Bernardo de Monteagudo
(1789-1825)
Autor: Felipe
Pigna
Bernardo de Monteagudo nació en Tucumán el 20 de agosto de
1789, un mes después de que estallara en París la que pasaría a la historia
como la Revolución Francesa. Estudió en Córdoba y luego, como Mariano Moreno y
Juan José Castelli, en la Universidad de Chuquisaca (actual Bolivia) donde, en
junio de 1808, se graduó como abogado, con una tesis muy conservadora y
monárquica titulada: "Sobre el origen de la sociedad y sus medios de
mantenimiento". Pero vertiginosamente, al calor de los acontecimientos
europeos que precipitarán las decisiones en América, sus lecturas y sus ideas
se van radicalizando. Mientras Napoleón invadía España y tomaba prisionero a
Fernando VII, creando un conflicto de legitimidad que será en adelante el
argumento más fuerte de los patriotas para proponer el inicio de la marcha
hacia la independencia, Monteagudo escribe el “Diálogo entre Fernando VII y
Atahualpa”, una sátira política en la que los dos reyes se lamentan de sus
reinos perdidos a manos de los invasores. El tucumano le hace decir a Fernando:
“El más infame de todos los hombres vivientes, es decir, el ambicioso Napoleón,
el usurpador Bonaparte, con engaños, me arrancó del dulce regazo de la patria y
de mi reino, e imputándome delitos falsos y ficticios, prisionero me condujo al
centro de Francia”. Atahualpa le responde: “Tus desdichas me lastiman, tanto
más cuanto por propia experiencia, sé que es inmenso el dolor de quien padece
quien se ve injustamente privado de su cetro y su corona.”
Allí aparece una de las primeras proclamas independentistas
de la historia de esta parte del continente: “Habitantes del Perú: si
desnaturalizados e insensibles habéis mirado hasta el día con semblante
tranquilo y sereno la desolación e infortunio de vuestra desgraciada Patria,
despertad ya del penoso letargo en que habéis estado sumergidos. Desaparezca la
penosa y funesta noche de la usurpación, y amanezca luminoso y claro el día de
la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la esclavitud y empezad a
disfrutar de los deliciosos encantos de la independencia”.
Al año siguiente, exactamente el 25 de mayo de 1809, fue uno
de los promotores de la rebelión de
Chuquisaca contra los abusos de la administración virreinal y a favor de un
gobierno propio que sería la chispa de la Revolución que estallaría un año
después en Buenos Aires. Con apenas diecinueve años de edad, será el redactor
de la proclama, donde dice: “Hasta aquí hemos tolerado esta especie de
destierro en el seno mismo de nuestra patria, hemos visto con indiferencia por
más de tres siglos inmolada nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía
de un usurpador injusto (se refiere a España, es claro) que degradándonos de la
especie humana nos ha perpetuado por salvajes y mirados como esclavos. Hemos
guardado un silencio bastante análogo a la estupidez que se nos atribuye por el
inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos
haya sido siempre un presagio cierto de su humillación y ruina”. El virrey Cisneros
ordenó una violenta represión que llevarán adelante Nieto, desde el sur, y
Goyeneche, desde el norte. Ambos hacen una verdadera masacre y Monteagudo va a
parar engrillado a la Real Cárcel de la Corte de Chuquisaca por el “abominable
delito de deslealtad a la causa del rey”. El mariscal Nieto había enviado
a todos los efectivos disponibles para
combatir a los patriotas, en apoyo del Capitán de Fragata José de Córdova. La
ciudad universitaria había quedado virtualmente desamparada. Monteagudo,
ansioso por plegarse a las filas patriotas que se acercaban decidió preparar un
plan para fugarse. Alegando “tener una merienda con unas damas” en el jardín
contiguo de la prisión, obtuvo la codiciada llave que le abría la puerta de
salida.1 Así, el 4 de noviembre de 1810, recuperó su libertad, partió hacia
Potosí, y se puso a disposición del ejército expedicionario, que al mando de
Castelli, había tomado la estratégica ciudad el 25 de noviembre. El delegado de
la junta, que conocía los antecedentes revolucionarios del joven tucumano, no
dudó en nombrarlo su secretario.
La dupla empezó a poner nerviosos por igual a realistas
y saavedristas que veían en ellos a los
“esbirros del sistema robespierriano de la Revolución Francesa”.
