martes, 17 de febrero de 2015

                                              DEBILIDAD INSTITUCIONAL  






La Secretaría de Inteligencia fue creada durante la primera presidencia de Juan Perón en 1946, por el Decreto Ejecutivo 337/46 bajo la denominación Coordinación de Informaciones de Estado (CIDE). Su misión era de rol de una agencia de inteligencia nacional, manejada por civiles que pudiera proveer inteligencia al gobierno nacional en los campos internos y externos. Hasta ese entonces, los presidentes contaban con los servicios de inteligencia militar en las tres Fuerzas armadas de Argentina (Ejército, SIE; Armada, SIN; Fuerza Aérea, SIA) y de las Fuerzas de Seguridad (Policías Federal y provinciales), decidiéndose implementar una agencia de inteligencia civil, a fin de disipar posibles manejos internos autónomos por parte de los organismos aludidos.
La Secretaría de Inteligencia tiene un número incierto de empleados, ya que oficialmente declara sólo dos (el Secretario y Subsecretario de inteligencia), y el resto debe trabajar en secreto amparados por las varias leyes de inteligencia. Aproximadamente de 2.000 a 2.200 empleados y agentes de inteligencia trabajan en la Secretaría, en el país y en el exterior. Un 80% de los empleados trabajan en la Subsecretaría Interior, y el resto en las Subsecretarías de Exterior y Apoyo. Según la posición del agente, se pagan de $4.000 a $7.000, los directores de inteligencia alcanzan los $30.000, una parte considerable de esta remuneración es "en negro".
Delegados en el exterior son incorporados en el marco del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, pero reciben salarios mensuales de la Secretaría. Su trabajo consiste principalmente en producir reportes y análisis sobre los eventos y problemas contemporáneos del país al que estén asignados, además de estrechar los vínculos con sus servicios de inteligencia.
Antonio “Jaime” Stiuso es un personaje enigmático que por años dirigió una gran red de espionaje que lo llevó a convertirse en el hombre más temido en Argentina. Pese a que se conocen pocos detalles sobre este hombre, se sabe que es un experto en comunicaciones de 61 años, quien se unió al servicio en 1972, a los 18 años. Tiene tres hijas, que según informes, recientemente Stiuso pidió protección de seguridad para ellas.
La muerte abrupta e intolerable de Nisman nos obliga a repensar la forma en que actúa la justicia, sobretodo su connivencia normalizada -herencia de la dictadura-, cuando los servicios de inteligencia manejaban y silenciaban a su antojo a los tribunales-con estructuras de inteligencia cuyo trabajo linda siempre con la ilegalidad y la vulneración de derechos y garantías-. Para la justicia no hay ni debe haber nunca una escisión entre medios y fines. Los servicios de inteligencia en todo el mundo son secretos (en principio esto los volvería más "eficientes" en sus "tareas") pero sus métodos no son siempre escindibles de los peores métodos de la dictadura: espiar, delatar, extorsionar, amenazar, también a fiscales, defensores y jueces. Los procedimientos y objetivos de los servicios de inteligencia masivos no son compatibles con los principios básicos de una democracia. Ni siquiera con los principios básicos de la diplomacia internacional. Nisman estaba inmerso en una tensión muy grave. La tensión que generaba la reunión en el Congreso prueba esto: la tensión entre lo que la justicia "sabe", (o cree que sabe, en este caso un fiscal, conducido por quienes debían ser los conducidos y no los conductores de su trabajo, sin el conocimiento del juez de la causa, en un curso "desviado", plagado de errores) y lo que la justicia "puede decir", justificar por la forma en que se obtuvo la información, (porque el fin no justifica nunca los medios en una República, aunque el fin sea sagrado no se puede avalar la tortura, o la recolección de pruebas de modo ilegal o inconstitucional) de cara a la sociedad. Nisman estaba en medio de esta tensión grave, más allá de si sus pistas eran verosímiles o eran falsas.
El único peligro en una democracia es la violación de garantías. El único y verdadero peligro que atravesamos en una democracia es la violación de derechos. Por parte de quien sea. Con el motivo que fuere. Aun no hemos comprendido a fondo esto. La violación de garantías nunca tiene argumentación. En 31 años de democracia, no se han podido desterrar ciertas lacras de nuestra cultura política. Los servicios de inteligencia son "carreras" estériles pero muy peligrosas de los Estados democráticos porque generan estructuras que luego se independizan y se convierten en burocracias "paralelas", que desarrollan un poder propio, invisible, capaz de autonomizarse del mandato civil, un poder que no va a elecciones. Son órganos manejados por tecnócratas- desconocidos por la inmensa mayoría de la sociedad pero con un inmenso poder y un enorme presupuesto- capaces de jaquear procesos democráticos o judiciales. Pone en riesgo al Derecho y a la política. La inteligencia internacional puede y debe servir para prevenir atentados. Pero no para mucho más.
La muerte de Nisman es por cierto un escándalo ético y político. Es un hecho de máxima gravedad institucional. Es una afrenta a nuestro Derecho. Hay que volver a creer en la democracia. Nisman equivocó el camino. La connivencia entre la justicia y el espionaje es siempre nefasta. Y termina mal. Necesitamos una justicia nueva. Que piense y se piense de otra manera, más transparente. Que no apele a métodos que (aunque puedan llegar a ser "eficaces") se contradicen con los postulados de una democracia con garantías. La justicia termina siendo siempre "rehén" de unos métodos (anti-garantistas) que la degradan. Que la contradicen. Que la vuelven, además, del todo inútil. Porque la causa, a más de dos décadas del atentado, sigue impune. Y no debiera ser así.
Yo creo que al fiscal Nisman, precisamente porque su denuncia era inconsistente, había que cuidarlo. No puedo dejar de sentir la pérdida de Nisman como propia. Nisman se nos muere a nosotros como sociedad. Se nos muere como República. La democracia es muy compleja. En una democracia uno tiene la obligación altísima de cuidar también a los que no están de acuerdo con uno. También a los que nos acusan y denuncian. Porque la democracia se basa sobretodo en eso: en ese ejercicio de grandeza moral. De reconocimiento. De coraje. De diálogo.
Cambiar sus métodos, sus formas. Sus formas de trabajar. Sus formas de pensar. Sus ideas. Independizarla aún de los vestigios más oscuros del Proceso. Hacerla de verdad lo que aún no es: independiente. Valiente. Firme. Y real. Justa. Una justicia que haga todo de frente a la sociedad. Que corra en todo caso el riesgo de la verdad. Y no los otros riesgos que no aportan nada. Sólo más dolor. Necesitamos una Ley de Inteligencia, como Estado estamos conminados a ello. Pero necesitamos también terminar con la promiscua relación entre la justicia y los servicios. Necesitamos límites. Más garantías. Fiscales nuevos que investiguen con la Constitución en la mano. No desde la connivencia con los sótanos oscuros. Hacer justicia. La inteligencia debe servir al Derecho. Se puede pensar en una inteligencia mucho más transparente.
Las consecuencias de lo ocurrido resultan impredecibles.


                                                                         Maximiliano Reimondi

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