Luis Agote
Luis Agote (Buenos Aires, 22 de septiembre de 1868 – 12 de
noviembre de 1954)
Hizo sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Central
(actual Colegio Nacional de Buenos Aires) de su ciudad natal. Ingresó a la
Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1887, donde se graduó
de médico en 1893 con una tesis sobre hepatitis supurada. En 1894 asumió como
Secretario del Departamento Nacional de Higiene y en 1895 se hizo cargo de la
dirección del lazareto de la isla Martín García. En 1899 fue designado Médico
de Sala del Hospital Rawson (ciudad de Buenos Aires), donde más tarde fue Jefe
de Sala. En 1905 fue nombrado Profesor Suplente de la Facultad de Medicina y en
1915 Profesor Titular de Clínica Médica de la Universidad de Buenos Aires,
cátedra esta última que tuvo a su cargo hasta su renuncia en 1929. En 1914
fundó el Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson, donde llevó a
cabo un vasto programa de investigación, enseñanza profesional y asistencia a
enfermos. Allí fue donde desarrolló y puso en práctica el método de
conservación de sangre para transfusiones por adición de citrato de sodio.
La vocación de servicio de Agote no se agotó en la medicina.
Actuó desde joven en la vida política argentina. Fue electo Diputado y Senador
en la provincia de Buenos Aires y dos veces Diputado Nacional (1910 y 1916).
Desde esta última banca fue autor de leyes como la creación de la Universidad
Nacional del Litoral, la anexión del Colegio Nacional de Buenos Aires a la
Universidad de Buenos Aires y la creación del Patronato Nacional de Menores
Abandonados y Delincuentes. Escribió sobre temas médicos y sanitarios,
literarios e históricos, siendo algunas de sus obras Nuevo método sencillo para
realizar transfusiones de sangre (1914); Estudio de la higiene pública en la
República Argentina, memoria del Departamento Nacional de Higiene; La úlcera
gástrica y duodenal en la República Argentina (1916); La litiasis biliar
(1916); Ilusión y realidad (poema); Augusto y Cleopatra; Nerón, los suyos y su
época. Una psicopatología del emperador romano (1912); Mis recuerdos. Gran
parte de su obra médica fue publicada en los Anales del Instituto Modelo de
Clínica Médica.
A lo largo de su vida recibió múltiples distinciones, entre
otras: Profesor Honorario del Colegio Nacional y de la Universidad de Buenos
Aires; Miembro Honorario de la Academia Nacional de Medicina; Presidente
Honorario de la Academia Nacional de Bellas Artes, de la Asociación Tutelar de
Menores y del 8º Congreso Nacional de Medicina. La República de Chile lo
distinguió, en 1916, con la Orden al Mérito.
Agote falleció en la ciudad de Turdera (calle Pieri 311) el
12 de noviembre de 1954. Para honrar su contribución a la Medicina se bautizó
con su nombre a una calle, una Escuela Nacional de Comercio, el Instituto
Modelo de Clínica Médica, el Instituto Nacional de Protección de Menores, el
Centro de Hemoterapia del Hospital de Clínicas —todos de la ciudad de Buenos
Aires— así como a escuelas primarias, centros de hemoterapia y bancos de sangre
de todo el país. Sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta.
La transfusión de la
sangre
Desde tiempos remotos se creyó que la sangre era factor de
salud y fuerza, y en algunas culturas se daba a beber sangre humana para
vigorizar o reanimar enfermos. Hay evidencias de que en la Roma Imperial se
usaba la sangre de los gladiadores heridos en la arena para la curación de la
epilepsia. La idea de la transfusión de sangre ya existía en 1056, cuando
Jerónimo Cardano de Basilea, en su obra De Rerum Varietate, sugirió reemplazar
la de los delincuentes.
Primeras
transfusiones registradas
La primera transfusión de sangre registrada fue la hecha
entre perros por el médico inglés Lower alrededor de 1666. En 1667 el
científico francés Jean Baptiste Denys hizo una transfusión a un ser humano
usando sangre de carnero. En el siglo XIX se hicieron experiencias de
transfusión directa de sangre entre personas, a veces con consecuencias fatales
por la ignorancia de las incompatibilidades sanguíneas. La delicada tarea se
llevaba a cabo conectando la arteria del dador con la vena del receptor a
través de una complicada intervención quirúrgica. Se necesitaba un lugar con
asepsia extrema, no se podía medir con precisión la cantidad de sangre
transferida, el dador necesitaba mucho tiempo para recuperarse y se exponía a
riesgos como infecciones, embolias y trombosis.
