miércoles, 27 de marzo de 2013


LA DICTADURA MILITAR EN ROSARIO
“La conciencia es esencialmente reactiva; por eso no saberse lo que puede un cuerpo, de qué actividad es capaz y lo que decimos de la conciencia debemos también decirlo de la memoria y el hábito” (Gilles Deleuze)
“Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos” (Martin Luther King)
“Si no se comprende e insiste a las nuevas generaciones que la dictadura argentina asentó su poder sobre el colaboracionismo, no se podrá entender nunca cómo fue posible tanta barbarie” (Rubén Chababo, La Capital, 01/04/96)
“También es terrorista el que activa a través de ideas contrarias a nuestra civilización occidental y cristiana “(Jorge Rafael Videla)


Las modalidades y el diseño de la represión

En las primeras horas del 24 de marzo de 1976, la Junta Militar redactó una serie de comunicados que anulaban las libertades y garantías constitucionales para los argentinos.
En consonancia con los cambios operados a nivel nacional la provincia de Santa Fe fue
intervenida. El primer interventor provincial fue el Coronel José María González, en
abril lo reemplazó en ese cargo el Vicealmirante Jorge Aníbal Desimone quien se
mantendría en ese puesto hasta 1981. Asimismo en la ciudad de Rosario el intendente Rodolfo Ruggeri fue encarcelado (junto a otros políticos y funcionarios provinciales y municipales) asumiendo el cargo el Coronel Hugo Laciar reemplazado luego por el Capitán Augusto Cristiani que ocupó ese lugar hasta 1981; luego asumió Alberto Natale como intendente civil en el contexto de un reordenamiento político que se iniciaba con la asunción de Viola como presidente de facto.
El golpe de estado no implicó sólo un cambio de autoridades en la ciudad sino que significó un claro acatamiento de las pautas que el PRN planteaba y la imposición desde arriba de estrategias de despolitización y disciplinamiento social en los diversos ámbitos públicos de la ciudad. La instauración de la dictadura fue posible a partir de este conjunto de medidas coercitivas impuestas desde el Estado y también gracias al apoyo tibio en algunos casos, elocuente en otros que recibió el PRN desde diversas instituciones como la Iglesia, algunos partidos políticos en la provincia de Santa Fe el PDP, por ejemplo e inclusive de los medios de comunicación locales que legitimaron en primera instancia el golpe y sustentaron luego el gobierno militar con mayor o menor énfasis por lo menos hasta iniciada la década del 80.
Así se intensificaron los operativos “rastrillo” en las zonas fabriles-señaladamente Villa Constitución y las localidades de la zona norte del cordón industrial que se extendía entre Rosario y Puerto San Martín-, el control sobre la universidad y en general sobre el ámbito urbano y la detención de militantes, comenzando a poblar las cárceles y dando paso a la aparición de centros de detención improvisados en dependencias militares, comisarías o en la sede de la Jefatura de Policía de Rosario. La ofensiva militar y policial sobre estos “objetivos” se conjugó con el aumento de los asesinatos de militantes políticos y sindicales, atribuibles en muchos casos a “comandos antiextremistas” o a la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A),  y la reiterada aparición de cadáveres en la vía pública en Rosario y en varias localidades cercanas se convirtió en un ingrediente más del panorama político local y regional.
Efectivizado el Golpe de Estado, el 24 de marzo de 1976, se reorganizaron y coordinaron las fuerzas policiales y militares y la división territorial en cuerpos de ejército y fue completada con un sistema de centros clandestinos de detención diseminados por todo el ámbito nacional y “grupos de tareas” con distintos radios de actuación.
Rosario fue clave en el diseño y ejecución del accionar represivo en la región: era la principal ciudad del sur de la provincia, la sede del Comando del II Cuerpo, y, en tal sentido, el lugar de asentamiento de las principales autoridades militares.
A los pocos días del Golpe de Estado, fue designado por el Comando del Cuerpo de Ejército II el Comandante de Gendarmería Agustín Feced como Jefe de Policía de la Unidad Regional II, quien asumiría un rol principal en el diseño y ejecución de la represión en Rosario. Un papel igualmente significativo fue el que desempeñó, en el ámbito militar, el Destacamento de Inteligencia Militar 121, la llamada “patota de Oroño”, que no sólo se ocupaba de las tareas de inteligencia sino asimismo de los operativos y de gestionar algunos de los centros de detención que funcionaron en el área.
Si bien puede decirse que no hay un único patrón de conducta entre los miembros de los grupos operativos, hay ciertos rasgos que interesa destacar. En primer lugar, que la mayoría de ellos eran hombres jóvenes, tan jóvenes como aquellos a los que secuestraban, torturaban y asesinaban. Estos jóvenes, que tenían entre 20 y poco más de 30 años, no compartían el imaginario cultural e ideológico que animaba a los militantes de las organizaciones de la izquierda armada y no armada que actuaban en la Argentina. Algunos de ellos han sido sindicados como miembros de organizaciones de ultraderecha como el CNU y muchos de ellos estaban convencidos de cumplir con una misión o de ser protagonistas de una “guerra”.
Más de 2.000 personas sufrieron violaciones graves a los derechos humanos y cerca de 300 fueron denunciados como desaparecidos sólo en 1984, en Rosario.
Las declaraciones condujeron al reconocimiento de varios centros de cautiverio. El más temerario fue el que funcionó en el Servicio de Informaciones de la Jefatura, ubicado en el ala del edificio sobre Dorrego y San Lorenzo. Por allí pasaron centenares de hombres y mujeres de todas las edades, orígenes sociales e ideologías, incluso gente sin militancia política de ningún tipo. Hubo otros centros de reclusión ilegal menores. Uno en la Fábrica de Armas “Domingo Matheu”, en Ovidio Lagos al 5200. Otro, denominado la Quinta de Funes, en inmediaciones del Liceo Militar de esa localidad. El Batallón de Comunicaciones 121 del II Cuerpo de Ejército y La Calamita, en la zona de Capitán Bermúdez.
En el Gran Rosario se produjeron 1.800 detenciones ilegales, entre febrero de 1977 y marzo de 1979, según declaró el teniente coronel Eduardo González Poulet, uno de los principales involucrados del Comando del II Cuerpo, encargado de llevar adelante los “tribunales de guerra”. Solamente 700 personas pasaron a disposición del Poder Ejecutivo nacional.
Uno de los incriminados fue Edgardo “Gato” Andrada, ex arquero de Rosario Central, Colón (Santa Fe) y Vasco Da Gama (Brasil) por el represor Eduardo Costanzo, en un reportaje realizado por el periodista José Maggi, en el programa “Trascendental” de LT8-Radio Rosario. Lo denunciado era conocido por muchos integrantes de los organismos de Derechos Humanos de Rosario, pero no por la mayoría de la población.
Andrada trabajó en el Ejército, y aseguran que intervino en secuestros y fue agente de los servicios de inteligencia de la dictadura.
La documentación robada en los Tribunales provinciales  y otras dos viviendas, el 8 de octubre de 1984, comprometía a por lo menos cincuenta empresas de la región relacionadas con la represión ilegal, además de contener la información precisa de los integrantes de la “comunidad informativa rosarina”, como la llamaba el jefe de policía rosarina, Agustín Feced. Todos eran elementos recogidos por la CONADEP. Según todos los indicios, el asalto fue cometido por oficiales en actividad pertenecientes al II Cuerpo de Ejército. Desde el símbolo máximo de la justicia provincial, en el edificio de los Tribunales de la ciudad de Rosario, fueron robados el equivalente a tres piezas de documentación que probaba la vinculación del llamado personal civil de inteligencia que operaba tanto para el ejército como para las fuerzas de seguridad. Lo robado vinculaba a todos los que estaban en la represión y los que estaban en funcionamiento en 1984.
No hubo sector de la sociedad que los dictadores no dejaran de reprimir y controlar.
Según Roberto Manuel Pena, ex secretario de la SIDE del gobierno de Raúl Alfonsín, los servicios de las Fuerzas Armadas no habían sido desmantelados y seguían operando, aún en Democracia. Todos tenían la infraestructura montada: casas, oficinas, depósitos, autos y, por supuesto, armas que les permitían lograr sus objetivos como una serie de atentados: bombas en Córdoba, robos en los Tribunales de Rosario o actos de presión psicológica como las amenazas.
Para el profesor Rubén Naranjo, en la Biblioteca Vigil, se llegaron a quemar 80 mil libros, siguiendo la lógica del llamado Operativo Claridad, diseñado por el Ministerio del Interior de la Nación, desde 1976.
Si bien puede decirse que no hay un único patrón de conducta entre los miembros de los grupos operativos, hay ciertos rasgos que interesa destacar. En primer lugar, que la mayoría de ellos eran hombres jóvenes, tan jóvenes como aquellos a los que secuestraban, torturaban y asesinaban. Estos jóvenes, que tenían entre 20 y poco más de 30 años, no compartían el imaginario cultural e ideológico que animaba a los militantes de las organizaciones de la izquierda armada y no armada que actuaban en la Argentina. Algunos de ellos han sido sindicados como miembros de organizaciones de ultraderecha como el CNU y muchos de ellos estaban convencidos de cumplir con una misión o de ser protagonistas de una “guerra”.
Más de 2.000 personas sufrieron violaciones graves a los derechos humanos y cerca de 300 fueron denunciados como desaparecidos sólo en 1984, en Rosario.
Las declaraciones condujeron al reconocimiento de varios centros de cautiverio. El más temerario fue el que funcionó en el Servicio de Informaciones de la Jefatura, ubicado en el ala del edificio sobre Dorrego y San Lorenzo. Por allí pasaron centenares de hombres y mujeres de todas las edades, orígenes sociales e ideologías, incluso gente sin militancia política de ningún tipo. Hubo otros centros de reclusión ilegal menores. Uno en la Fábrica de Armas “Domingo Matheu”, en Ovidio Lagos al 5200. Otro, denominado la Quinta de Funes, en inmediaciones del Liceo Militar de esa localidad. El Batallón de Comunicaciones 121 del II Cuerpo de Ejército y La Calamita, en la zona de Capitán Bermúdez.
El 29 de mayo de 1984, la justicia federal rosarina recibió un escrito que era copia del informe remitido por el entonces coronel Alfredo Sotera, jefe del destacamento de inteligencia del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, calificado como estrictamente secreto y confidencial'. Todos tenían la infraestructura montada: casas, oficinas, depósitos, autos y, por supuesto, armas que les permitían lograr sus objetivos como una serie de atentados: bombas en Córdoba, robos en los Tribunales de Rosario o actos de presión psicológica como las amenazas.
Describía la estructura zona, sección militar, logística, informaciones e inteligencia, prensa y adoctrinamiento, organización zonal, secretaría de política zonal, JUP, los responsables y jefes de subzonas de la UES en el oeste, centro y sur del Gran Rosario y agregaba gráficos sobre los llamados 'delincuentes subversivos muertos' y 'detenidos', relacionados con la organización Montoneros.
A menos de siete meses de producido el golpe, el informe Sotera sostenía que solamente había 88 'subversivos' prófugos.
A pesar de la escasa magnitud de la supuesta amenaza militar que representaba la guerrilla, el gobierno de la dictadura se quedó durante siete años.
Queda claro que el objetivo no era militar, sino económico, como se descubriría con el tiempo.
Pero lo importante de este material, hoy dentro de la causa federal 47.913, 'Agustín Feced y otros', es destacar lo que sucedería en esos últimos días 1976 y los primeros de 1977.
En donde aparecen involucrados militares tales como Andrés Ferrero, Luciano Jáuregui, el propio Sotera y el ahora detenido por su vinculación al llamado operativo Cóndor, Carlos Landoni.
 “Antes que sea demasiado tarde”, titulaba el Partido Peronista Auténtico su solicitada que apareció en el diario “La Capital”, el 1° de setiembre de 1975.
Exigía la renuncia de María Estela Martínez de Perón “ya que al suplantar el programa de liberación que el pueblo votó, ha perdido legitimidad y sustento popular”.
Convocaba a elecciones generales, pedía la derogación de la legislación represiva, la libertad de todos los presos políticos, gremiales y estudiantiles; y exigía la “investigación de las AAA y procesamiento de sus integrantes” como también de “los delincuentes económicos”.
En los cines de la ciudad se estrenaba “La Raulito”, con Marilina Ross y “Los Irrompibles”, protagonizada por los humoristas uruguayos de “Hiperhumor”.
Los obreros de Sulfacid, en Fray Luis Beltrán, denunciaban la reiteración de amenazas de muerte y represalias contra las familias de los miembros de la comisión interna. “Estos mercenarios, al servicio de otros intereses que no son los de los trabajadores quieren acallar y así conseguir que el movimiento obrero cargue sobre sus espaldas la crisis, la explotación y la desocupación”, decía el texto de la solicitada.
En Buenos Aires, el general de brigada Roberto Eduardo Viola, ex comandante del II Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario, entre el 20 de mayo y el 29 de agosto de ese año, asumía como nuevo jefe del Estado Mayor General del Ejército.
Eran los primeros días de aquel setiembre de 1975. “Mis únicos jueces son Dios y el pueblo. Si soy buena me quedaré y si soy mala y no los sirvo, que gobierne otro que pueda hacerlo ya que no estoy aferrada al sillón de Rivadavia y si el pueblo juzga que ese sillón tiene que estar vacío, sin mi presencia, que me lo diga”, dijo la todavía presidenta María Estela Martínez de Perón.
Se informaba que en Tucumán “las bajas de la guerrilla alcanzarían a 800”. Sin embargo, el 25 de mayo de aquel año, el general Acdel Vilas aseguró que “los guerrilleros muertos” no eran más de 350. Comenzaba la inflación de las cifras sobre la cantidad de “delincuentes terroristas” en operaciones para justificar el golpe que se venía preparando.

El “honor” de Díaz Bessone
Elida Luna presentó ante la justicia federal santafesina una denuncia contra los ex titulares del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, Ramón Genaro Díaz Bessone y Leopoldo Galtieri, por ser los responsables de la desaparición seguida de tortura y muerte de su anterior pareja, Daniel Gorosito.
El 18 de enero de 1976 fue secuestrado en Rosario, Daniel Gorosito, militante del Ejército Revolucionario del Pueblo, por integrantes de un grupo de tareas en el área jurisdiccional del Comando del II Cuerpo de Ejército.
La unidad estaba bajo el mando del entonces general de brigada, Ramón Genaro Díaz Bessone, actual profesor del Colegio Militar de la Nación y presidente del Círculo Militar.
Gorosito fue remitido a los subsuelos de la Jefatura de Policía de Rosario, a las dependencias del Servicio de Informaciones, en la ochava de San Lorenzo y Dorrego. Luego de permanecer semanas enteras en medio de sesiones de torturas con la aplicación de picana y palizas permanentes, Gorosito fue fusilado y enterrado en algún lugar cercano a la ciudad.
La historia está consignada en uno de los 270 expedientes que reunió la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas que funcionó en las oficinas del Centro Cultural “Bernardino Rivadavia”, entre abril y octubre de 1984.
El caso, además, es uno de los 97 delitos imputados al comandante del segundo cuerpo de Ejército, con asiento en Rosario, entre aquel 8 de setiembre de 1975 y el 12 de octubre de 1976, general de Brigada, Ramón Genaro Díaz Bessone.
El 23 de noviembre de 1989, por decreto 1002 de aquel año, el presidente de la Nación, Carlos Menem, indultaba al general de división Díaz Bessone.
Sin embargo, la lista de “menores NN derivados de procedimientos antisubverivos” que consta en el cuerpo 21 de la causa federal 47.913, abre la posibilidad de que Díaz Bessone sea juzgado por los delitos de lesa humanidad que le imputara la Cámara Federal de Apelaciones de Rosario.

Galtieri y el orden de los cien años

Uno de los jefes del Servicio de Informaciones, el comisario principal Raúl Alberto Guzmán Alfaro, declaró que "recibió órdenes directas del General Galtieri, que todas las mañanas debía llevarle las novedades que se produjeran no al jefe de policía, sino al general Galtieri directamente...".
El ex dirigente de la Asociación de Trabajadores del Estado, Mario Luraschi, informó que después de haber sido torturado, fue conducido el 23 de diciembre de 1976, al Comando del II Cuerpo de Ejército, en ese entonces en Córdoba y Moreno, donde hoy funciona un bar temático en lugar del planificado “museo de la memoria” de Rosario. "Me llevan al comando. Nos habla Galtieri y nos amenaza de muerte diciendo que a la próxima nos mataban. Nos trajeron en colectivos de la 53 y 200...", dijo Luraschi.
En abril de 1977, cuando se le concedió la libertad de José Américo Giusti, que había sido secuestrado el 1 de octubre de 1976, por integrantes del ejército, Galtieri pronunció un discurso, donde aseguró que su libertad "fue concedida por una amnistía de Semana Santa solicitada por Zazpe y Primatesta".
Pero el cristianismo de Galtieri tenía límites. Su visión del reino de los cielos era una construcción por medio de fusilamientos y torturas.
"La determinación sobre la suerte de los presos era al principio tomada por el II Cuerpo de Ejército, al mando del general Díaz Bessone hasta octubre de 1976. Después le sucedió Galtieri. A partir de la asunción de éste al Comando, aumenta considerablemente la cantidad de fusilados. Apenas llega, se escapó un detenido del Servicio de Informaciones, por lo que Galtieri ordenó que se fusile a todos los que habían sido secuestrados con el fugado. Eran siete personas, entre ellas, la mujer de un dirigente sindical", relató a la revista "Caras y Caretas", en abril de 1984, Angel Ruani.
Agregó que fue juzgado "por un consejo de Guerra, el 25 de agosto de 1977. En el Comando del II Cuerpo de Ejército, el mayor Fernando Soria me muestra una lista de oficiales y me dice que designe a mi defensor. Como yo no conocía a ninguno de esos señores, le respondí que lo designaran ellos. Ese mismo día me hacen el juicio bajo la acusación de actividades subversivas. Actuó como defensor el teniente coronel González Roulet, quien en ese momento era el encargado de los presos políticos en el área del II Cuerpo...El militar que decía ser mi defensor, se limitó a reconocer la justeza de las acusaciones aunque adujo que era posible que yo, dada mi juventud, hubiera sido engañado y manipulado por los tentáculos de la internacional subversiva. Pasadas dos horas, me condenaron a 12 años de prisión. Posteriormente, el defensor apela y me hacen un nuevo consejo, aunque esta vez no me llevan, no estoy presente. Un tiempo después me vienen a leer la nueva condena que es de 15 años".
Cuando asumió como Comandante del II Cuerpo de Ejército, Leopoldo Galtieri hizo público su proyecto. No se detuvo en pequeñeces. Quería instalar un orden de 100 años. Era el 12 de octubre de 1976, Rosario fue testigo.
Galtieri, nacido en julio de 1926 y casado con Lucía Gentile desde 1949, padre de tres hijos y abuelo de cinco nietos; expresaba el sentido de su cruzada de fusilamientos y picana, de cenas con narcotraficantes bolivianos y empresarios poderosos de la región del Gran Rosario. Buscaba "los 100 años nuevos de paz" a partir del ejército que comenzaba otro ciclo histórico. En sus divagaciones estaba gestando la imagen de un general ungido por la voluntad popular. Antes de Malvinas, Galtieri quiso perpetuarse en el poder a través de la inteligencia de sus torturados.

