estanciero de la pampa bonaerense.
El joven Rosas, quien contaba con 17 años, se mantuvo al
margen de los sucesos que culminaron con la Revolución de Mayo de 1810.
En 1813, pese a la oposición materna —que venció al hacer
creer a su madre que la joven estaba embarazada— se casó con Encarnación
Ezcurra, con quien tuvo tres hijos: Juan, María, muerta de niña, y Manuelita,
nacida en 1817, que luego sería su compañera inseparable.
Poco después, debido a un entredicho que tuvo con su madre,
devolvió a sus padres los campos que administraba para formar sus propios
emprendimientos ganaderos y comerciales. Además se cambió el apellido
"Ortiz de Rozas" por "Rosas", cortando simbólicamente la
dependencia de su familia.
Fue administrador de los campos de sus primos Nicolás y
Tomás Manuel de Anchorena; este último ocuparía cargos importantes dentro de su
gobierno, ya que Rosas siempre le tuvo un especial respeto y admiración. En
sociedad con Luis Dorrego —hermano del coronel Manuel Dorrego— fundó un
saladero; era el negocio del momento: la carne salada y los cueros eran casi la
única exportación de la joven nación. Acumuló una gran fortuna como ganadero y
exportador de carne vacuna, distante de los acontecimientos emergentes que
conducirían al virreinato del Río de la Plata a la emancipación del dominio
español en 1816.
Por esos años conoció al doctor Manuel Vicente Maza, quien
se convirtió en su patrocinador legal, en especial en una causa que sus propios
padres habían entablado contra él. Más tarde sería un excelente consejero
político.
En 1818, por presión de los abastecedores de carne de la
capital, el director supremo Juan Martín de Pueyrredón tomó una serie de
medidas en contra de los saladeros. Rápidamente, Rosas cambió de rubro: se
dedicó a la producción agropecuaria en sociedad con Dorrego y los Anchorena,
que también le encargaron la dirección de su estancia "Camarones", al
sur del río Salado.
Al año siguiente compró la estancia "Los
Cerrillos", en San Miguel del Monte. En su estancia en la laguna de Monte
organizó una compañía (aumentada al poco tiempo a regimiento) de caballería,
los "Colorados del Monte", para combatir a los indígenas de la zona
pampeana. Fue nombrado su comandante, y alcanzó el grado de teniente coronel.
Por esos años escribió sus famosas "Instrucciones a los
mayordomos de estancias", en la que detallaba con precisión las
responsabilidades de cada uno de los administradores, capataces y peones. Allí
demostraba su capacidad para administrar simultáneamente varias explotaciones,
con métodos muy efectivos, en un anticipo de su futura capacidad para
administrar el estado provincial.
Los inicios en la
política
Hasta 1820 se dedicó a sus actividades privadas. Desde ese
año hasta su caída producida en la batalla de Caseros, en 1852, consagraría su
vida a la actividad política, liderando —ya en el gobierno o fuera de él— la
provincia de Buenos Aires, que contaba no sólo con el territorio productivo más
rico de la naciente Argentina, sino con la metrópolis más importante la ciudad
de Buenos Aires- y el puerto que concentraba el comercio exterior de las
restantes provincias, así como el control de la aduana. En relación a estos
recursos se desarrollaron gran parte de los conflictos institucionales y las
guerras civiles del siglo XIX en la Argentina, controlados hasta la caída de
Rosas por la provincia de Buenos Aires.
En 1820 concluyó la etapa del Directorio con la renuncia de
José Rondeau a consecuencia de la Batalla de Cepeda. Fue en esa época que Rosas
comenzó a involucrarse en la política, al contribuir a rechazar la invasión del
caudillo Estanislao López al frente de sus “Colorados del Monte”. Participó en
la victoria de Dorrego en Pavón, pero junto a su amigo Martín Rodríguez se negó
a continuar la invasión hacia Santa Fe, donde Dorrego fue derrotado
completamente en la Batalla de Gamonal.
Con apoyo de Rosas y otros estancieros fue electo gobernador
su colega el general Martín Rodríguez. El 1ro de octubre estalló una
revolución, dirigida por el coronel Manuel Pagola, que ocupó el centro de la
ciudad. Rosas se puso a disposición de Rodríguez, y el día 5 inició el ataque,
derrotando completamente a los rebeldes. Los cronistas de esos días recordaron
la disciplina que reinaba entre los gauchos de Rosas, que fue ascendido al
grado de coronel. Con Rodríguez, el grupo de los estancieros empezó a tener un
papel público.
También fue parte de las negociaciones que concluyeron con
el Tratado de Benegas, que ponía fin al conflicto entre las provincias de Santa
Fe y Buenos Aires. Fue el responsable del cumplimiento de una de las cláusulas
secretas del mismo: entregar al gobernador Estanislao López 30.000 cabezas de
ganado como reparación de los daños causados por las tropas bonaerenses en su
territorio. La cláusula era secreta, para no "manchar el honor" de
Buenos Aires. Así se iniciaba la alianza permanente que tendría esta provincia
con la de Buenos Aires hasta 1852.
Los primeros años después de la disolución de los poderes
nacionales fueron un período de paz y prosperidad en Buenos Aires,
principalmente debido a que Buenos Aires usufructuó en su exclusivo provecho
las rentas de la Aduana, una fuente inagotable de riqueza que la provincia
decidió no compartir con sus hermanas ni con ejércitos exteriores.
Entre 1821 y 1824 compró varios campos más, especialmente la
estancia que había sido del virrey Joaquín del Pino y Rozas (conocida como
Estancia del Pino, en el partido de La Matanza), a la que llamó San Martín en
honor del general José de San Martín.
También aprovechó la ley de enfiteusis promovida por el
ministro Bernardino Rivadavia para aumentar sus campos. En lugar de ayudar a
los pequeños hacendados, esta ley terminó dejando en propiedad de unos pocos
grandes terratenientes cerca de la mitad de la superficie de la provincia.
Los desórdenes producidos por la Anarquía del Año XX habían
dejado desguarnecida la frontera sur, por lo que habían recrudecido los
malones. Martín Rodríguez dirigió entonces tres campañas al desierto, usando
una extraña mezcla de diálogos de paz y guerra con los indígenas. En 1823 fundó
Fuerte Independencia, la actual ciudad de Tandil. En casi todas estas campañas
lo acompañó Rosas, que también participó de una expedición en que el agrimensor
Felipe Senillosa delineó y estableció planos catastrales de los pueblos del sur
de la provincia. El jefe nominal de esa campaña era el coronel Juan Lavalle.
Durante la guerra del Brasil, el presidente Rivadavia lo
nombró comandante de los ejércitos de campaña a fin de mantener pacificada la
frontera con la población indígena de la región pampeana, cargo que volvió a
ejercer después, durante el gobierno provincial del coronel Dorrego.
En 1827, en el contexto previo al inicio de la guerra civil
que estallaría en 1828, Rosas era un dirigente militar, representante de la
aristocracia rural, socialmente conservadora. Estaba alineado a la corriente
federalista, adversa a la influencia foránea y a las iniciativas de corte
liberal preconizadas por la tendencia unitaria.
La revolución de
diciembre
Terminada la guerra del Brasil, el gobernador Manuel Dorrego
fue obligado —por una intensa presión diplomática y financiera— a firmar la paz
y la independencia de Uruguay, y la libre navegación de los ríos; lo que fue
visto por los miembros del ejército en operaciones como una traición. En
respuesta, la madrugada del 1 de diciembre de 1828, el general unitario Juan
Lavalle tomó el Fuerte de Buenos Aires y reunió a los unitarios en la iglesia
de San Francisco, donde —a nombre del pueblo— fue elegido gobernador Lavalle,
utilizando un concepto restrictivo del término "pueblo". Siguiendo la
misma lógica, disolvió la legislatura.
Dorrego se retiró al interior de la provincia y buscó la
protección del comandante de campaña, Rosas. Éste lo ayudó a reunir un pequeño
ejército pero fueron atacados sorpresivamente en la batalla de Navarro, siendo
derrotados.
Rosas aconsejó a Dorrego que huyera hacia Santa Fe pero el
gobernador se negó. Cuando Rosas le criticó su falta de previsión ante la
revolución unitaria, Dorrego respondió:
Señor don Juan Manuel:
que usted me quiera dar lecciones de política, es tan avanzado como si yo me
propusiera enseñar a usted cómo se gobierna una estancia.
Rosas lo abandonó, marchándose hacia la provincia de Santa
Fe, mientras Dorrego se refugiaba en Salto, en el regimiento del coronel Ángel
Pacheco. Pero, traicionado por dos oficiales de éste —Bernardino Escribano y
Mariano Acha— fue enviado prisionero a Lavalle. Éste, influido por el deseo de
venganza de los ideólogos unitarios, fusiló a Dorrego y se hizo cargo de toda
la responsabilidad. En su última carta, escrita a Estanislao López, Dorrego
pedía que su muerte no fuera causa de derramamiento de sangre. Pese a este
pedido, su fusilamiento dio paso a una larga guerra civil, la primera en que
estuvieron simultáneamente implicadas casi todas las provincias argentinas.