Monteagudo confirmó que estaba en el lugar correcto cuando
fue testigo de la dureza de las medidas aplicadas por el Representante y el
aplicado cumplimiento de las órdenes de Moreno que insistía: “Las
circunstancias de ser europeos los que únicamente se han distinguido contra
nuestro ejército en el último ataque, produce la circunstancia de sacarlos de
Potosí, llegando al extremo de que no quede uno solo en aquella villa”.
Así salieron, el 13 de diciembre de 1810, los primeros 53
españoles desterrados para la ciudad de Salta. La lista fue armada
personalmente por Castelli.
El Alto Perú tenía una doble connotación para hombres como
Monteagudo y Castelli. Era sin duda la amenaza más temible a la subsistencia de
la revolución y era la tierra que los había visto hacerse intelectuales. Fue en
las aulas y en las bibliotecas de Chuquisaca donde Mariano Moreno, Bernardo de
Monteagudo y Juan José Castelli habían conocido la obra de Rousseau y fue en
las calles y en las minas del Potosí donde habían tomado contacto con los
grados más altos y perversos de la explotación humana admitida en estos
términos por uno de los principales
responsables de la masacre, el Virrey Conde de Lemus: “Las piedras de Potosí y
sus minerales están bañadas en sangre de indios y si se exprimiera el dinero
que de ellos se saca había de brotar más sangre que plata.”2 Allí también se
habían enterado de una epopeya sepultada por la historia oficial del
virreinato: la gran rebelión tupamarista. Fueron los indios los que les
hicieron saber que hubo un breve tiempo de dignidad y justicia y que guardaban
aquellos recuerdos como un tesoro, como una herencia que debían transmitir de
padres a hijos para que nadie olvidara lo que los mandones soñaban que nunca
había ocurrido.
El 14 de diciembre de 1810, Castelli firmó la sentencia que
condenaba a muerte a los enemigos de la revolución y principales ejecutores de
las masacres de Chuquisaca y La Paz, recientemente capturados por las fuerzas
patriotas. A las nueve de la noche fueron puestos en capilla, destinándoseles
habitaciones separadas para que “pudiesen prepararse a morir cristianamente”.
El día 15, en la Plaza Mayor de la imperial villa, entre las
10 y 11 horas de la mañana, se ejecutó la sentencia, previa lectura en alta voz
que de la misma se hizo a los reos, hincados delante de las banderas de los
regimientos.
Entre los espectadores que rodeaban el patíbulo, hubo uno
que siguió ansioso el desarrollo de la escena. Bernardo de Monteagudo, que
había visto las masacres perpetradas por Paula Sanz y Nieto apenas un año atrás
en Chuquisaca, no olvidará nunca el episodio que sus ojos contemplaron:
“¡Oh, sombras ilustres de los dignos ciudadanos Victorio y
Gregorio Lanza!3 ¡Oh, vosotros todos los que descansáis en esos sepulcros
solitarios! Levantad la cabeza: Yo lo he visto expiar sus crímenes y me he
acercado con placer a los patíbulos de Sanz, Nieto y Córdova, para observar los
efectos de la ira de la patria y bendecirla con su triunfo”4.
Cumpliendo con las órdenes de la junta, Castelli había
iniciado conversaciones secretas con el jefe enemigo Goyeneche para tratar de
lograr una tregua. Una pieza clave en las negociaciones fue Domingo Tristán,
gobernador de la Paz y primo de Goyeneche. Finalmente el armisticio se firmó el
16 de mayo de 1811.
Como era de esperar, la noche del 6 de junio de 1811, las
tropas de Goyeneche rompieron la tregua: una fuerza de 500 hombres atacó
sorpresivamente a la avanzada patriota. Goyeneche pretendía que las que habían
violado la tregua eran nuestras tropas por haberse defendido.
Los dos ejércitos velaban sus armas a cada lado del río
Desaguadero, cerca del poblado de Huaqui. Las tropas de Castelli, Balcarce,
Viamonte y Díaz Vélez, en la margen izquierda, sumaban 6.000 hombres. Del otro
lado, Goyeneche había reunido 8.000. A las 7 de la mañana del 20 de junio de
1811 el ejército español lanzó un ataque fulminante. El desastre fue
total.