"Operación México"

Desde el Aeropuerto de Fisherton, en Rosario, el general Leopoldo Fortunato Galtieri subió al avión presidencial "Tango 01" con destino a la Capital Federal. Frente a Jorge Rafael Videla y Eduardo Viola, explicó la "Operación México". Cuenta Miguel Bonasso en su imprescindible "Recuerdo de la Muerte" que el sábado 14 de enero de 1978, a las 12, aproximadamente, "el grupo compuesto por tres miembros de la inteligencia militar (Sebastián, Daniel y Barba) y dos prisioneros (Tulio Valenzuela y Carlos Laluf), emprenden la partida desde la quinta de Funes. Valenzuela lleva el mismo documento falto que tenía en el momento de la caída, a nombre de Jorge Raúl Cattone. El mayor Sebastián pasa a ser el señor Ferrer. Barba es ahora Caravetta y Nacho Laluf se llama Miguel Vila. Los documentos falsos de estos últimos han sido confeccionados en Funes, utilizando el servicio de documentación que tenía la Columna Rosario de la Organización Montoneros". Valenzuela había convencido a Galtieri para que lo enviara a México con la supuesta intención de infiltrar al Movimiento Peronista Montoneros en el exilio y así permitir el asesinato de los principales dirigentes. Quedaban en Funes nada menos que su compañera, Raquel Negro, embarazada de seis meses, y su hijo, Sebastián, de un año y medio. El 19 de enero, las autoridades mexicanas reclamaron ante las autoridades argentinas la violación de su soberanía por este grupo de tareas. Un día después, en el diario mexicano "Unomasuno", se publicaron las declaraciones telefónicas de Galtieri: "yo no tengo control de mis agentes fuera del país".
La grieta legal
El 9 de diciembre de 1985, Leopoldo Fortunato Galtieri fue absuelto de culpa y cargo por la Cámara Federal de Capital Federal.
Se le habían imputado 242 casos de encubrimiento, 11 privaciones ilegales de libertad calificada, 8 reducciones a la servidumbre, 15 falsedades ideológicas, una sustracción de menor y tres casos de tormentos. Hechos que había cometido como comandante en jefe del Ejército. Los fiscales pidieron quince años de reclusión.
Sin embargo el punto 30 de la sentencia de la Cámara Federal que juzgó a los comandantes de la dictadura, indicaba que “disponiendo, en cumplimiento del deber legal de denunciar, se ponga en conocimiento del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, el contenido de esta sentencia y cuantas piezas de la causa sean pertinentes, a los efectos del enjuiciamiento de los oficiales superiores, que ocuparon los comandos de zona y subzona de defensa, durante la lucha contra la subversión y de todos aquellos que tuvieron responsabilidad operativa en las acciones”.
Dicho artículo abrió la posibilidad para juzgar a los responsables militares del terrorismo de estado en todas y cada una de las provincias.
Entre ellos, desde el 12 de octubre de 1976 al 8 de febrero de 1979, el entonces general de división, Leopoldo Fortunato Galtieri.
Galtieri y Feced, viejos conocidos
El coronel Leopoldo Fortunato Galtieri visitó por primera vez la ciudad de Rosario en funciones operativas en setiembre de 1969. Venía con la orden de reprimir el segundo “Rosariazo”, el protagonizado, fundamentalmente, por obreros de diferentes rubros.
Era el jefe de una unidad militar en Corrientes que se desplazó hasta la ciudad por entonces rebelde. En aquellos momentos había sido reemplazado el anterior jefe de la policía rosarina, un ex comandante de gendarmería, Milcíades Verdaguer. En su lugar apareció otro ex comandante de gendarmería, Agustín Feced.
El segundo “Rosariazo” les dio la posibilidad de conocerse e intercambiar experiencias y metodologías.
Entre 1973 y 1976, ni Galtieri ni Feced pudieron hacer demasiado. Incluso Feced fue vinculado al secuestro, tortura y muerte de Ángel Brandazza, ocurrido el 28 de noviembre de 1972.
Sin embargo, en octubre de 1976, Galtieri volvió a Rosario, ahora si como comandante del II Cuerpo de Ejército y se reencontró con “el Viejo”, otra vez en funciones. Las denuncias de la CONADEP en la provincia los hacen responsables de la mayoría de las 270 vejaciones a los derechos humanos constatadas en el ámbito santafesino y que forman parte de causa 47.913.
Los vecinos de los centros clandestinos

La instalación de centros clandestinos de por sí conllevaba una alteración de la normalidad de la vida cotidiana en el área, sobre todo cuando nos referimos a una modalidad utilizada frecuentemente en las zonas aledañas a Rosario, la de alquilar casas particulares (“quintas”). Esto marcaba una diferencia importante con aquellos centros que funcionaron en las dependencias policiales o militares, donde el movimiento de personal uniformado o vehículos formaba parte del panorama habitual.
Este fue el caso de la ciudad de Granadero Baigorria, el lugar donde estaba La Calamita.

La represión en los ámbitos laborales, educativos y de sociabilidad

Las cúpulas sindicales se vieron afectadas por el congelamiento de la actividad gremial y también en Rosario la Confederación General del Trabajo (CGT) local permaneció intervenida por militares, lo mismo que un puñado de gremios, hasta principios de la década de 1980.
Este es un aspecto problemático de la historia de los trabajadores, que no ha recibido la atención que merece ni siquiera cuando algunos científicos sociales plantearon posiciones alternativas, sobre el mismo.
Por su parte, la represión se dirigió en forma señalada hacia el sistema educativo, articulándose con el que se erigió en objetivo fundamental de la dictadura militar: la erradicación de la “subversión”. En los establecimientos públicos de enseñanza media, se intensificó un perfil que combinaba la caída de la calidad de la enseñanza, las prácticas pedagógicas tradicionales, repetitivas y carentes de motivación con el cinismo y la apatía como respuesta de los estudiantes.
En la Universidad la imposición del orden se convirtió en el primer objetivo de las autoridades y, como había sucedido en otros ámbitos, fue intervenida por la dictadura, y derogó la ley universitaria del gobierno peronista y la promulgación en abril de una legislación “de emergencia” para las universidades nacionales, la ley N° 21.276. La represión dirigida hacia el sistema educativo se tradujo no sólo en la persecución y las desapariciones de docentes y estudiantes sino también en el control de los contenidos de la enseñanza, la imposición de rígidas medidas disciplinarias para los alumnos y la erradicación de las actividades políticas de escuelas y universidades.
Se les exigió a los decanos de las Universidades de todo el país que se les entreguen las listas de todos los estudiantes militantes en los centros de estudiantes y cuerpos de delegados, y se llevaron secuestrados a cientos de ellos. El lema era destruir las organizaciones que encarnan el pensamiento político crítico y que cuestionan en la práctica el modelo de apropiación, acumulación y circulación de la riqueza y el conocimiento. Las tristemente célebres “Listas Negras”. Así se aplicaba la “cultura del miedo”.
La represión cultural se sustentó en una serie de pilares básicos: desgaste del campo intelectual, con la intención de formar sujetos acríticos y desgaste de las identidades plurales, prohibiendo todo derecho de reunión; aunados en el campo universitario, como medidas de prevención regladas por la autoridad ilegal, entendido en ejes dictatoriales; así como también, sanciones, expulsiones, persecuciones, facilitadoras de la vigilancia y el control ideológico y moral.
Este embate represivo instrumentado desde diversos frentes logró, sobre todo, modificar la vida cotidiana de los adolescentes y jóvenes de la ciudad, ejemplificada en las estrictas normas de vestimenta y cortes de pelo para los alumnos de escuelas públicas, la prohibición de circular sin documentos de identidad, la restricción de espacios de sociabilidad en el ámbito urbano.
Las escuelas funcionaban como cuarteles. El proyecto educativo consistió en una férrea disciplina, prohibiciones curriculares y censura a los docentes y estudiantes. La dictadura invirtió más en defensa que en educación.
En las escuelas se habilitaban salas para mirar los partidos de Argentina durante el Mundial de fútbol de España de 1982. La educación durante la guerra de Malvinas fue una educación para legitimar la guerra y también para lavarla con deportivismos carnavalescos.
Eso es un punto de partida para comprender el “Proyecto Educativo Autoritario”, tal como lo definieron Juan Carlos Tedesco, Cecilia Braslavsky y Ricardo Carciofi, en el libro homónimo.
En 1976, los gastos destinados a defensa fueron del 15,5 % y los destinados a educación del 100 %.
En 1977 el Ministerio de Cultura y Educación distribuyó en todas las escuelas un opúsculo titulado “Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro enemigo”. Allí se afirmaba entre otras cosas: “El accionar subversivo se desarrolla a través de maestros ideológicamente captados que inciden sobre las mentes de los pequeños alumnos, fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes aptas para la acción que desarrollará en niveles superiores…” Este tipo de sentencias justificaron las prohibiciones curriculares. Se excluyó el uso de la palabra “Vector de la enseñanza de las matemáticas” porque alguien supuso que los “subversivos” se manejaban con el concepto de “Vector revolucionario” y que eso subvertiría a los educandos. También se afirmó que la teoría lógico matemática de los conjuntos era una amenaza al orden público. Hasta “El Principito” de Saint Exupéry estuvo en el Index de lo prohibido. Se quiso abolir a la ciencia y a la cultura. Así de demencial.
Como señaló Tedesco, el drama educativo radica en lo que No se enseña, en lo que prohíbe. Ese drama tuvo centenares de víctimas. Hubo cerca de 300 estudiantes secundarios desparecidos. Y todavía no aparecen.
La educación durante los años de la dictadura incrustó un modo de concebir los procesos sociales simplista y binario.
Durante gran parte del gobierno militar y sobre todo a lo largo del primer quinquenio, la intendencia de Rosario logró establecer un diálogo fluido con quienes se regía como los “sectores representativos” de la comunidad: el Arzobispado de Rosario, la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural, entidades empresarias y comerciales como la Federación Gremial del Comercio y la Industria o la Asociación Empresaria de Rosario, pero también algunos dirigentes políticos y las asociaciones vecinales.
A lo largo del primer quinquenio, el Ejecutivo municipal al mando del capitán Augusto Félix Cristiani (1976-1981), se erigió en el eje articulador de una serie de acciones y declaraciones que expresaron reiteradamente la comunidad de objetivos existentes entre el Proceso de Reorganización Nacional, sus representantes en la comuna y el II° Cuerpo y las “fuerzas vivas” de la ciudad.
La Municipalidad de Rosario acuñó el slogan de “Rosario: ciudad limpia, ciudad sana, ciudad culta”. La imagen de ciudad que pretendía construir Cristiani era la cara visible y legal del terror impuesto sobre la sociedad desde marzo de 1976. El éxito de la estrategia represiva se midió en estos primeros años en la casi  total inexistencia de cuestionamientos y la generalizada apatía de los rosarinos, que sólo se rompió espasmódicamente con el impulso nacionalista ofrecido desde el poder, como sucedió, durante el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978.



