HISTORIA
Revolución francesa
Antecedentes
Los escritores del siglo XVIII, filósofos, politólogos,
científicos y economistas, denominados philosophes, y desde 1751
enciclopedistas, contribuyeron a minar las bases del Derecho Divino de los
reyes. Pero ya en el racionalismo de René Descartes podría quizá encontrarse el
fundamento filosófico de la Revolución. De este modo, la sola proposición
«Pienso, luego existo» llevaría implícito el proceso contra Luis XVI[cita
requerida].
La corriente de pensamiento vigente en Francia era la
Ilustración, cuyos principios se basaban en la razón, la igualdad y la
libertad. La Ilustración había servido de impulso a las Trece Colonias
norteamericanas para la independencia de su metrópolis europea. Tanto la
influencia de la Ilustración como el ejemplo de los Estados Unidos sirvieron de
«trampolín» ideológico para el inicio de la revolución en Francia.
Causas
En términos generales fueron varios los factores que
influyeron en la Revolución: un régimen monárquico que sucumbiría ante su
propia rigidez en el contexto de un mundo cambiante; el surgimiento de una
clase burguesa que nació siglos atrás y que había alcanzado un gran poder en el
terreno económico y que ahora empezaba a propugnar el político; el descontento
de las clases populares; la expansión de las nuevas ideas ilustradas; la crisis
económica que imperó en Francia tras las malas cosechas agrícolas y los graves
problemas hacendísticos causados por el apoyo militar a la Guerra de
Independencia de los Estados Unidos. Esta intervención militar se convertiría
en arma de doble filo, pues, pese a ganar Francia la guerra contra Gran Bretaña
y resarcirse así de la anterior derrota en la Guerra de los Siete Años, la
hacienda quedó en bancarrota y con una importante deuda externa. Los problemas
fiscales de la monarquía, junto al ejemplo de democracia del nuevo Estado
emancipado precipitaron los acontecimientos.
Desde el punto de vista político, fueron fundamentales ideas
tales como las expuestas por Voltaire, Rousseau o Montesquieu (como por
ejemplo, los conceptos de libertad política, de fraternidad y de igualdad, o de
rechazo a una sociedad dividida, o las nuevas teorías políticas sobre la
separación de poderes del Estado). Todo ello fue rompiendo el prestigio de las
instituciones del Antiguo Régimen, ayudando a su desplome.
Desde el punto de vista económico, la inmanejable deuda del
Estado fue exacerbada por un sistema de extrema desigualdad social y de altos
impuestos que los estamentos privilegiados, nobleza y clero no tenían obligación
de pagar, pero que sí oprimía al resto de la sociedad. Hubo un aumento de los
gastos del Estado simultáneo a un descenso de la producción agraria de
terratenientes y campesinos, lo que produjo una grave escasez de alimentos en
los meses precedentes a la Revolución. Las tensiones, tanto sociales como
políticas, mucho tiempo contenidas, se desataron en una gran crisis económica a
consecuencia de los dos hechos puntuales señalados: la colaboración interesada
de Francia con la causa de la independencia estadounidense (que ocasionó un
gigantesco déficit fiscal) y el aumento de los precios agrícolas.
El conjunto de la población mostraba un resentimiento
generalizado dirigido hacia los privilegios de los nobles y del alto clero, que
mantenían su dominio sobre la vida pública impidiendo que accediera a ella una
pujante clase profesional y comerciante. El ejemplo del proceso revolucionario
estadounidense abrió los horizontes de cambio político entre otros.
Estados Generales de
1789
Los Estados Generales estaban formados por los
representantes de cada estamento. Estos estaban separados a la hora de
deliberar, y tenían sólo un voto por estamento. La convocatoria de 1789 fue un
motivo de preocupación para la oposición, por cuanto existía la creencia de que
no era otra cosa que un intento, por parte de la monarquía, de manipular la
asamblea a su antojo. La cuestión que se planteaba era importante. Estaba en
juego la idea de soberanía nacional, es decir, admitir que el conjunto de los
diputados de los Estados Generales representaba la voluntad de la nación.
El tercer impacto de los Estados Generales fue de gran
tumulto político, particularmente por la determinación del sistema de votación.
