Muere asesinado en alta mar el doctor Mariano Moreno
Autor: Felipe Pigna
El 24 de enero de 1811 Mariano Moreno se embarcó en la
escuna 1 inglesa Misletoe, que lo trasladará hacia la fragata también inglesa Fama, contratada por los
agentes de Saavedra, donde lo esperan sus dos secretarios, su hermano Manuel y
su amigo Tomás Guido. A poco de partir,
Moreno, que nunca había gozado de buena salud, se sintió enfermo y le comentó a
sus acompañantes: “Algo funesto se anuncia en este viaje...”. Dedicaba los pocas
horas en las que se sentía medianamente bien a traducir del inglés un curioso
libro: El viaje del joven Anacarsis a la Grecia, de Juan Jacobo Barthelemy.
Anacarsis, un filósofo griego del siglo V antes de Cristo, había dicho: “los
hombres sabios discuten los problemas: los necios los deciden”.
Siguiendo con la filosofía griega, es muy significativo como
comienza Manuel Moreno el relato de la muerte de su hermano: “El doctor Moreno
vio venir su muerte con la serenidad de Sócrates”. Vale la pena recordar que en
el año 399 antes de Cristo Sócrates fue acusado de despreciar a los dioses del
Estado, de introducir nuevas deidades y corromper a la juventud. Platón, en su
Apología de Sócrates, cuenta que Sócrates fue condenado a muerte por un
tribunal muy dividido y por escasa mayoría, pero que cuando en su alegato el
gran filósofo ofreció pagar por su vida una cifra miserable porque, según su
opinión, eso era lo que valía para el Estado un filósofo, el jurado se sintió
ofendido y lo sentenció a beber la cicuta por amplia mayoría. Los amigos de
Sócrates, entre los que se contaba su gran discípulo Platón, le propusieron
fugarse, pero el maestro prefirió acatar la ley y morir envenenado.
Mientras continuaban los padecimientos de Moreno en alta
mar, en Buenos Aires el gobierno porteño de Saavedra y Funes firmaba un
contrato con un tal David Curtis de Forest el 9 de febrero de 1811, es decir,
quince días después de la partida del ex secretario de la Junta de Mayo,
adjudicándole una misión idéntica a la de Moreno para el equipamiento del incipiente ejército
nacional. En el artículo 5 del documento se establecía que “para poner en
ejecución el convenio deberá Mr. Curtis ponerse antes de acuerdo con el enviado
de esta Junta a la Corte de Londres, señor doctor Mariano Moreno, cuya
aprobación será requisito necesario para que los comprometimientos de Mr.
Curtis obtengan los de esta Junta”. El artículo sexto determinaba que los pagos
por sus servicios deberían ser certificados por el doctor Moreno. Y aquí viene
lo mejor: en el artículo 11 de este documento se aclaraba con una previsión no
frecuente en nuestros gobernantes “que si el señor doctor don Mariano Moreno
hubiere fallecido, o por algún accidente imprevisto no se hallare en
Inglaterra, deberá entenderse Mr. Curtís con don Aniceto Padilla en los mismos
términos que lo habría hecho el doctor Moreno”.
Padilla, que había colaborado en la fuga de Beresford en
1807, fue designado por la Junta en
septiembre de 1810 para comprar armas en Londres. Era socio de Curtis y juntos
montaron una operación de compra ilegal de armas a través del traficante
francés Charles Dumoriez presentado a Padilla por Saavedra ya que Inglaterra no
podía aparecer vendiendo armas a Buenos Aires que serían usadas contra su
aliada España. Al embarcarse Moreno el negocio ya estaba cerrado. En una carta
dirigida a Saavedra, Dumouriez le pide que confíe plenamente en Padilla
evitando que evite nombrar nuevos agentes “que pueden embarazar lejos de
beneficiar nuestros negocios aquí” y que recuerde que “en un país donde el
dinero es el móvil universal, es necesario que le abráis un crédito
discrecional (a Padilla) sobre los banqueros de Londres para que pueda hacer
frente ya a compromisos, ya a gastos
imprevistos o secretos”.