Los trabajadores

Es indudable que la dictadura modificó al movimiento obrero. La defensa que hicieron los trabajadores tanto del control sobre las condiciones de trabajo como de sus organizaciones gremiales fueron lo destacable del período.
Las primeras medidas tomadas por la Junta Militar contra el movimiento obrero fueron la intervención de la CGT y de numerosos sindicatos-entre ellos, 27 Federaciones y 30 Regionales de esa Central Obrera-, la suspensión de la actividad gremial-asambleas, reuniones, congresos-, la prohibición del derecho de huelga, la separación de las obras sociales de los sindicatos. A esto se sumó la Ley de Prescindibilidad, que autorizaba el despido de cualquier empleado de la administración pública. A un mes del Golpe, se reformó la Ley de Contrato de Trabajo, anulando normas en materia de derechos.
Toda esa legislación se combinó con la represión, ocupando militarmente las fábricas en conflicto, reprimiendo especialmente a distintos gremios industriales y de servicio, a sus delegados y miembros de comisiones internas. Los sindicalistas, delegados, militantes fabriles y abogados laborales fueron víctimas de la violencia aplicada desde el poder militar.
La Junta Militar designó como Ministro de Trabajo al General Liendo, quien luego de ordenar una batería de medidas contra la clase obrera, participó activamente en la reforma a la Ley de Contrato de Trabajo, por la cual se dejaba sin vigencia a una serie de normas que hacían a los derechos individuales.
Los mensajes de los genocidas, en los diferentes Primeros de Mayo, hicieron hincapié en los objetivos económicos de la dictadura, la necesidad de sacrificios y esfuerzos de los trabajadores, las tareas de ordenar y recuperar a la Nación. A la vez, destacaban que se buscaba el punto de equilibrio entre el desarrollo de sus riquezas potenciales y la armonización de su crecimiento económico y social también se procuraba corregir los excesos y los vicios e instrumentar normas que eviten la corrupción.
En Rosario, la Asociación de Empleados de Comercio fue al gremio más consecuente en esos años en conmemorar la fecha, y el Círculo Católico de Obreros dio a conocer una serie de documentos analizando la situación de la clase obrera. De parte del resto del movimiento obrero, se destacaron el documento de 45 gremios emitido el 1° de mayo de 1891, la actitud durante la Guerra de Malvinas, los actos y las numerosas declaraciones en 1983.
La primera huelga general se realizó días previos a la conmemoración del 1° de Mayo de 1979. Una vez anunciado el paro, fueron detenidos varios dirigentes; inmediatamente fue solicitada su libertad y, a la vez, los sindicalistas de “los 25” ratificaban la decisión de parar. Por su parte, el gobierno explicitó que estaba garantizada la libertad de trabajo, a la vez que calificó como “paro ilegal” a la jornada de protesta.
Luego del paro, el gobierno y la prensa informaron que “hubo normalidad en todo el país”. En general, las actividades demostraron que la jornada de protesta no tuvo el éxito esperado.
En Rosario, salvo en un sector de los ferroviarios del Mitre y algunos establecimientos fabriles, no se alteraron las actividades fundamentales. La pauta no fue acotada por otras agrupaciones, incluso los gremios de la carne y los metalúrgicos informaron que no había ordenado ninguna medida de fuerza.
En 1981 se realizó un encuentro de un sector de los Sindicatos de Rosario, agrupados en la Intersectorial de los 20 y dirigentes nacionales como Jorge Triacca-Secretario General del Sindicato de Obreros del Plástico-, quien fue acompañado por Delfor Jiménez-de los Textiles-, Otto Calace-de Sanidad-, y Juan Rachini-de Aguas Gaseosas. Triacca, años después, durante el juicio a las Juntas Militares, declaró que no sabía nada de los desaparecidos, que no los había en el movimiento obrero, que no recordaba nada de lo sucedido durante los años del terrorismo de estado.
La acumulación de la crisis económica, los problemas internos y el desprestigio generalizado, llevó a los militares a buscar una salida y lograr consenso nacional, al replantear en los hechos y por sorpresa la antigua demanda nacional de la recuperación de las Islas Malvinas.
Las posturas de la Iglesia Católica frente a la dictadura militar mudaron, desde los que apoyaron, colaboraron y justificaron sus acciones hasta los que se opusieron abiertamente, denunciando tanto la represión como la política económica.
Frente a las distintas conmemoraciones del 1° de Mayo, se dieron en la ciudad variadas posiciones.
Después de cuantificar y calificar unos 300 conflictos colectivos, la resistencia fue un fenómeno dominantemente molecular y defensivo, que sólo por azar configuró una “virtual huelga general no declarada”. Esa resistencia manifestó una gran capacidad de adaptación para defender lo que se consideraban las “conquistas históricas” del movimiento obrero, la aparición de los “delegados provisorios” o representantes elegidos de hecho es un ejemplo de ello, a pesar de la ausencia de los sindicatos. Estos participaron escasamente en los conflictos porque estaban presididos por militares, no tenían injerencia sobre las negociaciones en las fábricas y se abstuvieron de manifestarse abiertamente.
La modernización en materia de disciplina laboral y de productividad, que los sectores patronales más dinámicos habían conseguido desde la caída del peronismo en 1955, fue amenazada por el resurgimiento de la protesta colectiva y la politización de los trabajadores jóvenes durante el período 1969 – 1974. Los reclamos empresarios tuvieron una primera respuesta en el mes de marzo de 1975, cuando el Estado nacional y los dirigentes centrales de la Unión Obrera Metalúrgica reprimieron a los activistas gremiales de la zona norte de Rosario y San Nicolás, interviniendo a la seccional opositora y combativa de Villa Constitución. La reacción estatal a los pedidos patronales de firmeza señalaba un momento crucial, cuando la “solución al problema de la productividad se ligó indisolublemente a la necesidad de disciplinamiento social”.
Como decíamos antes, el gobierno militar surgido del golpe de 1976 tuvo a las fábricas como uno de los espacios preferidos para aplicar medidas drásticas de restauración del orden. El ejército ocupó las fábricas y persiguió sistemáticamente a las comisiones internas activas, instalando allí mismo centros de inteligencia, redes de informantes y lugares clandestinos de detención y tortura. A consecuencia de ello, los empresarios – que habían colaborado activamente con los militares en la “limpieza” política y sindical – recuperaron el control total sobre sus fábricas. En un primer momento, la desaparición de activistas políticos y sindicales facilitó la aplicación de prácticas elementales de disciplinamiento, con el objetivo de disminuir radicalmente el ausentismo, el incumplimiento de horarios, el “vagabundeo” dentro de la planta, etc. Sin embargo, en un momento posterior se realizaron cambios más profundos en la organización del trabajo, un disciplinamiento más “medular” si se quiere, que revirtieron normas legales o informales que regulaban las relaciones laborales en la industria, como la jornada de ocho horas o las pausas para el descanso.
Estas medidas disciplinarias profundas fueron causa de muchos reclamos, en forma de petitorios, y medidas de fuerza, que expresaban el malestar de los trabajadores por el ataque contra lo que consideraban sus "conquistas históricas".
El segundo objetivo del golpe militar -imponer el proyecto económico- estuvo encarnado en la figura del Ministro de Economía, José A. Martínez de Hoz y fue elaborado como un programa de “modernización del aparato productivo y racionalidad”. En la práctica, esto se manifestó en un lenguaje economicista que explicaba y trataba de justificar el proyecto de apertura económica, con el fin de atraer inversiones de capitales que concretaran la reestructuración económica. Todo se tradujo en una crisis económica que fue en aumento, con fábricas cerradas, miles de desocupados y una deuda externa que endeudó al país por años.
Los ministerios, con excepción del de Economía y el de Educación, fueron ocupados por militares. Los gobiernos provinciales también fueron repartidos en su mayoría entre uniformados de las tres fuerzas. Hasta los canales de televisión fueron adjudicados con ese criterio. Se creó, además, en reemplazo del Congreso, la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), también integrada por civiles y militares, cuyas funciones nunca se precisaron detalladamente. Las intendencias municipales fueron
asignadas en su gran mayoría a civiles de diferentes partidos políticos con predominio de los miembros del radicalismo y del peronismo. A los dos días de producido el golpe militar, el Fondo Monetario Internacional le otorgó un crédito al gobierno y anunció su satisfacción por la designación del nuevo ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz.
Por su parte, la represión se dirigió en forma señalada hacia el sistema educativo, articulándose con el que se erigió en objetivo fundamental de la dictadura militar: la erradicación de la “subversión”. En los establecimientos públicos de enseñanza media, se intensificó un perfil que combinaba la caída de la calidad de la enseñanza, las prácticas pedagógicas tradicionales, repetitivas y carentes de motivación con el cinismo y la apatía como respuesta de los estudiantes.
En la Universidad la imposición del orden se convirtió en el primer objetivo de las autoridades y, como había sucedido en otros ámbitos, fue intervenida por la dictadura, y derogó la ley universitaria del gobierno peronista y la promulgación en abril de una legislación “de emergencia” para las universidades nacionales, la ley N° 21.276. La represión dirigida hacia el sistema educativo se tradujo no sólo en la persecución y las desapariciones de docentes y estudiantes sino también en el control de los contenidos de la enseñanza, la imposición de rígidas medidas disciplinarias para los alumnos y la erradicación de las actividades políticas de escuelas y universidades.
Se les exigió a los decanos de las Universidades de todo el país que se les entreguen las listas de todos los estudiantes militantes en los centros de estudiantes y cuerpos de delegados, y se llevaron secuestrados a cientos de ellos. El lema era destruir las organizaciones que encarnan el pensamiento político crítico y que cuestionan en la práctica el modelo de apropiación, acumulación y circulación de la riqueza y el conocimiento. Las tristemente célebres “Listas Negras”. Así se aplicaba la “cultura del miedo”.
La represión cultural se sustentó en una serie de pilares básicos: desgaste del campo intelectual, con la intención de formar sujetos acríticos y desgaste de las identidades plurales, prohibiendo todo derecho de reunión; aunados en el campo universitario, como medidas de prevención regladas por la autoridad ilegal, entendido en ejes dictatoriales; así como también, sanciones, expulsiones, persecuciones, facilitadoras de la vigilancia y el control ideológico y moral.
Este embate represivo instrumentado desde diversos frentes logró, sobre todo, modificar la vida cotidiana de los adolescentes y jóvenes de la ciudad, ejemplificada en las estrictas normas de vestimenta y cortes de pelo para los alumnos de escuelas públicas, la prohibición de circular sin documentos de identidad, la restricción de espacios de sociabilidad en el ámbito urbano.
Las escuelas funcionaban como cuarteles. El proyecto educativo consistió en una férrea disciplina, prohibiciones curriculares y censura a los docentes y estudiantes. La dictadura invirtió más en defensa que en educación.
En las escuelas se habilitaban salas para mirar los partidos de Argentina durante el Mundial de fútbol de España de 1982. La educación durante la guerra de Malvinas fue una educación para legitimar la guerra y también para lavarla con deportivismos carnavalescos.
Eso es un punto de partida para comprender el “Proyecto Educativo Autoritario”, tal como lo definieron Juan Carlos Tedesco, Cecilia Braslavsky y Ricardo Carciofi, en el libro homónimo.
En 1976, los gastos destinados a defensa fueron del 15,5 % y los destinados a educación del 100 %.
En 1977 el Ministerio de Cultura y Educación distribuyó en todas las escuelas un opúsculo titulado “Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro enemigo”. Allí se afirmaba entre otras cosas: “El accionar subversivo se desarrolla a través de maestros ideológicamente captados que inciden sobre las mentes de los pequeños alumnos, fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes aptas para la acción que desarrollará en niveles superiores…” Este tipo de sentencias justificaron las prohibiciones curriculares. Se excluyó el uso de la palabra “Vector de la enseñanza de las matemáticas” porque alguien supuso que los “subversivos” se manejaban con el concepto de “Vector revolucionario” y que eso subvertiría a los educandos. También se afirmó que la teoría lógico matemática de los conjuntos era una amenaza al orden público. Hasta “El Principito” de Saint Exupéry estuvo en el Index de lo prohibido. Se quiso abolir a la ciencia y a la cultura. Así de demencial.
Como señaló Tedesco, el drama educativo radica en lo que No se enseña, en lo que prohíbe. Ese drama tuvo centenares de víctimas. Hubo cerca de 300 estudiantes secundarios desparecidos. Y todavía no aparecen.
La educación durante los años de la dictadura incrustó un modo de concebir los procesos sociales simplista y binario.
Durante gran parte del gobierno militar y sobre todo a lo largo del primer quinquenio, la intendencia de Rosario logró establecer un diálogo fluido con quienes se regía como los “sectores representativos” de la comunidad: el Arzobispado de Rosario, la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural, entidades empresarias y comerciales como la Federación Gremial del Comercio y la Industria o la Asociación Empresaria de Rosario, pero también algunos dirigentes políticos y las asociaciones vecinales.
A lo largo del primer quinquenio, el Ejecutivo municipal al mando del capitán Augusto Félix Cristiani (1976-1981), se erigió en el eje articulador de una serie de acciones y declaraciones que expresaron reiteradamente la comunidad de objetivos existentes entre el Proceso de Reorganización Nacional, sus representantes en la comuna y el II° Cuerpo y las “fuerzas vivas” de la ciudad.
La Municipalidad de Rosario acuñó el slogan de “Rosario: ciudad limpia, ciudad sana, ciudad culta”. La imagen de ciudad que pretendía construir Cristiani era la cara visible y legal del terror impuesto sobre la sociedad desde marzo de 1976. El éxito de la estrategia represiva se midió en estos primeros años en la casi  total inexistencia de cuestionamientos y la generalizada apatía de los rosarinos, que sólo se rompió espasmódicamente con el impulso nacionalista ofrecido desde el poder, como sucedió, durante el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978.


Las autoridades militares secuestraban y consideraban "subversivos" que generalmente eran:
·                       Los que ayudaban en la villas-miseria
·                       Los que tenían como objetivo una mejora salarial
·                       Los miembros de algunos centros de estudiantes
·                       Periodistas que mostraban descuerdo con las autoridades militares
·                       Los psicólogos y Sociólogos, por pertenecer a las profesiones "sospechosas"
·                       Las monjas y sacerdotes que llevaban sus enseñanzas a la villas-miserias
·                       Los amigos de cualquiera de los detenidos, los amigos de estos amigos, etc.
Todas en su mayoría inocentes de cometer actos terroristas, o siquiera de compartir con alguien, o pertenecer a grupos que combatían esta guerrilla.

El ataque a la Universidad
Durante los años de la dictadura militar fueron muchos los docentes y no docentes de las distintas universidades que colaboraron de distinta manera, desde ejercer cargos para administrar las mismas, docentes que ocuparon los puestos de los cesanteados o que sufrieron la represión, hasta denunciar y pasar listas de profesores, estudiantes y no docentes a las Fuerzas Armadas.
Varios docentes sabían de la desinformación o tenían posiciones contrarias a la aventura de los militares. Además, se daban tenues debates en las salas de profesores sobre qué hacer, cómo encarar el tema en las aulas; muchos recurrían sólo a enseñar los antecedentes históricos del conflicto con los ingleses, pero no se podía evitar conversar de la guerra y sus consecuencias, siempre teniendo en cuenta la edad de los escolares. Se organizaron festivales, conferencias, y los pizarrones estaban adornados con frases alusivas a la reivindicación histórica.
Los alumnos estaban informados de lo que iba sucediendo y los más se mostraban dispuestos a sumarse como voluntarios a la guerra, influenciados por el mensaje de tono patriótico y nacionalista de los dictadores.
Cabe mencionar a Jorge Walter Pérez Blanco, que ingresó a la Facultad de Medicina en 1978, como auxiliar en Medicina Legal, que espiaba a todo el mundo. Era la época de mayor actividad de los servicios de inteligencia del Ejército. Allí también se encontraba Ana Christeler, miembro con trabajo real en el Departamento de Extensión Universitaria de la UNR y la obra social de la Universidad, que reclutaba mujeres y las pasaba a consideración del Teniente Coronel Oscar Pascual Guerrieri.
Pérez Blanco desarrolló otras actividades. Fue pastor de una iglesia de la zona sur de Rosario, tuvo un programa de radio, integró la Asociación Internacional de Policía y creó organizaciones ligadas a la colectividad rumana. Era uno de los principales responsables de lo que se denominaban “operaciones psicológicas”. Era apodado W, Walter West o Jorge West. Estas operaciones consistían en “la atribución de determinados hechos, los cuales se los achacaban a la subversión”.
El agente de inteligencia continuó en funciones en la cátedra de Medicina Legal dio clases de posgrado en Criminología hasta 1998. Ese año fue suspendido, cuando las organismos de derechos humanos volvieron a exhumar sus antecedentes. Este sujeto no pudo ser investigado por su actuación en la represión ya que su nombre apareció entre los beneficiados por la aplicación de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Pero pudo recurrir a la justicia para accionar contra la Universidad. La Corte Suprema de Justicia resolvió el pleito en su favor.
Según datos aportados oportunamente por representantes de la Federación Universitaria Argentina ante la Justicia Española por el proceso iniciado al ex represor Adolfo Scilingo, entre 1969 y 1983, se contabilizaron a nivel nacional más de 2.200 casos de estudiantes desaparecidos, lo que ratifica que, junto con el sector de los trabajadores, el de los estudiantes fue uno de los más golpeados por la dictadura.
En el plano local, una investigación realizada por profesores y alumnos de la UNR indica que en Rosario hubo cerca de 200 estudiantes y docentes universitarios desaparecidos (191 de la UNR y 7 de la UTN).
Durante la Guerra de Malvinas, en mayo de 1982, un grupo de cinco matriculados del Colegio de Abogados de Rosario viajó a Europa con el objetivo de lograr el apoyo a la posición argentina por parte de sus pares españoles, franceses e italianos, así como de los gobiernos, partidos, sindicatos y medios.
A raíz de una iniciativa propia de los abogados Israel Sterkin, Rodolfo Torelli, Ricardo Beltramino, Mario Saccone y Felipe Bóccoli realizaron la gestión, en representación de la Federación Argentina de Colegios de Abogados.
La misión finalizó abruptamente por el fin de la Guerra y, por esos avatares propios de la historia argentina, sus participantes mantuvieron su iniciativa en un bajo perfil, en su país que eligió la desmalvinización, a pesar de lograr la esperada vuelta a la democracia.
Lejos de apoyar a la dictadura, viajaron a defender la soberanía argentina sobre las Islas del Atlántico Sur con las armas del Derecho.
El trabajo, llamado “Memoria con Identidad” y realizado por miembros del Movimiento Universitario Evita, destaca el impacto de la represión en cada una de las Facultades. Así, por ejemplo, la Facultad de Humanidades es la que más víctimas registra, con 70 desaparecidos, seguida por Medicina con 26, Ingeniería 19 y Psicología 15.

 En este gráfico se puede apreciar los datos que se muestran en la tabla y saber con exactitud que los jefes de ejército perseguían a todo aquel que se le opusiera.
Distribución de los desaparecidos según profesión u ocupación
Porcentaje
Obreros
30%
Estudiantes
21%
Empleados
18%
Profesionales
11%
Docentes
6%
Autónomos y varios
5%
Amas de casa
4%
Conscriptos y personal subalterno de fuerzas de seguridad
3%
Actores y Artistas
2%
Religiosos
0%
Fuente de datos de la tabla: CONADEP y Nunca Más
El Periodismo