El Parlamento de París propuso que se mantuviera el sistema de votación que se
había usado en 1614, si bien los magistrados no estaban muy seguros acerca de
cuál había sido en realidad tal sistema. Sí se sabía, en cambio, que en dicha
asamblea habían estado representados (con el mismo número de miembros) la
nobleza (Primer Estado), el clero (Segundo Estado) y la burguesía (Tercer
Estado). Inmediatamente, un grupo de liberales parisinos denominado «Comité de
los Treinta», compuesto principalmente por gente de la nobleza, comenzó a
protestar y agitar, reclamando que se duplicara el número de asambleístas con
derecho a voto del Tercer Estado (es decir, los «Comunes»). El gobierno aceptó
esta propuesta, pero dejó a la Asamblea la labor de determinar el derecho de
voto. Este cabo suelto creó gran tumulto.
El rey y una parte de la nobleza no aceptaron la situación.
Los miembros del Tercer Estamento se autoproclamaron Asamblea Nacional, y se
comprometieron a escribir una Constitución. Sectores de la aristocracia
confiaban en que estos Estados Generales pudieran servir para recuperar parte del
poder perdido, pero el contexto social ya no era el mismo que en 1614. Ahora
existía una élite burguesa que tenía una serie de reivindicaciones e intereses
que chocaban frontalmente con los de la nobleza (y también con los del pueblo,
cosa que se demostraría en los años siguientes).
Asamblea Nacional
Cuando finalmente los Estados Generales de Francia se
reunieron en Versalles el 5 de mayo de 1789 y se originaron las disputas
respecto al tema de las votaciones, los miembros del Tercer Estado debieron verificar
sus propias credenciales, comenzando a hacerlo el 28 de mayo y finalizando el
17 de junio, cuando los miembros del Tercer Estado se declararon como únicos
integrantes de la Asamblea Nacional: ésta no representaría a las clases
pudientes sino al pueblo en sí. La primera medida de la Asamblea fue votar la
«Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano». Si bien invitaron a
los miembros del Primer y Segundo Estado a participar en esta asamblea, dejaron
en claro sus intenciones de proceder incluso sin esta participación.
La monarquía, opuesta a la Asamblea, cerró las salas donde
ésta se estaba reuniendo. Los asambleístas se mudaron a un edificio cercano,
donde la aristocracia acostumbraba a jugar el juego de la pelota, conocido como
Jeu de paume. Allí es donde procedieron con lo que se conoce como el «Juramento
del Juego de la Pelota» el 20 de junio de 1789, prometiendo no separarse hasta
tanto dieran a Francia una nueva constitución. La mayoría de los representantes
del bajo clero se unieron a la Asamblea, al igual que 47 miembros de la
nobleza. Ya el 27 de junio, los representantes de la monarquía se dieron por
vencidos, y por esa fecha el Rey mandó reunir grandes contingentes de tropas
militares que comenzaron a llegar a París y Versalles. Los mensajes de apoyo a
la Asamblea llovieron desde París y otras ciudades. El 9 de julio la Asamblea
se nombró a sí misma «Asamblea Nacional Constituyente».
Toma de la Bastilla
El 11 de julio de 1789, el rey Luis XVI, actuando bajo la
influencia de los nobles conservadores al igual que la de su hermano, el Conde
D'Artois, despidió al ministro Necker y ordenó la reconstrucción del Ministerio
de Finanzas. Gran parte del pueblo de París interpretó esta medida como un
auto-golpe de la realeza, y se lanzó a la calle en abierta rebelión. Algunos de
los militares se mantuvieron neutrales, pero otros se unieron al pueblo.
El 14 de julio el pueblo de París respaldó en las calles a
sus representantes y, ante el temor de que las tropas reales los detuvieran,
asaltaron la fortaleza de la Bastilla, símbolo del absolutismo monárquico, pero
también punto estratégico del plan de represión de Luis XVI, pues sus cañones
apuntaban a los barrios obreros. Tras cuatro horas de combate, los insurgentes
tomaron la prisión, matando a su gobernador, el Marqués Bernard de Launay. Si
bien sólo cuatro presos fueron liberados, la Bastilla se convirtió en un
potente símbolo de todo lo que resultaba despreciable en el Antiguo Régimen.