A principios de enero de 1829, el general José María Paz,
aliado de Lavalle, iniciaba la invasión de la provincia de Córdoba, donde
derrocaría al gobernador Juan Bautista Bustos. De ese modo se generalizó la
guerra civil en todo el país.
Lavalle envió ejércitos en todas direcciones, pero varios
pequeños caudillos aliados de Rosas organizaron la resistencia. Los jefes
unitarios recurrieron a toda clase de crímenes para aplastarla. No se ha
difundido la memoria de estos hechos, pues ocurrieron en el campo y sus víctimas
fueron gauchos y personas pertenecientes a clases sociales más humildes.2
El gobernador intruso envió al coronel Federico Rauch hacia
el sur, y una de sus columnas, al mando del coronel Isidoro Suárez, derrotó y
capturó al mayor Mesa, que fue enviado a Buenos Aires y ejecutado. Al frente
del grueso de su ejército, Lavalle avanzó hasta ocupar Rosario. Pero, poco
después, López dejó sin caballos a Lavalle, que se vio obligado a retroceder.
López y Rosas persiguieron a Lavalle hasta cerca de Buenos Aires, derrotándolo
en la batalla de Puente de Márquez, librada el 26 de abril de 1829.
Mientras López regresaba a Santa Fe, Rosas sitió la ciudad
de Buenos Aires. Allí crecía la oposición a Lavalle (a pesar de que los aliados
de Dorrego habían sido expulsados), sobre todo por el crimen sobre el
gobernador. Lavalle aumentó la persecución sobre los críticos, lo que le
llevaría mucho apoyo a Rosas, en la ciudad que siempre fue la capital del
unitarismo.
Lavalle, desesperado, se lanzó a hacer algo insólito: se
dirigió, completamente solo, al cuartel general de Rosas, la Estancia del Pino.
Como éste no se encontraba, se acostó en su catre de campaña a esperarlo. Al
día siguiente, 24 de junio, Lavalle y Rosas firmaron el Pacto de Cañuelas, que
estipulaba que se llamaría a elecciones, en las que sólo se presentaría una
lista de unidad de federales y unitarios, y que el candidato a gobernador sería
Félix de Álzaga.
Lavalle presentó el tratado con un mensaje que incluía una
inesperada opinión sobre su enemigo:
“Mi honor y mi corazón me imponen remover por mi parte todos
los inconvenientes para una perfecta reconciliación...Y sobre todo ha llegado
el caso de que veamos, tratemos y conozcamos de cerca de Juan Manuel de Rosas
como a un verdadero patriota y amante del orden.”
Pero los unitarios presentaron la candidatura de Carlos
María de Alvear, y al precio de treinta muertos ganaron las elecciones. Las
relaciones quedaron rotas nuevamente, obligando a Lavalle a un nuevo tratado,
el pacto de Barracas, del 24 de agosto. Pero, ahora más que antes, la fuerza
estaba del lado de Rosas. A través de este pacto se nombró gobernador a Juan
José Viamonte. Éste llamó a la legislatura derrocada por Lavalle, allanándole a
Rosas el camino al poder.
Primer gobierno
La Legislatura de Buenos Aires proclamó a Juan Manuel de
Rosas como Gobernador de Buenos Aires el 6 de diciembre de 1829, honrándolo
además con el título de "Restaurador de las Leyes e Instituciones de la
Provincia de Buenos Aires" y en el mismo acto le otorgó "todas las
facultades ordinarias y extraordinarias que creyera necesarias, hasta la
reunión de una nueva legislatura". No era algo excepcional: las facultades
extraordinarias ya les habían sido conferidas a Manuel de Sarratea y a
Rodríguez en 1820, y a los gobernadores de muchas otras provincias en los
últimos años; también Viamonte las había tenido.
El mismo día en que juró su cargo, declaró al diplomático
uruguayo Santiago Vázquez:
Creen que soy federal; no señor, no soy de partido alguno
sino de la Patria... En fin, todo lo que yo quiero es evitar males y
restablecer las instituciones, pero siento que me hayan traído a este puesto.
Lo primero que hizo Rosas fue realizar un extraordinario
funeral, trayendo los restos de Dorrego a la capital; con eso se captó la
voluntad de los seguidores del fallecido líder del partido federal, sumando
automáticamente el apoyo del pueblo humilde de la capital al que ya tenía de la
población rural.
Para ganar apoyo político pronunció su frase en 1829, que
resumiría toda su plataforma política, sus objetivos claramente nacionalistas y
autoritarios y la esperanza de un gobierno largo:
«El rey es como un padre: amar, castigar y recompensar».
Respecto a la forma de organización constitucional del
estado y al federalismo, Rosas fue un pragmático. En cartas enviadas en 1829 al
general Tomás Guido, al general Eustoquio Díaz Vélez y a Braulio Costa, el
financista de Quiroga, les escribía para informarles que
El General Rosas es unitario por principio, pero que la
experiencia le ha hecho conocer que es imposible adoptar en el día tal sistema
porque las provincias lo contradicen, y las masas en general lo detestan, pues al
fin sólo es mudar de nombre.
La guerra civil en el
interior
El general José María Paz había ocupado Córdoba y había
derrotado a Facundo Quiroga. Rosas envió una comisión a mediar entre Paz y
Quiroga, pero éste fue derrotado y se refugió en Buenos Aires. Rosas le hizo
dar un recibimiento triunfal —como si hubiese sido el vencedor— aunque el
caudillo consideraba que la guerra había terminado para él.
Paz aprovechó la victoria para invadir las provincias de los
aliados de Quiroga, colocando en ellos gobiernos unitarios. Los bandos quedaban
definidos: las cuatro provincias del litoral, federales; las nueve del
interior, unitarias y unidas desde agosto de 1830 en una Liga Unitaria, cuyo
"supremo jefe militar" era Paz.
A los pocos meses, en enero de 1831, Rosas y Estanislao
López impulsaron el Pacto Federal entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos.
Éste, que sería uno de los "pactos preexistentes" mencionados en la
Constitución de la Nación Argentina, tenía como objetivo poner un freno a la
expansión del unitarismo encarnado en el general Paz. Corrientes se adheriría
más tarde al Pacto, porque el diputado correntino Pedro Ferré intentó convencer
a Rosas de nacionalizar los ingresos de la aduana de Buenos Aires e imponer
protecciones aduaneras a la industria local. En este punto, Rosas sería tan
inflexible como sus antecesores unitarios: la fuente principal de la riqueza y
del poder de Buenos Aires provenía de la aduana.
El caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra, refugiado en
Santa Fe, logró que López iniciara acciones contra Córdoba. Serían acciones
guerrilleras, porque en ese tipo de acciones tenía ventaja sobre las
disciplinadas tropas de Paz. A principios de 1831, el ejército porteño inició
también las operaciones, al mando de Juan Ramón Balcarce; pero el ejército
porteño nunca llegó a unirse al santafesino.
Cuando el coronel Ángel Pacheco derrotó a Juan Esteban
Pedernera en la batalla de Fraile Muerto, Paz decidió hacerse cargo
personalmente del frente oriental.
Por su lado, Quiroga decidió volver a la lucha. Pidió
fuerzas a Rosas, pero éste sólo le ofreció los presos de las cárceles. Quiroga
instaló un campo de entrenamiento y, cuando se consideró listo, avanzó sobre el
sur de Córdoba. En el camino, Pacheco le entregó los pasados de Fraile Muerto:
con ellos conquistó Cuyo y La Rioja en poco más de un mes.
La inesperada captura de Paz por un tiro de boleadoras de un
soldado de López, el 10 de mayo, provocó un repentino cambio: Gregorio Aráoz de
Lamadrid se hizo cargo del ejército unitario, con el que se retiró hacia el
norte y fue vencido por Quiroga en la batalla de La Ciudadela, el 4 de
noviembre, junto a la ciudad de Tucumán, con lo cual la Liga del Interior fue
disuelta.
Convención de Santa
Fe
En los meses siguientes, las provincias restantes se irían
adhiriendo al Pacto Federal: Mendoza, Córdoba, Santiago del Estero y La Rioja
en 1831. Al año siguiente, Tucumán, San Juan, San Luis, Salta y Catamarca.
En cuanto terminó la guerra, los representantes de varias
provincias anunciaron que, con la pacificación interior, había llegado la
ocasión esperada para la organización constitucional del país. Pero Rosas
argumentaba que primero se tenían que organizar las provincias y luego el país,
ya que la constitución debía ser el resultado escrito de una organización que
debía darse primero. Aprovechó una acusación del diputado correntino Manuel
Leiva para acusarlo de tener ideas anárquicas y retirar su representante de la
convención de Santa Fe. En agosto de 1832, la convención quedaba disuelta, y la
oportunidad de organizar constitucionalmente el país se pospuso por otros
veinte años.