En las primeras horas del 24 de marzo de 1976, la Junta Militar redactó una serie de comunicados que anulaban las libertades y garantías constitucionales para los argentinos. La libertad de prensa fue suprimida en el Comunicado N°19, en el que los comandantes resolvían “que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o a grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o de terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta 10 años en el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las fuerzas armadas, de seguridad o policiales”.
Las empresas periodísticas y los periodistas, durante esos años, mostraron un abanico de actitudes. Desde ser obsecuentes y colaboracionistas con los genocidas, siendo en los hechos voceros de prensa de los militares, hasta aquellos que arriesgando sus vidas hicieron que su trabajo estuviera basado en principios y compromiso social.
En cuanto al temor, al clima de amenazas “cruzadas” y a la censura, desde ya que fueron reales. Los militares crearon una oficina de censura a la que dieron el nombre de “Servicio Gratuito de Lectura Previa” y que funcionaba en la Casa Rosada.
 Pero la revista “Humor”, los diarios “Nueva Presencia” y “Buenos Aires Herald” y otras publicaciones e intelectuales de menor repercusión, mostraron actitudes valientes, elogiables y valiosas de destacar. Representan las constancias de que estas publicaciones condenaron y denunciaron hasta donde pudieron las violaciones a los derechos humanos.
A los pocos días de producirse el Golpe, las Fuerzas Armadas se hicieron cargo de las emisoras de televisión y se las dividieron de esta manera: el Canal 7 denominado ATC a partir de 1978 permaneció bajo la administración de la Armada; el Canal 11 le fue adjudicado a la Fuerza Aérea; y con el Canal 9 se queda el Ejército.
También existieron medios que agitaron un clima golpista, como el diario La Razón, que dedicó diecinueve tapas consecutivas, desde el 2 al 23 de marzo de 1976, a preanunciar el Golpe de Estado, aunque sin nombrarlo en forma explícita.
Luego del Golpe, los editores y directores de diarios y revistas fueron informados acerca de qué era lo que se esperaba de ellos en la nueva etapa.
Los militares crearon una oficina de censura a la que dieron el nombre de “Servicio Gratuito de Lectura Previa” y que funcionaba en la Casa Rosada.
Desde 1977 apareció en cada canal la figura de “Asesor Literario”, encargado de leer los guiones de los programas antes de su grabación. Por otra parte, desde el COMFER (Comité Federal de Radiodifusión) se calificaba a los programas como NHM (no en horario de menores) o NAT (no apto para televisión) y se elaboraban “orientaciones”, “disposiciones” y “recomendaciones” acerca de los temas, los valores nacionales y los principios morales que debían promoverse desde la programación.
Algunos programas debieron modificar sus tramas y elencos ya que varios actores y autores fueron excluidos a través de “listas negras” que no se hacían públicas.
Uno de los símbolos de aquella época, el paradigma en torno del cual mostraron su adhesión muchos medios de prensa, fue el eslogan: “Los argentinos somos derechos y humanos” (Frase pronunciada por el periodista deportivo  José María Muñoz).
El dogma oficial, una falacia, pretendió ser impuesto como una síntesis de la idiosincrasia nacional.
Al arribar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la Argentina en 1979, se produjo un fervor general, entusiasmo periodístico, y con epicentro en las transmisiones de Radio Rivadavia comandadas por José María Muñoz, de Radio Mitre con Julio Lagos y de ATC (en los almuerzos de Mirtha Legrand), se exhortó a un festejo fervoroso del triunfo; y, por las radios, se invitó a la gente a manifestar también frente a la delegación de la OEA (Organización de Estados Latinoamericanos), en la Avenida de Mayo, para demostrarle a la Comisión que la Argentina “no tenía nada que ocultar”. Tres lacayos de los uniformados eran Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Samuel “Chiche” Gelblung.
Así, los medios gráficos de la ciudad de Rosario se constituyeron para los primeros años del gobierno militar en una herramienta esencial en la difusión y legitimación del proyecto dictatorial en el ámbito local, no sólo porque reprodujeron, aplaudieron y apoyaron el discurso militar sino porque además incorporaron toda una agenda de cuestiones que consideraban ineludible para el PRN. Cabe recordar que para marzo del 76 dos periódicos circulaban en la ciudad de Rosario, ambos con características diferentes. La Tribuna, un diario vespertino, de pocas páginas, con información general aunque con una fuerte presencia de las secciones de deportes y quiniela, ya que se constituía como un diario de raigambre popular y barrial.
La Capital, matutino que se perfilaba como un periódico hegemónico en Rosario y el cordón industrial, no sólo porque tenía una tirada promedio de sesenta mil ejemplares semanales y cien mil los domingos, o por su trayectoria a lo largo de todo el siglo sino porque era el diario de referencia con respecto a temas de la ciudad. Le dio un apoyo intenso y monolítico a la dictadura: el diario participó ampliamente de lo que la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), calificó años más tarde como un verdadero “delirio semántico”. Las adjetivaciones que predominaron en el discurso oficial sobre la “amenaza subversiva”-“marxistas”-“leninistas”, “apátridas”, “materialistas y ateos”, “enemigos de los valores occidentales y cristianos”, “agentes de la disolución y el caos” entre muchos otros-poblaron también con frecuencia las páginas de La Capital. El diario adoptó un punto de vista que al mismo tiempo que defendía el accionar oficial en su presunta lucha contra el enemigo subversivo permitía invocar el respeto de los militares por los derechos que subrepticiamente (y no tanto) pisoteaban, y alegar la existencia de una campaña internacional destinada a desprestigiar al país.
A partir de 1977 el diario comenzó a reclamar, haciéndose eco de los sucesivos dictámenes de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), la reinstauración de la libertad de prensa sin cortapisas. La libertad de prensa fue entendida como superior a cualquier doctrina y, por ende, inolvidable. Para La Capital, la normalización del país no autorizaba a vulnerar esta libertad, menoscabada por la Ley de Seguridad que prohibía la información de hechos subversivos, información que el diario opinaba, no podía ser calificada de delictiva.
A ellos se sumaría a mediados de 1977 El País, que en su primera etapa y hasta diciembre era de tirada vespertina transformándose luego en matutino. Si bien El País intentó constituirse como una alternativa, no logró consolidarse como una empresa rentable en la ciudad, cerrándose a mediados de 1978. El estudio sobre la prensa gráfica local señala que tuvieron un rol central en la instalación de una agenda de problemas de diversa índole. En ese sentido me interesa destacar aquí las prácticas discursivas que esos medios construyeron en torno a los jóvenes durante el período 1976/1978, ya que esta fue una temática recurrente permitiendo reproducir y consolidar estereotipos hegemónicos respecto de la juventud.
Si bien los medios gráficos de la ciudad tuvieron, en general, un discurso de apoyo al gobierno militar nacional y local, ese apoyo se construyó desde distintas estrategias y gradualidades. En líneas generales es posible decir que el discurso de los medios, se construyó durante la fase más represiva de la dictadura en una estructura discursiva binaria afianzando y difundiendo la lógica sobre la cual se asentaba la práctica represiva del terrorismo de estado. Como señala Pilar Calveiro, en Poder y Desaparición las lógicas totalitarias son lógicas binarias, construyen su poder a partir de "concebir el mundo como dos grandes campos enfrentados", donde la construcción de la identidad propia rechaza toda posibilidad de otro, otro que es siempre enemigo. Así la "subversión" es ese otro contrapuesto al "ser nacional" que, según el discurso militar, para sobrevivir debe aniquilarla. Esa estructura binaria construida desde los discursos oficiales se reproduce y difunde en otros espacios a la vez que impregna las prácticas enunciativas respecto de múltiples temáticas. Así, los diarios de la ciudad construyeron su discurso también desde una lógica binaria que permeó las interpretaciones sobre la realidad social y que ayudaron en el proceso de legitimidad que se estructuraba respecto de la dictadura impuesta en marzo de 1976, ya no sólo la "subversión apátrida" se oponía al ser nacional, occidental y cristiano, el caos se oponía al orden, un orden que no sólo era la negación del conflicto social y político sino la negación de toda diferencia en los diversos planos de la vida cotidiana. El caos era la inmoralidad, la basura, los perros callejeros, el ruido molesto, el cirujeo, las "gitanas", los jóvenes y el orden era pensado como la erradicación de todos ellos, la restitución de los "valores morales", del decoro.
Dicho discurso se inscribió en la lógica propia del contexto enfatizando una retórica conservadora y fuertemente anclada en la idea de orden, así como en la apelación constante a "salvar la patria". Si bien este pareciera presentarse simplemente como un reflejo del discurso militar y del proyecto del PRN, debemos tener en cuenta que es el mismo periódico quien lo promueve desde las distintas secciones.
En tanto promotor de determinadas acciones y valores el diario La Capital construyó una prédica que intentó ser ejemplar no sólo para la sociedad rosarina sino también para las instituciones y espacios estatales con los cuales entablaba diálogos y discutía. En este sentido algunas de las temáticas a tratar referían específicamente a los problemas cotidianos de los rosarinos como el ruido, la basura, las inscripciones en las paredes, las acciones municipales, etc. Si bien los temas no eran privativos de este proceso histórico y pueden observarse en otros contextos sociopolíticos, en esta coyuntura adquirieron un lugar central en tanto permitió expresar parte de los valores y acciones del "deber ser argentino". Asimismo, junto a los problemas cotidianos que en la narrativa se presentaron como parte de la agenda de cuestiones necesarias a tener en cuenta para constituir ese "bienestar general necesario" , también es posible observar que algunos sujetos eran centro de atención de los editoriales, y como correlato en las cartas de lectores. Es claro que entre esos sujetos se encontraban los jóvenes.
Ya desde el inicio de la dictadura, éstos fueron centro de atención del discurso militar desde una doble mirada. Por un lado los jóvenes representaban el futuro y en ellos se depositaba también la responsabilidad de llevar adelante el PRN. Por otro lado los jóvenes eran vistos en forma negativa, como sujetos peligrosos, rebeldes, por el cual se apelaba a diversas instituciones que llevasen adelante la tarea de "forjarlos" a la propia imagen. En ese sentido los diarios reprodujeron gran parte de ese discurso e incluso ayudaron a construirlo, configurando estereotipos hegemónicos.
En principio es posible observar que los textos periodísticos de aquellos años reprodujeron y difundieron una imagen de la juventud como un todo homogéneo representado en la figura del varón de clase media y estudiante. También es posible observar que en algunos medios, y específicamente en el diario La Capital, se enfatizaba en un discurso que ayudaba a la conformación de percepciones negativas sobre los jóvenes.
En diciembre de 1975, por ejemplo, ante el incendio de una calesita, un editorial aseveraba: "Que en una antigua plaza de Rosario, la plaza López, dos o tres individuos jóvenes hayan quemado una calesita y bailado alrededor del fuego como celebrando un rito, nos parece una acto que linda con lo terrible". Y agregaba: "Vivimos un tiempo en donde todo parece posible, el tiempo del amor y del desprecio, de lo sagrado y lo profano. Las cosas que ocurren se mezclan en un caos que parece preparado con diabólica lucidez. Nos asustan algunos hechos que no deberían asustarnos, sentimos miedo de nada, permanecemos indiferentes ante ciertos horrores. Estamos confundidos, acaso porque la confusión sea el signo secreto de la vida (...) ¿Cómo medir el valor de algo en momentos en que todos los valores parecen subvertidos? ".
Si bien la cita da indicios de la sensación de miedo y caos generalizado que el mismo diario reproduce, no podemos dejar de observar que el editorial se refiere a la acción de jóvenes considerándola abominable, temible. Esa percepción va a surgir frecuentemente en los editoriales y también en las cartas de lectores.
Como ya hemos mencionado, la sección carta de lectores no era un espacio marginal en el diario, ya que no sólo incorporaba la voz del lector al discurso del diario sino que generalmente lo que allí se decía era retomado por los editoriales. En días previos al golpe de estado en una de ellas se aludía al aspecto de los jóvenes: "En estas épocas de cambios hay costumbres de las que duele despedirnos. Por ejemplo la manera en que los alumnos del colegio nacional se presentaban para ir a clase. Me parece bien que cada uno vaya como quiera pero hay algunos alumnos que antes deberían pasar no sólo por una peluquería sino por debajo de la ducha."
En la misma fecha un editorial recibía con beneplácito el uso de saco y corbata en la universidad -especialmente para docentes en tanto "entrañan el propósito de asegurar el umbral de decoro en las aulas superiores". Como es posible observar, entre fines de 1975 y principios de 1976, el problema del aseo, la vestimenta, la salida de los jóvenes en la noche eran cuestionadas tanto desde las cartas de lectores como desde los editoriales y ello no era un elemento casual en su discurso. Por el contrario se inscribía en el marco de un discurso general de existencia de anarquía y desorden en todos los aspectos de la vida, incluso en cuestiones cotidianas. La percepción de que todo estaba "patas arriba" ayudaba no sólo a configurar una visión negativa sobre los jóvenes sino también a plantear la necesidad del restablecimiento del orden.
Ya con el golpe militar las percepciones en torno a ese grupo no difirió, desde otra carta de lectores publicada en agosto de 1976 y titulada "Delincuencia" el lector refería a los 12 consejos para lograr la "delincuencia juvenil", entre ellas transcribo:
"1) Comenzad desde su más tierna infancia a dar al niño todo lo que quiera. 2) No le deis una educación religiosa. Aguardad que sea él mismo quien lo resuelva cuando cumpla 21 años. 3) Jamás le enseñéis la distinción entre el bien y el mal. 4) Permitidle leer todo lo que caiga en sus manos. Preocúpate de esterilizar los vasos y servilleta que usa, pero no os molestéis en vigilar el alimento que nutre su mente. Si seguís estos doce consejos vuestros hijos serán otros delincuentes, si hacéis lo contrario serán un día sanos y honrados ciudadanos".
Otro editorial publicado en julio de 1977 refería a su comportamiento en el transporte público del siguiente modo: "Lo mismo que se trate de varones o de niñas, hacen gala de una total falta de urbanidad. Forman corrillos en los pasillos, dificultando en extremo la de por sí difícil en las horas 'pico', se comunican entre si a gritos y no son escasas las veces que hacen objeto de pesadas burlas al resto del pasaje".
Los jóvenes en general se presentaban así como un foco de atención: "faltos de moral y de urbanidad" o posibles "delincuentes"; se constituían en sujetos potencialmente peligrosos que, desde la prédica del periódico, tanto las instituciones como el estado debían encauzar. Aún cuando desde La Capital se evidenciaba un cuestionamiento general respecto de la juventud, era frecuente la asociación entre "delincuente subversivo" y joven. Dicha asociación se realizaba especialmente desde los comunicados -y desde el discurso militar insistiendo generalmente en la "corta edad" del "enemigo subversivo". Sin embargo esta asociación trascendía los comunicados y desde los medios se alertaba a la población respecto de la necesidad de investigar la documentación de las parejas jóvenes que quisiesen alquilar un inmueble. Según José Lofiego, miembro del Servicio de Informaciones de la policía de Rosario: "Les habíamos dado una especie de formulario mimeografiado con algunos interrogantes básicos, sobre todo movimientos sospechosos de personas que nadie los conocía en el barrio, de personas jóvenes con hijos de poca edad, hacíamos hincapié sobre todo en eso". Como es posible observar, en el imaginario militar de aquellos años subversión y juventud eran términos que se articulaban proponiendo un abanico de interpretaciones y aunque no todos los jóvenes eran considerados subversivos la construcción discursiva ayudaba a crear un ambiente de duda sobre ellos estigmatizándolos.
Aún cuando la llegada del golpe no modificó las percepciones que el diario construía en torno a la juventud, sí se propuso enfatizar las acciones del gobierno de facto que buscaban encauzarla, refrendando no sólo el discurso sino también apoyando fervientemente esas acciones. El 24 de marzo Videla en nombre de la Junta Militar llamaba a "restituir los valores esenciales" y convocaba a los jóvenes a sumarse a esa tarea. Tanto su incorporación en el PRN como las acciones disciplinarias tendientes a "guiar" los comportamientos sociales juveniles se constituyeron en cuestiones subrayadas por los medios locales desde diversas secciones; asimismo no sólo se informaba de temas tales como las nuevas normativas impuestas en algunas escuelas sobre la vestimenta de estudiantes o sobre la campaña moralizadora llevada adelante por la Jefatura de Policía, sino que desde los editoriales se aplaudía tales acciones en tanto se sostenía que "la juventud, en especial, desprovista muchas veces del resguardo necesario dentro de este tipo de cosas es, indudablemente la principal beneficiaria de esta acción moralizador".
En abril de 1976 una carta de lectores de La Capital recibía con satisfacción las medidas tendientes a restringir la circulación de los jóvenes en los horarios nocturnos ya que "con medidas así, lograremos aunque sea de a poco, encauzar a la juventud. Si los padres no se ocupan, ya se ocuparán las autoridades de que no anden a deshoras por allí, a merced de las malas compañías y de todos los peligros que acechan por las calles".
En septiembre de 1977 La Capital planteaba que "la juventud también es valiosa protagonista en el presente" pero que en los años pasados: "desvirtuóse el papel de la juventud en nuestra comunidad, haciéndosela tempranamente destinataria de funciones y atribuciones que no sólo no le correspondían sino que atentaban contra esenciales valores de la civilidad argentina. No debe olvidarse que en los oscuros días en que el terrorismo había montado su maquinaria al amparo oficial, fue calificada de 'maravillosa' a aquella parte de la juventud argentina enrolada en la subversión, y que equivocadamente creían que poner bombas era parte de una tarea patriótica".
En tanto los jóvenes eran llamados a actuar en ese presente el diario los incluyó en su discurso sin dejar por ello de marcar la potencialidad del peligro que surgía cuando eran "manipulados" por el "terrorismo" que los influía con valores ajenos al "ser argentino". Al presentarse a la juventud como un peligro latente, se apelaba especialmente a la responsabilidad instituciones consideradas claves para la formación de esa nueva juventud. Por ello también se enfatizaba desde diversas perspectivas el lugar que ocupaban la familia, la educación secundaria, la Iglesia para inculcar los valores necesarios que no permitiesen esta "intromisión foránea". En diciembre de 1976 La Capital se refería a la familia planteando que "debe constituirse en un bastión inexpugnable para cualquier clase de ataque que pretenda destruirla o desnaturizarle sus funciones esenciales y su protección acabada y plena depende de un justo ordenamiento social". En octubre de 1977 otro editorial planteaba que ante la posibilidad de que los jóvenes fueran "blanco propicio para tentaciones que pueden desviar su camino" la responsabilidad de los padres se volvía ineludible: "El sentido ético de la existencia basado en los tradicionales y permanentes valores morales, debe ser inculcado cotidianamente por los padres pues nada ni nadie puede reemplazarlos en esa responsabilidad que es divina y humana. Vigorizar a la familia como institución equivale a vigorizar a la subsistencia misma de la sociedad, porque esta se basa primaria y fundamentalmente en aquella".
El análisis realizado nos permite pensar que la construcción discursiva de los medios en torno a la juventud no era casual ni menor, sino que se constituía en una herramienta esencial en el proceso de construcción de representaciones más generales que legitimaban el PRN a la vez que impartía pautas y valores que consideraban "esenciales" en esa construcción del "ser nacional".
Mientras La Tribuna y El País retomaron desde sus páginas algunos de los puntos más contundentes del discurso oficial, insistieron en menor medida en cuestiones como, por ejemplo, la temática de la juventud. Sin embargo en la construcción de esas representaciones cobró fuerza la acción discursiva de La Capital, que en tanto se consideraba un claro defensor del PRN, promovió actitudes, valores y problemáticas que no dudó en levantar como banderas de su propio discurso. Así las representaciones hegemónicas en torno a la juventud instituyó a los jóvenes como un todo monolítico y homogéneo -y masculino , presentándose desde los editoriales como una problemática recurrente incluso desde los meses previos al golpe de estado. La construcción de los jóvenes como peligrosos, ajenos y contrarios a la sociedad llevaba a excluirlos, dejando de ser un sujeto social con sus propias pautas, con sus propios comportamientos para convertirse en un problema a resolver, una cuestión de la cual el estado debía encargarse para ordenar, disciplinar y en ocasiones reprimir.
Las empresas periodísticas y los periodistas, durante esos años, mostraron un abanico de actitudes. Pocas veces como durante la dictadura, el periodismo omitió tanto cumplir su rol de denuncia y de vigilancia de los valores éticos. Fueron obsecuentes y colaboracionistas con los genocidas, siendo en los hechos voceros de prensa de los militares, hasta aquellos que arriesgando sus vidas hicieron que su trabajo estuviera basado en principios y compromiso social. Siguiendo su línea de escaso o nulo sostén de la democracia, la “prensa seria” no sólo apoyó el golpe de 1976 sino que, en general, se embarcó en una obcecada defensa u ocultamiento del sistema represivo. En este sector también se produjo una grave falta por omisión o por complicidad: hubo empresas periodísticas, y hasta gente afín al medio, como responsables en el área cultural, que callaron cuando fueron secuestrados periodistas o escritores disidentes. Refugiados en el clima de “paz y orden” así conseguido iniciaron un vergonzoso camino que, en lugar de una autocrítica digna, culminó en una postura más vergonzosa aún: la denuncia tardía de los “excesos”, el destape de la “guerra sucia” cuando ello no significaba jugarse, la crítica dura al grupo político-militar al que habían apoyado cuando les era beneficioso. Allí se incuba otro elemento negativo que dificultará cualquier reconciliación: el irreductible sector militar se sintió traicionado por sus acólitos periodísticos de antaño.
También existieron medios que agitaron un clima golpista, como el diario La Razón que dedicó diecinueve tapas consecutivas desde el 2 al 23 de marzo de 1976, a preanunciar el Golpe de Estado, aunque sin nombrarlo en forma explícita.
En cuanto al temor, al clima de amenazas “cruzadas” y a la censura, desde ya que fueron reales. Los militares crearon una oficina de censura a la que dieron el nombre de “Servicio Gratuito de Lectura Previa” y que funcionaba en la Casa Rosada.
 Pero la revista “Humor”, los diarios “Nueva Presencia” y “Buenos Aires Herald” y otras publicaciones e intelectuales de menor repercusión, mostraron actitudes valientes, elogiables y valiosas de destacar. Representan las constancias de que estas publicaciones condenaron y denunciaron hasta donde pudieron las violaciones a los derechos humanos.
A los pocos días de producirse el Golpe, las Fuerzas Armadas se hicieron cargo de las emisoras de televisión y se las dividieron de esta manera: el Canal 7 denominado ATC a partir de 1978 permaneció bajo la órbita de la Presidencia de la Nación; el Canal 13, bajo la administración de la Armada; el Canal 11 le fue adjudicado a la Fuerza Aérea; y con el Canal 9 se queda el Ejército.
Desde 1977 apareció en cada canal la figura del “Asesor Literario”, encargado de leer los guiones de los programas antes de su grabación.
El 15 de septiembre de 1980 se dio a conocer la Ley 22.285 de Radiodifusión firmada por Jorge Rafael Videla. El espíritu de la Ley intentaba culminar con el monopolio estatal de la televisión. Una vez más se echaba mano a aquella estrategia, la misma que intentó en su momento Pedro Aramburu con el Decreto 15.460. La dictadura militar comenzaba un lento proceso de debilitamiento y la desestización de los canales le permitiría ponerlos en manos de adjudicatarios fieles a ellos, aunque ya no fueran gobierno. La Ley, por otra parte, al menos en la letra, prohibía la inversión de capitales extranjeros, aunque en las emisoras abundaban los productos enlatados provenientes del país del norte. Tampoco permite la adjudicación a personas que tuvieran vinculación alguna con empresas periodísticas, en su cuestionado y luego reformado Artículo 45.
 Así se creó el COMFER (Comité Federal de Radiodifusión) con el fin de controlar el funcionamiento y emisión de la programación de radio y televisión. Desde allí, se calificaba a los programas como WHM (no en horario de menores) o WAT (no apto para televisión) y se elaboraban “orientaciones”, “disposiciones” y “recomendaciones” acerca de los temas, los valores nacionales y los principios morales que debían promoverse desde la programación.
Algunos programas debieron modificar sus tramas y elencos ya que varios actores y autores fueron excluidos a través de “listas negras” que no se hacían públicas. Por otra parte, la situación económica de los canales producto de los sucesivos traspasos en su gerenciamiento, era caótica; este déficit redujo los recursos para producciones nacionales. En este marco, las programaciones incluyeron principalmente series “enlatadas” norteamericanas.
Uno de los símbolos de aquella época, el paradigma en torno del cual mostraron su adhesión muchos medios de prensa, fue el eslogan: “Los argentinos somos derechos y humanos” (Frase pronunciada por el periodista deportivo José María Muñoz). Al arribar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la Argentina en 1979, se produjo un fervor general, entusiasmo periodístico, y con epicentro en las transmisiones de Radio Rivadavia comandadas por José María Muñoz, de Radio Mitre con Julio Lagos y de ATC (en los almuerzos de Mirtha Legrand), se exhortó a un festejo fervoroso del triunfo; y, por las radios, se invitó a la gente a manifestar también frente a la delegación de la OEA (Organización de Estados Latinoamericanos), en la Avenida de Mayo, para demostrarle a la Comisión que la Argentina “no tenía nada que ocultar”. Tres lacayos de los uniformados eran Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Samuel “Chiche” Gelblung.
Ese fue el espíritu con que el periodismo apoyó a la dictadura, salvo casos aislados. Ese fue el tono con que se escribieron las notas pisoteando una norma esencial: el respeto a la vida y a la verdad. El dogma oficial, una falacia, pretendió ser impuesto como una síntesis de la idiosincrasia nacional.
Próximo a realizarse en el país el Campeonato Mundial de Fútbol en 1978, la dictadura creó el Ente Argentina ´78 TV con el propósito de instaurar un canal de transmisión en color. Se adoptó la norma Pal-N y nació ATC en reemplazo de Canal 7, con instalaciones monumentales y de última generación para justificar el desmesurado presupuesto acordado. Durante el Campeonato, tanto desde la televisión como desde la radio, se promovió el festejo callejero-para “mostrar al mundo” un clima de “alegría popular”-y se emitieron mensajes en los que se desacreditaba la supuesta campaña anti-Argentina en el exterior.
Los contenidos políticos se evitaban, tanto en este tipo de programas como en los de noticias, que recibían permanentes llamadas de atención de la Secretaría de Información Pública (SIP), respecto de los temas que podían tocarse en cada momento. Por ejemplo, en 1981, la SIP anunció a los informativos que no debían hacer ningún comentario que desacreditara la economía y el mercado cambiario.
Las radios también sufrieron, levantamientos de programas, clausuras de emisoras; así también temas y personas de las que no se podía hablar “por órdenes superiores”. Algunos artistas prohibidos en las radios fueron: Atahualpa Yupanqui, Sui Generis, Rodolfo Mederos, Arco Iris, Vox Dei, Litto Nebbia, Anacrusa, Luis Alberto Spinetta, Almendra, Invisible, Charly García, Nito Mestre, Joan Báez, Led Zeppelin, Frank Zappa, Génesis, Focus, Chico Buarque de Hollanda, Vinicius de Moraes, Toquinho, Bob Dylan, The Beatles, entre otros.
Aparecieron en los medios de comunicación supuestos “asesores literarios”, personas que en realidad se dedicaban a registrar todo aquello que se decía al aire o se escribía. Al igual que había ocurrido con los canales de televisión, las Fuerzas Armadas se repartieron las emisoras radiales.
Otro de los temas que abordaban constantemente los medios de comunicación fue la vida de la familia; se resaltaban los “valores occidentales y cristianos”. La idea era que los padres controlaran la vida de los hijos: quiénes eran sus amigos, que leían, qué les enseñaban en la escuela. El principio de autoridad que nacía de la Junta Militar se debía extender a toda la sociedad, y las familias apoyar el proyecto de la dictadura.
El eje de los discursos en radio y televisión era aceptar como natural el control de las fuerzas de seguridad y sumisión a las autoridades. Las publicidades desde el Ministerio de Economía fueron constantes, algunas muy recordadas.
En cuanto al temor, al clima de amenazas “cruzadas” y a la censura, desde ya que fueron reales. Pero la revista “Humor”, los diarios “Nueva Presencia” y “Buenos Aires Herald” y otras publicaciones e intelectuales de menor repercusión, mostraron actitudes valientes, elogiables y valiosas de destacar. Representan las constancias de que estas publicaciones condenaron y denunciaron hasta donde pudieron las violaciones a los derechos humanos.
Uno de los símbolos de aquella época, el paradigma en torno del cual mostraron su adhesión muchos medios de prensa, fue el eslogan: “Los argentinos somos derechos y humanos” (Frase pronunciada por el periodista deportivo  José María Muñoz).
El dogma oficial, una falacia, pretendió ser impuesto como una síntesis de la idiosincrasia nacional.
Pocas veces como durante la dictadura, el periodismo omitió tanto cumplir su rol de denuncia y de vigilancia de los valores éticos. Siguiendo su línea de escaso o nulo sostén de la democracia, la “prensa seria” no sólo apoyó el golpe de 1976 sino que, en general, se embarcó en una obcecada defensa u ocultamiento del sistema represivo. En este sector también se produjo una grave falta por omisión o por complicidad: hubo empresas periodísticas, y hasta gente afín al medio, como responsables en el área cultural, que callaron cuando fueron secuestrados periodistas o escritores disidentes. Refugiados en el clima de “paz y orden” así conseguido iniciaron un vergonzoso camino que, en lugar de una autocrítica digna, culminó en una postura más vergonzosa aún: la denuncia tardía de los “excesos”, el destape de la “guerra sucia” cuando ello no significaba jugarse, la crítica dura al grupo político-militar al que habían apoyado cuando les era beneficioso. Allí se incuba otro elemento negativo que dificultará cualquier reconciliación: el irreductible sector militar se sintió traicionado por sus acólitos periodísticos de antaño.
Desde muchos sectores de la vida nacional se sigue apuntando que aún no hubo una verdadera autocrítica de las empresas periodísticas y de los periodistas colaboracionistas con los golpistas del ´76.
Ese fue el espíritu con que el periodismo apoyó a la dictadura, salvo casos aislados. Ese fue el tono con que se escribieron las notas pisoteando una norma esencial: el respeto a la vida y a la verdad.
El Panorama en Rosario