Quedaban muy pocas dudas de que Moreno objetaría los
términos económicos del acuerdo y las abultadas comisiones de los
intermediarios, como lo hará efectivamente su hermano Manuel al llegar a
Londres, que llamará a Padilla “bribón, miserable parásito e intrigante”. Ya
eran varios a los que no les convenía que Mariano Moreno llegara a destino.
Los regidores del Cabildo de Buenos Aires emitieron un
oficio en el que decían que “la lectura de la reimpresión del Contrato Social
de Rousseau, ordenada por el doctor Moreno, no sólo no es útil sino más bien
perjudicial” y declaraba “superflua la compra de 200 ejemplares de la obra”.
“Desde antes de embarcarse, -sigue narrando Manuel Moreno-
la salud del doctor Moreno se hallaba grandemente injuriada por la incesante
fatiga en los asuntos políticos. Los últimos disgustos abatieron
considerablemente su espíritu y la idea de la ingratitud se presentaba de
continuo a su imaginación, con una fuerza que no podía menos de perjudicar su
constitución física. En vano era que la reflexión ocurría a aliviar las fuertes
impresiones causadas en su honor por el ataque injusto de las pasiones
vergonzosas de sus contrarios. La extrema sensibilidad le hacía insoportable la
más pequeña sombra de la irregularidad absurda que se atribuía oscuramente a
sus operaciones. No pudiendo proporcionarse a sus padecimientos ninguno de los
remedios del arte –continúa Manuel Moreno-, ya no nos quedaba otra esperanza de
conservar sus preciosos días, que en la prontitud de la navegación; mas por
desgracia tuvimos ésta extraordinariamente morosa, y todas las instancias
hechas al capitán para que arribase al Janeiro [Río de Janeiro] o al Cabo de
Buena Esperanza, no fueron escuchadas.”
El Capitán del Fame,
Walter Bathurst, se mostró hostil durante todo el viaje y se negó rotundamente
a acceder a los pedidos humanitarios de los secretarios de Moreno de
permitirles descender en el puerto más cercano. Ante las demandas permanentes
de calmantes y ante la ausencia de un médico en la tripulación, a escondidas,
el capitán le daba unas misteriosas gotas de un supuesto remedio, pero lo
cierto era que Moreno estaba cada vez peor. Finalmente en la madrugada del 4 de
marzo de 1811 el misterioso capitán le suministró un vaso de agua con 4 gramos de antimonio
tartarizado.
El doctor Manuel Litter, en su libro Farmacología, dice que
el antimonio es un metal pesado que se asemeja al arsénico y señala que la
ingestión de una dosis de 0,15
gramos puede ser mortal (a Moreno le dieron casi 40
veces esa proporción). Dice Litter que los síntomas son similares a los provocados
por el arsénico.
Así lo cuenta Manuel recordando el episodio en 1836, ya con
su título de médico a cuestas: "El accidente mortal, que cortó esta vida,
fue causado por una dosis excesiva de emético, que le administró el capitán en
un vaso de agua, una tarde que lo halló sólo y postrado en su gabinete. Es
circunstancia grave haber sorprendido al paciente con que era una medicina
ligera y restaurante sin expresar cuál, ni avisar o consultar a la comitiva
antes de presentársela. Si el Dr. Moreno hubiese sabido se le daba a la vez tal
cantidad de esta sustancia, sin duda no la hubiese tomado, pues a vista del
estrago que le causó, y revelado el hecho, dijo que su constitución no admitía
sino la cuarta parte (de la dosis), y que se reputaba muerto. Aún quedó en duda
si fue mayor la cantidad de aquella droga, y otra sustancia corrosiva la que se
administró, no habiendo las circunstancias permitido la autopsia
cadavérica".
A esto siguió una terrible convulsión -continúa Manuel
Moreno- que apenas le dio tiempo para despedirse de su patria, de su familia y
de sus amigos. Aunque quisimos estorbarlo desamparó su cama ya en este estado,
y con visos de mucha agitación, acostado sobre el piso solo de la cámara, se
esforzó en hacernos una exhortación admirable de nuestros deberes en el país en
que íbamos a entrar, y nos dio instrucciones del modo que debíamos cumplir los
encargos de la comisión, en su falta. Pidió perdón a sus amigos y enemigos de
todas sus faltas; llamó al capitán y le recomendó nuestras personas; a mí en
particular me recomendó, con el más vivo encarecimiento, el cuidado de su
esposa inocente –con este dictado la llamó muchas veces. El último concepto que
pudo producir, fueron las siguientes palabras: ‘¡Viva mi patria aunque yo
perezca!’ Murió el 4 de marzo de 1811, al amanecer, a los veinte y ocho grados
y siete minutos sur de la línea, en los 32 años, 6 meses y un día de su edad.