Por un tiempo, el país quedó dividido en tres áreas de
influencia: Cuyo y el noroeste, de Quiroga; Córdoba y el litoral, de López; y
Buenos Aires, de Rosas. Por unos años, este triunvirato virtual gobernaría el
país, aunque las relaciones entre ellos nunca fueron muy buenas.
En 1832, en carta a Quiroga, Rosas le dijo
... siendo federal por íntimo convencimiento, me
subordinaría a ser unitario si el voto de los pueblos fuese por la unidad.
El gobierno de la
provincia
El primer gobierno de Rosas fue un gobierno de orden; no fue
una tiranía despótica, aunque más tarde los historiadores harían extensivas a
su primer gobierno algunas características del segundo. En este primer momento,
se apoyó en algunos de los dirigentes del "Partido del Orden" de la
década anterior, lo cual ha permitido que fuera acusado de ser el continuador del
Partido Unitario, aunque con el tiempo se distanciaría de ellos.
Entre los hechos negativos se le atribuye responsabilidad en
la invasión inglesa de las islas Malvinas, aunque este hecho ocurrió el 3 de
enero de 1833, durante el gobierno de Balcarce que había sucedido a Rosas, que
estaba emprendiendo su campaña al desierto. Estas islas, que habían sido objeto
de disputa entre España e Inglaterra, se encontraban en posesión de España al
momento de declararse la Independencia argentina, e Inglaterra implícitamente
reconoció la continuidad jurídica de los derechos argentinos sobre las
posesiones españolas al celebrar el tratado de Amistad, Comercio y Navegación,
firmado en Buenos Aires el 2 de febrero de 1825, a pocos años de la
Independencia argentina y ratificado por el gobierno británico en el mes de
mayo de ese mismo año. Además, las Islas Malvinas habían sido pobladas por el
Gobierno de Buenos Aires y se había designado un gobernador.
Esta primera administración de Rosas fue, también, un
gobierno progresista: se fundaron pueblos, se reformaron el Código de Comercio
y el de Disciplina Militar, se reglamentó la autoridad de los jueces de paz de
los pueblos del interior y se firmaron tratados de paz con los caciques, con lo
que se obtuvo una cierta tranquilidad en la frontera.
No obstante, la supremacía lograda no estuvo asociada a un
apoyo incondicional de toda la población. Rosas debió enfrentar, por el
contrario, una dura resistencia durante el curso de su gobierno.
A fines de 1832, la legislatura reeligió a Rosas. Se dijo
durante muchos años que rechazó su reelección porque no se le concedían las
facultades extraordinarias, lo que no es exacto: no se sentía capaz de gobernar
-ni quería hacerlo- sin la unanimidad de la opinión pública en su favor.
Esperaría que lo llamaran desesperadamente, mientras buscaba la forma de
hacerse imprescindible.
En su lugar fue electo Juan Ramón Balcarce, importante
militar de la época de la guerra de independencia y jefe de un grupo federal no
totalmente rosista, a quien Rosas entregó el gobierno el 18 de diciembre de
1832.
Campaña al desierto
La llanura pampeana bonaerense había estado sometida al
dominio blanco apenas en una franja estrecha junto al río Paraná y el río de la
Plata, por lo menos hasta la década de 1810. Desde entonces, la “frontera
interna con el indio” se había adelantado hasta una línea que pasaba
aproximadamente por las actuales ciudades de Balcarce, Tandil y Las Flores.
En cuanto Rosas bajara del gobierno a fines de 1832, a principios del
siguiente año coordinó la campaña con los de Mendoza, de San Luis y de Córdoba
para hacer una batida general, que además acompañaría a la otra que había
comenzado a principios del mismo año el general Manuel Bulnes, en Chile y en el
extremo noroeste de la Patagonia oriental, específicamente en los alrededores
de las lagunas de Epulafquen. La comandancia general le fue ofrecida a Facundo
Quiroga, pero éste no participó en ella. Rosas concentró y adiestró la tropa en
su estancia de Los Cerrillos, cerca del fortín y pueblo San Miguel del Monte.
El 6 de febrero de 1833 fue aprobada la ley que autorizaba
al Poder Ejecutivo a negociar un crédito de un millón y medio de pesos m/c,
para costear los gastos de la expedición, aunque al poco tiempo, el ministro de
Guerra comunicó que no podría hacerse cargo de dicho objetivo, y por lo cual
Juan Manuel de Rosas y Juan Nepomuceno Terrero terminaron suministrando ganado
vacuno y caballar para el abastecimiento, sumado a que sus primos Anchorena, el
doctor Miguel Mariano de Villegas, Victorio García de Zúñiga y el entonces
coronel Tomás Guido donaran dinero en efectivo para que pudieran iniciarla7 8
por lo cual, pudieron partir de allí en marzo del citado año.
La columna oeste, al mando de José Félix Aldao, recorrió un
territorio que había sido "limpiado" de aborígenes recientemente, por
lo que se limitó a llegar al río Colorado. La del centro venció al cacique
ranquel Yanquetruz y regresó rápidamente. La que hizo la mayor parte de la
campaña fue la del este, al mando del propio Rosas. Éste se estableció a
orillas del río Colorado —cerca de la actual localidad de Pedro Luro— y envió
cinco columnas hacia el sur y hacia el oeste, que consiguieron derrotar a los
caciques más importantes. A continuación firmó tratados de paz con otros,
secundarios hasta entonces, que se convirtieron en útiles aliados. Al año
siguiente se sumaría el más importante de ellos, Calfucurá.
Durante los primeros años de su segundo gobierno, la
política de Rosas para con los indígenas alternaría tratados de paz y
donaciones con campañas de exterminio. Sólo después de la crisis que comenzó en
1839 la cambió por una política de paz permanente.
La campaña también incorporó científicos que reunieron
información sobre la zona recorrida, pero las regiones desérticas quedaron en
manos de los indígenas. Recibió además la visita del científico Charles Darwin,
quien en su diario de viaje describió parte de la campaña:
...Los indios formaban un grupo de unas 110 personas
(hombres, mujeres y niños); casi todos fueron hechos prisioneros o muertos,
pues los soldados no dan cuartel a ningún hombre. Los indios sienten
actualmente un terror tan grande, que ya no se resisten en masa; cada cual se
apresura a huir por separado, abandonando a mujeres e hijos.(...)Sin disputa,
esas escenas son horribles, ¡pero cuánto mas horrible aún es el hecho cierto de
que se da muerte a sangre fría a todas las indias que parecen tener mas de
veinte años! Y cuando yo, en nombre de la humanidad protesté, se me replicó:
"Sin embargo ¿que otra cosa podemos hacer? ¡Tienen tantos hijos esas
salvajes!"
Se aseguró la tranquilidad para los campos y pueblos ya
formados, y se logró un relativo avance en el sudoeste de la provincia, pero
los adelantos de la frontera fueron mucho menos espectaculares que los logrados
en la Conquista del Desierto emprendida muy posteriormente por el general Julio
Argentino Roca en 1879.
Lo más importante que logró Rosas fue poner de su lado al
ejército, a los estancieros y la opinión pública. Y el agradecimiento de las
provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, que se vieron libres de
saqueos importantes por muchos años. Sin embargo, el único grupo de indios que
no fue totalmente dominado, los ranqueles, siguieron siendo vistos como un
problema para los habitantes de estas provincias.
El precio a pagar por la paz fue sostener a las tribus
amigas con entregas anuales de ganado, caballos, harina, tejidos y aguardiente.
A partir de este momento, las tribus cazadoras dependieron de las entregas de
alimentos, y fueron considerados por los bonaerenses como costosos parásitos
del erario público, olvidando que —desde el punto de vista de Rosas— los pagos
eran un precio a pagar por el uso de territorios que ellos consideraban suyos.
Esta actitud pacificadora, y el cumplimiento de los pactos celebrados, le
ganaron a Rosas el respeto de algunos de los jefes de los indios amigos.
Más tarde, el propio Rosas dirigió la redacción de una
Gramática de la lengua pampa.
En esta campaña se destacaron algunos oficiales que
formarían la siguiente generación de militares porteños: Pedro Ramos, Ángel
Pacheco, Domingo Sosa, Hilario Lagos, Mariano Maza, Jerónimo Costa, Pedro
Castelli y Vicente González (el Carancho del Monte).
La Revolución de los
Restauradores
Mientras Rosas estaba en su campamento del río Colorado, los
desacuerdos internos del partido federal iban en aumento. Una de las fracciones
era ideológicamente liberal, y deseaba la organización constitucional; en sus
filas militaban el gobernador Balcarce y sus ministros Enrique Martínez y Félix
Olazábal. Sus adversarios, leales a Rosas, los llamaban lomos negros, debido a
que el reverso de la lista en la cual se postulaban era de color negro. En el
partido de Rosas figuraban estancieros, militares y comerciantes minoristas.
El enfrentamiento se condujo principalmente en la prensa,
dividida en dos bandos, que se atacaban escandalosamente; el gobierno decidió
procesar a varios periódicos opositores y uno o dos oficialista. Entonces se
puso en acción Encarnación Ezcurra, esposa y consejera de Rosas, que reunía
diariamente a sus aliados en su casa, y organizaba las manifestaciones y
agresiones contra los opositores.