El mismo día del Golpe, desde la sede del Comando del II Cuerpo, más específicamente de las Oficinas de Inteligencia, se citó a los responsables de los medios de comunicación para darles las nuevas pautas con las cuales debían manejarse. Por otra parte, no fueron pocos los periodistas que desde hacía meses frecuentaban las oficinas y circulaban por los pasillos de la sede de Córdoba y Moreno; tras el Golpe, esas visitas se incrementaron.
Los trabajadores de prensa de aquellos años, destacaron que se les entregaron planillas donde se les informó del ya mencionado Comunicado N° 19, de todas las prohibiciones y las censuras a que debían atenerse en sus trabajos periodísticos.
En nombre de los trabajadores de prensa, Alberto Gollán (ex intendente en 1971 y dueño de Canal 3) y Carlos Ovidio Lagos (director del Diario “La Capital”), respaldaron totalmente el accionar de la dictadura.
La radio de Rosario (LT2) le fue otorgada a Televisión Litoral S.A. en octubre de 1982 por Decreto N° 1004. La firma ya poseía el Canal 3.
Se intervino militarmente a la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa; se expulsó a corresponsales de agencias extranjeras y se requisó haciendo incinerar numerosos libros de bibliotecas públicas y privadas.
Así, los medios gráficos de la ciudad de Rosario se constituyeron para los primeros años del gobierno militar en una herramienta esencial en la difusión y legitimación del proyecto dictatorial en el ámbito local, no sólo porque reprodujeron, aplaudieron y apoyaron el discurso militar sino porque además incorporaron toda una agenda de cuestiones que consideraban ineludible para el PRN. Cabe recordar que para marzo del 76 dos periódicos circulaban en la ciudad de Rosario, ambos con características diferentes. La Tribuna, un diario vespertino, de pocas páginas, con información general aunque con una fuerte presencia de las secciones de deportes y quiniela, ya que se constituía como un diario de raigambre popular y barrial. La Capital, matutino que se perfilaba como un periódico hegemónico en Rosario y el cordón industrial, no sólo porque tenía una tirada promedio de sesenta mil ejemplares semanales y cien mil los domingos, o por su trayectoria a lo largo de todo el siglo sino porque era el diario de referencia con respecto a temas de la ciudad. A ellos se sumaría a mediados de 1977 El País, que en su primera etapa y hasta diciembre era de tirada vespertina transformándose luego en matutino. Si bien El País intentó constituirse como una alternativa, no logró consolidarse como una empresa rentable en la ciudad, cerrándose a mediados de 1978. El estudio sobre la prensa gráfica local señala que tuvieron un rol central en la instalación de una agenda de problemas de diversa índole. En ese sentido me interesa destacar aquí las prácticas discursivas que esos medios construyeron en torno a los jóvenes durante el período 1976/1978, ya que esta fue una temática recurrente permitiendo reproducir y consolidar estereotipos hegemónicos respecto de la juventud.
Si bien los medios gráficos de la ciudad tuvieron, en general, un discurso de apoyo al gobierno militar nacional y local, ese apoyo se construyó desde distintas estrategias y gradualidades. En líneas generales es posible decir que el discurso de los medios, se construyó durante la fase más represiva de la dictadura en una estructura discursiva binaria afianzando y difundiendo la lógica sobre la cual se asentaba la práctica represiva del terrorismo de estado. Como señala Pilar Calveiro, en Poder y Desaparición las lógicas totalitarias son lógicas binarias, construyen su poder a partir de "concebir el mundo como dos grandes campos enfrentados", donde la construcción de la identidad propia rechaza toda posibilidad de otro, otro que es siempre enemigo. Así la "subversión" es ese otro contrapuesto al "ser nacional" que, según el discurso militar, para sobrevivir debe aniquilarla. Esa estructura binaria construida desde los discursos oficiales se reproduce y difunde en otros espacios a la vez que impregna las prácticas enunciativas respecto de múltiples temáticas. Así, los diarios de la ciudad construyeron su discurso también desde una lógica binaria que permeó las interpretaciones sobre la realidad social y que ayudaron en el proceso de legitimidad que se estructuraba respecto de la dictadura impuesta en marzo de 1976, ya no sólo la "subversión apátrida" se oponía al ser nacional, occidental y cristiano, el caos se oponía al orden, un orden que no sólo era la negación del conflicto social y político sino la negación de toda diferencia en los diversos planos de la vida cotidiana. El caos era la inmoralidad, la basura, los perros callejeros, el ruido molesto, el cirujeo, las "gitanas", los jóvenes y el orden era pensado como la erradicación de todos ellos, la restitución de los "valores morales", del decoro.
Dicho discurso se inscribió en la lógica propia del contexto enfatizando una retórica conservadora y fuertemente anclada en la idea de orden, así como en la apelación constante a "salvar la patria". Si bien este pareciera presentarse simplemente como un reflejo del discurso militar y del proyecto del PRN, debemos tener en cuenta que es el mismo periódico quien lo promueve desde las distintas secciones.
El apoyo del diario La Capital a la gestión económica procesista era bastante sólido en el comienzo. El diario coincidía con la orientación general del discurso económico oficial aunque esbozaba algunos desacuerdos puntuales en cuanto al retraso de su implementación en áreas clave como el propio Estado.
En tanto promotor de determinadas acciones y valores el diario La Capital construyó una prédica que intentó ser ejemplar no sólo para la sociedad rosarina sino también para las instituciones y espacios estatales con los cuales entablaba diálogos y discutía. En este sentido algunas de las temáticas a tratar referían específicamente a los problemas cotidianos de los rosarinos como el ruido, la basura, las inscripciones en las paredes, las acciones municipales, etc. Si bien los temas no eran privativos de este proceso histórico y pueden observarse en otros contextos sociopolíticos, en esta coyuntura adquirieron un lugar central en tanto permitió expresar parte de los valores y acciones del "deber ser argentino". Asimismo, junto a los problemas cotidianos que en la narrativa se presentaron como parte de la agenda de cuestiones necesarias a tener en cuenta para constituir ese "bienestar general necesario", también es posible observar que algunos sujetos eran centro de atención de los editoriales, y como correlato en las cartas de lectores. Es claro que entre esos sujetos se encontraban los jóvenes.
Ya desde el inicio de la dictadura, éstos fueron centro de atención del discurso militar desde una doble mirada. Por un lado los jóvenes representaban el futuro y en ellos se depositaba también la responsabilidad de llevar adelante el PRN. Por otro lado los jóvenes eran vistos en forma negativa, como sujetos peligrosos, rebeldes, por el cual se apelaba a diversas instituciones que llevasen adelante la tarea de "forjarlos" a la propia imagen. En ese sentido los diarios reprodujeron gran parte de ese discurso e incluso ayudaron a construirlo, configurando estereotipos hegemónicos.
En principio es posible observar que los textos periodísticos de aquellos años reprodujeron y difundieron una imagen de la juventud como un todo homogéneo representado en la figura del varón de clase media y estudiante. También es posible observar que en algunos medios, y específicamente en el diario La Capital, se enfatizaba en un discurso que ayudaba a la conformación de percepciones negativas sobre los jóvenes.
En diciembre de 1975, por ejemplo, ante el incendio de una calesita, un editorial aseveraba: "Que en una antigua plaza de Rosario, la plaza López, dos o tres individuos jóvenes hayan quemado una calesita y bailado alrededor del fuego como celebrando un rito, nos parece una acto que linda con lo terrible". Y agregaba: "Vivimos un tiempo en donde todo parece posible, el tiempo del amor y del desprecio, de lo sagrado y lo profano. Las cosas que ocurren se mezclan en un caos que parece preparado con diabólica lucidez. Nos asustan algunos hechos que no deberían asustarnos, sentimos miedo de nada, permanecemos indiferentes ante ciertos horrores. Estamos confundidos, acaso porque la confusión sea el signo secreto de la vida (...) ¿Cómo medir el valor de algo en momentos en que todos los valores parecen subvertidos? ".
Si bien la cita da indicios de la sensación de miedo y caos generalizado que el mismo diario reproduce, no podemos dejar de observar que el editorial se refiere a la acción de jóvenes considerándola abominable, temible. Esa percepción va a surgir frecuentemente en los editoriales y también en las cartas de lectores.
Como ya hemos mencionado, la sección carta de lectores no era un espacio marginal en el diario, ya que no sólo incorporaba la voz del lector al discurso del diario sino que generalmente lo que allí se decía era retomado por los editoriales. En días previos al golpe de estado en una de ellas se aludía al aspecto de los jóvenes: "En estas épocas de cambios hay costumbres de las que duele despedirnos. Por ejemplo la manera en que los alumnos del colegio nacional se presentaban para ir a clase. Me parece bien que cada uno vaya como quiera pero hay algunos alumnos que antes deberían pasar no sólo por una peluquería sino por debajo de la ducha."
En la misma fecha un editorial recibía con beneplácito el uso de saco y corbata en la universidad -especialmente para docentes en tanto "entrañan el propósito de asegurar el umbral de decoro en las aulas superiores". Como es posible observar, entre fines de 1975 y principios de 1976, el problema del aseo, la vestimenta, la salida de los jóvenes en la noche eran cuestionadas tanto desde las cartas de lectores como desde los editoriales y ello no era un elemento casual en su discurso. Por el contrario se inscribía en el marco de un discurso general de existencia de anarquía y desorden en todos los aspectos de la vida, incluso en cuestiones cotidianas. La percepción de que todo estaba "patas arriba" ayudaba no sólo a configurar una visión negativa sobre los jóvenes sino también a plantear la necesidad del restablecimiento del orden.
El análisis realizado nos permite pensar que la construcción discursiva de los medios en torno a la juventud no era casual ni menor, sino que se constituía en una herramienta esencial en el proceso de construcción de representaciones más generales que legitimaban el PRN a la vez que impartía pautas y valores que consideraban "esenciales" en esa construcción del "ser nacional".
Mientras La Tribuna y El País retomaron desde sus páginas algunos de los puntos más contundentes del discurso oficial, insistieron en menor medida en cuestiones como, por ejemplo, la temática de la juventud. Sin embargo en la construcción de esas representaciones cobró fuerza la acción discursiva de La Capital, que en tanto se consideraba un claro defensor del PRN, promovió actitudes, valores y problemáticas que no dudó en levantar como banderas de su propio discurso. Así las representaciones hegemónicas en torno a la juventud instituyó a los jóvenes como un todo monolítico y homogéneo -y masculino, presentándose desde los editoriales como una problemática recurrente incluso desde los meses previos al golpe de estado. La construcción de los jóvenes como peligrosos, ajenos y contrarios a la sociedad llevaba a excluirlos, dejando de ser un sujeto social con sus propias pautas, con sus propios comportamientos para convertirse en un problema a resolver, una cuestión de la cual el estado debía encargarse para ordenar, disciplinar y en ocasiones reprimir.
Los espacios artísticos y culturales
“Cuando escucho la palabra cultura, saco el revólver” (Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda de Adolfo Hitler)
Los primeros años de la dictadura habían sido un período sembrado de dificultades las expresiones artísticas, dominado por la represión y la censura. Pero desde 1981 y, sobre todo, a partir de 1982 todas las vertientes de la vida cultural y artística experimentaron, en el país y en la ciudad, un risible renacimiento. La renovada oferta musical y teatral encontró un fértil terreno en un público ávido de propuestas y los rosarinos comenzaron a asistir masivamente al cine, al teatro y a los recitales, sobre todo en aquellos casos en donde se presentaban obras, filmes o artistas prohibidos previamente por la censura. La respuesta del público obedecía no sólo a la indudable calidad de muchas de estas ofertas sino que, por lo menos para una impactante porción de los espectadores, se vinculaba con una forma de resistencia, con una actitud de rechazo a la dictadura que también se verificaba en estos ámbitos.
En el ámbito de la Literatura, hubo escritores asesinados como Rodolfo Walsh (autor de la insoslayable Carta a la Junta Militar), Francisco Urondo, Haroldo Conti, Héctor Oesterheld, Roberto Santoro, Enrique Raab, entre los más destacados de 83 cuerpos que cargaron con la demencia militar.
Otros escritores daban cursos escondidos. Hubo pequeñas heroicidades, pero el miedo dejó su marca.
Los censores-orgánicos, minuciosos-sabían muy bien aquello que debían combatir: la cultura tal como se había manifestado desde la segunda postguerra hasta los primeros 70, la creatividad ligada a la ambición de realizar ética y estética, el sueño de que una subjetividad podría conmoverse ante un proyecto participativo, el afán de poner a danzar las bodas entre sentimiento e intelecto.
Fueron 231 los intelectuales, científicos, docentes, actores y músicos a los que la dictadura consideró poseedores de “antecedentes ideológicos desfavorables” e integraron la lista del Operativo Claridad. En solo una de las listas, se calcula que más de 700 personas de las más diversas profesiones estuvieron incluidas en las listas negras de la dictadura.
Hacia 1982 se verificó un cierto aflojamiento de los controles sobre los medios masivos de información que redundó en algunos cambios importantes. Ese año comenzó a editarse Rosario, que representó un soplo de aire fresco en la ciudad, quebrando el tradicional dominio que ejercía el diario La Capital en el ámbito de los medios gráficos y la programación de los canales locales comenzó a incluir ciclos de enorme éxito producidos en la Capital Federal, como “Nosotros y los Miedos”, que eran la expresión de una televisión más comprometida.
Por su parte, “El Clan”, un programa que se emitió durante varios años en el mediodía de Canal 5, representó un esfuerzo de producir una especie de revista periodística de la ciudad, que fue cambiando a medida que se transformaba  la realidad política a nivel local y nacional.
La cultura que supervivía en el país guardaba, después del golpe, como condición de existencia, su invisibilidad, con cursos, talleres que daban entre otros, Juan José Sebreli, Juan Carlos Martini Real, Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo, quienes espiaban por las rendijas de sus departamentos, para comprobar, antes de que llegaran los alumnos, que no hubiera algún fisgón apuntando desde la vereda. La cultura, en los primeros años de dictadura, estuvo amordazada para interceder en la vida nacional y, como contrapartida, construyó espacios “micro”.
El silencio mortuorio y plano, derramado desde el poder, no tuvo tampoco en la cultura el exacto reflejo buscado.
Las autoridades jamás pudieron disociar conceptualmente a la literatura de un ejercicio esotérico con aroma a marxismo. Toda la filosofía, excepto la tomista, era conspirativa y prescindible y sus cultores, sujetos de temer.
La dictadura militar hizo indiscriminadas listas negras donde anotó a Atahualpa Yupanqui, a Litto Nebbia y a Luis Alberto Spinetta. La música fue cercenada de tal forma que se prohibieron 250 composiciones musicales. Por ejemplo, fue proscripto el tango “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo.
En el cine, entre 1976 y 1983 se censuraron 132 películas, de la mano de Miguel Paulino Tato. Las formas desbordantes, ingenuas y clásicamente argentinas de Isabel Sarli encresparon los ánimos militares. La promiscuidad altamente estética del “Casanova” de Fellini, la virulencia juvenil de “La Naranja Mecánica”, así como los símbolos sexistas de Pier Paolo Pasolini no aprobaban los cánones marciales que exigía la “moralidad” imperante. Fernando Pino Solanas jamás pudo exhibir “Los hijos de Fierro”, y Leonardo Favio sólo existía en las listas negras.
Una de las películas más valiosas de todo el período fue “Tiempo de Revancha”. Un plano de Federico Luppi cortándose la lengua frente al espejo, se convirtió en el símbolo de una pírrica victoria contra un sistema aparentemente impenetrable desde una resistencia silenciosa.
En el cine, entre 1976 y 1983 se censuraron 132 películas, de la mano de Miguel Paulino Tato. Las formas desbordantes, ingenuas y clásicamente argentinas de Isabel Sarli encresparon los ánimos militares. La promiscuidad altamente estética del “Casanova” de Fellini, la virulencia juvenil de “La Naranja Mecánica”, así como los símbolos sexistas de Pier Paolo Pasolini no aprobaban los cánones marciales que exigía la “moralidad” imperante. Fernando Pino Solanas jamás pudo exhibir “Los hijos de Fierro”, y Leonardo Favio sólo existía en las listas negras. Las listas negras fueron varias a través de esos años; algunos actores y actrices se exiliaron principalmente en Europa y Méjico.
Entre los censurados podemos citar a Norma Aleandro, Marilina Ross, Irma Roy, Bárbara Mujica,  Juan Carlos Gené, Luis Politti, Federico Luppi, Carlos Carella, Héctor Alterio, David Stivel; ellos habían recibido amenazas en las postrimerías del anterior gobierno constitucional, por parte de la Triple A y fueron prohibidos por decisión de la Junta Militar.
El cine fue un instrumento al servicio de crear el semblante de alegría para todos tal como lo muestra una de las producciones de la época, “La fiesta de todos” (1978), dirigida por Sergio Renán. El libro fue de Mario Sábato y Hugo Sofovich, y con Adolfo Aristarain como director de producción. El punto de partida fue el material registrado por la empresa brasileña Milton Reisz Corp, que había tenido la concesión de la filmación del Mundial. Fue un collage optimista que reunía imágenes de los distintos encuentros deportivos y de los festejos de la gente en la calle y en las tribunas-donde también aparecían, en algunos momentos, Videla y Massera, y donde asomaba un corte sostenido, con globos con la leyenda “Argentina de pie ante el mundo”-más una serie de  mínimos sketches interpretados por conocidos actores argentinos, desde Luis Sandrini y Malvina Pastorino hasta Aldo Barbero, Rudy Chernicoff, Ulises Dumont, Ricardo Darín y Susú Pecoraro.
A pesar de esos ataques y luego de años de oscurantismo, un grupo de autores decidieron reafirmar la existencia de la dramaturgia argentina, aislada por la censura de las salas oficiales y silenciadas en las escuelas de teatro del Estado.
Todo comenzó en 1980, cuando varios autores se propusieron mostrarse conjuntamente en un teatro y veintiuno de ellos “escribieron otras tantas obras breves que, a tres por día, formaron siete espectáculos que debían repetirse durante ocho semanas.
En 1981 “Teatro Abierto” representó en Buenos Aires una experiencia de libertad en el ámbito del teatro independiente que, a pesar de las amenazas y prohibiciones, mostró que existían espacios de creación y reflexión que concitaban el apoyo popular. Fue un movimiento de los artistas textuales de Buenos Aires.  En agosto de 1982 el ciclo se reeditó en Rosario, y durante un mes se presentaron obras de catorce directores en distintas salas de la ciudad, que fueron recibidas por el público, alentando a elencos y directores locales a repetir la experiencia en 1983. Esta experiencia notable se extendió hasta 1985.
Cada obra fue dirigida por un director distinto y puesta en escena a intérpretes diferentes para dar lugar a una presencia también masiva de los actores. Así, doscientas personas, entre autores, directores y técnicos, participaron del primer ciclo.
El evento se inauguró en el Teatro del Picadero y desde la primera función provocó una convocatoria de público entusiasmado que desbordó las trescientas localidades previstas. Las funciones se realizaban en un horario insólito, a las seis de la tarde, y el precio de la entrada equivalía a la mitad del costo de una localidad de cine.
Una semana después de inaugurado, un Comando de la Marina incendió las instalaciones de la sala. Los militares habían advertido que estaban en presencia de un fenómeno donde se mezclaba lo político con lo teatral.
El atentado provocó la indignación de todo el mundo cultural. Casi veinte dueños de salas incluidas las más comerciales, se ofrecieron para asegurar la continuidad del ciclo. Más de cien pintores donaron cuadros destinados a recolectar dinero y recuperar las pérdidas. Los hombres más importantes de la cultura y de los derechos humanos, como Jorge Luis Borges y el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, expresaron su adhesión.
Las actividades pudieron continuar en el Teatro Tabarís, la más comercial de todas las salas de la calle Corrientes y con el doble de capacidad que el Teatro del Picadero. Las funciones se hacían a teatro lleno, y el entusiasmo del público convertía a las obras en verdaderas proclamas antidictatoriales.
Se realizaron tres ediciones de Teatro Abierto bajo el régimen militar (1981/1982/1983). Durante 1984 se debatió la forma de continuar, y las actividades siguieron durante dos ediciones.
El ejemplo estimuló a otros artistas de otras expresiones y así surgieron, a partir de 1982, Danza Abierta, Poesía Abierta y Cine Abierto, con un éxito en los ambientes de esas especialidades.

