Paul Valéry
Ambroise-Paul-Toussaint-Jules Valéry (Sète, 30 de octubre de
1871 – París, 20 de julio de 1945)
Fue educado en Sète durante su infancia, pensó ya
adolescente en dedicarse a la carrera de marino, pero diversos contratiempos lo
obligaron, en 1884, a
renunciar a la preparación de ingreso en la Escuela Naval. En 1889 inició
estudios de Derecho en el Liceo de Montpellier. Según sus recuerdos, “la
estupidez y la insensibilidad me parecen inscritas en el programa. Mediocridad
de alma y ausencia total de imaginación entre los mejores de la clase”. Durante
ese tiempo sus actividades principales consistían en añorar la frustrada
carrera de marino (“Estoy ebrio de la belleza de las cosas del mar, y me
esfuerzo por asir su hermosura arriesgada y triunfal”, escribía en 1891) y en
descubrir, a partir de la lectura de A contrapelo de Huysmans, la literatura,
principalmente la obra de poetas como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud y luego
Mallarmé. Para ese entonces ya encontraba en el arte “la única cosa sólida”, en
la metafísica “nada más que necedad”, en la ciencia “una potencia demasiado
especial”, en la vida práctica “una decadencia, una ignominia”. En Montpellier
conoció a Pierre Louys, y, por su intermedio, a André Gide, con quien
consolidará una amistad duradera. Ellos fueron los primeros oyentes de los
versos que había escrito y que se publicarían en la revista La Conque (fundada
por Gide, Léon Blum y Henry Béranger), y del poema Narcisse parle, publicado
después en L`Ermitage.
En 1892, en la noche del 4 al 5 de octubre, ocurrió en su
vida una crisis que se conoce como la Noche de Génova, por haber sucedido en
esa ciudad portuaria. El hecho comenzó a gestarse en junio de 1891, cuando
Valéry se cruzó por azar en la calle con una mujer catalana, de la cual quedó
prendado. Era una mujer diez años mayor, a quien volvió a ver en otras
ocasiones pero sin atreverse a abordarla. Según el testimonio de su amigo Henri
Mondor, “su languidez, el ligero balanceo de su talle, sus trajes de amazona y
una coquetería de turbadora soltura lo habían herido y luego enamorado, cada
día más, con desgarramientos, obsesiones, presagios extraños. Apenas sabía su
nombre. Ella a él no lo conocía.” En una carta posterior a Guy de Pourtalès,
Valéry le confió: “Creí volverme loco allí en 1892, en cierta noche blanca
—blanca de relámpagos— que pasé sentado deseando ser fulminado”. Y en otro
texto más o menos contemporáneo del suceso: “Noche infinita. CRÍTICA. Quizá
efecto de esta tensión del aire y del espíritu… Me siento OTRO esta mañana. Pero
—sentirse Otro— esto no puede durar. Ya sea que uno vuelva a ser, y que triunfe
el primero; o que el nuevo hombre absorba y anule al primero”.
Se trataba, como señala Charles Moeller, de algo semejante a
la “noche” de Paul Claudel en Notre-Dame, cuando se convirtió; a la de
Brasillach en Toledo; fundamentalmente a la de Pascal. El último texto de
Valéry citado (“Noche infinita. CRÍTICA…”) se emparenta con el Mémorial
pascaliano (ese trozo de papel en que el filósofo de Port-Royal escribió los
detalles de su revelación y que llevó cosido en su chaqueta hasta su muerte).
Pero para Moeller “la noche de Valéry no fue ni de amor humano ni de amor
divino; ni siquiera sentimiento de presencia de cualquier clase: fue espanto,
descubrimiento de la vanidad radical de toda su vida anterior. Noche mística,
pero bajo el signo de la nada”.
Como resultado del suceso, Valéry decidió separarse de sí
mismo, de ese sí mismo que catalogaba de falso, al tiempo que separaba de sí
los “ídolos”, como él los llamaba. Primero de todos, el ídolo del amor,
concentrado en una imagen que desarticulaba su intelecto, la amazona catalana;
después la literatura, la religión; la emotividad, que destruía el equilibrio
de la inteligencia. Pero a continuación, la violencia de su sensibilidad lo obligó
a buscar un sitio existencial estable. Eligió, según sus propias palabras, el
intelecto, el ídolo intelecto. Desde ese punto, para él ya no tendría
importancia el contenido, que sería solamente vanidad; lo esencial sería el
mecanismo del hecho, el secreto de la forma. De cualquier modo, y como
resultaría imposible prescindir totalmente de un contenido (el vacío sería su
resultado) resolvió al menos apartarse todo lo posible de éste, estar siempre
más allá, en esos sitios que iría creando la ascesis que constituiría su vida
desde entonces: meditaciones e investigaciones intelectuales desarrolladas en
las madrugadas, sobre una pequeña pizarra, durante veinte años.
Entretanto, y luego de cumplir su servicio militar, se
trasladó a París. En el aspecto literario, fue la época en que descubrió a
Edgar Allan Poe, algo que encontraba más importante que el descubrimiento
anterior de Mallarmé, ya que “con lucidez y buena fortuna —como le escribió a
Gide—, Poe hizo la síntesis de los vértigos”. En la capital francesa se instaló
en la calle Gay-Lussac, en una habitación alguna vez ocupada por Augusto Comte.
Comenzó a frecuentar la casa de Marcel Schwob, la de Huysmans, la de Mallarmé.
