¿JUSTICIA?
El Derecho procura permitir la convivencia de los seres en
sociedad, concepto sostenido desde “La Política” de Aristóteles hasta nuestros
días, y una de las formas de alcanzar este objetivo es permitir que cada
persona reciba lo que le corresponda, o al menos procurar aquello. Por eso, el
Estado, en nombre del pueblo, administra justicia, y dicha facultad le es
delegada al Poder Judicial, el cual busca administrarla de la manera más
eficiente y eficaz. El acceso a la Justicia es un derecho humano, que no
siempre está al alcance de la ciudadanía.
Nuestro sistema judicial es una de las instituciones del
estado con mayor descrédito. El
desarrollo de un país se sustenta, entre otros aspectos, en un Poder Judicial
eficiente, independiente y que sea capaz de aplicar adecuadamente las leyes
impuestas a la sociedad.
La crisis del Poder Judicial siempre ha sido un tema tomado
en cuenta por los gobiernos, pero nunca o casi nunca enfrentado de manera
seria, y se ha utilizado, en cambio, cuando el gobierno de turno aspiraba a
manipular la administración de justicia.
La primera pregunta que debemos hacernos es si existe la
justicia en nuestro país. Mi respuesta es: NO. El sistema judicial argentino es
obsoleto y ha tenido fallas extremas en los últimos años, convirtiéndose en un
sistema corporativo que desconoce el derecho de los ciudadanos.
La Constitución Nacional de 1853, fue redactada con un
espíritu democrático y federal que nunca se puso en práctica. Los jueces del Poder
Judicial siempre fueron puestos a dedo, con un sentido omnipotente y casi
eterno. Con el transcurso del tiempo, estos “personajes” se transformaron en
una especie de casta, teniendo un poder superior al del Presidente de la
Nación. Es un modelo obsoleto, fragmentado, donde no hay posibilidad de
cooperación, los fiscales no tienen facultades de investigación e impide
cumplir con las funciones elementales.
Durante el gobierno de Raúl Alfonsín, se comenzó a
desarrollar una serie de estrategias para limitar la autonomía del accionar
judicial. Esta autonomía complicaba la estrategia gubernamental de limitar la
sanción y amenaza a los militares, consideradas precondiciones para la
subordinación militar a la autoridad constitucional. La limitación se hizo por
diversos carriles, que abarcaron desde fallidas instrucciones a los fiscales
militares y leyes como las de Punto Final y Obediencia Debida.
Los indultos presidenciales de 1989 y 1990, durante la
presidencia de Carlos Menem, el Poder Judicial quedó, en gran medida,
desplazado del papel de acusador y juez de los responsables militares de
violaciones a los derechos humanos. Así, la autonomía judicial sufrió nuevos
golpes. Enmarcado en una dramática crisis hiperinflacionaria y decidido a
llevar adelante profundas reformas estructurales socio-económicas, Menem
consideró la potencial injerencia judicial un riesgo para las acciones que
consideraba ineludibles, para enfrentar la situación (particularmente para la
vigencia de las leyes de “Emergencia Económica” y de “Reforma del Estado”,
piezas claves de la estrategia presidencial). Por ello, se profundizó el avance
del Ejecutivo sobre los espacios y decisiones judiciales.
La reforma constitucional de 1994, establece en el artículo
108 que el Poder Judicial de la Nación será ejercido por una Corte Suprema de
Justicia y por los demás tribunales inferiores que el Congreso Nacional
estableciere en el territorio nacional. La aparición del Consejo de la
Magistratura Federal y las competencias de administración otorgadas por la
Constitución Nacional reformada complicaron el desarrollo de este tipo de
programas ya que comenzó una larga disputa entre el nuevo organismo y la Corte
Suprema sobre el alcance de esas facultades de administración y entre el
Consejo y el Poder Ejecutivo (Ministerio de Justicia) sobre el manejo de préstamos
orientados a esta modernización. Estas disputas, sumadas a la crisis económica
que comenzó a gestarse en la Argentina, hicieron que se resintiera la
posibilidad de tener un centro y un programa rector del conjunto de actividades.
Por ello muchas de las iniciativas quedaron dispersas y avanzaron sobre su
propia lógica.
El gobierno de Fernando de la Rúa, que asumió como resultado
de una exitosa Alianza entre el Radicalismo y el FREPASO para enfrentar al
Justicialismo en las elecciones presidenciales de 1999, mostró algo de
originalidad en este proceso: la discusión que se planteó a principios de su
mandato con relación a la necesidad de reemplazar a Jueces de la Corte Suprema
para evitar, de nuevo, el riesgo de enfrentar una justicia
“menemista”, fue resuelta ratificando la estabilidad de la
totalidad de los miembros de la
Corte. Esta originalidad se desplegó con signos de
continuidad hasta la caída de De la
Rúa en Diciembre de 2001 por la crisis socio-económica en la
que resultó la recesión.
Entonces, llegamos a la segunda pregunta: ¿Es necesario
cambiar este sistema judicial? Mi respuesta es: SÍ. Para democratizar al Poder
Judicial que se ha convertido en cómplice de las grandes corporaciones
económicas y antidemocráticas. Actualmente, sufrimos una Justicia ineficaz,
exageradamente lenta, injusta, racista, prejuiciosa y cara; por lo que la
mayoría de la población no puede recurrir a ella para dirimir sus diferencias o
defenderse.
Quienes hoy se oponen a modificar aspectos de la Justicia en
realidad están defendiendo una corporación, con sus privilegios y
fundamentalmente su toma de posición a favor del status quo, los poderosos y su
impunidad garantizada por su permanencia en el cargo. Seguramente que estas
reformas no constituyen toda la solución a un problema enquistado hasta la
médula en la sociedad argentina. Debemos comenzar con pequeños cambios para
entablar el debate sobre una institución que siempre fue impune ante grados de
corrupción, cómplice del terrorismo de estado y partícipe de la impunidad con
las mafias del narcotráfico. Ante este flagelo, es necesaria la reacción
política para que el funcionamiento de la Justicia vuelva a la normalidad.
Estoy de acuerdo con el gobierno nacional de abrir el camino
hacia una reforma y democratización del Poder Judicial. Todos los proyectos
fueron abiertos para sumar elementos en el debate parlamentario por parte de
todas las fuerzas políticas y de la sociedad civil. No es un tema partidario. Los
opositores a estas reformas son los integrantes de aquellos sectores que pueden
ser perjudicados y los cómplices de tantos hechos funestos que debilitaron la
democracia argentina.
No es fácil implementar estos cambios pero tampoco es
imposible. Son necesarios para evitar seguir teniendo justicia para los pobres
e impunidad para los ricos. Debemos eliminar al séquito de los poderosos en el
“Partido Judicial” y tener JUSTICIA PARA TODOS.
Maximiliano Reimondi
No hay comentarios:
Publicar un comentario