El Teatro en Rosario

En Rosario el teatro siempre ocupó un lugar relevante en la cultura de la ciudad. Desde los primeros grupos a los actuales hubo épocas de esplendor, con grandes actores, autores, y con la representación de las más diversas obras.
En las décadas previas al Golpe, la actividad teatral fue intensa, y fueron varios los grupos teatrales que sufrieron la censura y prohibiciones durante la dictadura. Entre ellos, podemos recordar a Arteón, definida como “una organización de experimentación y resistencia cultural”.
Un antecedente fue el Grupo “Organización y Arte”; posteriormente, varios de sus integrantes se escindieron y conformaron Arteón. En 1965, se constituyó un espacio artístico, creativo y de producción colectiva.
Néstor Zapata recuerda que junto a María Teresa Gordillo fundaron Arteón en la mesa de un bar. Otros miembros destacados fueron Sara Lindberg y Miguel Daza. Este grupo de jóvenes hipotecaron la casa de Zapata padre para conseguir un crédito y realizar una película. Su especulación era ganar un concurso para luego hacer frente a la hipoteca. El premio no se ganó y había que hacer frente a la hipoteca.
En los ajetreados años ´60, diferentes grupos de jóvenes con inquietudes artísticas, intelectuales y políticas, se aglutinaban en las trasnoches del Arteón. Rápidamente se consolidó como un espacio de sociabilidad que permitía la circulación de ideas y la interacción de propuestas y proyectos.
Con las funciones de trasnoches se afrontaron las necesidades económicas; pero el objetivo del grupo era crear, inventar. El Arteón se consolidó como un emprendimiento multicultural capaz de aglutinar y promover actividades de cine; y la producción y realización de cine, cine arte, obras de teatro, títeres y también cine publicitario.
A finales de la década del ´60, principio del ´70, hubo una etapa de producción de ficción donde la realidad social de represión y resistencia ciudadana estaba presente en las obras. Este contexto social de opresión e injusticia se catalizó en la producción de dos cortometrajes de alto contenido social: “Última Acción” y “El Hueso de Paco”.
El 27 de Octubre de 1972, sin saber cómo, ardió el Arteón. El fuego arrasó con el depósito y la sala de Arteón. A partir de 1973 nuevos aires parecen ser los inspiradores de un clima de fervor generalizado.
Arte, creación y política, fueron las divisas que identificaban a los involucrados en el emprendimiento Arteón. En una de las salas, en el bajo de Laprida al 500, se refugian los trabajos teatrales. En Sarmiento al 700, en El Patio, se realizaban los estrenos de algunas películas.
Luego, en los momentos de represión y censura, el grupo se preparó para enfrentar la nueva situación. Algunos materiales se guardan, otros se esconden, la mayoría se pierden. La decisión política es evitar la clandestinidad y armar una organización cultural en la superficie. Se conciben los Talleres de Arteón como “una forma de resistencia cultural”. Se convocan y se organizan las personas más idóneas para ello. Este lugar se afianza, gana respeto por su reputación.
En agosto de 1982 el ciclo se reeditó en Rosario, y durante un mes se presentaron obras de catorce directores en distintas salas de la ciudad, que fueron recibidas por el público, alentando a elencos y directores locales a repetir la experiencia en 1983.
En una coyuntura de creciente politización, el fenómeno de “Teatro Abierto” estimuló el acercamiento de los rosarinos al teatro independiente y hacia aquellas expresiones culturales que proponían una reflexión sobre la realidad presente y pasada. Por esos años, el teatro independiente vivió una especie de boom y las puestas de los elencos rosarinos-entre los que se contaban Arteón, Escena 75, el Teatro Margarita Xirgu dirigido Lauro Campos o el grupo de Pepe Costa-se vieron favorecidas por la afluencia de público.
En sus comienzos, la Asociación Amigos del Arte, declara filiación antiperonista, intenta dar una respuesta a algunos conceptos populistas del ya triunfante movimiento liderado por Perón. Se privilegiaban las manifestaciones artísticas provenientes de la vanguardia pero no jamás se ejerció censura sobre ninguna propuesta que se acercara. El director teatral Raúl Marciani fue responsable del área Teatro de la Institución. Al principio la entidad funcionaba en una casa situada en las calles  Laprida y Santa Fe y allí pasaron figuras de las letras como Jorge Luis Borges y del teatro como Juan Carlos Gené, por nombrar algunos de los más representativos.
Durante la dictadura militar, Amigos del Arte tuvo su decadencia, perdió el brillo que tenía en sus orígenes ya que con el alejamiento de Teatrika los integrantes de la Comisión Directiva decidieron no hacer más teatro.
Raúl Marciani, director del Grupo La Catapulta, es uno de los que impulsa el retorno de la actividad teatral a la sala, instalándose con sus talleres y una programación abierta a toda la comunidad.
En la década 70-80 surgen Teatrika (1972) con la dirección de Pepe Costa, que funcionó en la Sala de Amigos del Arte; la Comedia Provincial Santafesina (1973); el Instituto Provincial de Arte (1974); Escena 75 (1975) con la dirección de Daniel Querol y Carlos Segura (iniciados en Teatrika), elenco que rescata la figura de uno de los forjadores del teatro a nivel nacional como fue Eugenio Filippelli; el Teatro del Mercado Viejo con la dirección de David Edery y Elisenda Seras; y en 1978 CRIT, Centro Rosarino de Investigación Teatral.
En 1973, consecuencia de la realidad política de Argentina, el grupo Arteón presenta “Compañero País” en los jardines de Canal 5 bajo la dirección de Néstor Zapata.
Pero la dictadura no paralizó a los actores rosarinos. Estos buscaron nuevas estrategias y, a meses del 24 de marzo de 1976, Arteón estrenó “Stéfano”, de Discépolo, con dirección de Néstor Zapata; “El Organito”, en el teatro del Mercado Viejo, dirigido por David Edery; y “Babilonia”, del grupo Teatrika, bajo la dirección de Pepe Costa, que permanece tres años en cartelera. Al año siguiente, se incorpora María de los Ángeles González, primero como actriz y luego como docente y autora teatral. También se pone en escena “Relojero” por el grupo APM (Agentes de Propaganda Médica).
Esta etapa cuenta con la Sala Lavardén, ex sala Evita y el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, herencia que nos dejara el Mundial de Fútbol 78, que se constituyó desde entonces en el ámbito propio de las manifestaciones culturales de la ciudad, organizando importantes ciclos de teatro.
Pero hay una figura que aparece modelando el humor político rosarino, uno de los grandes maestros que predicó con un estilo particular de enseñanza siempre preocupado por su conexión con las luchas populares: Norberto Campos.
Campo fue el símbolo de cómo el teatro puede afinar sus herramientas e intervenir en lo social, fundamentalmente en los espacios callejeros, espacios donde la irreverencia y la transgresión adoptan otra variante de la risa. En su homenaje a los orígenes del teatro argentino, vistiendo los atuendos de aquel inmortal “Pepino el 88” y fundando el Grupo Litoral junto a la bailarina y coreógrafa Cristina Prates, encuentra el campo propicio para fusionar el humor político, el teatro y la danza que alcanzaron con”Inodoro Pereyra, el renegau”, una de las empresas más genuinas de las artes escénicas rosarinas adaptando la popular historieta del Negro Fontanarrosa.
Durante el período de la dictadura aparecen agrupaciones ejerciendo un accionar contestatario y de claro desafío, asumido en mayor o menor grado por algunos grupos como Cucaño y el Grupo de Jorge Orta. Las acciones eran callejeras, efímeras o esporádicas, como así también en algunas galerías privadas. Así surge Grupo Azul y, a fines de la etapa, la expresión del teatro callejero.
El grupo más importante fue Cucaño, una formación que intervenía constantemente en el espacio callejero de las más variadas maneras; podían ir de lo irónico a la provocación, buscando formas constantes de ataques a la “moral”.
Una característica común a todos los grupos es que se dedican a estudiar teatro, buscando perfeccionarse en el país y en el extranjero.
El 27 de noviembre de 1978 se creó la filial Rosario de Asociación Argentina de Actores, y Pepe Costa funda el Centro Rosarino de Investigación Teatral.
En la década del ´80, se inicia una prolífica, producción que arranca con una puesta memorable: “Cándida”, de Bernard Shaw, con dirección de Héctor Tealdi, que fue censurado durante los años de la dictadura. Fue un pionero del teatro independiente en la década del ´50, donde desarrolló una gran labor en su ciudad natal, Rosario. Aún en plena censura, en los años ´80 comenzó nuevamente a realizar una gran actividad teatral al participar en el Grupo Teatro Abierto; ahí dirigió a Leonor Manso y Carlos Carella.
El 27 de marzo de 1982 se festeja por primera vez el “Día Mundial del Teatro” en una ciudad no capital y con relevancia mundial. Se mantienen los festivales de teatro, surge el teatro callejero y se cuenta con una sala oficial: la Mateo Booz.
Hacia 1982 se verificó un cierto aflojamiento de los controles sobre los medios masivos de información que redundó en algunos cambios importantes. Ese año comenzó a editarse Rosario, que representó un soplo de aire fresco en la ciudad, quebrando el tradicional dominio que ejercía el diario La Capital en el ámbito de los medios gráficos y la programación de los canales locales comenzó a incluir ciclos de enorme éxito producidos en la Capital Federal, como “Nosotros y los Miedos”, que eran la expresión de una televisión más comprometida.
Por su parte, “El Clan”, un programa que se emitió durante varios años en el mediodía de Canal 5, representó un esfuerzo de producir una especie de revista periodística de la ciudad, que fue cambiando a medida que se transformaba  la realidad política a nivel local y nacional.
Mientras muchos se lamentaban por el cierre de varios cines en Rosario, en 1982 se produjo un fenómeno que contrastaba con la crisis en la que parecía sumida desde hacía unos años la industria cinematográfica. A medida que muchas películas que habían estado prohibidas comenzaban a exhibirse, el público comenzó a concurrir asiduamente al cine.
En abril de 1982, surge “Discepolín”, desmembrado de Arteón, que realiza teatro de adolescentes logrando un importante éxito con “Vení que te cuento”, bajo la dirección de María de los Ángeles González.
Una situación similar se vivió en el ámbito de la música. Los recitales de Mercedes Sosa, en noviembre de 1982, y de Joan Manuel Serrat, en junio de 1983, convocaron cada uno casi 15.000 espectadores.