En el año 1900 el investigador austríaco Karl Landsteiner
identificó algunas de las sustancias sanguíneas responsables de la aglutinación
de los glóbulos rojos, logrando por primera vez identificar grupos sanguíneos y
algunas de sus incompatibilidades.
Las transfusiones directas todavía se practicaban a
comienzos del siglo XX porque era imposible conservar la sangre extraída
inalterada para su posterior uso. Al cabo de pocos minutos (de seis a doce)
comenzaba su coagulación, manifestada inicialmente en un aumento gradual de
viscosidad que terminaba con su casi completa solidificación. La coagulación es
una defensa del organismo para taponar las heridas y minimizar las hemorragias.
Hoy se sabe que un coágulo está casi totalmente formado por eritrocitos sujetos
por una red de filamentos de fibrina. La fibrina no existe normalmente en la
sangre, se crea a partir de la proteína plasmática fibrinógeno por la acción de
la enzima trombina. La trombina, a su vez, no está naturalmente presente en la
sangre, se genera a partir de una sustancia precursora, la protrombina, en un
proceso en que intervienen las plaquetas, algunas sales de calcio y sustancias
producidas por los tejidos lesionados. Como los coágulos no se generan si falta
cualquiera de estos elementos, la adición de citrato de sodio (que elimina de
la sangre los iones de calcio) evita su formación.
La investigación de
Agote
Luis Agote, preocupado por el problema de las hemorragias en
pacientes hemofílicos, encaró el problema de la conservación prolongada de la
sangre con la colaboración del laboratorista Lucio Imaz. Sus primeros intentos,
como el uso de recipientes especiales y el mantenimiento de la sangre a temperatura
constante, no dieron resultado. Buscó entonces alguna sustancia que, agregada a
la sangre, evitara la coagulación. Luego de muchas pruebas de laboratorio in
vitro y con animales, Agote, aunque sin conocer el origen bioquímico del
comportamiento, encontró que el citrato de sodio (sal derivada del ácido
cítrico) evitaba la formación de coágulos. Esta sustancia, además, era tolerada
y eliminada por el organismo sin causar problemas ulteriores. La primera prueba
con personas se hizo el 9 de noviembre de 1914, en un aula del Instituto Modelo
de Clínica Médica, teniendo como testigos al Rector de la Universidad de Buenos
Aires, Epifanio Uballes, el decano de la Facultad de Medicina, Luis Güemes, el
Director General de la Asistencia Pública, Baldomero Sommer, y el intendente
municipal, Enrique Palacio, además de numerosos académicos, profesores y
médicos. Durante la misma un enfermo que había sufrido grandes pérdidas de
sangre recibió la transfusión de 300 cm3 de sangre previamente donados por un
empleado de la institución y conservados por la adición de citrato de sodio.
Tres días después el enfermo, totalmente restablecido, fue dado de alta.
Luis Agote, lejos de los centros científicos más importantes
y avanzados, logró resolver el problema de las transfusiones que angustiaba a
los miles de médicos reclutados por los ejércitos europeos durante la Primera
Guerra Mundial. Fue un gran aporte a la medicina mundial, que contaría desde
entonces con un método de transfusión de sangre simple, inocuo y fácil de ejecutar
por un profesional idóneo. El periódico estadounidense New York Herald publicó
una síntesis del método de Agote y percibió sus proyecciones futuras, afirmando
que tendría muchas otras aplicaciones además del tratamiento de hemorragias
agudas.
Otros investigadores
Ya finalizada la Primera Guerra Mundial, el belga Albert
Hustin (Academia de Ciencias Biológicas y Naturales de Bruselas, Bélgica, el
27/3/1914) y el norteamericano Richard Lewisohn (Mount Sinai Hospital, Nueva
York, EEUU, en 1915) se atribuyeron la prioridad del descubrimiento. Se inició
entonces un largo intercambio epistolar entre Agote y los científicos
mencionados, y se acumularon entrevistas, artículos, comunicaciones y citas en
distintas revistas médicas sobre la discutida prioridad. En todo este
despliegue, sin acaloramientos, el tecnólogo argentino se limitó a señalar
objetivamente fechas y procedimientos. Probablemente se trató de
investigaciones independientes que dieron su fruto en forma más o menos
simultánea. Lo que importa resaltar es la actitud solidaria de Agote, quien no
trató de patentar su resultado, lo comunicó de inmediato a medios de prensa,
representaciones diplomáticas de todos los países entonces en guerra y revistas
médicas internacionales, haciendo posible salvar a incontables personas en
grave riesgo de muerte.
Maximiliano Reimondi
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