Cuando se anunció el juicio a los periódicos, uno de ellos
era llamado "El Restaurador de las Leyes". Encarnación hizo empapelar
la ciudad con la noticia de que iba a ser enjuiciado el Restaurador, lo que la
gente interpretó como un juicio al jefe del partido federal. Se produjo una
gran manifestación, y sus participantes se reunieron en las afueras de la
ciudad; en su ayuda vino el general Agustín de Pinedo, que puso a sitio a la
ciudad, provocando unos días más tarde la renuncia de Balcarce.
En su lugar fue nombrado el general Juan José Viamonte, y en
los días siguientes abundaron las agresiones de los partidarios de Rosas,
organizados en la Sociedad Popular Restauradora, formada por las clases medias
de la ciudad y parte de los oficiales de origen humilde. Su brazo armado era la
Mazorca, un grupo de agitadores que atacaba las casas de los opositores a
Rosas, causando desmanes y agresiones físicas a quienes eran considerados
opositores. Hubo unos pocos crímenes, pero por el momento no tuvieron la
extensión que tendría en el futuro.
Unos meses después llegaba Rosas de regreso a Buenos Aires,
y Viamonte se vio obligado a renunciar. En su lugar fue elegido Rosas, pero no
aceptó porque no se le concedían las facultades extraordinarias. No se sentía
capaz de gobernar —ni le interesaba hacerlo— bajo las limitaciones de un estado
de derecho. Fue electo gobernador su amigo Manuel Vicente Maza, presidente de la
legislatura.
Segundo gobierno
Al estallar un conflicto que se había suscitado entre Salta
y Tucumán, Rosas logró que Manuel Vicente Maza enviara como mediador al general
Facundo Quiroga, que residía en Buenos Aires. En el trayecto, éste fue
emboscado y asesinado en Barranca Yaco, provincia de Córdoba, el 16 de febrero
de 1835 por Santos Pérez, un sicario vinculado a los hermanos Reinafé, que
gobernaban Córdoba.
La muerte de Quiroga provocó un clima de inestabilidad y
violencia, por lo que Maza presentó su renuncia el 7 de marzo de ese año. La
legislatura llamó a Rosas para que se hiciera cargo del gobierno provincial.
Rosas condicionó su aceptación a que se le otorgase la "suma del poder
público", por la cual la representación y ejercicio de los tres poderes
del estado recaerían en el gobernador, sin necesidad de rendir cuenta de su
ejercicio. La legislatura aceptó esta imposición, dictando ese mismo día la
correspondiente ley.
La suma del poder público se le otorgó con el compromiso de:
.Conservar, defender y proteger la religión Católica
Apostólica Romana.
.Sostener la causa nacional de la Federación.
.El ejercicio de la suma del poder público duraría
"todo el tiempo que el Gobernador considere necesario".
No disolvió la legislatura ni los tribunales; por el
momento, la suma del poder aparecía como la sanción legal del carácter
excepcional que tenía su mandato. La naturaleza dictatorial de esa institución
política afloraría más tarde, cuando Rosas hiciera uso de todo ese poder.
Por otro lado este asesinato le dio a Rosas la oportunidad
única de no compartir el mando del partido federal, que hasta entonces se había
repartido con Quiroga y López. Éste, en tanto que protector de los Reinafé,
quedó muy debilitado; y moriría a mediados de 1838. Incluso los caudillos con
poder propio cayeron en su órbita, como Juan Felipe Ibarra, de Santiago del
Estero, y José Félix Aldao, de Mendoza.
Debido a que el país no contaba por entonces con una
constitución propia —su caída sería, en 1853, condición necesaria para su sanción—
los poderes de los que gozó Rosas en su segundo mandato han sido superiores a
los de un presidente de facto, ya que dentro de éstos incluyó el de administrar
justicia. Gran parte de la historiografía argentina sigue considerando a Rosas
un dictador o un tirano, mientras que la corriente revisionista le niega tal
carácter, considerándolo un defensor de la soberanía nacional.
Antes de asumir como gobernador, el Restaurador exigió que
se realizara un plebiscito que confirmara el apoyo popular a su elección. El
plebiscito se realizó entre los días 26 y 28 de marzo de 1835 y su resultado
fue 9.713 votos a favor y 7 en contra. Por esos tiempos la provincia de Buenos
Aires contaba con 60.000 habitantes, de los cuales no accedían al sufragio las
mujeres ni los niños.
La Sala de Representantes nombró gobernador a Juan Manuel de
Rosas el día 13 de abril de 1835 por el quinquenio que comprendía de 1835 a 1840.
El discurso que pronunció Rosas en el Fuerte, sede del
gobierno provincial, al momento de la asunción de su segundo mandato como
gobernador caracterizaría su posición frente a sus opositores:
¡Que de esa raza de
monstruos no quede uno entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y
vigorosa que sirva de terror y de espanto a los demás que puedan venir en
adelante!
Rosas asumió su nuevo gobierno con la suma del poder público
que utilizó para hostigar a sus disidentes fueran éstos federales o unitarios.
El terror estaba ya en la atmósfera, y aunque el trueno no
había estallado aún, todos veían la nube negra y torva que venía cubriendo el
cielo." Domingo Faustino Sarmiento.
En este sentido, un retrato vívido de esa época ha sido el
legado por la pluma de Esteban Echeverría en El matadero, cuento precursor del
realismo rioplatense que transcurre en la provincia de Buenos Aires durante los
años '30. Desde la óptica opositora, Echeverría describió las contiendas entre
unitarios y federales, y las figuras del caudillo Juan Manuel de Rosas y sus
seguidores, atribuyendo a éstos últimos cualidades brutales y sanguinarias.
En cuanto asumió, Rosas ordenó la captura de Santos Pérez y
los Reinafé, y tras un juicio que tardó años, fueron condenados a muerte y
ejecutados. El juicio le dio a Rosas una autoridad nacional en un ámbito
inesperado: su provincia tenía un tribunal penal de autoridad nacional. Esa
autoridad no era legal pero era real, y aportó cierta unidad a la
administración nacional.
Eliminó de todos los cargos públicos a sus opositores:
expulsó a todos los empleados públicos que no fueran federales
"netos", y borró del escalafón militar a los oficiales sospechosos de
opositores, incluyendo a los exiliados. A continuación hizo obligatorio el lema
de "Federación o muerte", que sería gradualmente reemplazado por
"¡Mueran los salvajes unitarios!", para encabezar todos los
documentos públicos; e impuso a los empleados públicos y militares el uso del
cintillo punzó, que pronto sería usado por todos.
Por oposición, más tarde los unitarios llevarían divisas
celestes, lo que tuvo un resultado inesperado: la bandera argentina era, hasta
ese momento, de color azul y blanco. Los ejércitos de Rosas la empezaron a usar
con un color azul oscuro, casi violeta; para diferenciarse, los unitarios la
utilizaron de color celeste y blanco.
Para conseguir sus objetivos políticos Rosas contó también
con el apoyo de la Sociedad Popular Restauradora, con la cual en esa época se
vinculaba especialmente su esposa Encarnación, integrada por el grupo más leal
de sus partidarios. Y a través del cuerpo parapolicial de la Mazorca, que
volvió a actuar en la persecución de sus adversarios.
Una vez que logró consolidar su poder impuso los criterios
federales y formó alianzas con los líderes de las demás provincias argentinas,
logrando el control del comercio y de los asuntos exteriores de la Confederación.
La Ley de Aduanas
El gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, realizó un
enérgico planteo reclamando medidas proteccionistas para los productos de
origen local, cuya producción se deterioraba debido a la política de libre
comercio de Buenos Aires.
El 18 de diciembre de 1835, Rosas sancionó la Ley de Aduanas
en respuesta a ese planteo, que determinaba la prohibición de importar algunos
productos y el establecimiento de aranceles para otros casos. En cambio
mantenía bajos los impuestos de importación a las máquinas y los minerales que
no se producían en el país. Con esta medida buscaba ganarse la buena voluntad
de las provincias, sin ceder lo esencial, que eran las entradas de la Aduana.
Estas medidas impulsaron notablemente el mercado interno y la producción del
interior del país. Sin embargo, Buenos Aires continuó siendo la principal
ciudad.
Se nacía de un impuesto básico de importación del 17% y se
iba aumentando para proteger a los productos más vulnerables. Las importaciones
vitales, como el acero, el latón, el carbón y las herramientas agrícolas
pagaban un impuesto del 5%. El azúcar, las bebidas y productos alimenticios el
24%. El calzado, ropas, muebles, vinos, coñac, licores, tabaco, aceite y
algunos artículos de cuero el 35%. La cerveza, la harina y las papas el 50%.
El efecto inesperado, pero que Rosas había considerado
correctamente, era que disminuyeron las importaciones, pero el crecimiento del
mercado interno compensó esa caída. De hecho, los impuestos por importación
aumentaron significativamente. Más tarde, bajo el efecto de los bloqueos, se
redujeron estas tasas de importación, pero nunca volvieron a ser tan bajas como
en la época de Rivadavia, ni tanto como serían después de su caída.
