DEBILIDAD INSTITUCIONAL
La Secretaría de Inteligencia fue
creada durante la primera presidencia de Juan Perón en 1946, por el Decreto Ejecutivo 337/46 bajo la denominación Coordinación de Informaciones de Estado (CIDE). Su misión era de rol de una agencia de inteligencia
nacional, manejada por civiles que pudiera proveer inteligencia al gobierno
nacional en los campos internos y externos. Hasta ese entonces, los presidentes
contaban con los servicios de inteligencia militar en las tres Fuerzas armadas de Argentina (Ejército,
SIE; Armada, SIN; Fuerza Aérea, SIA) y de las Fuerzas de Seguridad (Policías
Federal y provinciales), decidiéndose implementar una agencia de inteligencia civil, a fin de disipar posibles
manejos internos autónomos por parte de los organismos aludidos.
La Secretaría de Inteligencia tiene un número incierto de
empleados, ya que oficialmente declara sólo dos (el Secretario y Subsecretario
de inteligencia), y el resto debe trabajar en secreto amparados por las varias
leyes de inteligencia. Aproximadamente de 2.000 a 2.200 empleados y
agentes de inteligencia trabajan en la Secretaría, en el país y en el exterior.
Un 80% de los empleados trabajan en la Subsecretaría Interior, y el resto en
las Subsecretarías de Exterior y Apoyo. Según la posición del agente, se pagan
de $4.000 a $7.000, los directores de inteligencia alcanzan los $30.000, una
parte considerable de esta remuneración es "en negro".
Delegados en el exterior son incorporados en el marco del
Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, pero reciben salarios mensuales de
la Secretaría. Su trabajo consiste principalmente en producir reportes y análisis
sobre los eventos y problemas contemporáneos del país al que estén asignados,
además de estrechar los vínculos con sus servicios de inteligencia.
Antonio “Jaime” Stiuso es un
personaje enigmático que por años dirigió una gran red de espionaje que lo llevó
a convertirse en el hombre más temido en Argentina. Pese a que se conocen pocos
detalles sobre este hombre, se sabe que es un experto en
comunicaciones de 61 años, quien se unió al servicio en 1972, a los 18 años. Tiene
tres hijas, que según informes, recientemente Stiuso pidió protección de
seguridad para ellas.
La muerte abrupta e intolerable de Nisman nos obliga a
repensar la forma en que actúa la justicia, sobretodo su connivencia
normalizada -herencia de la dictadura-, cuando los servicios de inteligencia
manejaban y silenciaban a su antojo a los tribunales-con estructuras de
inteligencia cuyo trabajo linda siempre con la ilegalidad y la vulneración de
derechos y garantías-. Para la justicia no hay ni debe haber nunca una escisión
entre medios y fines. Los servicios de inteligencia en todo el mundo son
secretos (en principio esto los volvería más "eficientes" en sus
"tareas") pero sus métodos no son siempre escindibles de los peores
métodos de la dictadura: espiar, delatar, extorsionar, amenazar, también a
fiscales, defensores y jueces. Los procedimientos y objetivos de los servicios
de inteligencia masivos no son compatibles con los principios básicos de una
democracia. Ni siquiera con los principios básicos de la diplomacia
internacional. Nisman estaba inmerso en una tensión muy grave. La tensión que
generaba la reunión en el Congreso prueba esto: la tensión entre lo que la
justicia "sabe", (o cree que sabe, en este caso un fiscal, conducido
por quienes debían ser los conducidos y no los conductores de su trabajo, sin
el conocimiento del juez de la causa, en un curso "desviado", plagado
de errores) y lo que la justicia "puede decir", justificar por la
forma en que se obtuvo la información, (porque el fin no justifica nunca los medios
en una República, aunque el fin sea sagrado no se puede avalar la tortura, o la
recolección de pruebas de modo ilegal o inconstitucional) de cara a la
sociedad. Nisman estaba en medio de esta tensión grave, más allá de si sus
pistas eran verosímiles o eran falsas.
El único peligro en una democracia es la violación de
garantías. El único y verdadero peligro que atravesamos en una democracia es la
violación de derechos. Por parte de quien sea. Con el motivo que fuere. Aun no
hemos comprendido a fondo esto. La violación de garantías nunca tiene
argumentación. En 31 años de democracia, no se han podido desterrar ciertas
lacras de nuestra cultura política. Los servicios de inteligencia son
"carreras" estériles pero muy peligrosas de los Estados democráticos
porque generan estructuras que luego se independizan y se convierten en
burocracias "paralelas", que desarrollan un poder propio, invisible,
capaz de autonomizarse del mandato civil, un poder que no va a elecciones. Son
órganos manejados por tecnócratas- desconocidos por la inmensa mayoría de la
sociedad pero con un inmenso poder y un enorme presupuesto- capaces de jaquear
procesos democráticos o judiciales. Pone en riesgo al Derecho y a la política.
La inteligencia internacional puede y debe servir para prevenir atentados. Pero
no para mucho más.
La muerte de Nisman es por cierto un escándalo ético y
político. Es un hecho de máxima gravedad institucional. Es una afrenta a
nuestro Derecho. Hay que volver a creer en la democracia. Nisman equivocó el
camino. La connivencia entre la justicia y el espionaje es siempre nefasta. Y
termina mal. Necesitamos una justicia nueva. Que piense y se piense de otra
manera, más transparente. Que no apele a métodos que (aunque puedan llegar a
ser "eficaces") se contradicen con los postulados de una democracia
con garantías. La justicia termina siendo siempre "rehén" de unos
métodos (anti-garantistas) que la degradan. Que la contradicen. Que la vuelven,
además, del todo inútil. Porque la causa, a más de dos décadas del atentado,
sigue impune. Y no debiera ser así.
Yo creo que al fiscal Nisman, precisamente porque su
denuncia era inconsistente, había que cuidarlo. No puedo dejar de sentir la
pérdida de Nisman como propia. Nisman se nos muere a nosotros como sociedad. Se
nos muere como República. La democracia es muy compleja. En una democracia uno
tiene la obligación altísima de cuidar también a los que no están de acuerdo
con uno. También a los que nos acusan y denuncian. Porque la democracia se basa
sobretodo en eso: en ese ejercicio de grandeza moral. De reconocimiento. De
coraje. De diálogo.
Cambiar sus métodos, sus formas. Sus formas de trabajar. Sus
formas de pensar. Sus ideas. Independizarla aún de los vestigios más oscuros
del Proceso. Hacerla de verdad lo que aún no es: independiente. Valiente.
Firme. Y real. Justa. Una justicia que haga todo de frente a la sociedad. Que
corra en todo caso el riesgo de la verdad. Y no los otros riesgos que no
aportan nada. Sólo más dolor. Necesitamos una Ley de Inteligencia, como Estado
estamos conminados a ello. Pero necesitamos también terminar con la promiscua
relación entre la justicia y los servicios. Necesitamos límites. Más garantías.
Fiscales nuevos que investiguen con la Constitución en la mano. No desde la
connivencia con los sótanos oscuros. Hacer justicia. La inteligencia debe
servir al Derecho. Se puede pensar en una inteligencia mucho más transparente.
Las consecuencias de lo ocurrido resultan impredecibles.
Maximiliano
Reimondi
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