Retornando al Ayuntamiento, la multitud acusó al alcalde Jacques de Flesselles
de traición, quien recibió un balazo que lo mató. Su cabeza fue cortada y
exhibida en la ciudad clavada en una pica, naciendo desde entonces la costumbre
de pasear en una pica las cabezas de los decapitados, lo que se volvió muy común
durante la Revolución.
El Gran Miedo y la
abolición del feudalismo
La Revolución se fue extendiendo por ciudades y pueblos,
creándose nuevos ayuntamientos que no reconocían otra autoridad que la Asamblea
Nacional Constituyente. La insurrección motivada por el descontento popular
siguió extendiéndose por toda Francia. En las áreas rurales, para protestar
contra los privilegios señoriales, se llevaron a cabo actos de quema de títulos
sobre servidumbres, derechos feudales y propiedad de tierras, y varios castillos
y palacios fueron atacados. Esta insurrección agraria se conoce como La Grande
Peur (el Gran Miedo).
La noche del 4 de agosto de 1789, la Asamblea Constituyente,
actuando detrás de los nuevos acontecimientos, suprimió por ley las
servidumbres personales (abolición del feudalismo), los diezmos y las justicias
señoriales, instaurando la igualdad ante el impuesto, ante penas y en el acceso
a cargos públicos. En cuestión de horas, los nobles y el clero perdieron sus
privilegios. El curso de los acontecimientos estaba ya marcado, si bien la
implantación del nuevo modelo no se hizo efectiva hasta 1793. El rey, junto con
sus seguidores militares, retrocedió al menos por el momento. Lafayette tomó el
mando de la Guardia Nacional de París y Jean-Sylvain Bailly, presidente de la
Asamblea Nacional Constituyente, fue nombrado nuevo alcalde de París. El rey
visitó París el 27 de julio y aceptó la escarapela tricolor.
Sin embargo, después de estos actos de violencia, los
nobles, no muy seguros del rumbo que tomaría la reconciliación temporal entre
el rey y el pueblo, comenzaron a salir del país, algunos con la intención de
fomentar una guerra civil en Francia y de llevar a las naciones europeas a
respaldar al rey. Éstos fueron conocidos como los émigrés («emigrados»).
Pérdida de poder de la Iglesia
La revolución se enfrentó duramente con la Iglesia católica
que pasó a depender del Estado. En 1790 se eliminó la autoridad de la Iglesia
de imponer impuestos sobre las cosechas, se eliminaron también los privilegios
del clero y se confiscaron sus bienes. Bajo el Antiguo Régimen la Iglesia era
el mayor terrateniente del país. Más tarde se promulgó una legislación que
convirtió al clero en empleados del Estado. Estos fueron unos años de dura
represión para el clero, siendo comunes la prisión y masacre de sacerdotes en
toda Francia. El Concordato de 1801 entre la Asamblea y la Iglesia finalizó
este proceso y establecieron normas de convivencia que se mantuvieron vigentes
hasta el 11 de diciembre de 1905, cuando la Tercera República sentenció la
separación definitiva entre la Iglesia y el Estado. El viejo calendario
gregoriano, propio de la religión católica fue anulado por Billaud-Varenne, en
favor de un «calendario republicano» y una nueva era que establecía como primer
día el 22 de septiembre de 1792.
Composición de la
Asamblea
En una Asamblea que se quería plural y cuyo propósito era la
redacción de una constitución democrática, los 1.200 constituyentes
representaban las diversas tendencias políticas del momento.
La derecha representaba a las antiguas clases privilegiadas.
Sus oradores más brillantes eran el aristócrata Cazalès, en representación de
la nobleza, y el abad Jean-Sifrein Maury, en representación del alto clero. Se
oponían sistemáticamente a todo tipo de reformas y buscaban más sembrar la
discordia que proponer medidas.1
En torno al antiguo ministro Jacques Necker se constituyó un
partido moderado, poco numeroso, que abogaba por el establecimiento de un
régimen parecido al británico: Jean Mounier, el Conde de Lally-Tollendal, el
Conde de Clermont-Tonnerre y el Conde de Vyrieu, formaron un grupo denominado
«Demócratas Realistas». Se les llamó más tarde "partido monárquico".