Simultáneamente pretendió obligar a Paraguay a incorporarse
a la Confederación Argentina ahogándola económicamente, para lo cual impuso una
fuerte contribución al tabaco y los cigarros. Como temía que entraran de
contrabando por Corrientes, esos impuestos alcanzaron también a los productos
correntinos. La medida contra el Paraguay fracasó, pero tendría graves
consecuencias respecto de Corrientes.
Su política económica fue decididamente conservadora:
controló los gastos al máximo, y mantuvo un equilibrio fiscal precario sin
emisiones de moneda ni endeudamiento. Tampoco pagó la deuda externa contraída
en tiempos de Rivadavia, salvo en pequeñas sumas durante los pocos años en que
el Río de la Plata no estuvo bloqueado. El papel moneda porteño mantuvo muy
estable su valor y circuló por todo el país, reemplazando a la moneda metálica
boliviana, con lo cual contribuyó a la unificación monetaria del país. El Banco
Nacional fundado por Rivadavia estaba controlado por comerciantes ingleses y
había provocado una grave crisis monetaria con continuas emisiones de papel
moneda, continuamente depreciado. En 1836, Rosas lo declaró desaparecido, y en
su lugar fundó el Banco de la Provincia de Buenos Aires.
Su administración era sumamente prolija, anotando y
revisando puntillosamente los gastos e ingresos públicos, y publicándolos casi
mensualmente. Incluso, cuando más tarde castigó a sus enemigos con embargos de
sus bienes —no realizó confiscaciones, a diferencia de lo que hizo Lavalle
antes que él, o Valentín Alsina y Pastor Obligado después— hizo que se les
entregaran a los parientes de los así castigados recibos detallados de todo lo
embargado.
Entre los funcionarios separados de su cargo por orden del
gobernador estuvo el Decano del Superior Tribunal de Justicia, Miguel Mariano
de Villegas, por no merecer la confianza del gobierno.
La política exterior
En el norte, las ambiciones del dictador boliviano Andrés de
Santa Cruz, que dominaba la recién fundada Confederación Perú-Boliviana y quiso
invadir Jujuy y Salta con el apoyo de algunos emigrados unitarios, llevaron a
una guerra entre esos países y Argentina. La guerra estuvo a cargo del
"protector" Heredia, gobernador de Tucumán. Éste era el último de los
caudillos federales que hizo alguna sombra a Rosas, pero el Restaurador logró
disciplinarlo por medio de la financiación de esta guerra. A fines de 1838, con
el asesinato de Heredia a manos de uno de sus oficiales, se paralizaron las
operaciones y desapareció su último competidor federal; tal vez por eso mismo
al año siguiente aparecieron enemigos internos decididamente no federales.
Las relaciones con Brasil fueron muy malas, pero nunca se
llegó a la guerra, por lo menos hasta la crisis que desembocaría en la Batalla
de Caseros. Nunca hubo problemas con Chile, aunque en ese país se refugiaban
muchos opositores, que llegaron a lanzar algunas expediciones desde allí contra
las provincias argentinas. El Paraguay proclamó su independencia y la anunció
oficialmente a Rosas, que respondió que no estaba en condiciones de reconocer
ni desconocer esa declaración. En la práctica, su pretensión era reincorporar
la antigua provincia del Paraguay a la Confederación, por lo cual mantuvo el
bloqueo de los ríos interiores, a fin de forzar al Paraguay a negociar. El
Paraguay respondió aliándose e los enemigos de Rosas, pero nunca hubo
enfrentamiento alguno entre ambos ejércitos ni escuadras.
En Uruguay, el nuevo presidente Manuel Oribe se libró de la
tutoría de su antecesor Fructuoso Rivera. Pero éste, con apoyo de unitarios de
Montevideo (entre ellos Lavalle) y de los imperiales brasileños establecidos en
Río Grande del Sur, formó el partido “colorado” (al que Oribe le opuso el
partido "blanco") y se lanzó a la revolución iniciándose la llamada
Guerra Grande. A mediados de 1838 comenzó el sitio de parte de los colorados al
gobierno, resguardado tras los muros de Montevideo. Los colorados tuvieron
desde el primer momento el apoyo de la flota francesa y el protectorado
brasileño. Ante esto, Oribe renunció en octubre de 1838, dejando en claro que
lo había obligado una flota extranjera y se retiró a Buenos Aires.
El bloqueo francés
Los peores problemas empezaron con Francia: la política
exterior francesa había permanecido en un perfil bajo por dos décadas, hasta
que el rey Luis Felipe intentó recuperar para Francia su papel de gran
potencia, obligando a varios países débiles a hacerle concesiones comerciales
y, cuando era posible, reducirlos a protectorados o colonias. Ese fue el caso
de Argelia, por sólo citar un ejemplo. Desde 1830, Francia buscaba aumentar su
influencia en América Latina y, especialmente, lograr la expansión de su
comercio exterior. Consciente del poder inglés, en 1838 el rey Luis Felipe
exponía ante el parlamento que “solo con el apoyo de una poderosa marina
podrían abrirse nuevos mercados a los productos franceses…”.
Al ver que la Argentina no estaba organizada
constitucionalmente, pensaron que podían, al menos, obligarla a concesiones
comerciales. En noviembre de 1837, el vicecónsul francés se presentó al
ministro de relaciones exteriores, Felipe Arana, exigiéndole la liberación de dos
presos de nacionalidad francesa, el grabador César Hipólito Bacle, acusado de
espionaje a favor de Santa Cruz, y el contrabandista Lavié. También reclamaba
un acuerdo similar al que tenía la Confederación Argentina con Inglaterra y la
excepción del servicio militar para sus ciudadanos (que en ese momento eran
dos).
Arana rechazó las exigencias, y meses más tarde, en marzo de
1838 la armada francesa bloqueó “el puerto de Buenos Aires y todo el litoral
del río perteneciente a la República Argentina”. Y lo extendió a las demás
provincias litorales, para debilitar la alianza de Rosas con ellas, ofreciendo
levantar el bloqueo contra cada provincia que rompiera con él.
También en octubre de 1838, la escuadra francesa atacó la
isla Martín García, derrotando con sus cañones y su numerosa infantería a las
fuerzas del coronel Jerónimo Costa y del mayor Juan Bautista Thorne. Debido al
desempeño honroso y valiente demostrados por los argentinos, fueron conducidos
a Buenos Aires y dejados en libertad, con una nota del comandante francés
Hipólito Daguenet, haciendo saber tal circunstancia a Rosas, en los siguientes
términos: “... Encargado por el Señor Almirante Le Blanc,comandante en jefe de
la estación del Brasil, y de los mares del Sud, de apoderarme de la isla de Martín
García con las fuerzas puestas a mi disposición para tal objeto, desempeñé el
14 de este la misión que me había sido confiada. Ella me ha presentado la
oportunidad de apreciar los talentos militares del bravo coronel Costa,
gobernador de esa isla y de su animosa lealtad hacia su país. Esta opinión tan
francamente manifestada es también la de los capitanes de corbetas francesas la
"Expeditive" y la "Bordelaise", testigos de la increíble
actividad del señor coronel Costa, como de las acertadas disposiciones tomadas
por este oficial superior, para la defensa de la importante posición que estaba
encargado de conservar. Lleno de estimación por él he creído que no podría
darle una prueba mejor de los sentimientos que me ha inspirado, que
manifestando a V. E. su bizarra conducta durante el ataque dirigido contra él,
el 11 del corriente, por fuerzas muy superiores a las de su mando..."
El bloqueo afectó mucho la economía de la provincia, al
cerrar las posibilidades de exportar. Eso dejó muy descontentos a los ganaderos
y a los comerciantes, muchos de los cuales se pasaron silenciosamente a la
oposición.
Sobre el reclamo particular de Francia, esto es, la
eximición del servicio de armas para sus súbditos, el gobierno de Buenos Aires
retrasó la respuesta por más de dos años. Rosas no se oponía a reconocer a los
residentes franceses en el Río de la Plata el derecho a un trato similar al que
se daba a los ingleses, pero sólo estuvo dispuesto a reconocerlo cuando Francia
envió un ministro plenipotenciario, con plenos poderes para la firma de un
tratado. Eso significaba un trato de igual a igual, y un reconocimiento de la
Confederación Argentina como un estado soberano.
La generación del '37
En 1837 surgió un grupo de jóvenes intelectuales que comenzó
a reunirse en la librería de Marcos Sastre. Entre ellos se contaban Esteban
Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, José Mármol y Vicente
Fidel López. Su pensamiento se identificaba con la clase política que había
protagonizado el proceso independentista hasta la organización unitaria de 1824
y adhería a las ideas del romanticismo europeo y la democracia liberal.
Este grupo logró cierta influencia a partir de dos
instituciones: el Salón Literario, luego cerrado por orden de Rosas, y La Joven
Argentina, sociedad secreta fundada por Echeverría en 1838.