Por ese tiempo la revista El Centauro le solicitó un texto. Valéry decidió reanudar
una obra apenas esbozada en la que pensaba describir las memorias de C. Auguste
Dupin, el personaje de Poe. Este manuscrito, que empezaba con la frase “La
estupidez no es mi fuerte”, se convirtió, con el agregado de notas en las que
se describía a sí mismo, en La soirée avec monsieur Teste. Como Valéry, Edmund
Teste, el personaje, rechaza las apariencias, esas apariencias con las que sin
importar el tema, se conforma la mayoría; no acepta tampoco definiciones
aproximadas con respecto a las palabras, exige más y más rigor allí donde está
en juego la esencia del lenguaje. Como Valéry, él también es un buscador de lo
absoluto.
Poco después, durante una visita a la casa de Schwob, habló
tan brillantamente sobre Leonardo Da Vinci, que León Daudet, director en esa
época de La Nouvelle Revue, le solicitó un artículo sobre el artista. Este
pedido dio origen a la Introducción al método de Leonardo Da Vinci, que será
publicado un año antes que la Soirée, en 1895.
Luego de trabajar durante un tiempo como redactor en el
Ministerio de Guerra, fue contratado como agregado de prensa por la Chartered
Company de sir Cecil Rhodes. Por razones de trabajo se mudó a Londres, donde en
la primavera de 1896 estuvo a punto de suicidarse. Lo salvó, cuando tenía ya la
soga anudada al cuello, la vista de un libro que reposaba por ahí, la obra de
un humorista francés del Boulevar. Leyó unas líneas de un texto absurdo y se
sintió liberado. A partir de ese incidente dejó atrás una etapa de su vida en
la que reinaba, como le confesó a Gide, “la moral de la muerte”.
En 1900 se casó con Jeannie Gobillard, familiar lejana del
pintor Edouard Manet. Con ella tendrá tres hijos y su matrimonio transcurrirá
sin sobresaltos. A partir de ese momento proseguirá con su trabajo cotidiano,
que le permite vivir, y, en el ambiente recogido y alejado del mundo que él
mismo ha elegido, sus investigaciones tendientes a reforzar su conocimiento del
espíritu y del lenguaje.
Antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, en 1913,
André Gide, que terminaba de fundar la Nouvelle Revue Francaise, le pidió
autorización para publicar los versos que habían aparecido antes en algunas
revistas. Valéry se rehusó, pero los amigos reunieron todos esos números
atrasados, los hicieron mecanografiar y se lo presentaron al poeta. Tras
vacilar un poco, al fin aceptó corregirlos. “Contacto con mis monstruos.
Disgusto. Me pongo a manosearlos. Retoques”, escribió en sus notas. Luego, como
la extensión de la obra no le parecía suficiente, decidió completarla
agregándole un pequeño poema, algo que sería también, según pensaba, su
despedida de la poesía. Comenzó en 1913. Al año siguiente estalló la guerra y
su trabajo se fue retrasando. Por fin, en 1917, lo completó. Se titulaba La
joven Parca.
Este libro lo convirtió en una celebridad, algo que Valéry
aceptó con modestia e ironía. En 1920 publicó El cementerio marino y su fama se
acrecentó todavía más. Un año después una encuesta daba cuenta de que la
mayoría lo consideraba como el poeta francés más grande de ese tiempo. En 1922
apareció su poesía completa con el título de Charmes, en una edición reducida.
Los honores y los reconocimientos oficiales empezaron a sucederse. En 1925 fue
elegido miembro de la Academia Francesa. En su discurso de recepción, hecho en
honor de su predecesor, Anatole France, no lo nombró a éste ni una vez, como
una especie de venganza por haberse negado alguna vez France a la publicación
de los versos de Mallarmé. A partir de ese año empezó a publicar una serie de
obras en prosa acerca de los temas más variados, algunas de ellas por encargo.
Durante la ocupación alemana no solamente rehusó colaborar, sino que hasta se
atrevió, en su carácter de Secretario de la Academia Francesa, a pronunciar el
elogio fúnebre “del judío Henri Bergson”. Esto consiguió que fuera destituido
de su cargo de Administrador del Centro Universitario de Niza.
De 1938 a
1945 vivió una secreta relación sentimental con Jeanne Loviton, una abogada
treinta y dos años más joven, que escribía novelas con el seudónimo de Jean
Voilier, y cuya vida amorosa había estado ligada a varios escritores de la
época. Este romance (“Oh triunfo de mi ocaso, que doras mi crepúsculo con
mirada de amor”) le inspiró a Valéry la escritura de centenares de poemas de
amor, que él mismo corrigió y ordenó y a los que decidió titular Corona &
Coronilla, así, en español. Adjuntó además unas notas declarando que “hay
buenas cosas en este montón, este pobre montón de horas devotas y cantarinas...
Sí que valió la pena. Forma un conjunto como no hay otro, creo, en nuestra poesía”.
Un conjunto que da cuenta de que el corazón triunfa al fin en Valéry sobre el
espíritu y su ídolo intelecto. Él mismo lo escribe en una de sus últimas
anotaciones en los Cuadernos: “…Conozco my heart también. Éste triunfa. Más
fuerte que todo, que el espíritu, que la organización. Es un hecho. El más
oscuro de los hechos. Más fuerte, pues, que el querer vivir y el querer
comprender es este bendito C”. Para algunos biógrafos del poeta, el que su
amante lo abandonara para casarse con el editor Robert Denoël, sumió a Valéry
en la tristeza y fue causa importante de su muerte, ocurrida dos meses después
de ese abandono, el 15 de julio de 1945. Luego de unos funerales nacionales,
ordenados por el presidente Charles De Gaulle, fue sepultado en Séte, en el cementerio
marino que había inspirado su poema.
Maximiliano Reimondi.