El resto (y mayoría) de la Asamblea conformaba lo que se
llamaba el partido de la nación. En él se dibujaban dos grandes tendencias sin
que ninguna tuviera homogeneidad ideológica. Mirabeau, Lafayette y Bailly
representaban la alta burguesía, mientras que el triunvirato compuesto por
Barnave, Duport y Lameth encabezaba los que defendían las clases más populares;
los tres procedían del Club Breton y eran portavoces de las sociedades
populares y de los clubes. Representaban la franja más izquierdista de la
Asamblea, dado que aún no se manifestaban los grupos radicales que iban a
aparecer más adelante.
En ese primer periodo constituyente, los líderes
indiscutibles de la Asamblea eran Mirabeau y el abad Sieyès.
El 27 de agosto de 1789 la Asamblea publicó la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano inspirándose en parte en la
Declaración de Independencia de los Estados Unidos y estableciendo el principio
de libertad, igualdad y fraternidad. Dicha declaración establecía una
declaración de principios que serían la base ineludible de la futura
Constitución.
Camino a la Constitución
La Asamblea Nacional Constituyente no era sólo un órgano
legislativo sino la encargada de redactar una nueva Constitución. Algunos, como
Necker, favorecían la creación de una asamblea bicameral en donde el senado
sería escogido por la Corona entre los miembros propuestos por el pueblo. Los
nobles, por su parte, favorecían un senado compuesto por miembros de la nobleza
elegidos por los propios nobles. Prevaleció, sin embargo, la tesis liberal de
que la Asamblea tendría una sola cámara, quedando el rey sólo con el poder de
veto, pudiendo posponer la ejecución de una ley, pero no su total eliminación.
El movimiento de los monárquicos para bloquear este sistema
fue desmontado por el pueblo de París, compuesto fundamentalmente por mujeres
(llamadas despectivamente «Las Furias»), que marcharon el 5 de octubre de 1789
sobre Versalles. Tras varios incidentes, el rey y su familia se vieron
obligados a abandonar Versalles y se trasladaron al Palacio de las Tullerías en
París.
Desde la Fiesta de la Federación hasta la Fuga de Varennes
Los electores habían escogido a los miembros de los Estados
Generales por un periodo de un año, pero de acuerdo al Juramento del Jeu de
paume, los miembros del Tercer Estado, también llamados los «comunes»,
acordaron no abandonar la Asamblea en tanto no se hubiera elaborado una
Constitución.
Durante 1790 se produjeron movimientos anti-revolucionarios,
pero sin éxito. En este periodo se intensificó la influencia de los «clubes»
políticos entre los que destacaban los Jacobinos y los Cordeliers. En agosto de
1790 existían 152 clubes jacobinos.
A principios de 1791, la Asamblea consideró introducir una
legislación contra los franceses que emigraron durante la Revolución (émigrés).
Se pretendía coartar la libertad de salir del país para fomentar desde el extranjero
la creación de ejércitos contrarrevolucionarios, y evitar la fuga de capitales.
Mirabeau se opuso rotundamente a esto. Sin embargo, el 2 de marzo de 1791
Mirabeau fallece, y la Asamblea adopta esta draconiana medida.
El 20 de junio de 1791, Luis XVI, opuesto al curso que iba
tomando la Revolución, huyó junto con su familia de las Tullerías. Sin embargo,
al día siguiente cometió la imprudencia de dejarse ver, fue arrestado en
Varennes por un oficial del pueblo y devuelto a París escoltado por la guardia.
A su regreso a París el pueblo se mantuvo en silencio, y tanto él como su
esposa, María Antonieta, sus dos hijos (María Teresa y Luis-Carlos, futuro Luis
XVII) y su hermana (Madame Elizabeth) permanecieron bajo custodia.
Moneda francesa de 1791. En el anverso aparece el rey Luis
XVI con el epígrafe: «Luis XVI rey de los franceses». El reverso lleva un haz
de lictor con un gorro frigio, símbolos de la Revolución, y la inscripción «la
nación, la ley, el rey».
El 3 de septiembre de 1791, fue aprobada la primera
Constitución de la historia de Francia. Una nueva organización judicial dio
características temporales a todos los magistrados y total independencia de la
Corona. Al rey sólo le quedó el poder ejecutivo y el derecho de vetar las leyes
aprobadas por la Asamblea Legislativa. La asamblea, por su parte, eliminó todas
las barreras comerciales y suprimió las antiguas corporaciones mercantiles y
los gremios; en adelante, los individuos que quisieran desarrollar prácticas
comerciales necesitarían una licencia, y se abolió[cita requerida] el derecho a
la huelga.