Estos jóvenes, constituyentes de la segunda generación
criolla, intentaron ser una alternativa a federales y unitarios, propiciaron
una organización nacional mixta, la modificación de las costumbres sociales y
la necesidad de contar con una literatura nacional. Tanto sus ideas como sus
acciones tendrían gran influencia en la organización nacional y el proceso
constitucional posterior a la caída de Rosas. Por mucho tiempo fueron
considerados próceres civiles, pero posteriormente, los historiadores
revisionistas les acusaron de considerar todo lo europeo superior a lo
americano o español, de querer trasplantar Europa a América sin considerar a
los americanos, y de traicionar repetidamente a su propio país al aliarse a los
enemigos extranjeros de su gobierno.
Se pronunciaron en contra de la política de Rosas respecto
de las potencias extranjeras —especialmente de Francia— y fueron perseguidos
por la Mazorca, brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora. Si bien ninguno
fue asesinado, todos ellos terminaron por exiliarse. La gran mayoría pasó a
Montevideo. Otros, como Domingo Faustino Sarmiento, emigraron a Santiago de
Chile. En el exilio se confundieron con los opositores refugiados, los más
antiguos de los cuales eran los unitarios, a los que se habían sumado los lomos
negros de la época de Balcarce; formarían un grupo más o menos homogéneo,
globalmente llamados "unitarios" por los partidarios de Rosas.
Palermo de San Benito
Mientras tanto, Rosas había avanzado en la compra de una
gran cantidad de terrenos y propiedades en la zona conocida como “bañado de
Palermo”, en Buenos Aires. Aunque las fuentes arrojan diversas fechas, sería
entre 1836 y 1838 que el Gobernador habría comenzado con su proyecto personal
para construir su nueva residencia y quinta en esta región alejada del centro
porteño.
Durante los siguientes diez años, Rosas emprendió el
ambicioso y costoso proyecto, que incluía no sólo una imponente casona, la más
grande de Buenos Aires en aquel momento, sino un estanque artificial con un
canal, varias dependencias y el arbolado y parquizado de un área importante.
Hacia 1848, se habría instalado definitivamente en la estancia que él mismo
bautizó “Palermo de San Benito” y también conocida como “San Benito de Palermo”,
nombre sobre el cual existen aún hoy diversas hipótesis que no pudieron ser
confirmadas.
La guerra civil del
'40
En junio de 1838 llegó a Buenos Aires el ministro de
gobierno santafesino Domingo Cullen, con la misión de obtener un acercamiento entre
Rosas y la flota francesa. Pero al parecer se extralimitó en sus órdenes, y
negoció con el jefe de la flota el levantamiento de la misma para su provincia,
a cambio de ayudar a Francia contra Rosas y suprimir la delegación que su
provincia había hecho de las relaciones exteriores en la de Buenos Aires. Pero
a mitad de la negociación murió el gobernador Estanislao López, por lo que
Cullen huyó a Santa Fe. Allí se hizo elegir gobernador, pero Rosas y el
entrerriano Pascual Echagüe lo desconocieron como tal, con la excusa de que era
español. Fue depuesto y reemplazado por Juan Pablo López, hermano de su
antecesor.
Cullen huyó a Santiago del Estero y se refugió en casa del
gobernador Ibarra, desde donde logró organizar una invasión a la provincia de
Córdoba por parte de los opositores al gobernador Manuel López. Éstos fueron
derrotados, e Ibarra envió a Cullen preso a Buenos Aires. Al llegar al límite
de la provincia de Buenos Aires, fue fusilado por el coronel Pedro Ramos en
junio de 1839.
Cullen había enviado a su ministro Manuel Leiva a negociar
con el gobernador correntino Genaro Berón de Astrada una alianza contra Rosas,
que el correntino aceptó. Pero ante la caída de Cullen, buscó apoyo en el
uruguayo Rivera, con quien firmó un tratado de alianza, que éste nunca cumplió.
Y declaró la guerra contra Buenos Aires y Entre Ríos. El gobernador Echagüe
invadió Corrientes y destrozó al ejército enemigo en la batalla de Pago Largo,
donde Berón pagó la derrota con su vida.
En mayo, con apoyo y dinero porteño, Echagüe invadió
Uruguay, con apoyo de gran número de militares "blancos", dirigidos
por Juan Antonio Lavalleja, Servando Gómez y Eugenio Garzón. Llegó hasta muy
cerca de Montevideo, pero fue derrotado en la batalla de Cagancha.
El gobierno francés no consiguió mucho con su bloqueo, por
lo que decidió financiar campañas militares contra Rosas, tanto pagando un
fuerte subsidio al gobierno de Rivera, como a los unitarios organizados en la
Comisión Argentina, dirigida por Valentín Alsina. Éstos buscaron un jefe militar
prestigioso para dirigir la revolución, y la elección cayó en Lavalle, a quien
Alberdi convenció de ponerse al frente de las tropas.
Allí, al producirse el ataque de Echagüe a Uruguay, Lavalle
decidió aprovechar para invadir Entre Ríos. Como no consiguió apoyo alguno en
esa provincia para su cruzada contra Rosas, se dirigió a Corrientes, donde el
gobernador Ferré lo puso al mando de su ejército.
Lo primero que hizo Ferré fue lanzar contra Santa Fe al
fundador de la autonomía provincial, Mariano Vera, pero éste fue rápidamente
derrotado y muerto.
La revolución de los
Libres del Sur
En la propia Buenos Aires se gestó un movimiento contra
Rosas, cuyo mando militar cayó en el coronel Ramón Maza, hijo del presidente de
la legislatura, Manuel Maza. Y en el sur de la provincia se organizó el grupo
llamado de los Libres del Sur, formados por ganaderos que, alarmados por la
caída de las exportaciones, planificó una revolución que se extendió
rápidamente. Contaban con el apoyo de Lavalle, que debía desembarcar en la
bahía de Samborombón.
Pero todo salió mal: no pudieron contar con el apoyo de
Lavalle quien se dirigió a Entre Ríos para invadirla, privando a los
revolucionarios de sus tropas. Asimismo el grupo de Maza fue delatado: el ex amigo
de Rosas fue asesinado en su despacho oficial y su hijo -el propio jefe
militar- fusilado por orden de Rosas en la cárcel. Los Libres del Sur,
descubiertos, se lanzaron a la insurrección pero apenas dos semanas más tarde
fueron derrotados por Prudencio Rosas, hermano del gobernador, en la batalla de
Chascomús. Los cabecillas murieron en la batalla, otros fueron ejecutados o
encarcelados y algunos debieron exiliarse.
La Coalición del
Norte
Desde la muerte de Heredia, los unitarios del norte se
habían ido organizando y empezaron a controlar los gobiernos de Tucumán, Salta,
Jujuy y Catamarca.
Rosas recordó que tenían en su poder el armamento enviado
por él para la guerra contra Bolivia, y decidió mandar un emisario para
quitárselo antes de que se pronunciaran contra él. La elección fue uno de los
más serios y evidentes errores en toda la carrera del Restaurador: el general
Gregorio Aráoz de La Madrid, líder unitario tucumano de la década anterior, que
al llegar a Tucumán cambió de bando y se unió a los rebeldes. Éstos se pronunciaron
contra Rosas y formaron la Coalición del Norte, dirigida por el ministro
tucumano Marco Avellaneda. Intentaron extender la alianza seduciendo a los
gobernadores Tomás Brizuela, de La Rioja, e Ibarra, de Santiago del Estero.
Ambos eran federales, pero al primero lo convencieron dándole el mando militar
supremo; Ibarra se negó.
A fines de 1840, Lamadrid invadió Córdoba, donde un grupo de
liberales derrocó a Manuel López. Incluso intentaron revoluciones en San Luis y
Mendoza, pero ambas fracasaron.
Campañas de Lavalle
Lavalle invadió Entre Ríos y enfrentó a Echagüe en dos
batallas indecisas. Se refugió en la costa sur de la provincia y se embarcó en
la flota francesa, desembarcando en el norte de la provincia de Buenos Aires.
Esquivó al general Pacheco y se dirigió hacia Buenos Aires, estableciéndose en
Merlo, y allí esperó que la ciudad se pronunciara a su favor.
Rosas organizó su cuartel general en los Santos Lugares
—actualmente San Andrés, Partido de General San Martín— el mismo cuartel que
más tarde se haría famoso por los prisioneros recluidos allí y por el
fusilamiento de Camila O’Gorman. Le cerró el paso hacia la capital, mientras
Pacheco lo rodeaba por el norte. Mientras tanto, el ejército de Lavalle se
desarmaba por las deserciones, y la ciudad apoyó incondicionalmente a Rosas.
Entonces Lavalle retrocedió. Todos los unitarios lo
criticaron mucho por esa decisión, pero realmente no podía hacer otra cosa.
La retirada de Lavalle hizo que los franceses firmaran la
paz con Rosas y levantaran el bloqueo. Lavalle, sin apoyo naval, ocupó Santa
Fe, pero su ejército seguía disminuyendo. Por su parte, Rosas lanzó en su
persecución a Pacheco, y poco después puso a Oribe al mando del ejército
federal.