Ya no pudo articular más”.
Así terminaba sus días uno de los primeros revolucionarios
argentinos. Su cadáver fue arrojado al mar. Sería el primero de una larga
lista.
El 9 de marzo de 1813 la Asamblea General Constituyente
investigó los asuntos de los gobiernos patrios. En la causa judicial correspondientes a la muerte de Moreno puede
leerse que el oficial de la secretaría de Guerra, Pedro Jiménez, declaró que le
había dicho a Moreno que se refugiara en algún lugar seguro porque “corrían
voces de que se lo quería asesinar”. El prestigioso médico Juan Madera,
introductor de la vacuna antivariólica y director de la Escuela de Medicina y
Cirugía, declaró: “estando en Oruro por el mes de marzo de 1811, le oyó
exclamar al Padre Azcurra dando gracias a Dios por la separación del doctor
Moreno y como asegurando su muerte en los términos siguientes: ‘ya está
embarcado y va a morir’, delante de otros varios individuos y que últimamente,
ya por este dato, tan anticipado a la noticia de su muerte, que vino a saberse
en el mes de octubre, y ya por la relación que le ha oído a su hermano Manuel,
de la enfermedad, del emético y dosis que se le suministró por el capitán
inglés y de la conducta cuidadosa que este guardó para con dicho hermano y don
Tomás Guido, que lo acompañaban, como sincerándose del hecho del exceso de la
dosis, está firmemente persuadido el que declara que el doctor Moreno fue
muerto de intento por disposición de sus enemigos”.
Así concluía el expediente. Hasta el momento, ningún
tribunal se ha expedido al respecto. Se sabe, en la Argentina la justicia suele
ser lenta.
Al poco tiempo de partir Moreno hacia su destino, su esposa,
Guadalupe Cuenca, que había recibido en una encomienda anónima un abanico de
luto, un velo y un par de guantes negros y una nota que decía: "Estimada
señora como sé que va a ser viuda, me tomo la confianza de remitir estos
artículos que pronto corresponderán a su estado", comenzó a escribirle
decenas de cartas a su esposo.
En una de ellas le decía:
“Moreno, si no te perjudicas procura venirte lo más pronto
que puedas o hacerme llevar porque sin vos no puedo vivir. No tengo gusto para
nada de considerar que estés enfermo o triste sin tener tu mujer y tu hijo que
te consuelen; ¿o quizás ya habrás encontrado alguna inglesa que ocupe mi lugar?
No hagas eso Moreno, cuando te tiente alguna inglesa acuérdate que tienes una
mujer fiel a quien ofendes después de Dios”. La casa me parece sin gente, no
tengo gusto para nada de considerar que estés enfermo o triste sin tener tu
mujer y tu hijo que te consuelen y participen de tus disgustos..." (14 de
marzo de 1811)
“Los han desterrado a Mendoza, a Azcuénaga y Posadas;
Larrea, a San Juan; Peña, a la punta de San Luis; Vieytes, a la misma; French,
Beruti, Donado, el Dr. Vieytes y Cardoso, a Patagones; hoy te mando el
manifiesto para que veas cómo mienten estos infames. Del pobre Castelli hablan
incendios, que ha robado, que es borracho, que hace injusticias, no saben cómo
acriminarlo. Hasta han dicho que no los dejó confesarse a Nieto y los demás que
pasaron por las armas en Potosí; ya está visto que los que se han sacrificado
son los que salen peor que todos; el ejemplo lo tienes en vos mismo, y en estos
pobres que están padeciendo después, que han trabajado tanto, y así, mi querido
Moreno, ésta y no más, porque Saavedra y los pícaros como él son los que se
aprovechan y no la patria, pues a mi parecer lo que vos y los demás patriotas
trabajaron está perdido porque éstos no tratan sino de su interés particular,
lo que concluyas con la comisión arrastraremos con nuestros huesos donde no se
metan con nosotros y gozaremos de la tranquilidad que antes gozábamos.” (20 de
abril de 1811)
“Ay, mi Moreno de mi corazón, no tengo vida sin vos; se fue
mi alma y este cuerpo sin alma no puede vivir y si quieres que viva veníte
pronto, o mándame llevar.”