Pero aún en la derrota, aquellos hombres no se daban por
vencidos. Quizás en aquellas noches de charlas interminables en los Valles
andinos haya nacido el plan político que los morenistas sobrevivientes a la
represión expondrían en la Sociedad Patriótica, y es muy probable que Bernardo
de Monteagudo haya esbozado las primeras líneas del proyecto constitucional más
moderno y justo de la época y que publicaría en la Gaceta de Buenos Aires meses
después. Allí decía el tucumano: Los tribunos no tendrán algún poder ejecutivo,
ni mucho menos legislativo. Su obligación será únicamente proteger la libertad,
seguridad y sagrados derechos de los pueblos contra la usurpación el gobierno
de alguna corporación o individuo particular, pero dando y haciéndoselos ver en
sus comicios y juntas para cuyo efecto -con la previa licencia del gobierno-
podrán convocar al pueblo. Pero como el gobierno puede negar esa licencia,
porque ninguno quiere que sus usurpaciones sean conocidas y contradicha por los
pueblos, se establece que de tres en tres meses se junte el pueblo en el primer
días del mes que corresponda, para deliberar por sufragios lo que a él
pertenezca según la constitución y entonces podrán exponer los tribunos lo que
juzgaren necesario y conveniente en razón de su oficio a no ser que la cosa sea
tan urgente que precise antes de dicho tiempo la convocación del pueblo, y no
conseguida, podrá hacerlo".
Castelli fue enjuiciado y obligado a bajar a Buenos Aires
para ser juzgado por la derrota de Huaqui y por su conducta calificada de
“impropia” para con la Iglesia católica y los poderosos del Alto Perú. Ningún
testigo confirmó los cargos formulados por los enemigos de la revolución. La
nota destacada la dio el testigo Bernardo de Monteagudo cuando se le preguntó
“si la fidelidad a Fernando VII fue atacada, procurándose inducir el sistema de
la libertad, igualdad e independencia. Si el Dr. Castelli supo esto”.
Monteagudo contestó con orgullo en homenaje a su compañero: “Se atacó
formalmente el dominio ilegitimo de los reyes de España y procuró el Dr.
Castelli por todos los medios directos e indirectos, propagar el sistema de
igualdad e independencia.”.
Monteagudo se hizo cargo de la dirección de la Gaceta de
Buenos Aires, donde escribía textos como el que sigue: “Me lisonjeo de que el
bello sexo corresponderá a mis esperanzas y dará a los hombres las primeras
lecciones de energía y entusiasmo por nuestra santa causa. Si ellas que por sus
atractivos tienen derecho a los homenajes de la juventud, emplearan el imperio
de su belleza en conquistar además de los cuerpos las mentes de los hombres,
¿qué progresos no haría nuestro sistema?”. Este artículo le valió el reto de
Rivadavia, por entonces secretario del Triunvirato en estos términos: “El
gobierno no le ha dado a usted la poderosa voz de su imprenta para predicar la
corrupción de las niñas”. Monteagudo decide fundar su propio periódico el
Mártir o Libre.
El 13 de enero de 1812 participa de la fundación de la Sociedad
Patriótica y comienza a dirigir su órgano de difusión, El Grito del Sud. La Sociedad Patriótica junto a la recién
fundada Logia de Caballeros Racionales (mal llamada Logia Lautaro) con San
Martín a la cabeza participará el 8 de octubre de 1812 del derrocamiento del
Primer Triunvirato y la instalación del Segundo que convocará al Congreso
Constituyente que conocemos como la Asamblea del Año XIII en la que Monteagudo
participará como diputado por Mendoza. La Asamblea adoptará una serie de
medidas que Castelli y Monteagudo habían concretado en el Alto Perú: la
abolición de los tributos de los indios; la eliminación de la Inquisición; la
supresión de los títulos de nobleza y de los instrumentos de tortura.
El 10 de enero de 1815 edita el periódico El Independiente,
que apoya incondicionalmente la política del director Supremo Carlos María
de Alvear. Al producirse la caída del
Director, Monteagudo es desterrado y viaja a Europa. Residirá en Londres, París
y en la casa de Juan Larrea en Burdeos.
Pudo regresar al país en 1817 cuando San Martín lo nombra Auditor de
Guerra del ejército de los Andes con el grado de Teniente Coronel. Redactó el
Acta de la Independencia de Chile que firmó O’Higgins el 1º de enero de 1818.
A comienzos de 1820 fundó en Santiago el periódico El Censor
de la Revolución y participó de los preparativos de la expedición libertadora
al Perú. Colaboró estrechamente con San Martín quien lo nombrará, poco después
de entrar en Lima, su ministro de Guerra y Marina y, posteriormente, ministro
de Gobierno y Relaciones Exteriores. Muchas de las medidas tomadas por San
Martín, como la fundación de la Biblioteca de Lima y de la Sociedad Patriótica
local, fueron impulsadas por Monteagudo. Propició la expropiación de las
fortunas de los españoles enemigos de la revolución: “Ya no se encuentran esos
grandes propietarios que, unidos al gobierno, absorbían todos los productos de
nuestro suelo; subdivididas las fortunas, hoy vive con decencia una porción
considerable de americanos que no ha mucho tenían que mendigar al amparo de los
españoles”.