Espacios culturales

Esta etapa cuenta con la Sala Lavardén, ex sala Evita y el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, herencia que nos dejara el Mundial de Fútbol 78, que se constituyó desde entonces en el ámbito propio de las manifestaciones culturales de la ciudad, organizando importantes ciclos de teatro.
Una característica común a todos los grupos es que se dedican a estudiar teatro, buscando perfeccionarse en el país y en el extranjero.
La Side intervino varias veces en las actividades que desde la Dirección General de Cultura se llevaban a cabo. Ejemplo de eso fue lo ocurrido en torno a los Cuadernos de la Dirección de Cultura y los Cuadernos del Partido Comunista. La Side sospechaba de la Dirección y de su director, aduciendo que desde allí se dirigían los Cuadernos del PC. Una vez demostrada la diferencia entre ambos se retiró la acusación. La libertad de acción existía, pero dentro de límites bien determinados y celosamente vigilados por la Side y el intendente.
En 1978, una vez finalizado el Mundial de Fútbol, el Centro de Prensa fue reciclado como Centro Cultural “Bernardino Rivadavia” y Centro de Congresos y Convenciones. Por intermedio de una Comisión “ad hoc”, se eligió y contrató como Director Gerente del CCBR  a Kurt Fischbein, quien desempeñaba la representación del Instituto Goethe de Buenos Aires en Rosario.
La creación del organigrama institucional, como también el trazado de la misión y objetivos del Centro, quedó enteramente bajo la responsabilidad de Fischbein, quien se las arregló para diseñar espacios libres de censura en su programación. Así surgió “Jóvenes artistas se manifiestan”, la serie de grandes muestras colectivas que tuvieron lugar año a año, hasta 1983, en la sala “D” bajo la curaduría del pintor y cineasta Daniel Scheimberg.
Las Galerías de Arte como Krass, Raquel Real, Sala de la Pequeña Muestra y Arte Privado, entre muchas otras, cumplieron un rol clave en la difusión de las obras y el diálogo entre los artistas. El dibujo y el grabado, como asimismo la pintura, fueron disciplinas artísticas que se presentaron como expresiones factibles para una producción de tipo intimista, individual. La avanzada política y estética de las vanguardias pasó a ser sinónimo de “subversión”. Los artistas plantearon un concepto de obra de arte diferente del que habían formulado los lenguajes de la década anterior, que habían llegado a instaurar un importante grado de desmaterialización del arte y de disolución de la autoría individual.
En este sentido se destaca el Grupo que integraron Jorge Urta, Graciela Sacco y Claudia del Río, entre otros. Ellos produjeron las obras “Testigos Mudos” (1981), que se hizo pública en la Plaza Santa Cruz, con figuras humanas esquemáticas en forma de cruz simbolizando los muertos y desparecidos de la dictadura; y “Madera y Trapo” (1982), que se mostró en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia.
En el Museo Castagnino, institución en la cual hay escaso material sobre muestras de este período, en esa década se realizaron algunas muestras de artistas de gran trayectoria, como la que tuvo lugar en 1979 con motivo del Premio Rosario; otorgado a la artista Raquel Forner. En 1980 se hacía la muestra retrospectiva de Luis Ouvrad y una muestra homenaje a Lía Correa Morales. Al año siguiente, tiene lugar la retrospectiva de Oscar Herrero Miranda, y en 1982 la de Augusto Caggiano. En ese mismo año se realiza una muestra de Héctor Basaldúa y la exposición por el Premio Rosario que se le otorga al maestro Juan Grela.
Los artistas plásticos con distintos compromisos sociales, ya sea con sus obras o con su práctica militante, fueron reprimidos, perseguidos y censurados. En Rosario, lo sufrió Rubén Naranjo, uno de los gestores de la revolucionaria expresión artística “Tucumán Arde” y participante en la Biblioteca Popular “Constancio C. Vigil”. En la dictadura, tuvo que refugiarse en casa de amigos para poder sobrevivir. Cesanteado de la Universidad, intervenida la Vigil, se dedicó a la gráfica como sustento y volvió a dibujar realizando, en la técnica del grabado, significativas obras que daban a entender el momento oscuro en que estaba sumergida la sociedad toda. A la vez que comenzaba a participar (casi en la clandestinidad) de las organizaciones de Derechos Humanos, y junto a las Madres de la Plaza, comenzó a rondar con ellas en la Plaza 25 de Mayo.
La gestión de políticas culturales de la Municipalidad de Rosario ocurría en el marco de contradicciones internas. No había una política cultural determinada y conjunta; por el contrario, había tantas actividades y políticas culturales como áreas y personajes que decidían al respecto, sin que se produjera una real y constante articulación entre ellos.
Las actividades culturales se implementaban a través de la Dirección General de Cultura, el Centro Cultural Benardino Rivadavia, la Comisión Calificadora de Espectáculos Públicos (contrataba las presentaciones y producciones artísticas de particulares) y el Intendente. Todas las actividades estaban controladas por la SIDE.
El papel de la Comisión Calificadora era fundamental al momento de decidir sobre la censura-o no-de una presentación artística determinada.
El secretario Gary Vila Ortiz buscó para afrontar las dificultades que el escaso presupuesto ocasionaba, fue la creación de la Fundación Cultural de Rosario. Por medio de ella se podían comercializar y financiar las actividades.
Las áreas culturales de la Municipalidad enfrentaban una limitación fundamental para la realización de sus actividades: la económica.
La singularidad de este organismo era su conformación. No sólo había representantes del Estado sino también, y mayoritariamente, de grupos y asociaciones de la sociedad civil. Sus miembros representaban a la Dirección de Cultura, el Juzgado de Menores, los Cineclubes, la Asociación Argentina de Escritores, la Liga de Madres de Familia y la Liga de la Decencia. Estos agrupaban a los sectores más conservadores. No eran representativos de la sociedad existente, sino del modelo societal pensado por los militares.
Lo particular del caso, es que el Estado local permitía la participación de sectores sociales en la toma de decisiones correspondientes a la censura. De esta manera el Estado y los grupos adictos al régimen colaboraban entre sí en pos del mantenimiento de los valores del ser nacional sostenidos por ambos. Todo esto era necesario para la instauración del nuevo modelo económico e implementar la lógica neoliberal.
El 27 de marzo de 1982 se festeja por primera vez el “Día Mundial del Teatro” en una ciudad no capital y con relevancia mundial. Se mantienen los festivales de teatro, surge el teatro callejero y se cuenta con una sala oficial: la Mateo Booz.
Mientras muchos se lamentaban por el cierre de varios cines en Rosario, en 1982 se produjo un fenómeno que contrastaba con la crisis en la que parecía sumida desde hacía unos años la industria cinematográfica. A medida que muchas películas que habían estado prohibidas comenzaban a exhibirse, el público comenzó a concurrir asiduamente al cine.
Una situación similar se vivió en el ámbito de la música. Los recitales de Mercedes Sosa, en noviembre de 1982, y de Joan Manuel Serrat, en junio de 1983, convocaron cada uno casi 15.000 espectadores.
Los artistas plásticos con distintos compromisos sociales, ya sea con sus obras o con su práctica militante, fueron reprimidos, perseguidos y censurados. En Rosario, lo sufrió Rubén Naranjo, uno de los gestores de la revolucionaria expresión artística “Tucumán Arde” y participante en la Biblioteca Popular “Constancio C. Vigil”. En la dictadura, tuvo que refugiarse en casa de amigos para poder sobrevivir. Cesanteado de la Universidad, intervenida la Vigil, se dedicó a la gráfica como sustento y volvió a dibujar realizando, en la técnica del grabado, significativas obras que daban a entender el momento oscuro en que estaba sumergida la sociedad toda. A la vez que comenzaba a participar (casi en la clandestinidad) de las organizaciones de Derechos Humanos, y junto a las Madres de la Plaza, comenzó a rondar con ellas en la Plaza 25 de Mayo.
La gestión de políticas culturales de la Municipalidad de Rosario ocurría en el marco de contradicciones internas. No había una política cultural determinada y conjunta; por el contrario, había tantas actividades y políticas culturales como áreas y personajes que decidían al respecto, sin que se produjera una real y constante articulación entre ellos.
Las actividades culturales se implementaban a través de la Dirección General de Cultura, el Centro Cultural Benardino Rivadavia, la Comisión Calificadora de Espectáculos Públicos (contrataba las presentaciones y producciones artísticas de particulares) y el Intendente. Todas las actividades estaban controladas por la SIDE.
El papel de la Comisión Calificadora era fundamental al momento de decidir sobre la censura-o no-de una presentación artística determinada.
El secretario Gary Vila Ortiz buscó para afrontar las dificultades que el escaso presupuesto ocasionaba, fue la creación de la Fundación Cultural de Rosario. Por medio de ella se podían comercializar y financiar las actividades.
Las áreas culturales de la Municipalidad enfrentaban una limitación fundamental para la realización de sus actividades: la económica.
La singularidad de este organismo era su conformación. No sólo había representantes del Estado sino también, y mayoritariamente, de grupos y asociaciones de la sociedad civil. Sus miembros representaban a la Dirección de Cultura, el Juzgado de Menores, los Cineclubes, la Asociación Argentina de Escritores, la Liga de Madres de Familia y la Liga de la Decencia. Estos agrupaban a los sectores más conservadores. No eran representativos de la sociedad existente, sino del modelo societal pensado por los militares.
Lo particular del caso, es que el Estado local permitía la participación de sectores sociales en la toma de decisiones correspondientes a la censura. De esta manera el Estado y los grupos adictos al régimen colaboraban entre sí en pos del mantenimiento de los valores del ser nacional sostenidos por ambos. Todo esto era necesario para la instauración del nuevo modelo económico e implementar la lógica neoliberal.


El Rock

Con la Guerra de Malvinas, nació una de las etapas más brillantes del rock nacional debido al reflotamiento del mismo por parte de los medios de comunicación. Cuando termina la Guerra, vuelven a inyectar nuestra cultura música y extranjera.
Así, los músicos comenzaron entonces a escribir sus propias canciones, expresándose, revelándose y sometiéndose a persecuciones y custodias militares en recitales que más de una vez no terminaban.
Sus letras, que a veces parecían no decir nada, eran fuertes reclamos y hondas reflexiones del ahogo que les provocaba la falta de libertad, escondidas bajo historias aparentemente inocentes.
En 1979 se conjugaban dos fenómenos: la creación del grupo Serú Girán y la reaparición de uno de los pioneros, Almendra, que brindó cuatro recitales masivos en diciembre de ese año.
El rock nacional logró afirmarse durante la dictadura como forma de resistencia.

La Trova Rosarina

Pero, sin lugar a dudas, el fenómeno con mayor proyección fue el protagonizado por un grupo de músicos y compositores rosarinos, encabezados por Juan Carlos Baglietto quienes, desde 1982, conformaron la que se dio en llamar “nueva trova rosarina”, en la que se revistaban también Rodolfo Fito Páez, Rubén Goldín, Silvina Garré, Adrián Abonizio, Jorge Fandermole y Lalo de los Santos.
La denominación “Trova Rosarina” no es considerado válido por algunos de sus integrantes, quienes no se sienten representados por aquél, popularizado por los medios especializados de rock. Este fue un fenómeno particular entre los jóvenes y el rock. El rock producido en Rosario, hegemonizó el circuito comercial de 1982.
El primer álbum de Juan Carlos Baglietto (1982) es un cuadro de la situación argentina. En primer lugar, la supervivencia a la guerra, en las letras hay una permanente alusión a la Guerra de Malvinas y a la Dictadura Militar.
Los temas rosarinos se presentan en la forma de una poesía urbana que narra historias utilizando recursos expresivos diferentes, metáfora, imágenes, a los habituales en el rock. La letra es tan grave como la melodía porque importa entender lo que los artistas dicen para que el canto sea colectivo.
La “Trova Rosarina” es hija de otros estilos; en cuanto a ritmos o influencias musicales propiamente dichas se reivindican los ritmos rioplatenses-tango, milonga, candombe-, el jazz y el folklore. La música rosarina navega en una sociedad heterogénea y dinámica. Los rosarinos son básicamente innovadores en su obra y la búsqueda de un estilo corresponde a la defensa de una identidad que se diferencia del producto consumido masivamente.
La “Trova Rosarina” fue un movimiento artístico original y complejo: sus músicos habían compuesto durante la dictadura un caudal de temas que estaba inspirado en lo vivido durante el gobierno de Videla. Hay ejes temáticos que la “Trova Rosarina” comparte con otros discursos artísticos contemporáneos a ella, pero la conjunción en sus letras de una ética que reivindica el compromiso de los músicos, que enfatiza el mensaje en la comunicación, que recompone historias populares en manos de un trovador, que sostiene la esperanza y subvierte los símbolos del poder militar, es específica de su textualidad.
Durante la última dictadura militar,  un grupo de rosarinos y nicoleños se reunieron y en diferentes etapas le dieron vida a la banda Irreal. No llegó a registrar ninguna producción discográfica oficial-sólo grabaron un cassette a modo de demo-pero que cobró notoria relevancia por el calibre de los músicos que pasaron por ella.
La primera etapa de Irreal va del ´77 hasta el ´78 o ´79, y de ahí en adelante, hasta el ´81, cuando el Grupo fue censurado. El ingenio de los músicos burlaba la censura cuando al componer sus letras muchas veces debían recurrir a la poesía más críptica para que los mensajes sociales se pudiesen leer entrelíneas.
La “Trova Rosarina”, en menos de un año dio a luz a dos discos. Tiempos Difíciles se editó a principios de 1982 y se convirtió en el disco de oro en la historia del rock argentino (30 mil copias al mes y 130 mil con el tiempo). El 14 de mayo de 1982 dieron un show histórico en Obras que terminó de coronarlos para siempre. A Juan Carlos Baglietto y Rodolfo “Fito” Páez, los acompañaban Jorge Fandermole, Adrián Abonizio, Rubén Goldín, Silvina Garré, Lalo de los Santos, Sergio Sainz, Marcos Pusineri, Héctor De Benedictis, entre otros.

