jueves, 7 de noviembre de 2013

CINE

HANNAH ARENDT



Dirección:       Margarethe Von Trotta
Guión: Pam Katz, Margarethe von Trotta
Producción:    Bettina Brokemper, Johannes Rexin
Música:           André Mergenthaler
Fotografía:      Caroline Champetier
Montaje:         Bettina Böhler
Diseño de producción:           Volker Schäfer
Vestuario:       Frauke Firl

Reparto
Barbara Sukowa: Hannah Arendt
Axel Milberg: Heinrich Blücher
Janet McTeer: Mary McCarthy
Julia Jentsch: Lotte Köhler
Ulrich Noethen: Hans Jonas
Michael Degen: Kurt Blumenfeld
Nicholas Woodeson:  William Shawn
Victoria Trauttmansdorff:      Charlotte Beradt
Klaus Pohl:     Martin Heidegger
Friederike Becht:        Hannah joven
Harvey Friedman:      Thomas Miller
Megan Gay:    Francis Wells
Claire Johnston:          Ms Serkin


Calificación: Muy buena

La cineasta Margarethe von Trotta retrata el momento en que la filósofa alemana asiste al juicio de Adolf Eichmann en Israel, y hace la cobertura para The New Yorker, centrándose en la controversia que desató su concepto "la banalidad del mal". La película sobre Hannah Arendt ofrece la posibilidad de atender nuevamente algunas cuestiones referidas a la violación del sentido y al conocimiento de la condición humana. No es que el film alcance la profundidad que debería tener una pieza precisa de reflexión sobre la violencia y el significado de lo humano, pues finalmente está hecho de imágenes y éstas llegan a los conceptos apenas rozándolos. Pero en este film se hacen presentes los dilemas de la justicia y la pena, dignamente tratados, casi a la manera de un drama judicial, viejo género del cine contemporáneo. Pero no sin ciertas concesiones mínimas que su directora acostumbra a otorgar a un público interesado en las peripecias intelectuales del siglo XX, ni tampoco sin pequeños ingredientes sentimentales y algún que otro desliz más cercano a ciertos tonos de comedia que al rigor áspero de la tragedia. Comenzando, sin duda, por la imposibilidad de recrear el rostro real de la filósofa alemana –si bien la actriz que lo representa posee en sus facciones una distante belleza moral– y sin dejar de mencionar algún lugar común innecesario: Heidegger llorando en el regazo de su pálida discípula. Además, su albacea, la escritora Mary McCarthy, no convence mucho al espectador.
La crítica de Hannah Arendt recae en las grandes deficiencias del juicio llevado a cabo en Jerusalén y las acciones de los comités judíos que se relacionan con el Estado nazi en términos del “mal menor”. Sus observaciones son de una serena mordacidad: se trataba de un crimen contra la humanidad y, por lo tanto, había una dificultad moral que consistía en no considerar un concepto nuevo en torno de la producción del mal, cual era su condición de ser portado por un burócrata menor del Estado que hablaba con el lenguaje propio de la administración y los flujos de instrumentalidad que correspondían a la lengua oficial de cualquier organización técnica. Si un solo burócrata podía ser juzgado, había que crear un juicio basado en la relación entre el orden burocrático y las planificadas masacres. Se trataba de la célebre cuestión de la banalidad del mal, que sin duda tiene su raíz en trabajos heideggerianos como Qué significa pensar (el pensar es lo contrario al cálculo, al aditamento, a lo indiferente, a la donación) y en cierta anticipación en Adorno con su clásica crítica a la cultura como “administración”.




                                                              Maximiliano Reimondi

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