CINE
HANNAH ARENDT
Dirección:
Margarethe Von Trotta
Guión: Pam Katz,
Margarethe von Trotta
Producción: Bettina
Brokemper, Johannes Rexin
Música:
André Mergenthaler
Fotografía:
Caroline Champetier
Montaje:
Bettina Böhler
Diseño de producción: Volker
Schäfer
Vestuario:
Frauke Firl
Reparto
Barbara Sukowa: Hannah Arendt
Axel
Milberg: Heinrich Blücher
Janet
McTeer: Mary McCarthy
Julia
Jentsch: Lotte Köhler
Ulrich
Noethen: Hans Jonas
Michael
Degen: Kurt Blumenfeld
Nicholas
Woodeson: William Shawn
Victoria
Trauttmansdorff: Charlotte Beradt
Klaus Pohl: Martin Heidegger
Friederike
Becht: Hannah joven
Harvey
Friedman: Thomas Miller
Megan Gay: Francis Wells
Claire
Johnston: Ms Serkin
Calificación: Muy buena
La cineasta Margarethe von Trotta retrata el momento en que
la filósofa alemana asiste al juicio de Adolf Eichmann en Israel, y hace la
cobertura para The New Yorker, centrándose en la controversia que desató su concepto
"la banalidad del mal". La película sobre Hannah Arendt ofrece la
posibilidad de atender nuevamente algunas cuestiones referidas a la violación
del sentido y al conocimiento de la condición humana. No es que el film alcance
la profundidad que debería tener una pieza precisa de reflexión sobre la
violencia y el significado de lo humano, pues finalmente está hecho de imágenes
y éstas llegan a los conceptos apenas rozándolos. Pero en este film se hacen
presentes los dilemas de la justicia y la pena, dignamente tratados, casi a la
manera de un drama judicial, viejo género del cine contemporáneo. Pero no sin
ciertas concesiones mínimas que su directora acostumbra a otorgar a un público
interesado en las peripecias intelectuales del siglo XX, ni tampoco sin
pequeños ingredientes sentimentales y algún que otro desliz más cercano a
ciertos tonos de comedia que al rigor áspero de la tragedia. Comenzando, sin
duda, por la imposibilidad de recrear el rostro real de la filósofa alemana –si
bien la actriz que lo representa posee en sus facciones una distante belleza
moral– y sin dejar de mencionar algún lugar común innecesario: Heidegger
llorando en el regazo de su pálida discípula. Además, su albacea, la escritora
Mary McCarthy, no convence mucho al espectador.
La crítica de Hannah Arendt recae en las grandes
deficiencias del juicio llevado a cabo en Jerusalén y las acciones de los
comités judíos que se relacionan con el Estado nazi en términos del “mal
menor”. Sus observaciones son de una serena mordacidad: se trataba de un crimen
contra la humanidad y, por lo tanto, había una dificultad moral que consistía
en no considerar un concepto nuevo en torno de la producción del mal, cual era
su condición de ser portado por un burócrata menor del Estado que hablaba con
el lenguaje propio de la administración y los flujos de instrumentalidad que
correspondían a la lengua oficial de cualquier organización técnica. Si un solo
burócrata podía ser juzgado, había que crear un juicio basado en la relación
entre el orden burocrático y las planificadas masacres. Se trataba de la
célebre cuestión de la banalidad del mal, que sin duda tiene su raíz en
trabajos heideggerianos como Qué significa pensar (el pensar es lo contrario al
cálculo, al aditamento, a lo indiferente, a la donación) y en cierta
anticipación en Adorno con su clásica crítica a la cultura como “administración”.
Maximiliano Reimondi
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