Aun cuando existía una fuerte corriente política que
favorecía la monarquía constitucional, al final venció la tesis de mantener al
rey como una figura decorativa. Jacques Pierre Brissot introdujo una petición
insistiendo en que, a los ojos del pueblo, Luis XVI había sido depuesto por el
hecho de su huida. Una inmensa multitud se congregó en el Campo de Marte para
firmar dicha petición. Georges Danton y Camille Desmoulins pronunciaron
discursos exaltados. La Asamblea pidió a las autoridades municipales guardar el
orden. Bajo el mando de La Fayette, la Guardia Nacional se enfrentó a la
multitud. Al principio, tras recibir una oleada de piedras, los soldados
respondieron disparando al aire; dado que la multitud no cedía, Lafayette
ordenó disparar a los manifestantes, ocasionando más de 50 muertos.
Tras esta masacre, las autoridades cerraron varios clubes
políticos, así como varios periódicos radicales como el que editaba Jean-Paul
Marat. Danton se fugó a Inglaterra y Desmoulins y Marat permanecieron
escondidos.
Mientras tanto, la Asamblea había redactado la Constitución
y el rey había sido mantenido, aceptándola. El rey pronunció un discurso ante
la Asamblea, que fue acogido con un fuerte aplauso. La Asamblea Constituyente
cesó en sus funciones el 29 de septiembre de 1791.
La Asamblea
Legislativa y la caída de la monarquía (1791-1792)
Bajo la Constitución de 1791, Francia funcionaría como una
monarquía constitucional. El rey tenía que compartir su poder con la Asamblea,
pero todavía mantenía el poder de veto y la potestad de elegir a sus ministros.
La Asamblea Legislativa se reunió por primera vez el 1 de
octubre de 1791. La componían 264 diputados situados a la derecha: feuillants
(dirigidos por Barnave, Duport y Lameth), y girondinos, portavoces republicanos
de la gran burguesía. En el centro figuraban 345 diputados independientes,
carentes de programa político definido. A la izquierda 136 diputados inscritos
en el club de los jacobinos o en el de los cordeliers, que representaban al
pueblo llano parisino a través de sus periódicos L´Ami du Peuple y Le Père
Duchesne, y con Marat y Hebert como portavoces. Pese a su importancia social y
el apoyo popular y de la pequeña burguesía, en la Asamblea era escasa la
influencia de la izquierda, pues la Asamblea estaba dominada por las ideas
políticas que representaban los girondinos. Mientras los jacobinos tienen
detrás a la gran masa de la pequeña burguesía, los cordeliers cuentan con el
apoyo del pueblo llano, a través de las secciones parisienses.
Este gran número de diputados se reunían en los clubes,
germen de los partidos políticos. El más célebre de entre éstos fue el partido
de los jacobinos, dominado por Robespierre. A la izquierda de este partido se
encontraban los cordeleros, quienes defendían el sufragio universal masculino
(derecho de todos los hombres al voto a partir de una determinada edad). Los
cordeliers querían la eliminación de la monarquía e instauración de la
república. Estaban dirigidos por Jean-Paul Marat y Georges Danton,
representando siempre al pueblo más humilde. El grupo de ideas más moderadas
era el de los girondinos, que defendían el sufragio censitario y propugnaban
una monarquía constitucional descentralizada. También se encontraban aquellos
que formaban parte de «el Pantano», o «el Llano», como eran llamados aquellos
que no tenían un voto propio, y que se iban por las proposiciones que más les
convenían, ya vinieran de los jacobinos o de los girondinos.
En los primeros meses de funcionamiento de la Asamblea, el
rey había vetado una ley que amenazaba con la condena a muerte a los émigrés, y
otra que exigía al clero prestar juramento de lealtad al Estado. Desacuerdos de
este tipo fueron los que llevaron más adelante a la crisis constitucional.