El terror
Cuando se supo que Lavalle huía, estalló el terror general
en la ciudad: decenas de personas fueron asesinadas, centenares de casas
saqueadas y las calles quedaron vacías. Los antiguos partidarios de los
unitarios fueron perseguidos, y también los que fueran sospechosos de serlo,
por cualquier razón. Los símbolos de los unitarios, y hasta los objetos de
colores identificados con los unitarios - celeste y verde - fueron destruidos.
Las casas, la ropa, los uniformes, todo lo que pudiera colorearse fue pintado
de color rojo.
Rosas no hizo nada para detener la masacre, y posiblemente
no hubiera podido controlarla. Sólo a fines de ese año, cuando estuvo seguro de
que iba a ser obedecido, anunció que a cualquiera que se lo descubriera
violando una casa, robando o asesinando sería pasado por las armas. La violencia
se detuvo ese mismo día.
El terror del año '40 fue la culminación del uso político de
la violencia por parte de Rosas y su partido. Algunos historiadores extienden
la imagen de esas semanas de violencia a todo su gobierno, mientras que otros
sostienen que no fue así. Hubo varios períodos en los que los opositores fueron
perseguidos, pero los crímenes de todos los días sólo ocurrieron a fines de
1840. De hecho, Rosas usó más el terror como idea para presionar las conciencias
que para eliminar personas.
En 1842, Rosas se autoproclamó Tirano ungido por Dios para
salvar a la patria.
Final de la guerra
civil
Lavalle se retiró hacia la provincia de Córdoba pero al
entrar en ella fue derrotado en la batalla de Quebracho Herrado, lo que lo
obligó a retirarse a Tucumán. Allí se reunió y se separó nuevamente de
Lamadrid, que marchó a invadir Cuyo. El jefe de su vanguardia, Mariano Acha (el
que había entregado a Dorrego en manos de Lavalle), venció a José Félix Aldao
en la batalla de Angaco, pero fue rápidamente derrotado batalla de La
Chacarilla y ejecutado al poco tiempo. Unas semanas más tarde, Lamadrid se
hacía nombrar gobernador de Mendoza, munido de las facultades extraordinarias
tan criticadas, sólo para ser pronto derrotado en Rodeo del Medio. Los
sobrevivientes emigraron a Chile.
Lavalle esperó a Oribe en Tucumán, y allí fue derrotado en
la batalla de Famaillá, en septiembre de 1841. Su aliado Marco Avellaneda fue
ejecutado, y el mismo Lavalle murió en un tiroteo casual en San Salvador de
Jujuy. Sus restos fueron llevados a Potosí, donde también se refugiaron los
últimos unitarios del norte.
Los antirrosistas, sin embargo, tuvieron un éxito inesperado
en Corrientes, donde el general Paz destrozó el ejército de Echagüe en
Caaguazú. Desde allí invadió Entre Ríos (simultáneamente con Rivera) y se hizo
nombrar gobernador. Un conflicto con Ferré le obligó a huir, dejando sus
fuerzas en manos de Rivera.
Por esa época hizo algunas campañas navales el futuro héroe
nacional italiano Giuseppe Garibaldi, que en los ríos argentinos y uruguayos
asoló las poblaciones y caseríos; y aunque el almirante Guillermo Brown resaltó
la valentía del italiano, consideró la actuación de sus subordinados, pirática.
En Santa Fe, Juan Pablo López se pasó al bando contrario
después de la derrota de la Coalición del Norte, de modo que Oribe regresó y lo
derrotó fácilmente en abril de 1842. Se refugió junto a Rivera, en el este de
Entre Ríos, donde Oribe los derrotó en Arroyo Grande, en diciembre de 1842.
Muchos de los prisioneros de estas batallas fueron
ejecutados por orden de Oribe o de Rosas. Al menos, por el momento, la guerra
civil había terminado en la Argentina.
La década final
La historiografía liberal decimonónica argentina, que tuvo a
Bartolomé Mitre y a Vicente Fidel López como sus máximos exponentes y
difusores, suele atribuir grandes cambios y transformaciones a los años que
siguieron a la caída de Rosas, cuyo gobierno habría sido un largo período de
estancamiento, imagen derivada más bien de posturas ideológicas que de un examen
atento de los hechos.
La Ley de Aduanas de 1836 tuvo una aplicación variable, y se
derogó y volvió a aplicar según las necesidades y los bloqueos. La combinación
de ambos procesos llevó a un gran crecimiento económico en las provincias
interiores, siendo el caso de Entre Ríos muy claro, pero no exclusivo.
Si bien hubo una fuerte inmigración europea, sus
características fueron completamente distintas de la masiva inmigración
posterior a su caída. Llegaron inmigrantes de Irlanda, Galicia, el País Vasco e
incluso de Inglaterra. Pero no se afincaron en colonias agrícolas sino que
debieron integrarse en una sociedad controlada por los criollos. Muchos
irlandeses y vascos se dedicaron a la cría de ganado ovino, y en pocos años
lograron convertirse en propietarios. La ganadería exclusivamente vacuna fue
reemplazada por otra, dominada por las ovejas, y en la cual el principal
renglón de las exportaciones fue, cada vez más, la lana. Eso llevó a aumentar
la dependencia económica respecto de Inglaterra, principal compradora de lana
del mundo.
La sociedad argentina quedó libre de toda disidencia.
Quienes no se unieron al partido gobernante debieron emigrar o, en muchos
casos, fueron muertos. En el interior del país, la adhesión automática a Rosas
fue impuesta por los ejércitos porteños o por los caudillos locales. Muchos de
estos habían surgido como emanaciones de la voluntad de Rosas, como Nazario
Benavídez en San Juan, Mariano Iturbe en Jujuy o Pablo Lucero en San Luis.
Incluso fue obra de Rosas la llegada al poder de Justo José
de Urquiza en Entre Ríos, pero era un caso distinto: éste era el general más
capaz del bando federal, sólo comparable a Pacheco. Después de Arroyo Grande,
los triunfos más importantes los había obtenido él, con tropas entrerrianas y
algunos refuerzos porteños. En segundo lugar, era un hombre muy rico, y
aprovechó su situación de poder para enriquecerse aún más. Por último, por su
posición militar, Rosas se vio obligado a hacer la vista gorda cuando el
entrerriano permitía el contrabando desde y hacia Montevideo.
Política religiosa
Las relaciones con la Iglesia Católica fueron bastante
complicadas: Rosas era un católico ferviente, pero siempre reclamó la
continuidad del Patronato de Indias sobre la Iglesia en la Argentina.
Recibió a los jesuitas en 1836 y les devolvió algunos de sus
bienes. Pero como éstos se declararan fieles al Papado en relación al patronato
y se negaran a apoyar públicamente a Rosas en su iglesia, pocos años más tarde
se enfrentaron al gobernador y hacia 1840 estaban enfrentados al Restaurador y
terminaron exiliándose en Montevideo.
En todas las otras iglesias, los curas apoyaron públicamente
a Rosas, celebraron misas en agradecimiento a sus éxitos y en desagravio a sus
fracasos; los santos llevaban insignias de color punzó y el retrato de Rosas
figuraba entre los altares a los santos.
Rosas toleró al obispo Mariano Medrano, electo durante el
gobierno de Viamonte, pero no habría aceptado ningún otro que no contara con su
aprobación. Esto es, se consideraba continuador del patronato eclesiástico que
habían tenido los reyes de España.
Uno de los hechos más famosos de su gobierno fue la aventura
de amor de Camila O’Gorman y el cura Ladislao Gutiérrez, que se escaparon
juntos para formar una familia. Azuzado por la prensa unitaria desde Montevideo
y Chile, por los propios federales, e incluso por el padre de la joven, el
gobernador ordenó inesperadamente fusilarlos, lo que se cumplió en el
campamento de Santos Lugares.
El sitio de
Montevideo y una nueva rebelión correntina
Después de la victoria de Arroyo Grande, Oribe todavía tenía
una cuenta que saldar: atacó a Rivera en el Uruguay, y se instaló frente a
Montevideo, a la que le puso sitio con el apoyo de varios regimientos
argentinos. Apoyado por Francia, Inglaterra y posteriormente Brasil, y
defendido por refugiados argentinos y mercenarios europeos, Rivera logró que la
ciudad resistiera hasta 1851. La flota porteña del almirante Guillermo Brown
estableció el bloqueo del puerto, lo que hubiera significado la inmediata caída
de la ciudad pero la escuadra anglo-francesa al mando del Comodoro Purvis,
logró alejar a las embarcaciones de Buenos Aires y mantener así una vía abierta
para abastecer a la población.
Rivera fue expulsado de la ciudad, pero Oribe nunca logró
capturarla.
Durante todo ese tiempo, las mejores tropas de Buenos Aires
quedaron inmovilizadas en el Uruguay. En la historia uruguaya, este período es
conocido como la Guerra Grande.
