EL COMODÍN
El lugar, un bar concurrido del Bajo. Aparecen el
gran Leonardo y la sensual Carla y preguntan a Fabio por la irresponsable de
Adriana. Fabio, confundido, les explica que con ella existe una especie de
mística ya que él tuvo un sueño claro la noche anterior. Así se los contó:
-Me encontraba parado en una vereda de un barrio
desconocido. No me conocía a mí mismo y mi figura representaba a un vagabundo.
Estaba todo en silencio. Caminé, me topé
con una puerta y se me ocurrió la aventura de golpear. Luego de mi accionar,
abrió una anciana. Unos segundos después, me saludó y me invitó a pasar.
Recorrimos un largo pasillo y me hizo entrar en una habitación. Al estar allí,
ella se fue en silencio. Rastreé el aspecto de la habitación y me encontré
frente a un colchón viejo y un cuadro incomprensible para mí. Arriba, en otra
pared, había una ventana con el vidrio rajado. De pronto, oí unos golpes y me
acerqué a la puerta. La abrí violentamente y casi tiro la jarra y el sándwich
que estaban en el piso.
Creo que pasaron días y semanas. Nunca me faltó la
comida. Mi único trabajo, en todo el día, era saber quién era yo y por qué
estaba allí. Meditaba, inventaba pensamientos…No podía parar de teorizar sobre
los nombres definidos de cada persona, fijados por la imparable sucesión de
hechos que dictaran en algún momento sus muertes. Una noche me desperté
súbitamente y mi vista se fijó, interesada, en el cuadro que mostraba distintas
imágenes. Increíblemente, me mostraban sucesos de mi vida. Una imagen que me
emocionó, fue la de una aldea donde chicos y grandes trabajaban en conjunto.
Las tareas las coordinaba una persona joven que tarareaba una hermosa música de
fondo. Al rato, me dormí nuevamente. Al amanecer, me levanté y descolgué el
cuadro. Sabía que debía desarmarlo de a poco. Al hacer eso, cada momento me
revelaba caminos futuros con obstáculos. Pasaban las horas y la paz se iba
introduciendo en mi cuerpo, cada vez con mayor fuerza. La calma permitía reconocerme.
Al terminar mi tarea, me propuse rearmar el cuadro. Me sentí crecer
interiormente pero la incomprensión no encajaba en todo aquello. Un día advertí
que mi labor estaba cumplida. Observé todo mi cuerpo y concluí que era un
enfermo ya curado.
Caminé por el cuarto. Colgué el cuadro en su
lugar. Todo estaba igual como el día de mi arribo. Pero no era lo mismo. Estaba
entre el nacimiento y la muerte. Buscaba el signo de mi identidad. Pero mi
nombre no estaba en el cuadro. Había sido necesario desarmarlo para saberlo.
Abrí la puerta y salí. Caminé por el pasillo y por el resto de ese lugar
misterioso y desconocido. No había nadie. Oí, a lo lejos, unos fuertes golpes
en la puerta de entrada. La abrí y encontré a un joven. Nos miramos de arriba
hacia abajo, con gran curiosidad. Lo hice pasar y lo llevé hasta lo que había
sido mi lugar de residencia transitoria. Lo saludé al despedirme. Busqué y
encontré agua y un sándwich. Se los llevé y los dejé delante de la puerta.
Antes de irme, golpeé…
Fabio miró a Leonardo y a Carla, mientras
compartían un delicioso café. Luego de unos minutos, llegó Adriana.
MAXIMILIANO REIMONDI
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