“No me consuela otra cosa más que cuando me acuerdo las
promesas que me hiciste los últimos días antes de tu salida, de no olvidarte de
mí, de tratar de volver pronto, de quererme siempre, de serme fiel, porque a la
hora que empieces a querer a alguna inglesa adiós Mariquita, ya no será ella la
que ocupe ni un instante tu corazón, y yo estaré llorando como estoy, y
sufriendo tu separación que me parece la muerte, expuesta a la cólera de
nuestros enemigos, y vos divertido, y encantado, con tu inglesa; si tal caso
sucede, como me parece que sucederá, tendré que irme aunque no quieras, para
estorbarte; pero para no martirizarme más con estas cosas, haré de cuenta que
he soñado, y no te me enojes de estas zonceras que te digo.” (9 de mayo de
1811)
“No se cansan tus enemigos de sembrar odio contra vos ni la
gata flaca de la Saturnina (Saavedra) de hablar contra vos en los estrados y
echarte la culpa de todo.” (25 de mayo de 1811)
“Nuestro Marianito está en libro de corrido, se acuerda
mucho de vos y te extraña más todos los días, con que mi querido Moreno ven
pronto, sino lo queréis hacer por mis ruegos hacedlo por nuestro hijo, y
acuérdate de las promesas que me hiciste antes de embarcarte; no te dejes
engañar de mujeres mira que sólo sois de Mariquita y ella y nadie más te ha de
amar hasta la muerte.” (1º de julio de 1811)
“Por vos mismo puedes sacar lo que cuesta esta nuestra
separación, y si no te parece mal que te diga, que me es más sensible a mí que
a vos, porque siempre he conocido que yo te amo más, que vos a mí; perdóname,
mi querido Moreno, si te ofendo con esta palabra.” (29 de julio de 1811)
Esta es la última carta que le escribió Guadalupe a Moreno.
A los pocos días recibió por fin una respuesta. Era una carta de su cuñado
Manuel fechada en Londres el 1º de mayo de 1811, donde le decía que su amado
Mariano había muerto el 4 de marzo.
Saavedra, no pudo disimular su alivio y se le escapó su famosa frase: “Hacía falta tanta agua para
apagar tanto fuego”.
Meses más tarde, armada de toda su inmensa dignidad,
Guadalupe se dirigía en estos términos a los miembros del Primer Triunvirato:
“Acabo de perder a mi esposo. Murió el 4 de marzo en el barco inglés que lo
conducía; arrebatado de aquel ardiente entusiasmo que tanto lo transportaba por
su patria, le prestó los más importantes servicios y corrió toda clase de
riesgos; aquí le sacrificó sus talentos, sus tareas, sus comodidades y hasta su
reputación; en medio del océano se sacrificó él mismo terminando la carrera de
su vida como víctima de la desgracia propia.
“Un hijo tierno de siete años de edad y su desgraciada viuda
imploran los auxilios de la patria persuadidos que ni ésta ni su justo gobierno
podrán mostrarse indiferentes a nuestra miseria ni ser insensibles espectadores
de nuestro amargo llanto, y de las ruinas y estragos que nos ha ocasionado el
más acendrado patriotismo, comparecemos ante V.E. con el fin de interesar en
nuestro auxilio una moderada pensión de resarcimiento de tantos daños es
solamente lo que pedimos. Ojalá nuestro desamparo fuera menor, así me
libertaría de una solicitud que tanto me mortifica.”
María Guadalupe Cuenca recibió una pensión de 30 pesos
fuertes mensuales. El sueldo de cada uno de los miembros del Triunvirato era de
800 pesos fuertes, pero como decía Sócrates, para ciertos Estados los
pensadores valen muy poco.
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