Corrientes se volvió a alzar contra Rosas en 1843, bajo el
mando de los hermanos Joaquín y Juan Madariaga, pero no lograron exportar su rebelión
a las demás provincias.
Tras más de cuatro años de resistencia, el nuevo gobernador
entrerriano Justo José de Urquiza los venció en dos batallas, en Laguna Limpia
y en Rincón de Vences. A fines de 1847, la Argentina quedó uniformemente
alineada detrás de Rosas.
El bloqueo
anglo-francés
El gobierno de Rosas había prohibido la navegación por los
ríos interiores a fin de reforzar la Aduana de Buenos Aires, único punto por el
que se comerciaba con el exterior. Durante largo tiempo, Inglaterra había
reclamado la libre navegación por los ríos Paraná y Uruguay para poder vender
sus productos. En cierta medida, esto hubiera provocado la destrucción de la
pequeña producción local, pero la única provincia beneficiada por esa política
fue la de Buenos Aires, ya que se prohibía comerciar por los puertos fluviales.
Debido a esta disputa, el 18 de septiembre de 1845 las
flotas inglesas y francesas bloquearon el puerto de Buenos Aires e impidieron
que la flota porteña apoyara a Oribe en Montevideo. De hecho, la escuadra del
almirante Guillermo Brown fue capturada por la flota británica.
La flota combinada avanzó por el río Paraná, intentando
entrar en contacto con el gobierno rebelde de Corrientes y con Paraguay, cuyo
nuevo presidente, Carlos Antonio López, pretendía abrir en algo el régimen
cerrado heredado del doctor Francia. Lograron vencer la fuerte defensa que
hicieron las tropas de Rosas, dirigidas por su cuñado Lucio Norberto Mansilla
en la batalla de Vuelta de Obligado pero meses más tarde fueron derrotados en
la batalla de Quebracho. Esas batallas hicieron demasiado costoso el triunfo,
por lo que no se volvió a intentar semejante aventura.
Al saber las noticias sobre la defensa de la soberanía
argentina en el Plata, el general José de San Martín, que vivía en Francia,
escribió: “... Sobre todo, tiene para mí el general Rosas que ha sabido
defender con toda energía y en toda ocasión el pabellón nacional. Por esto,
después del combate de Obligado, tentado estuve de mandarle la espada con que
contribuí a defender la independencia americana, por aquel acto de entereza, en
el cual, con cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra anglofrancesa, que
pocos o muchos, sin contar los elementos, los argentinos saben siempre defender
su independencia.” Ernesto Quesada, La época de Rosas. Ediciones Del
Restaurador, Buenos Aires, 1950, pág. 63.
Ya en su testamento redactado el 23 de enero de 1844 —un
poco más de un año y medio antes de Obligado— ya había legado su sable corvo,
la espada más preciada que tenía, la que había usado en Chacabuco y Maipú, al
gobernador Rosas, el que la recibirá después del fallecimiento del libertador.
"El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la
independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la
República Argentina don Juan Manuel de Rosas como una prueba de la satisfacción
que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor
de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban
de humillarla."
Gran Bretaña levantó el bloqueo en 1847, aunque recién en
1849, con el tratado Arana-Southern, se concluyó definitivamente este
conflicto. Francia tardó un año más, hasta la firma del tratado
Arana-Lepredour. Estos tratados reconocían la navegación del río Paraná como
una navegación interna de la Confederación Argentina y sujeta solamente a sus
leyes y reglamentos, lo mismo que la del río Uruguay en común con el Estado
Oriental.
Batalla de Caseros
Después de la retirada de Francia y Gran Bretaña, Montevideo
sólo dependía del Imperio del Brasil para sostenerse. Éste, que era garante de
la independencia de Uruguay, había abusado de esa condición en provecho propio.
Rosas consideró inevitable una guerra con Brasil, y pretendió aprovecharla para
reconquistar las Misiones Orientales. Declaró la guerra al Imperio y nombró
comandante de su ejército a Justo José de Urquiza.
Varios personajes del partido federal acusaron a Rosas de
lanzarse a esta nueva aventura sólo para eternizar la situación de guerra que
éste usaba como excusa para no convocar una convención constituyente.
Los más inteligentes de sus opositores se convencieron de
que no se podía vencer a Rosas sólo con los unitarios. El general Paz, por
ejemplo, creía que alguno de sus caudillos subalternos era quien lo iba a
derribar; y pensó en Urquiza.
Urquiza no sentía ningún anhelo de libertad diferente del de
Rosas, aunque su estilo era distinto en varios aspectos. Pero a fines del año
1850, Rosas le ordenó que cortara el contrabando desde y hacia Montevideo, que
había beneficiado enormemente a Entre Ríos en los años anteriores. Afectado
económicamente, ya que el paso obligado por la Aduana de Buenos Aires para
comerciar con el exterior era un problema económico de magnitud para su provincia,
Urquiza se preparó a enfrentar a Rosas.
Pero no pretendió derrotar a un enemigo tan poderoso a la
manera de los unitarios, lanzándose a la aventura; tras varios meses de
negociaciones, acordó una alianza secreta con Corrientes y con el Brasil. El
gobierno imperial se comprometió a financiar sus campañas y transportar sus
tropas en sus buques, además de entregar enormes sumas de dinero al propio
Urquiza para su uso personal, podemos creer que destinado a fines políticos.
El 1º de mayo de 1851, lanzó su Pronunciamiento, por el que
reasumió la conducción de las relaciones exteriores de su provincia, aceptando
inesperadamente la renuncia que todos los años Rosas hacía de las mismas.
Urquiza tampoco se lanzó directamente sobre su enemigo, sino
que primero atacó a Oribe en Uruguay. Lo obligó a capitular con él y entregar
el gobierno a una alianza de los disidentes de su partido con los colorados de
Montevideo. A continuación se apoderó del armamento argentino que formaba parte
de las fuerzas de Oribe… y de sus soldados, que fueron incorporados al Ejército
Grande de Urquiza como si fueran ganado.
Sólo entonces, Urquiza se trasladó a Santa Fe, derrocó allí
a Echagüe y atacó a Rosas. Tras la defección de Pacheco, Rosas asumió el
comando de su ejército, al frente del cual fue derrotado en la batalla de
Caseros, el 3 de febrero de 1852.
Tras la derrota, Rosas abandonó el campo de batalla —
acompañado sólo por un ayudante — y firmó su renuncia en el "Hueco de los
sauces" (actual Plaza Garay de la ciudad de Buenos Aires):
"Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y
compañeros. Si más no hemos hecho en el sostén de nuestra independencia,
nuestra identidad, y de nuestro honor, es porque más no hemos podido."
Muchos años más tarde, Urquiza declararía, en una correspondencia
particular:
"Toda mi vida me atormentará constantemente el recuerdo
del inaudito crimen que cometí al cooperar, en el modo en que lo hice, a la
caída del General Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara y muerto con
el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos errores,
he colocado en el poder."
Exilio y muerte
Rosas se refugió en el consulado británico, la tarde del día
siguiente, protegido por el cónsul británico Robert Gore, partió hacia
Inglaterra en el buque de guerra británico Conflict. Se instaló en las afueras
de Southampton. Allí vivió en una granja obsequiada por el gobierno inglés,
donde intentó reproducir algunas de las características de una estancia de la
pampa. Fue otra de las tantas contradicciones de su vida, al buscar refugio en
un país con el que estuvo repetidamente en conflicto.
En su exilio recibió muy pocas visitas, pero escribió un
buen número de cartas a quienes habían sido sus amigos. En general, trataban de
su situación económica, de testimonios sobre su propia vida y en algunos casos
tocaba temas de política actual.
Complicando aún más su propia imagen, ya bastante
controvertida, escribió a Mitre que lo que le convenía a Buenos Aires era
separarse del resto del país y establecerse como una nación independiente.
Nunca aprendió a hablar inglés ni ningún otro idioma.
Murió en el exilio el 14 de marzo de 1877, acompañado por su
hija Manuelita, en su finca de Southampton, Inglaterra.
Cuando la noticia de su muerte llegó a Buenos Aires, el
gobierno prohibió hacer ningún funeral ni misa en favor de su alma, y organizó
un inusual responso por las víctimas de su "tiranía".
Sus restos fueron repatriados a la Argentina el 1 de octubre
de 1989 y reposan actualmente en el panteón familiar del Cementerio de la
Recoleta en la Ciudad de Buenos Aires.
La casona de Rosas “San Benito de Palermo” quedó abandonada
con su exilio, y sería una ruina durante la siguiente década. Luego sería
utilizada por el Gobierno Nacional con varios fines: Colegio Militar, Escuela
Naval, etc., mientras el presidente Domingo Faustino Sarmiento impulsó la
transformación de los terrenos de estancia en un espacio público, el Parque 3
de Febrero (llamado en honor a la batalla de Caseros). El edificio seguiría en
pie hasta el 3 de febrero de 1899, cuando el Intendente Adolfo Bullrich
ejecutara su implosión, con muy poca oposición social.
Maximiliano Reimondi
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