El 25 de julio de 1822, mientras San Martín se encaminaba
hacia Guayaquil (actual Ecuador) para entrevistarse con Bolívar, se produjo un
golpe contra Monteagudo en Lima. El alzamiento fue promovido por los sectores
más conservadores, que encontraron eco en el Cabildo de la ciudad virreinal y
consiguieron la destitución y la deportación del colaborador de San Martín.
Monteagudo se radicó por algún tiempo en Quito, tras ser un testigo
privilegiado de la decisión de San Martín de renunciar a sus cargos y delegar
el mando de sus tropas en Bolívar. El libertador venezolano lo incorporó a su
círculo íntimo y le confió la tarea de preparar la reunión del Congreso
anfictiónico que debía reunirse en Panamá para concretar la ansiada unidad
latinoamericana. Pero entre la gente más cercana a Bolívar había importantes
enemigos de Monteagudo, como el secretario del Libertador, el republicano José
Sánchez Carrió, que desconfiaba del tucumano porque lo creía un monárquico.
Estaba ocupado y entusiasmado en la concreción de aquel sueño de la
Confederación sudamericana, cuando recibió un anónimo que decía: “Zambo
Monteagudo, de esta no te desquitas”. Sin darle la menor importancia a la
amenaza, la noche del 28 de enero de 1825 iba con sus mejores ropas a visitar a
su amante, Juanita Salguero, cuando fue sorprendido frente al convento de San Juan de Dios de
Lima por Ramón Moreira y Candelario
Espinosa, quien le hundió un puñal en el pecho. Un vecino del lugar, Mariano
Billinghurst, acudió al lugar y trató de auxiliarlo ordenando su traslado al
convento, donde fue atendido por un cirujano y un boticario que nada pudieron
hacer para salvar su vida.
Espinosa fue detenido y Bolívar lo interrogó personalmente
para saber quién lo había contratado para matar a Monteagudo, pero el sicario
mantuvo el secreto. Según distintas versiones nunca confirmadas, el instigador
del crimen fue Sánchez Carrió quien poco tiempo después murió envenenado.
Varios años después, el 25 de abril de 1833, San Martín le
escribía a su amigo Mariano Álvarez, residente en Lima, diciéndole que debía
hacerle “…una pregunta sobre la cual hace años deseo tener una solución
verídica y nadie como usted puede dármela, con datos más positivos, tanto por
su carácter como por la posición de su empleo. Se trata del asesinato de
Monteagudo: no ha habido una sola persona que venga del Perú, Chile o Buenos
Aires, a quien no haya interrogado sobre el asunto, pero cada uno me ha dado
una diferente versión; los unos lo atribuyen a Sánchez Carrió, los otros a unos
españoles, otro a un coronel celoso de su mujer. Algunos dicen que este hecho
se halla cubierto de un velo impenetrable, en fin, hasta el mismo Bolívar no se
ha libertado de esta inicua imputación, tanto más grosera cuanto que prescindiendo
de su carácter particular incapaz de tal bajeza, estaba en su arbitrio si la
presencia de un Monteagudo le hubiese sido embarazosa, separarlo de su lado,
sin recurrir a un crimen, que en mi opinión jamás se cometen sin un objeto
particular”.
Monteagudo, previendo a sus críticos contemporáneos y
futuros publicó en La Gaceta de Buenos Aires: “Sé que mi intención será siempre
un problema para unos, mi conducta un escándalo para otros y mis esfuerzos una
prueba de heroísmo en el concepto de algunos, me importa todo muy poco, y no me
olvidaré lo que decía Sócrates, los que sirven a la Patria deben contarse
felices si antes de elevarles altares no le levantan cadalsos”.
Referencias:
1 Documentación original en poder de G. René Moreno. Cfr.
MARIANO A.PELLIZA, Monteagudo, su vida y sus escritos. Buenos Aires, 1880.
2 El Conde de Lemus a Su Majestad, en Contrarréplica a
Victorian de Villava; en Ricardo Levene, Ensayo histórico sobre la Revolución
de Mayo y Mariano Moreno, Apéndice, Buenos Aires, Peuser, 1960.
3 Revolucionarios asesinados por Nieto y Paula Sanz
4 BERNARDO MONTEAGUDO: Ensayo sobre la Revolución del Río de
la Plata desde el 25 de Mayo de 1809, en Mártir o Libre, Buenos Aires, 1812.
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