La guerra contra
Francia
Mientras tanto, dos potencias absolutistas europeas, Austria
y Prusia, se dispusieron a invadir la Francia revolucionaria, lo que hizo que
el pueblo francés se convirtiera en un ejército nacional, dispuesto a defender
y a difundir el nuevo orden revolucionario por toda Europa. Durante la guerra,
la libertad de expresión permitió que el pueblo manifestase su hostilidad hacia
la reina María Antonieta (llamada «la Austriaca» por ser hija de un emperador
de aquel país y «Madame Déficit» por el gasto que había representado al Estado,
que no era mayor que la mayoría de los cortesanos) y contra Luis XVI, que casi
siempre se negaba a firmar leyes propuestas por la Asamblea Legislativa.
La «segunda
Revolución»: Primera República francesa
El 10 de agosto de 1792, las masas asaltaron el Palacio de
las Tullerías, y la Asamblea Legislativa suspendió las funciones
constitucionales del rey. La Asamblea acabó convocando elecciones con el
objetivo de configurar (por sufragio universal) un nuevo parlamento que
recibiría el nombre de Convención. Aumentaba la tensión política y social en
Francia, así como la amenaza militar de las potencias europeas. El conflicto se
planteaba así entre una monarquía constitucional francesa en camino de
convertirse en una democracia republicana, y las monarquías europeas absolutas.
El nuevo parlamento elegido ese año abolió la monarquía y proclamó la
República. Creó también un nuevo calendario, según el cual el año 1792 se
convertiría en el año 1 de su nueva era.
El gobierno pasó a depender de la Comuna insurreccional.
Cuando la Comuna envió grupos de sicarios a las prisiones, asesinaron a 1.400
víctimas, y pidió a otras ciudades de Francia que hicieran lo mismo, la Asamblea
no opuso resistencia. Esta situación persistió hasta el 20 de septiembre de
1792, en que se creó un nuevo cuerpo legislativo denominado Convención, que de
hecho se convirtió en el nuevo gobierno de Francia.
La Convención (1792-1795)
Convención Nacional
El poder legislativo de la nueva República estuvo a cargo de
la Convención, mientras que el poder ejecutivo recayó sobre el Comité de
Salvación Nacional.
En el Manifiesto de Brunswick, los Ejércitos Imperiales y de
Prusia amenazaron con invadir Francia si la población se resistía al
restablecimiento de la monarquía. Esto ocasionó que Luis XVI fuera visto como
conspirador con los enemigos de Francia. El 17 de enero de 1793, la Convención
condenó al rey a muerte por una pequeña mayoría, acusándolo de «conspiración
contra la libertad pública y la seguridad general del Estado». El 21 de enero
el rey fue ejecutado, lo cual encendió nuevamente la mecha de la guerra con
otros países europeos. La reina María Antonieta, nacida en Austria y hermana
del Emperador, fue ejecutada el 16 de octubre del mismo año, iniciándose así
una revolución en Austria para sustituir a la reina. Esto provocó la ruptura de
toda relación entre ambos países.
El reinado del Terror
La guillotina, que fue el instrumento de ejecución de entre 35.000 a 40.000 personas
durante la época del terror. Aquí, guillotina alemana empleada en
Baden-Wurtemberg en el siglo XIX.
El mismo día en el que se reunía la Convención (20 de
septiembre de 1792), todas las tropas francesas (formadas por tenderos, artesanos
y campesinos de toda Francia) derrotaron por primera vez a un ejército prusiano
en Valmy, lo cual señalaba el inicio de las llamadas Guerras Revolucionarias
Francesas.
Sin embargo, la situación económica seguía empeorando, lo
cual dio origen a revueltas de las clases más pobres. Los llamados
sans-culottes expresaban su descontento por el hecho de que la Revolución
francesa no sólo no estaba satisfaciendo los intereses de las clases bajas sino
que incluso algunas medidas liberales causaban un enorme perjuicio a éstas
(libertad de precios, libertad de contratación, Ley Le Chapelier, etc.). Al
mismo tiempo se comenzaron a gestar luchas antirrevolucionarias en diversas
regiones de Francia. En la Vandea, un levantamiento popular fue especialmente
significativo: campesinos y aldeanos se alzaron por el rey y las tradiciones
católicas, provocando la llamada Guerra de Vandea, reprimida tan cruentamente
por las autoridades revolucionarias parisinas que se ha llegado a calificar de
genocidio. Por otra parte, la guerra exterior amenazaba con destruir la
Revolución y la República. Todo ello motivó la trama de un golpe de estado por
parte de los jacobinos, quienes buscaron el favor popular en contra de los
girondinos. La alianza de los jacobinos con los sans-culottes se convirtió de
hecho en el centro del gobierno.