La censura en la Literatura

La censura afectó, modificó y dio forma a la cultura de esta época. Por un lado, implicó una mordaza a la posibilidad d expresarse, de acceder a las ideas elaboradas por otros y a las actualidades bibliográficas de otros lugares del mundo. Por otro, produjo nuevos modos de circulación de libros prohibidos, nuevas maneras de escribir y de leer nuevas estrategias para evadir el control.
La censura operaba con tres tácticas: el desconocimiento, que engendra el rumor; las medidas ejemplares, que engendran el terror; y las medias palabras, que engendran intimidación. Y tuvo dos esferas fundamentales: el político ideológico y la moral.
Esto funcionó con una conexión fuerte entre el Ministerio de Cultura y el Ministerio de Educación. Había una oficina que se encargaba de recibir libros, un equipo de gente bastante preparada que los analizaba, un departamento que evaluaba su prohibición.
Hubo inspectores que recorrían librerías pero también gente que voluntariamenrte denunciaba títulos de libros, o voluntarios que recorrían las editoriales.
La represión cultural se manifestó también en la desaparición de escritores, en un plan específico instrumentado en el ámbito educativo (conocido como Operación Claridad) y en los ataques contra editoriales. En este sentido los casos más alevosos tuvieron como víctimas a la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA) y al Centro Editor de América Latina (CEDAL). Pero con diferencias significativas.
En EUDEBA hicieron allanamientos en los depósitos, se llevaron los libros y los quemaron. Pero esos libros fueron entregados por los directivos, que en ese momento eran civiles. Allí hubo delación de personas, que ahora están desaparecidas.
El Centro Editor de América Latina tenía entonces a empleados que habían sido víctimas de la Triple A. Al hacer un allanamiento se llevaron detenida a la gente que trabajaba en los depósitos. Hubo participación de jueces en causas por prohibiciones de libros. La prohibición estaba naturalizada.
Una de las facetas de la Operación Claridad fue la de prohibir una cantidad importante de libros de todo tipo, no sólo políticos, sino también de ficción, cuentos, novelas, textos escolares, ya fueran de autores nacionales como extranjeros. Las listas llegaban a las bibliotecas, escuelas y a distintas instituciones públicas o privadas, con una caracterización ideológica de los “libros peligrosos” para las mentes de niños, jóvenes y adultos. La misma suerte siguieron una serie de revistas y periódicos, pertenecientes a partidos políticos o instituciones.
Desafortunadamente, es preciso decir que respecto de esta última, la iglesia se sumó en varias oportunidades a los sectores más reaccionarios de la sociedad para aconsejar mayor moderación aún en los mensajes culturales y mayor vigilancia del Estado en el terreno moral. Los blancos de estas políticas del régimen fueron la disidencia, la pluralidad, la libertad de circulación de las ideas y los bienes simbólicos. Su objetivo, el de escindir a la sociedad argentina, el de cortar los canales que comunican, en una sociedad moderna y articulada, a los intelectuales, los mediadores culturales y el resto de la trama social.
El Centro Editor de América Latina dirigido por Boris Spivacow, Ediciones De La Flor, o la Editorial Universitaria EUDEBA, fueron, entre otras, las  principales editoriales atacadas en Buenos Aires.
Un libro infantil de Elsa Bornemann, “Un elefante ocupa mucho espacio”, fue prohibido porque contenía “una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparativa a la tarea de captación ideológica del accionar subversivo”. Otro texto para niños, “La torre de cubos”, de Laura Devetach, es acusado de “simbología confusa, cuestionamientos ideológicos y sociales, ilimitada fantasía”.
En la provincia de Santa Fe se prohibió “La tía Julia y el escritor”, de Mario Vargas Llosa: “La idea revela en su contenido, distorsiones, intenciones maliciosas y ofensas reiteradas a la familia, religión, fuerzas armadas, y principios éticos y morales que sustentan las estructuras espirituales e institucionales de la sociedad latinoamericana”.

Lo acontecido en Rosario

Los militares quisieron destruir “El fusilamiento de Penina”, el título de Aldo Oliva que editó la editorial de la Biblioteca Constancio C. Vigil y cuya edición íntegra de 15.000 ejemplares fue quemada por los militares en 1975. Uno se salvó.
La lista incluía a “Operación Masacre” (Rodolfo Walsh), “Rojo y Negro” (Stendhal), “Las venas abiertas de América Latina” (Eduardo Galeano) y “Dailán Kilki” (María Elena Walsh). La desaparición de personas tenía que corresponderse con la desaparición de símbolos culturales.

La Biblioteca Vigil

Los militares usurparon la Biblioteca Popular “Constancio C. Vigil”, que es un ejemplo de un trabajo colectivo en pos de un proyecto por la cultura y la educación popular, en Rosario. Fue intervenida mediante el Decreto N° 942. Ocho miembros de su Comisión Directiva fueron detenidos ilegalmente; su control de préstamos bibliográficos, utilizado para investigar a los socios.
El Decreto N° 942/77, firmado por el Gobernador de la Provincia de Santa Fe, Vicealmirante Jorge Desomone-y la Resolución N° 137/77 del Instituto Nacional de Acción Mutual (INAM)-rubricada por el Teniente Coronel Héctor Hiram Vila, a cargo del mencionado Ente-disputaron el nuevo destino del Capitán de Corbeta Esteban César Molina, Interventor Normalizador de la Biblioteca Popular “Constancio C. Vigil” de Rosario. Las nuevas autoridades asumieron el 25 de febrero de 1977.
Siete días después estaban cerradas todas las escuelas extracurriculares y los cursos de capacitación, se clausuró el servicio bibliotecario y se cancelaron las actividades que se realizaban en todos los talleres de producción, en la Caja de Ayuda Mutual, en la guardería y en el Centro Materno-Infantil.
En la Provincia de Santa Fe se quemaron 80 mil libros.

El Cine

En el cine, entre 1976 y 1983 se censuraron 132 películas, de la mano de Miguel Paulino Tato. Las formas desbordantes, ingenuas y clásicamente argentinas de Isabel Sarli encresparon los ánimos militares. La promiscuidad altamente estética del “Casanova” de Fellini, la virulencia juvenil de “La Naranja Mecánica”, así como los símbolos sexistas de Pier Paolo Pasolini no aprobaban los cánones marciales que exigía la “moralidad” imperante. Fernando Pino Solanas jamás pudo exhibir “Los hijos de Fierro”, y Leonardo Favio sólo existía en las listas negras.
Una de las películas más valiosas de todo el período fue “Tiempo de Revancha”. Un plano de Federico Luppi cortándose la lengua frente al espejo, se convirtió en el símbolo de una pírrica victoria contra un sistema aparentemente impenetrable desde una resistencia silenciosa.
El cine fue un instrumento al servicio de crear el semblante de alegría para todos tal como lo muestra una de las producciones de la época, “La fiesta de todos” (1978), dirigida por Sergio Renán. El libro fue de Mario Sábato y Hugo Sofovich, y con Adolfo Aristarain como director de producción. El punto de partida fue el material registrado por la empresa brasileña Milton Reisz Corp, que había tenido la concesión de la filmación del Mundial. Fue un collage optimista que reunía imágenes de los distintos encuentros deportivos y de los festejos de la gente en la calle y en las tribunas-donde también aparecían, en algunos momentos, Videla y Massera, y donde asomaba un corte sostenido, con globos con la leyenda “Argentina de pie ante el mundo”-más una serie de  mínimos sketches interpretados por conocidos actores argentinos, desde Luis Sandrini y Malvina Pastorino hasta Aldo Barbero, Rudy Chernicoff, Ulises Dumont, Ricardo Darín y Susú Pecoraro.
La lógica eufemística del cine se acentúa durante la dictadura. Sólo se habla de salvadores locales y enemigos foráneos. Por ejemplo, “La aventura explosiva” (Trucco, 1976), “Los Comandos Azules” (Emilio Vieyra, 1979).
Otro director que se sumó al bando de los “optimistas” fue Ramón Palito Ortega. En 1976, debutó como director con “Los locos en el aire”. Al año siguiente, con “Brigada en acción” incursionó también en el género ya no policial sino “parapolicial”.
A pesar del clima político imperante y los riesgos vigentes, algunas voces consiguieron eludir la censura y la persecución a través de un cine de género donde, aunque metafóricamente, se colaban alusiones a la situación política. El caso más contundente es el de Adolfo Aristarain, que debutó en 1978 con el policial “La parte del león”. En 1981
En el deporte
El compromiso de los deportistas de los 70 fue el que caracterizó a una generación que pretendía un mundo mejor. Sus vidas no se reducían a una medalla o un buen resultado.
El compromiso de los deportistas de los 70 fue el que caracterizó a una generación que pretendía un mundo mejor. Sus vidas no se reducían a una medalla o un buen resultado. Participaban, discutían y actuaban, siempre pensando en una sociedad más justa. Les costó demasiado caro. La dictadura militar no tuvo piedad y como sus principales victimas fueron los jóvenes, una treintena de atletas federados sufrió el horror, según detalló el periodista Gustavo Veiga en el libro Deporte, Desaparecidos y Dictadura publicado en 2006.
Unos 35 deportistas fueron desaparecidos y recién varios años después del fin de la dictadura sus historias salieron a la luz. El objetivo ejemplificador del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional ya se había cumplido. Cada atleta que fue surgiendo persiguió una meta individual, la superación personal, sin importarle lo que sucedía a su alrededor, salvo honrosas excepciones. El “no te metás” había triunfado.
Pero la historia de aquellos deportistas desaparecidos no pudo ser ocultada y de a poco cada uno comenzó a ser reivindicado. Lo demuestra la organización anual de La carrera de Miguel en diferentes ciudades del país, para recordar al atleta Miguel Sánchez; la denominación de Ana Acosta a la cancha de hockey del Cenard; la declaración del 18 de octubre como Día Nacional del Profesor de Tenis por Miguel Schapira (el día de su nacimiento); y la identificación de un aula del colegio Rafael Hernández de La Plata con el nombre del rugbier Rodolfo Axat.
El deporte y los deportistas se fueron interesando por conocer quiénes fueron esos jóvenes y a resaltar sus valores y compromiso. Sus historias les sirven de ejemplo.
La nómina de deportistas desaparecidos mencionados por Gustavo Veiga es la siguiente: Adriana Acosta (jugadora de hockey de Lomas); Miguel Sánchez y Eduardo Requena (atletismo); Alicia Alfonsín (basquetbolista del Club Deportivo y Social Colegiales, y madre del diputado Juan Cabandié); Gustavo Bruzzone (ajedrez); los futbolistas Luis Ciancio (Gimnasia La Plata), Carlos Rivada (Huracán de Tres Arroyos) y Gustavo Olmedo (Los Andes de Los Sarmientos de La Rioja); Deryck Gillie (nacido en Inglaterra, yachting); Daniel Schapira (tenista y profesor); y el gimnasta artístico Sergio Fernando Tula.
Además, los rugbiers Fernando Cordero y Ricardo Posse (Uni de La Plata); Ricardo Dakuyaku (San Luis de La Plata); Daniel Elicabe y Carlos Williams (Los Tilos de La Plata); Juan Carlos Perchante (Urú Curé de Río Cuarto); Ricardo Omar Lois (Pucará); Julio Alvarez, Mariano Montequín, Santiago Sánchez Viamonte, Otilio Pascua, Hernán Roca, Pablo Balut, Rodolfo Jorge Axat, Jorge Moura, Alfredo Reboredo, Marcelo Bettini, Abel Vigo, Eduardo Navajas, Hugo Lavalle, Enrique Sierra, Mario Mercader, Pablo del Rivero y Luis Munitis (distintas divisiones de La Plata Rugby Club).


La Guerra de Malvinas en Rosario

Durante la Guerra de Malvinas, la ciudad mostró imágenes imborrables para quienes participaron de aquellas jornadas.
En marzo de 1982, la CGT convocó a la realización de un acto masivo contra la dictadura. Previsto inicialmente para el24 de marzo, los dirigentes sindicales no quisieron “provocar” a los militares y lo postergaron por unos días, hasta el 30.
Ese día, en Buenos Aires, alrededor de 20.000 personas batallaron con las fuerzas represivas durante toda la jornada, luchando por llegar a la Plaza de Mayo, resistiendo los gases, las embestidas con autos y caballos, y los cientos de detenciones a cualquiera que transitara por la calle en pleno centro en horario pico de salida de los trabajos.
Como el resto del país, en Rosario se hizo sentir el paro. Ese día, la CGT de calle Italia se manifestó por la peatonal, siendo reprimidos por la policía, marcando junto a lo sucedido en otras grandes ciudades, un hito en las luchas de la clase obrera contra la dictadura. Acompañaron a los sindicalistas, distintos partidos políticos y agrupaciones universitarias que encontraban el espacio para exteriorizar su descontento con el poder dictatorial. Nadie se imaginaba lo que sucedería en las próximas jornadas.
El régimen militar se hallaba entonces contra las cuerdas, y sacó de la galera una jugada para procurar una fuerza hacia delante, intentando salvar su prestigio y su poder.
Rosario fue también presa del discurso patriotero y chauvinista, impulsado desde el régimen militar. El 3 de abril hubo una manifestación multitudinaria en la Plaza 25 de Mayo. La Cámara de Empresarios del Transporte Urbano de Pasajeros cedió colectivos gratuitos para que la gente fuera a la Plaza; las organizaciones gremiales y vecinales también se movilizaron ante la convocatoria.
Grupos de estudiantes cantaban estribillos y gritos patrióticos pedían al Intendente que saliera al balcón, y Alberto Natale saludó a los jóvenes congregados que le devolvieron el saludo con muestras de simpatía. Los diarios se poblaron de solicitadas y comunicados de todas las fuerzas políticas, desde las más condescendientes con la dictadura hasta los partidos de izquierda, como el Partido Comunista Revolucionario y el Partido Socialista de los Trabajadores, ellos apoyando la “Gesta Patriótica”.
La Municipalidad de Rosario organizó un concurso de monografías cuyos temas eran: “Defensa de los derechos argentinos sobre las Islas Malvinas ante los organismos internacionales” y “Sentido histórico de la solidaridad americana”. Algunos comercios de la ciudad no quisieron estar ausentes, y el antiguo bar Londres, cambió su nombre por el de Malvinas Argentinas, y la confitería Lord Jack mutó en “El viejo Galeón”. También desde el Municipio se centralizó la recaudación para el luego tristemente célebre “Fondo Patriótico”, que tuvo su impacto mediático, con momentos de melodrama, en un programa televisivo conducido por Pinky y Cacho Fontana.
Al mismo tiempo, la euforia permitía una apertura hasta entonces inédita: los proscriptos culturales, políticos y sociales salieron a la luz en el espacio público, y se colaron, entre los intersticios de un nacionalismo infantil, los mensajes contestatarios del rock nacional, el teatro independiente y la literatura prohibida.
Luego de la derrota de Malvinas, el Intendente de Rosario, Alberto Natale, renunció a fines de 1982 y fue relevado por un hombre de la Bolsa de Comercio, Víctor Cabanellas.
En la mayoría de las casas, la radio y la televisión permanecían encendidas día y noche siguiendo el conflicto como un partido de fútbol. Todos se creyeron el mensaje triunfalista que hablaba de barcos atacados, algunos hundidos, otros averiados, de aviones derribados, de soldados capturados, pero no decían nada del avance del ejército inglés, de los aviones argentinos que caían, de la situación de los soldados que pasaban hambre, frío, que estaban mal armados y peor preparados para una guerra. Después de la rendición, todo cambió; muchos volvieron a insultar a los militares que cuando se había iniciado el conflicto los habían ovacionado. Otros rompieron vidrieras y produjeron destrozos en el centro.


Bibliografía

*Águila, Gabriela. “Dictadura, represión y sociedad en Rosario, (1976-1983), Buenos Aires, Prometeo Libros, 2005.
*Ceruti, Leónidas. “Cultura y Dictadura en Rosario:1976-1983”, Rosario, Ediciones Del Castillo, 2010.
*De Marco, Miguel Ángel; Martínez de Neirotti, Mónica; Caterina, Luis; Pasquali, Patricia; De Vitantonio, Patricia. “Rosario (Política, cultura, economía, sociedad; Desde 1916 hasta nuestro días), Rosario, Fundación Banco de Boston, Tomo II, 1989.
*Del Frade, Carlos. “Las Huellas de la Dictadura en Santa Fe”. Diario La Capital, Rosario, 24 de marzo de 1997.
*Giménez, María Daniela. “Las Políticas Culturales en la gestión de Alberto Natale (1981-1983); Monografía, Rosario, Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario.
*Muleiro, Vicente. Suplemento Especial de Diario Clarín, página 15, 24 de Marzo de 2006, Buenos Aires.
*Revista Humor, Junio de 1995, Buenos Aires.
*Rosano, Susana; Lascano, Hernán. “Tiniebla en la memoria de Rosario”. Diario La Capital, 24 de marzo de 1996, Rosario.
*Schlaen, Nir. “De la Ilusión al Desencanto; el Diario “La Capital durante el Proceso (1976-1983); Tesina, Rosario, Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario, 2005.
*Secretaría de Derechos Humanos de Amsafé Rosario. “30 años”-AMsafé Rosario-(1976-2006), Rosario, 2006.

Fotos

.Centro Documental “Rubén Naranjo”. Museo de la Memoria de la ciudad de Rosario.
.Diario “La Capital” de la ciudad de Rosario.
.Libro “Cultura y Dictadura”; Rosario.





















2 comentarios:

  1. yo tengo un comentario, si vas a glosar párrafos de tesis, como la mía, al menos deberías citarla. no te parece????

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  2. Tu relato tiene errores históricos imperdonables.
    Faltas a la verdad histórica.
    Mencionas sin respeto alguno a personas q hoy no pueden defenderse xq estan muertas.
    Lamentable tu blog.

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