Los jacobinos llevarían en su política algunas de las
reivindicaciones de los sans-culottes y las clases bajas, pero no todas sus
reivindicaciones serían aceptadas, y jamás se cuestionó la propiedad privada.
Los jacobinos no pusieron nunca en duda el orden liberal, pero sí llevaron a
cabo una democratización del mismo, pese a la represión que desataron contra
los opositores políticos (tanto conservadores como radicales).
Se redactó en 1793 una nueva Declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano, y una nueva constitución de tipo democrático que
reconocía el sufragio universal. El Comité de Salvación Pública cayó bajo el
mando de Maximilien Robespierre y los jacobinos desataron lo que se denominó el
Reinado del Terror (1793–1794). No menos de 10.000 personas fueron
guillotinadas ante acusaciones de actividades contrarrevolucionarias. La menor
sospecha de dichas actividades podía hacer recaer sobre una persona acusaciones
que eventualmente la llevarían a la guillotina. El cálculo total de víctimas
varía, pero se cree que pudieron ser hasta 40.000 los que fueron víctimas del
Terror.
En 1794, Robespierre procedió a ejecutar a ultrarradicales y
a jacobinos moderados. Su popularidad, sin embargo, comenzó a erosionarse. El
27 de julio de 1794, ocurrió otra revuelta popula contra Robespierre, apoyada
por los moderados que veían peligroso el trayecto de la Revolución, cada vez
más exaltada. El pueblo, por otro lado, se rebela contra la condición burguesa
de Robespierre que revolucionario antes, ahora persigue a Verlet, Leclerc y
Roux. Los miembros de la Convención lograron convencer al «Pantano», y derrocar
y ejecutar a Robespierre junto con otros líderes del Comité de Salvación
Pública.
El Directorio
(1795-1799)
La Convención aprobó una nueva Constitución el 17 de agosto
de 1795, ratificada el 26 de septiembre en un plebiscito. La nueva
Constitución, llamada Constitución del Año III, confería el poder ejecutivo a
un Directorio, formado por cinco miembros llamados directores. El poder
legislativo sería ejercido por una asamblea bicameral, compuesta por el Consejo
de Ancianos (250 miembros) y el Consejo de los Quinientos. Esta Constitución
suprimió el sufragio universal masculino y restableció el sufragio censitario.
Napoleón y la toma
del poder
La nueva Constitución encontró la oposición de grupos
monárquicos y jacobinos. Hubo diferentes revueltas que fueron reprimidas por el
ejército, todo lo cual motivó que el general Napoleón Bonaparte, retornado de
su campaña en Egipto, diera el 9 de noviembre de 1799 un golpe de estado (18 de
Brumario) instalando el Consulado.
El Consulado
(1799-1804)
La Constitución del Año VIII, redactada por Pierre Daunou y
promulgada el 25 de diciembre de 1799, estableció un régimen autoritario que
concentraba el poder en manos de Napoleón Bonaparte, para supuestamente salvar
la república de una posible restauración monárquica. Contrariamente a las
Constituciones anteriores, no incluía ninguna declaración sobre los derechos
fundamentales de los ciudadanos. El poder ejecutivo recaía en tres cónsules: el
primer cónsul, designado por la misma Constitución, era Napoleón Bonaparte, y
los otros dos sólo tenían un poder consultivo. En 1802, Napoleón impuso la
aprobación de un senadoconsulto que lo convirtió en cónsul vitalicio, con
derecho a designar su sucesor.
El cargo de cónsules lo ostentaron Napoleón Bonaparte,
Sieyès y Ducos temporalmente hasta el 12 de diciembre de 1799. Posteriormente,
Sieyés y Ducos fueron reemplazados por Jean Jacques Régis de Cambacérès y
Charles-François Lebrun, quienes siguieron en el cargo hasta el 18 de mayo de
1804 (28 de floreal del año XII), cuando un nuevo senadoconsulto proclamó el
Primer Imperio y la extinción de la Primera República, cerrando con esto el capítulo
histórico de la Revolución francesa.
La bandera francesa y
los símbolos de la Revolución
Los tres colores azul, blanco y rojo eran ya frecuentes en
diversos pabellones, uniformes y banderas de Francia antes del siglo XVIII. El
azul y el rojo eran los colores de la villa de París desde el siglo XIV, y el
blanco era en aquella época el color del reino de Francia, y por extensión de
la monarquía borbónica.
Cuando Luis XVI visitó a la recién creada Guardia Nacional
en el Ayuntamiento de París el 17 de julio de 1790, aparece por primera vez la
escarapela tricolor, ofrecida al Rey por el comandante de la Guardia, el
marqués de La Fayette. Unía la escarapela de la Guardia Nacional que llevaba
los colores de la capital, con el color blanco del reino. No fue sin embargo
hasta el 20 de marzo de 1790 que la Asamblea Nacional mencionó en un decreto
los tres colores como "colores de la nación: azul, rojo y blanco".3
Pero la escarapela no era aún un símbolo nacional, y el primer emblema nacional
como tal fue la bandera diseñada para la popa de los buques de guerra, adoptada
por decreto de la Asamblea Nacional el 24 de octubre de 1790. Constaba de una
pequeña bandera roja, blanca y azul en la esquina superior izquierda de una
bandera blanca. Esta bandera fue modificada posteriormente por la Convención
republicana el 15 de febrero de 1794,
a petición de los marineros de la marina nacional que
exigieron que se redujera la predominancia del blanco que simbolizaba todavía
la monarquía.4 La bandera adoptó entonces su diseño definitivo, y se cambió el
orden de los colores para colocar el azul cerca del mástil y el rojo al viento
por motivos cromáticos, según los consejos del pintor Louis David.
Otro símbolo de la Revolución francesa es el gorro frigio
(también llamado gorro de la libertad), llevado en particular por los
Sans-culottes. Aparece también en los Escudos Nacionales de Francia, Haití,
Cuba, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Bolivia, Paraguay y Argentina.
El himno La Marsellesa, letra y música de Claude-Joseph
Rouget de Lisle, capitán de ingenieros de la guarnición de Estrasburgo, se
popularizó a tal punto que el 14 de julio de 1795 fue declarado himno nacional
de Francia; originalmente se llamaba Chant de guerre pour l'armée du Rhin
(Canto de guerra para el ejército del Rin), pero los voluntarios del general
François Mireur que salieron de Marsella entraron a París el 30 de julio de
1792 cantando dicho himno como canción de marcha. Los parisinos los acogieron
con gran entusiasmo y bautizaron el cántico como La Marsellesa.
El lema «Liberté, égalité, fraternité» («Libertad, igualdad,
fraternidad»), que procede del lema no oficial de la Revolución de 1789
«Liberté, égalité ou la mort» («Libertad, igualdad o la muerte»), fue adoptado
oficialmente después de la Revolución de 1848 por la Segunda República
Francesa.
Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano
Uno de los acontecimientos con mayor alcance histórico de la
revolución fue la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. En su
doble vertiente, moral (derechos naturales inalienables) y política
(condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos naturales e
individuales), condiciona la aparición de un nuevo modelo de Estado, el de los
ciudadanos, el Estado de Derecho, democrático y nacional. Aunque la primera vez
que se proclamaron solemnemente los derechos del hombre fue en los Estados
Unidos (Declaración de Derechos de Virginia en 1776 y Constitución de los
Estados Unidos en 1787), la revolución de los derechos humanos es un fenómeno puramente
europeo. Será la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa de
1789 la que sirva de base e inspiración a todas las declaraciones tanto del
siglo XIX como del siglo XX.
El distinto alcance de ambas declaraciones es debido tanto a
cuestiones de forma como de fondo. La declaración francesa es indiferente a las
circunstancias en que nace y añade a los derechos naturales, los derechos del
ciudadano. Pero sobre todo, es un texto atemporal, único, separado del texto
constitucional y, por tanto, con un carácter universal, a lo que hay que añadir
la brevedad, claridad y sencillez del lenguaje. De ahí su trascendencia y éxito
tanto en Francia como en Europa y el mundo occidental en su conjunto.
Maximiliano Reimondi
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